martes, 17 de abril de 2018

Alejandro Murillo

Trabajar y dormir



Por Alejandro Murillo


Mi amiga Rocío es mitad mexicana, mitad japonesa. Ha vivido la mayor parte de su vida en Japón pero prefiere hablar español. Su mamá es una política que busca la embajada de México en aquella isla. La señora nació en Japón pero adquirió mexicanidad desde que conoció a su esposo, quien es mexicano descendiente de japoneses.

Estamos en una fiesta, en el mismo depa donde conocí a mi amiga y me fasciné con su biografía. Celebrábamos que se había instalado indefinidamente aquí. Hemos sido amigas desde entonces y desde entonces siento que me gusta mucho. Hoy ha pasado el tiempo y esta es solo otra fiesta más.

Cuando Rocío me cuenta cosas, me excito. Alejandro, mi novio, está pacheco, en una esquina. Es temprano y no somos muchos pero estamos ya bastante intoxicados. Rocío y yo, menos que todos. Ella, la que menos. Dice que le toca es meterse un ajo pero hasta dentro de dos horas más. A partir de ese momento, lo más importante para ella será sentirse drogada. Mientras, necesita toda mi atención.

Rocío me cuenta que tiene un problema. Yo creo que no hay que balconear todo lo que nos pasa pero ella me excita, vine a divertirme y esto me alegra: su horóscopo predice que su ex novio, con quien terminó hace pocos días, tendrá más éxito que ella en sus siguientes relaciones.

Aparentemente sus astros comenzaron un traslado temporal de éxitos y fracasos; en el cual ella será la menos triunfante. Suena muy articulada, me tiene francamente entretenida y muy convencida de su inteligencia. Parece haber estudiado todas las aristas de su conducta y destino. Luego se pone pacheca y se vuelve propensa a repetir el guión de su principal intuición amorosa.

Normalmente Rocío nos tiene entretenidos a todos: Alejandro, sus amigos y yo. En ese orden. Ellos la cuestionan más, reaccionan a sus comentarios, incluso discuten y debaten. Yo, mientras, hipnotizada. Igual que ahora, mientras los muchachos llegan con mi novio a compartir un nuevo cigarro para poder reír agusto de “la parte de la película del embarazo inventado”. “¡Claro que sabía que era hombre!”, se escuchan gritos. “¡Claro que sabía era hombre!”.

Alejandro debería fumar menos. Está pasando por una etapa difícil. Estamos yendo a terapia y todo. Nosotros no estamos nada mal. Desde que comenzamos, sabemos darnos nuestro espacio. Hemos estado separados el tiempo entero de muchas fiestas, como antes no había habido nadie más así que conociéramos.

Sé que lo va a superar. Ahorita consume mucho pero lo va a superar. Cuando dormimos, él suele descansar como si estuviera agotado de años. Al despertar, de inmediato toma su pipa para volverse a poner, trabajar, comer y luego dormir.

En terapia, el otro día, lo escuché llorar: El arte es una mentira y mi trabajo no es útil. Debería renunciar pero siento que defraudaría a todos. Quisiera cambiar y hacer algo que sirva pero no sé hacer otra cosa. Todo lo demás me saldría mal. Solo sé hacer bien la obra que hago. La que vendo no es la que más me ha gustado hacer pero es la que más compran.

El terapeuta le dice que intente dejar las sustancias y que algunos estudios entienden el arte como ira reprimida. Y que algunos artistas probablemente no piensan así. Pero que él tiene derecho a protestar y las sustancias no siempre ayudan a hacer eso de modo articulado.

Esto confunde más a mi novio. Yo lo entiendo perfecto, pero yo no soy creadora. No tengo esa capacidad para entender cómo algo que yo haga se pueda vender. Yo tengo que trabajar en cosas que me encargan, para sentir que me pueden pagar por ello. Pero comprendo a mi novio, además de que mi novio me gusta y tenemos una buena relación con nuestras familias y nos sostenemos bastante bien con el dinero.

Rocío me gusta y me atrae pero yo a ella no le gusto; ni siquiera le gustan las chavas, y se la pasa criticando a Alejandro. Para ella, Alejandro podría resolver su problema con las sustancias de inmediato. Pero estoy segura de que los problemas no se resuelven de inmediato.

