Por ti me convertí en una asesina de
cangrejos
Por Guadalupe Ángeles
Tú no creías que ese animalillo iba a
pasar de largo sin tomar en cuenta a dos embriagados que abusaban de la
madrugada, llenándose del placer que solo otorga el mar,
pronunciando palabras como quien elabora un conjuro, vaciando de
soledad las horas, llenando de nuevas experiencias los sentidos. Éramos
para él los asesinos, vaya si lo sé, yo misma le di muerte, y no me da
vergüenza decirlo: por ti me convertí en una asesina de cangrejos. Era tanto lo
que debíamos darnos, según yo, que una muerte no era nada, aparte, el
pobre no tenía ninguna esperanza: entrar en tu campo visual y perder
para siempre lo que hasta entonces era su vida fue lo mismo.
Está de más decir que no cumplí la
promesa de leer todo cuanto hubiese sobre los cangrejos, no fue mucho
lo encontrado, mi búsqueda me llevó a saber que viven en las
profundidades, que no les tienen miedo a los abismos, y lo que de noche se
escucha cuando te acercas al océano es su correr apresurado sobre el lecho del
mar, donde van y vienen inventándose tal vez vidas que es mejor no conocer. Que
hay varias especies, eso lo sé, y no me hizo daño saberlo, como tampoco besarte
aquella noche, cuando cubrimos de oprobio a la tristeza, inventándonos como si
acabáramos de nacer, a la orilla de audacias que tal vez no volvamos a visitar,
simplemente por el miedo a romper la frágil membrana de la
cordura.
Quién soy ahora. No me lo quiero
preguntar de veras, no me interesa saberlo, luego de probar la sangre del
cangrejo, de escupir contra las olas del mar nocturno su esqueleto, no me queda
nada por sentir, ni quiero. (Porque estuve en esa habitación, donde
aprendiste a morir bajo el hechizo que no imaginaste, simplemente llegó, como
las estaciones, y como el mar nos acarició despacio, violentamente).
Aprobarías esta manera cruel de
ver las cosas, o no, no sé si habré de saberlo, siempre he hablado
para alguien, ahora era para ti, pero si no escuchas, decirle al viento
que fue tan deslumbrante el encuentro, o que muchas veces tengo ganas de morir
no viene para nada al caso.
Dentro del mar, aquella tarde clara, y
luego el ahogo. ¿Tendría que contarte lo que ya sabes? Quizá piense, como
siempre, en abrir puertas, te pediría que lo hicieras ahora, y me
recibieras en donde tú eres nada más tú y ninguna otra cosa, ni fantasma de
futuro, ni visión de otros días que ya se ha tragado el tiempo.
Respeto el talento de quienes pueden
contarse nada, a mí me abruma tanto qué quedó por decirse,
aunque tú dijeras lo que era preciso cada minuto, con la soberbia
soledad montada sobre nuestras espaldas. Sí, ambos éramos solos, ya no teníamos
miedo de estar sin nadie. ¿Por qué entonces las olas, el cielo, tu voz, la
mía, la madrugada anterior, esa manera nada sutil de hacerme saber que me
pertenecías, tanto como yo a ti? Pero vuelvo ya a iniciar
el inventario, no tengo remedio.
Tal vez la pregunta es otra: ¿Ha dejado
de interesarte la conversación? Esa creo es la ruta, abre pues la
puerta, yo estoy afuera, en el umbral, y te juro
que ni aunque tuviera millares de girasoles en los brazos tú
entenderías las razones por las que estoy aquí, a la espera de tu respuesta. O tal
vez lo sabes tanto como yo, y prefieres guardar silencio, ya lo dijo algún
poeta: “Si lo que vas a decir no es más bello que el silencio, no lo
digas”. (Sigo pues el consejo).
Guadalupe Ángeles nació en Pachuca, Hidalgo. Fue directora de la revista Soberbia. Entre sus obras se encuentran Souvenirs (1993), Sobre objetos de madera (1994), Suite de la duda (1995), Devastación (2000), La elección de los fantasmas (2002), Las virtudes esenciales (2005) y Raptos (2009). Ha colaborado en Ágora, El Financiero, El Informador, El Occidental, La Jornada Semanal; en las revistas electrónicas nacionales Al margen y Argos y en las españolas: Babab y Espéculo. Premio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos 1999 por Devastación. Actualmente reside en Guadalajara.
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