Por
Dolores Gómez Antillón
Hacía
tiempo teníamos el plan de ir la sierra, a Las Barrancas del Cobre y a la Cascada
de Basasiáchic. Llegó el día anhelado.
Destinamos un fin de semana para disfrutar de la naturaleza inenarrable de la
Sierra Tarahumara.
Llegamos
a una cabaña comodísima que un amigo nos había ofrecido. Tenía una gran
chimenea, una cocinita, una cama confortable, su baño y una ventana por donde teníamos
una vista excepcional. La belleza natural con el contraste de colores desde el
verde, lila, bugambilia y amarillo, mil destellos de la luz con un amanecer
escarlata, violeta y azul intenso.
Maravillados
ante tal paisaje nos abrazamos y besamos con euforia porque sorprendidos nos
alegramos y gozosos nos alistamos para recorrer las escarpadas montañas. Conseguimos
un guía que en una camioneta nos condujo a los mágicos lugares.
Desde
lo alto vimos al fondo de los cañones, nos sentimos en el cielo, diminutas
criaturas caminaban abajo, experiencia vertiginosa que gozamos frenéticamente. Nuestros corazones latían
acelerados. Llegó el momento de trasladarnos a la cascada y bajar a lo profundo;
corría como un manantial de agua
cristalina que caía de lo alto. Llegamos felices al contemplar el escenario maravilloso
de la gran cabellera de cristalinas aguas que
formaba, al caer, bailarinas entusiastas con la espuma blanquísima, mágicas
danzantes.
Los
bellos ojos claros de él mirándome con amor y pasión, acaricié su cabellera sedosa
y no pude contener las ganas de besarlo, ya deseaba iniciar el camino hacia un
mundo mágico que nos haría vibrar las sensaciones más profundas de nuestros
cuerpos, la calentura y la excitación aumentaron el deseo de entrega; ya mis
muslos ansiosos esperaban con pasión la jabalina que desataría un remolino
placentero al penetrarme. Sentí un delicioso calor en mis labios caracolas, donde
yacía una hermosa mariposa que abriendo sus alas emprendió su vuelo en el momento más pasional de nuestra entrega. Nos cobijamos el uno al otro, nuestros
secretos se confundieron en uno solo.
Caminamos
hasta dar con el guía y ya en la camioneta seguimos besándonos e imaginando lo
que nos esperaba en la cabaña con el calorcito de la chimenea y las viandas que
pedimos y, desde luego, el vino que nunca olvidábamos.
Entramos
a la cabaña felices de las maravillas naturales, el agua donde nos bañamos, nuestra
entrega como un par de peces. Al entrar vimos los colores azules y dorados que
emanaban de la leña en la gran chimenea que mantenía una temperatura agradable, pues ya de tarde hace mucho frío en la
sierra. Sobre la mesa de madera pusimos nuestros alimentos, ya preparados: un
asado de carne de puerco con chile colorado, papas, queso fundido, tortillas de
maíz y unas tunas de postre, todo ello preparado por las cocineras rarámuris,
todo delicioso. Con gusto saboreamos aquellos manjares y ya satisfechos nos
acercamos a la ventana que mostraba un cielo anochecido con estrellas, una luna
llena alumbraba nuestras siluetas abrazadas. Nos sentíamos agradecidos con Dios
por permitirnos estar tan cerca de ese paisaje hermoso que nos llenaba el alma.
Así pasamos un buen tiempo confundidos con toda esa belleza y ya desde nuestra
cama seguimos admirando ese mundo que habíamos descubierto y que llenaba de
gozo los corazones, que empezaron a latir con fuerza. Era toda la experiencia que
despertaba nuestros sentidos y apasionadamente empezamos de nuevo el amor.
Me
tomaste por la cintura y empezaste a besarme el cuello y yo seguí junto contigo
acariciando todo tu cuerpo; abrimos el vino y brindamos en unos jarritos de
barro: qué delicioso y reconfortante para
nuestras energías, qué estimulante. Ya nuestra faena había empezado entregando
en cada beso un pedacito de nuestro corazón; el torbellino de pasiones estaba girando y esperaba el deleite de que me
habitaras para sentir el placer más pleno. El paraíso que nos envolvía en la
magia de los hermosos paisajes nos excitó aún más.
Nuestras
ganas crecían y mis muslos esperaban ansiosamente sentir la llegada de mi amor.