Ahora viene la parte en la que Rocío está pronta a servirse su ajo. Qué bueno, porque ella es de los que se les resbala el sex appeal con su análisis de las adicciones.

Nadie es perfecto. Ni Rocío, ni yo, ni mi novio, ni sus amigos. Genaro, Javier y Alejandro siguen discutiendo cómo podría el personaje de aquella película saber que su amante no se podía embarazar, si luego de nueve meses llegó a la puerta de su edificio adornado de aretes, maquillaje, vestido y mascada, con un bebé en brazos. ¡Claro que sabía!, es la conclusión, siempre.

Me da risa. Entre la plática con Rocío y los gritos de ellos, mantengo la atención como si asistiera a un partido de tenis. Rocío sabe que tiene toda mi atención, porque también puede vigilar a estos hombres con sus superpoderes reflexivos. Eso decimos que tiene. Lo descubrimos en una pacheca.

Genaro y Javier se roban la fiesta, poniendo la mejor música. Alejandro ya está dormido. Rocío se puso a bailar con un muchacho consumado en igual sustancia que ella. Yo estoy platicando con una amiga nueva, le digo: “Fernanda, creo que voy a intentar ahora con chicas”. Me tiene a risa y risa, me está contando cómo le gustarían las chavas. Está describiendo a alguien como si me describiera a mí con alguien más. Me pregunto cuántas veces ocurre eso, ella no sabe ni cómo soy. Me late que también tiene poderes superreflexivos, ¿o cómo era?

Ya estoy borracha. Vámonos, Alejandro. Ay, Alejandro sigue dormido. Pinche bato, amor mío. Genaro y Javier han reensobrecido, o eso, de tanto poner música. Lo aman. Nos ayudan a subir al coche y se lo llevan. Me duermo y despierto en nuestro garaje. Siento que han sido los mejores conductores del mundo. Suben con nosotros, se quedan a dormir, fuman y cocinan en la mañana. Casi queman la casa pero de comer hicieron delicioso.

Alejandro permanece sobrio pero fuma luego del desayuno. Yo hago el cigarrillo. Él se fuma la mayor parte. Lo dejo. Solo quiero una calada pero prefiero el cigarro a cualquier otro método.

Los muchachos se quedan dormidos mientras miramos M. Butterfly. Yo me distraigo con el celular, a mí esa no es la película que más me gusta de ese director. Y siempre he preferido los conciertos en vivo, al cine. Estoy platicando con Rocío. Me está compartiendo capturas del destino que su ex novio ha publicado en redes sociales. Ella asegura que lo está tratando en terapia pero parece que lo intenta resolver también conmigo. Consigo desviar la atención a otro tema, uno más excitante. Y me quedo platicando.

Genaro y Javier despiertan. Salimos a pasear, dejamos a Alejandro durmiendo. Le marco pero no contesta. Al volver, lo descubro trabajando. Me cuenta de su trabajo y me entusiasmo. Le doy una calada a su toque y me pongo a leer en su taller. Él hace gestos como si conversara con lo que está realizando, como si lo que hace fuera una decisión consensual entre los materiales, sus formas y las intenciones del artista. No me distrae, es algo que admiro de reojo. Mi lectura es interesante y mi novio también.

Sin darme cuenta, descubro que se ha quedado dormido nuevamente, a un lado de sus avances, en el piso. No lo puedo mover, no lo puedo cargar. Rocío me llama, quiere que salgamos por un café. Le digo que voy sola. Se decepciona sin Alejandro pero le parece bien que vaya sola; será porque seguirá contándome su novela de espionaje.

La espero pero no llega. Conoce a un extraño, en la calle. Ni tan extraño, porque pronto descubren que conocen gente en común. Es un visitante. Ella lo acompaña y se queda con él hasta la mañana siguiente.

Mientras espero, me pasará lo mismo. Actuaré enojada porque mi amiga ni siquiera se manifiesta, se ha enamorado y ha perdido el sentido del tiempo y el mundo. Un extraño se enamorará de mi espontánea interpretación. ¿Bien?, me pregunta con un gesto. Me plantaron, le digo. Me pregunta si un hombre o una mujer. Una mujer. Con otro gesto, expresa decepción. Una amiga, le digo. Y comienzo a contarle del horóscopo y comenzamos a platicar que sí creemos pero que no nos dejamos llevar, así como otras supersticiones de las que nadie está seguro si creer o no.

