miércoles, 25 de abril de 2018

Larizza Arvizo. El karma


El karma


Por Larizza Arvizo


Rigoberto había trabajado ya muchos años para comparase su casa, tenía muchos planes, aunque no todo había salido como esperaba, ciegamente confió sus ahorros a una empresa constructora que vendía casas en el pueblo, tenían buena fama y Rigoberto creyó en las palabras del gerente, un gordo felón, que le hablo maravillas del fraccionamiento.

―Señor Pérez: el fraccionamiento es un paraíso, un lugar excelente para formar familias saludables, o poner un negocio como es su caso. El espacio que le ofertamos es único en su especie, no encontrara con la competencia jamás un lugar como este, créame, esta compra será inolvidable, usted invertirá su dinero de una forma inigualable. La casa se encuentra un poco deteriorada, pero con una manita de gato quedara perfecta para su tienda y el precio… el precio es una ganga, ni Sears tiene descuentos como este, es más, ni el mismo Dorian’s cuando quebró le habría ofrecido algo igual… la cantidad sería de $450.000.00 pesitos. ¿Cómo la ve?

Atolondrado por tanta pendejada que le dijo y que en su vida había escuchado, se fue a su casa y como Rigoberto era un confiado hombre de rancho, acostumbrado a creer en la palabra de los hombres, y en la pinta de la gente, se dejó llevar por el pantalón y la camisa clavin Klein comprada en Cosco y el automóvil nuevecito del Judas Iscariote. Y fue al día siguiente con una maleta cargada de billetes de doscientos, apenas podía caminar. Bajo el maletón de su viejo coche, arrastrándolo; apenas entró por la puerta de las elegantes oficinas; había en la entrada un calvo jirafón que se le interpuso en el camino, mirándole de arriba abajo, pues sobra decir que aunque el Rigoberto tenía su negocio no gastaba ni en calzones y su aspecto no era el de un empresario. Al son de la cumbia se le atravesó el pelón impidiéndole el paso y como el Gordo Pérez era hombre de pocas palabras, se empinó (digo, se agachó porque la empinada fue cuando le entrego el dinero al felón), decía que el Gordo se agachó para mostrarle el contenido de la maleta al lánguido mamón, el cual cambio su cara por la de una tierna doncella y lo escolto él mismo hasta la oficina. Estaba ya en la mesa comiéndose unas donas el honorable gerente de la constructora, entró Rigoberto y le mostro el dinero. De una carpeta color rojo saco unos papelas, se los dio al Gordo para que firmara. Estampó su firma a toda prisa; le había dado una leída al documento y en apariencia todo estaba bien. Se estrecharon las manos dejándole a Rigoberto el chocolate de la dona toda embarrada y haciéndole honor a su sinceridad se limpió en el pantalón sin disimular.

Se fue entones Don Rigo, crecido, soñado; muy emocionado llego a su casa y le dio las nuevas a su mujer, ella tan emocionada no hizo más que llorar.

Pasaron los meses y en espera de sus documentos que le acreditaran como dueño fue Rigo a las oficinas del Felón, quien estaba este atragantándose como de costumbre, pero esta vez su comportamiento había cambiado, trató al cliente con mucho desprecio, apenas y le dio el asiento.

―¿Oiga, qué ha pasado con mis escrituras? Ya estamos con el pendiente.

―Ay Don Rigo así son las cosas, son trámites que tardan, duran, pero le prometo que para la semana que entra las tendrá en sus manos. Yo le llamo, usted no se preocupe.

―Entonces ¿usted cree que pueda empezar a construir y mudarme en lo que me entrega mi papelito?

―Desde luego, tenga usted confianza.

Se levanto el gordo y eufórico por la noticia; le estiro la mano pero esta vez el gerente le dijo que  tenía las manos sucias y no quería mancharlo que lo disculpara; salió a todo vuelo y comenzó a construir su nueva casa.

Un martes, que para terminarla era 13, llego el gordo a su tienda y la encontró clausurada; tenía unos sellos que rezaban: “Propiedad embargada por el  banco BBCH”.

―Le voy a cortar los huevos a ese hijo de la chingada; me vio la cara de pendejo. Pero de mí nadie se burla ¿me oyes, Anastasia?

La mujer, sorprendida, estaba casi llorando; era lo único que tenían y junto con la mercancía se las habían embargado, jamás había visto a Rigo así, él siempre estaba callado.

El hombre se fue como alma que lleva el diablo a buscar al puerco felón y sin éxito llego decaído a su casa, cayéndose de borracho; lloró toda la noche. La mañana siguiente estaría llena de sorpresas y Rigo presentía que la suerte le sonreiría; cuando fueron al mercado, en una de las cajas estaba el embustero tan sonriente, los labios le quedan chicos para la sonrisita que traía, agarrado de la mano de una mujer poco elegante que no dejaba nada a la imaginación,  llenando la banda transportadora de comida y artículos para el hogar, contaba chistes el muy descarado, besaba a la mujer en la boca arrimándole la lonja a la entrepierna.

Rigo los vio de reojo; se dejó ir, la furia le invadía el cuerpo, las lágrimas se le salían, los brazo le temblaban, en el estómago sentía un retortijón, de su bolsa sacó una pistola.

―Ahora sí, cabrón, te vas a orinar pero no de risa sino de dolor; vas a sentir lo que he sentido desde que me engañaste.

Le entro la primera bala por la rodilla derecha, lo hizo que se doblara, gritaba como marrano en corral. Le entro la otra en un brazo izquierdo, que era con el que se sobaba.

―No vas a encontrar consuelo hijo de la chingada.

Luego se le metió el diablo, le dejó caer todo el cargador, la dama que lo acompañaba corrió desde el primer balazo. Rigoberto no daba crédito a lo que veía, miraba al felón en el suelo y veía a su Anastasia.

―Ay mija, y yo que no creía en esas chingaderas del karma, mira a quién nos vinimos a topar y cómo lo dejaron. Ni modo, si no hubiera sido ella hubiera sido yo.






Larizza Arvizo es licenciada en teatro por la Facultad de Artes de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Ha actuado en 25 montajes y es ganadora del premio a mejor actriz y actriz revelación en la Muestra Municipal de Teatro 2009. Actualmente se dedica a la fabricación de máscaras y muñecos teatrales, además de estar escribiendo el libro El viaje de lyme.

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