jueves, 19 de abril de 2018

Raúl Aníbal Sánchez Vargas

Rosita Alvírez

Por Raúl Aníbal Sánchez Vargas

Cuenta Suetonio sobre el asesinato del divino Julio César: “Recibió veintitrés heridas, y solo a la primera lanzó un gemido, sin pronunciar palabra. (…) Según testimonio del médico Antistio, entre tantas heridas, solo la segunda, recibida en el pecho, era mortal”. Como mi cultura popular es más basta que la clásica, y en general soy un poco patarato, al leer estas líneas recordé de pronto las del no menos divino Eulalio Gonzales “Piporro”, en El corrido de Rosita Alvirez: “Rosita andaba de suerte, de tres tiros que le dieron nomás uno era de muerte“.

El chiste se lo debemos al bardo regiomontano, pero el corrido es más antiguo. Por fortuna siempre hay un académico gringo que ya ha investigado toda clase de temas y ha publicado algunos papers al respecto, incluyendo algunos tan variopintos como “Chili con carne desde una perspectiva postcolonial de género” o “Mezcalización del sotol en el noroeste de México, un epistemicidio de masas”. Así que bastan un par de clicks en Google para enterarnos que el corrido de Rosita Alvirez se remonta al año de 1835 y se hace eco de una noticia que conmocionó a las buenas gentes de Saltillo, a saber, el asesinato a mansalva de Rosita por un tal Hipólito, a causa de un desaire en la pista de baile. El original es más misógino que la versión piporresca (ya bastante cargadita) y termina admonitoriamente con las palabras de la madre de Rosita: "Ya vistes, hija querida, por andar de pizpireta, te había de llegar el día".

Hay otro punto de conexión entre Suetonio y el corrido, el de la premonición de la muerte y la deliberada negligencia de la víctima. Dicen que a César el augur ciego Espurina le había prevenido de un atentado durante la festividad de los idus de marzo y que el emperador, llegado el día y mientras subía por las escalinatas del senado, se burló del adivino llamándole falso profeta. “Han llegado los idus, pero aún no se terminan”, contestó el vidente desde la multitud. Con menos pompa y atendiendo a la necesidad sintética del corrido, la madre de Rosita tiene un presentimiento, corazonada de madre al fin y al cabo, e intenta detener a su rebelde hija antes de salir de casa, a lo que la muchacha, con fatal resolución, responde muy orondamente: Mamá, no tengo la culpa que a mí me gusten los bailes.

Sirva el ejercicio anterior para dos cosas. La primera, que nadie conoce la hora de su muerte y que aun sabiéndola se cree inmortal. La segunda, que las historias de los emperadores y de los plebeyos, humanas como son, resultan siempre similares.







Raúl Aníbal Sánchez Vargas estudió creación literaria en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Dentro de su labor como escritor ha destacado en los géneros de poesía, crónica, ensayo y cuento infantil. Es autor junto con Daniel Espartaco Sánchez de la novela La muerte del Pelícano (Ediciones B). Sus libros más recientes son El genio de la familia (2014), publicado por el Fondo Editorial Tierra Adentro y el poemario Los dones subterráneos de editorial Posdata.

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