Otras cosas en común comienzan a asociarnos amablemente. Él también ha tenido amigos y amigas obsesionados con explicarlo todo según los astros. Gente que incluso dice que le ha gustado hasta que revelan conductas así.

También es un visitante. Un mes más de oficina en esta ciudad le queda. Bastante cerca de donde trabajo yo. Pero eso todavía no lo sabemos.

Ahorita, yo recuerdo que tengo novio, y esta bonita experiencia nueva no es todavía la relación que es.

Siento que mi celular vibra, miro la hora y me regreso a casa. El visitante sigue aquí, ni siquiera me pregunta si deseo que me acompañe. Todavía no me voy a dar cuenta de lo mucho que me gustan esos gestos de independencia, pero lo haré en cuestión de minutos.

Camino a casa, casi soy víctima de un asalto. Me levantan la falda e intentan quitarme la bolsa. Intento tapar mi ropa arruinada, ha quedado rota. Suelto mi bolsa y los ladrones huyen. Temblando, comienzo a murmurar: Alguien que me acompañe a casa, por favor. Le marco a Rocío mientras regreso por el visitante.

El visitante me acompaña a casa. Le voy a inventar que hubo fiesta para que no tenga que subir. Rocío me marca en el camino. No vas a creer lo que me pasó, nos decimos. Corre a verme. El visitante no me deja sola hasta que un vecino que sale me ofrece cuidarme. El vecino pregunta por Alejandro. El visitante descubre que tengo novio. En ese momento, en mi cabeza, Alejandro se vuelve un amigo que se pasó de toques y está dormido en mi cama, como si algún hombre heterosexual extraño convencional aunque muy interesante me lo fuera a creer.

Rocío, mi vecino y yo vamos al ministerio público para levantar la denuncia; se exhibe el pobre sistema de seguridad que nos gobierna.

De regreso a casa no le digo a Alejandro. Ni cómo, está dormido. Se despierta a trabajar, muy inspirado. Comienza a hacer unas cosas admirables y prefiero no perturbarlo. Ahorita, su arte es más importante. Y yo estoy completa.

Le pido que no fume y que me acompañe a trabajar al día siguiente, antes de acostarme. Voltea a verme como si le estuviera pidiendo las perlas de la virgen. Me siento como una de sus obras, admirada. Se acerca con el ceño fruncido, como nunca lo había visto. ¿Por qué, qué te pasó?, me pregunta, tiernamente, y me da un beso. No quiero que creas que mi arte es lo más importante, me dice entre calada y calada de su nuevo cigarro que enciende mientras se acerca a besarme y enterarse de qué me pasó.

Le digo que me contaron que a una chava le hicieron algo, un bromista pendejo. Se emputa y se conmueve. Comienza a intentar comprender a todos, al asaltante y a las víctimas. Llora hasta quedarse dormido.

Se queda dormido hasta para acompañarme, pero el visitante estará a mi puerta para hacerlo. Así es como descubrimos que su oficina temporal y mi lugar de trabajo están a tan solo unas cuadras. Antes de despedirse, me da su tarjeta y me pide que no le escriba si no lo quiero volver a ver. Pero se ofrece a acompañarme de regreso a casa.

Alejandro me llama al trabajo, llorando, para disculparse. Intento calmarlo, pero debo salir a cuidarlo. Mi jefa dice que él debe ir a rehabilitación y yo no puedo volver a salirme así de la oficina. Le respondo que hemos estado en terapia, que me de esquina solo hoy, que hablaré con él.

Al llegar, el solo llora más porque no debí salirme de la oficina. Cuando se calma, le sirvo una mandarina con limón y miel. Tranquilo, deja de fumar por unas horas. Promete que no volverá a hacerme sentir que debo ir a cuidarlo. Comenzamos a besarnos y hacemos un hermoso amor. Luego, él vuelve a fumar y decide trabajar durante la madrugada. Me pide permiso. Se lo doy.

