El karma
Por Larizza Arvizo
Rigoberto había trabajado ya muchos años para
comparase su casa, tenía muchos planes, aunque no todo
había salido como esperaba, ciegamente confió sus ahorros a una empresa
constructora que vendía casas en el pueblo, tenían buena fama y Rigoberto creyó
en las palabras del gerente, un gordo felón, que le hablo maravillas del
fraccionamiento.
―Señor Pérez: el fraccionamiento es un paraíso, un
lugar excelente para formar familias saludables, o poner un negocio como es su
caso. El espacio que le ofertamos es único en su especie, no encontrara con la
competencia jamás un lugar como este, créame, esta compra será inolvidable,
usted invertirá su dinero de una forma inigualable. La casa se encuentra un
poco deteriorada, pero con una manita de gato quedara perfecta para su tienda y
el precio… el precio es una ganga, ni Sears tiene descuentos como este, es más,
ni el mismo Dorian’s cuando quebró le habría ofrecido algo igual… la cantidad
sería de $450.000.00 pesitos. ¿Cómo la ve?
Atolondrado por tanta pendejada que le dijo y que en
su vida había escuchado, se fue a su casa y como Rigoberto era un confiado
hombre de rancho, acostumbrado a creer en la palabra de los hombres, y en la pinta
de la gente, se dejó llevar por el pantalón y la camisa clavin Klein comprada
en Cosco y el automóvil nuevecito del Judas Iscariote. Y fue al día siguiente
con una maleta cargada de billetes de doscientos, apenas podía caminar. Bajo el
maletón de su viejo coche, arrastrándolo; apenas entró por la puerta de las
elegantes oficinas; había en la entrada un calvo jirafón que se le interpuso en
el camino, mirándole de arriba abajo, pues sobra decir que aunque el Rigoberto
tenía su negocio no gastaba ni en calzones y su aspecto no era el de un
empresario. Al son de la cumbia se le atravesó el pelón impidiéndole el paso y
como el Gordo Pérez era hombre de pocas palabras, se empinó (digo, se agachó
porque la empinada fue cuando le entrego el dinero al felón), decía que el
Gordo se agachó para mostrarle el contenido de la maleta al lánguido mamón, el
cual cambio su cara por la de una tierna doncella y lo escolto él mismo hasta
la oficina. Estaba ya en la mesa comiéndose unas donas el honorable gerente de la
constructora, entró Rigoberto y le mostro el dinero. De una carpeta color rojo
saco unos papelas, se los dio al Gordo para que firmara. Estampó su firma a
toda prisa; le había dado una leída al documento y en apariencia todo estaba
bien. Se estrecharon las manos dejándole a Rigoberto el chocolate de la dona
toda embarrada y haciéndole honor a su sinceridad se limpió en el pantalón sin
disimular.
Se fue entones Don Rigo, crecido, soñado; muy emocionado
llego a su casa y le dio las nuevas a su mujer, ella tan emocionada no hizo más
que llorar.
Pasaron los meses y en espera de sus documentos que le
acreditaran como dueño fue Rigo a las oficinas del Felón, quien estaba este
atragantándose como de costumbre, pero esta vez su comportamiento había
cambiado, trató al cliente con mucho desprecio, apenas y le dio el asiento.
―¿Oiga, qué ha pasado con mis escrituras? Ya estamos
con el pendiente.
―Ay Don Rigo así son las cosas, son trámites que tardan,
duran, pero le prometo que para la semana que entra las tendrá en sus manos. Yo
le llamo, usted no se preocupe.
―Entonces ¿usted cree que pueda empezar a construir y
mudarme en lo que me entrega mi papelito?
―Desde luego, tenga usted confianza.
Se levanto el gordo y eufórico por la noticia; le
estiro la mano pero esta vez el gerente le dijo que tenía las manos sucias y no quería mancharlo que
lo disculpara; salió a todo vuelo y comenzó a construir su nueva casa.
Un martes, que para terminarla era 13, llego el gordo
a su tienda y la encontró clausurada; tenía unos sellos que rezaban: “Propiedad
embargada por el banco BBCH”.
―Le voy a cortar los huevos a ese hijo de la chingada;
me vio la cara de pendejo. Pero de mí nadie se burla ¿me oyes, Anastasia?
La mujer, sorprendida, estaba casi llorando; era lo
único que tenían y junto con la mercancía se las habían embargado, jamás había
visto a Rigo así, él siempre estaba callado.
El hombre se fue como alma que lleva el diablo a
buscar al puerco felón y sin éxito llego decaído a su casa, cayéndose de
borracho; lloró toda la noche. La mañana siguiente estaría llena de sorpresas y
Rigo presentía que la suerte le sonreiría; cuando fueron al mercado, en una de las
cajas estaba el embustero tan sonriente, los labios le quedan chicos para la
sonrisita que traía, agarrado de la mano de una mujer poco elegante que no
dejaba nada a la imaginación, llenando
la banda transportadora de comida y artículos para el hogar, contaba chistes el
muy descarado, besaba a la mujer en la boca arrimándole la lonja a la
entrepierna.
Rigo los vio de reojo; se dejó ir, la furia le invadía
el cuerpo, las lágrimas se le salían, los brazo le temblaban, en el estómago
sentía un retortijón, de su bolsa sacó una pistola.
―Ahora sí, cabrón, te vas a orinar pero no de risa
sino de dolor; vas a sentir lo que he sentido desde que me engañaste.
Le entro la primera bala por la rodilla derecha, lo
hizo que se doblara, gritaba como marrano en corral. Le entro la otra en un
brazo izquierdo, que era con el que se sobaba.
―No vas a encontrar consuelo hijo de la chingada.
Luego se le metió el diablo, le dejó caer todo el
cargador, la dama que lo acompañaba corrió desde el primer balazo. Rigoberto no
daba crédito a lo que veía, miraba al felón en el suelo y veía a su Anastasia.
―Ay mija, y yo que no creía en esas chingaderas del
karma, mira a quién nos vinimos a topar y cómo lo dejaron. Ni modo, si no
hubiera sido ella hubiera sido yo.
Larizza Arvizo es licenciada en teatro por la
Facultad de Artes de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Ha actuado en 25
montajes y es ganadora del premio a mejor actriz y actriz revelación en la
Muestra Municipal de Teatro 2009. Actualmente se dedica a la fabricación de
máscaras y muñecos teatrales, además de estar escribiendo el libro El viaje de lyme.
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