En un sueño, Alejandro me dice que debo estar con el visitante. A la mañana siguiente, intento buscar en el verdadero Alejandro aquello que pude haber sido solo una proyección, el sueño de un rehab. Pero lo hago llorar. Sientes que no te admiro porque no te lo digo, es verdad, me dice. Necesito cambiar muchas cosas, necesito terminar esta obra y cambiar muchas cosas, dice, mientras llora. Le digo que no, que sí me siento admirada, que estoy solamente rara por lo que me contaron lo que le pasó a una amiga. Se calma y vuelve a fumar y a trabajar hasta quedarse dormido en el piso nuevamente.

El bello durmiente permanecerá así varios días, terminando su obra. Llorará algunas veces más, mientras podríamos estar viéndonos. Le explico que entiendo que solo es en lo que termina esta obra. Entonces llora más, se calma, fuma, trabaja y duerme. Le pido que no deje de comer y de llamarme si le pasa algo.

Todo esto parece muy torcido pero no quisiera estar en otro lugar. Con Alejandro estoy bastante bien, incluso ahora. Y esta noche toca ver al dealer.

Alejandro estará dormido, mientras estoy con el dealer. Genaro y Javier tampoco podrán asistir, tienen citas de Tinder. Pachecos, el dealer y yo comenzamos a platicar de lo que nos pasa, indirectamente: ¿Has conocido a alguien que…?

A la mañana siguiente salgo a trabajar como últimamente: vestida como ciudadana de un régimen militar, mientras mi novio está dormido. Paso por su estudio y veo que ha avanzado mucho. Me paso a admirar su obra y la encuentro preciosa. Veo los ceniceros sucios en el piso y volteo a la mugre de alrededor. La obra luce limpia, sin embargo.

El visitante y yo nos cruzamos en la calle. Así descubro que lo olvidé. Una prueba más de que estoy bien con mi relación, pienso. A él le da gusto, sinceramente, que tenga yo el valor de salir sola. O eso. No supimos ponerlo en palabras. Se burla de mi vestuario. De la oficina sale mi jefa enojada por una falla de la luz pero contenta de verme con un nuevo hombre. Hasta este nuevo hombre, que la ha visto segundos, puede percibir en ella toda la sobreactuación con la que se conduce.

Todavía no lo sabemos, pero al visitante le confunde la idea de enamorarse de mí y tener que irse dentro de poco. Yo creo que es una buena manera de hacer una amistad nueva. Y sí, me lo cogería, pero casi no soy tan pronto. Soy más confiada sin llegar a tonta. Soy tonta pero he podido evitar que algunas catástrofes sucedan. Además Rocío me gusta más que este visitante.

Todos estamos confundidos. Pretendemos ser los mismos a diario, aunque cada día tenemos la oportunidad de ser una nueva persona. Toda una nueva persona. Con Rocío, Genaro, Javier, el visitante y Alejandro, me siento cómoda. Siento que compartimos confusiones. En orden ascendente.

Acompaño al visitante a su trabajo y regreso a casa. Me encuentro a una chica llorando. Un tarado le levantó la falda y la asaltó. La acompaño al ministerio público, donde nuevamente habrá que dar batalla por levantar una denuncia. Decido que todo sería más sencillo si tuviéramos a un hombre. Le llamo al visitante y él llega con el abogado de su trabajo. Él y la chica terminan gustándose. Todos terminamos en el depa de ella. El visitante y yo dormimos abrazados y pachecos pero no hacemos nada.

Alejandro me llama, en la mañana. Ha estado dormido todo este tiempo. Sí, estoy bien, te tengo que contar, le digo. Lo descubro dormido, al llegar. Y al salir. Nuevamente mi oficina no tiene luz; mi jefa y yo trabajamos en una cafetería. Todo se puede hacer más fácil sin estar todo el día en la oficina, me dice, como si acabara de descubrir el hilo negro. A la cafetería llega su hijo, un quinceañero que me recuerda al Alejandro del pasado.

Yo conozco a Alejandro desde la prepa, aunque llevamos poco de novios. Mi jefa me pregunta por él y se me ocurre decirle lo que acabo de pensar. Ella me mira con susto. Por lo menos es bastante mono, dice, mientras vuelve a teclear rabiosamente su documento en la laptop.

Regreso a casa, Alejandro está trabajando pacheco. La obra ya casi está terminada. Tiene un retrato de una persona hecho con puros recortes de gatos negros y blancos. ¿Y si adoptamos un gatito?, me dice. Nunca pensé que fuera de hijos o mascotas, pero un gatito nunca le hizo daño a nadie.

El día que hay que ir a elegirlo, Alejandro se queda dormido, no consigo despertarlo. Entonces le llamo al visitante. De regreso a casa, el visitante sube. Conoce a Alejandro. Fumamos. Alejandro se pone a trabajar. Nosotros nos quedamos platicando. Antes de irse, el visitante me confiesa que ha querido besarme desde que me conoció. Y que sabe que parece que todo entre artistas es abierto pero para él las relaciones no son así. Está mal, me dirá cuando por fin nos besemos.

Nunca he querido estar en una relación “para siempre”. Tampoco me sorprende estar con Alejandro, a pesar de conocerlo desde hace años. Me siento atraída hacia muchas personas pero sé que no puedo complacerme con todas ni complacerles a todos como todos quisiéramos. Creo que hay que ser libres. El visitante, no piensa igual. Él sí quiere una boda “familiar” y quiere tener la opción de adoptar.      Quiere una boda, un matrimonio, y una casa donde la esposa no trabaje fuera. Yo no sé lo que quiero, estoy muy bien donde estoy; no creo nada pero hago mi trabajo bien. Y tengo a Alejandro. Y su obra ya casi está terminada.

Mientras tanto, Alejandro duerme cuando el visitante y yo nos despedimos. Dormirá también el tiempo que paso en cama pensando en todas las personas que me atraen y con las que quiero estar. Y también cuando me despierto antes de que suene la alarma, la desactivo de antemano, y paso un tiempo mirando las obras en su taller.

Conforme Alejandro comienza a pasar menos tiempo en casa, por preparar su exposición, deja de fumar. Necesariamente, por estar haciendo cosas lejos de sus sustancias. En la galería no lo dejan fumar. Sí fuman, en el patio. Pero está perfectamente mal visto; no se acostumbra abiertamente. Así es como sé que Alejandro puede salir de su gran hechizo.

No voy a olvidar al visitante. Lo veré arrastrando su maleta en un parque cerca de nuestras oficinas. Mientras estoy con mi jefa, me pregunta por el galanazo del otro día. Se regresó, le digo. Ya terminó de trabajar aquí. Descubro a una mujer con él. Cuando él se va, veo que es la chica que llevamos al ministerio público.

Ella me reconoce, se acerca, me saluda contenta. Dice que empezará una AC de feminismo, que debería unirme. Mi jefa la mira con perfecta actitud de “Perra, es M-I-E-M-P-L-E-A-D-A”, pero me lo voy a pensar muy seriamente.

En la AC, pondremos una obra de Alejandro. Durante seis meses, por ocuparse de promover las exposiciones que le programan por todos lados, cambiará el cigarro por el alcohol. Muy feo eso. Lo prefiero fumando y trabajando, a alcoholizado y presumido. Pero es tan solo otra etapa de esta psicosis. Y me gusta acompañarlo a fiestas y conocer chicos y chicas súper interesantes, de todos lados.

Mar, la chava de la AC, me contará que el visitante conoció a su futura esposa en un congreso de medicina. Es una entaconada de cabello relamido. Nos encontraremos en la boda de Mar y su novio el abogado. Alejandro se pondrá a explicarle a esa tonta qué significa el arte. Le divierten esas cosas. Lo pagará.

La entaconada comenzará una colección de arte bajo su consejo. Y comprará “un Alejandro”, para su oficina. Alejandro, mientras tanto, comenzará un nuevo proyecto. Todos me miran con cara de “sabemos exactamente por lo que vas a pasar”. Pero no tienen ni idea.








Alejandro Murillo (Delicias, Chihuahua) estudió cine en el CUEC de la UNAM y escribe desde adolescente. Recibió una candidatura al premio Ariel por su documental Hasta la punta de los dedos, sobre lengua de señas mexicana. Y ganó el Festival Mix con su corto Si nos dejan. Prepara el lanzamiento de un largometraje para sordos basado en una obra de teatro de la compañía Seña y verbo. Y todo lo que ve lo quiere escribir.

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