Un rayo luminoso penetró lo más profundo de mi intimidad que se desplegaba como
centella por todo mi cuerpo haciéndome sentir el delicioso placer que
compartimos, electrizados ambos y con movimientos intensos hasta que nos
iluminamos juntos.
Era
el éxtasis que nos llevaba al agua de la cascada donde placenteramente habíamos
hecho el amor. Todos los paisajes venían a unirse a nuestras mentes y el
disfrute fue más grande, los fluidos se juntaron y ensortijados corrieron
por nuestras piernas. Con deleite vaciamos un poco de vino en nuestro
centro de la vida que con avidez bebimos. Tranquilos nos metimos a la regadera
con agua fría que calentamos con nuestros cuerpos.
Nos
quedamos viendo por la ventana desde la cama, el hermoso cielo que nos cubría
con su manto de luces hasta que rendidos nos quedamos dormidos.
Serían
las seis de la mañana cuando tocaron a la puerta de la cabaña dando los buenos
días, una señora que trajo el desayuno: jugo de naranja, una jarra de café y leche, unas piezas de pan
de elote recién horneadas y huevos en una salsa riquísima. Desayunamos placenteramente
y en eso llegó el guía que esperaba por nosotros con hermosos caballos, porque
iríamos a dar un paseo por los alrededores.
―Buenos
días, señores: aquí traigo a las bestias para el paseo que les prometí ―nos
dijo.
Estábamos
listos para la nueva experiencia, montamos y partimos. El guía cabresteaba los
caballos con una cuerda para dirigir nuestro itinerario. Nos llevó por un
camino en medio de un paisaje de pinos
altísimos cuyo olor era de rocío y resina, bajamos por una vereda de flores de
diferentes colores, bellísimas. Recorrimos varios kilómetros hasta que Ramón
nos dijo que pararíamos unos momentos para gozar de un manantial que formaba
una especie de lago termal. Desnudos nos metimos a nadar, el agua estaba tibia. Nos besamos y seguimos
nadando hasta que nos alejamos bastante del guía. Nuestros cuerpos unidos iniciaron la danza del amor. Nos
besamos acariciándonos todo hasta tocar nuestra intimidad, a punto de unirnos
sentí la hermosa espada tocándome y fue entonces que nos entregamos apasionadamente,
gritando de placer. Nos penetró la
puesta del sol, tenue llegaba la noche pintando entre las nubes mil colores, nuestros
sentidos se pintaban en aquel lienzo maravilloso como si viviéramos en como una
pintura que alguien dibujaba.
Salimos
corriendo a vestirnos, Ramón esperaba con paciencia mientras tomaba un poco de agua
fresca. Regresamos por la misma vereda y llegamos a una cabaña cuya chimenea
humeaba. Nos dijo:
―Aquí
haremos una parada para que tomen algo.
Era
la casita del guía. En el portal estaba su esposa, Rosario, que nos dio la
bienvenida y nos ofreció unos frijolitos con queso y una sopa de tortilla,
acompañados con una taza de chocolate y unos panes deliciosos que ella había cocinado.
Nos sentamos a la mesa como una familia. Nos regaló para llevar un trozo de
pastel de nata.
Rumbo a nuestra cabaña suspiramos
profundamente, íbamos muy contentos y todo nos daba risa, alegría inmensa.
Ramón también reía.
La
capacidad de asombro nunca se acaba. Al llegar estaban unos danzantes rarámuris
que alegraban con sus bailes tradicionales y su música el ambiente que muchos
turistas admiramos.
Ya
en la cabaña volvimos a nuestra ventana que nos ofrecía el cielo iluminado, miles de estrellas, florecitas
celestiales, y la gran luna, su luz de plata.
Totalmente
agotados nos fuimos a la cama, abrazados. Mirando el cielo nos quedamos
dormidos. Despertamos temprano para arreglar las cosas, pues nuestra seductora
estancia en la sierra se había terminado.
Antes
de partir, las ganas de hacer el amor motivados por tanta belleza y atracción
entre nosotros nos envolvió en una vorágine de sentimientos y nos entregamos
apasionada, placenteramente. Dimos gracias por haber compartido aquel milagro
de la vida.
Nos despedimos cordialmente de Ramón, nuestro
guía; le pagamos, agradecidos por todas
sus atenciones.
Dolores
Gómez Antillón es licenciada en letras españolas con maestría en educación por
la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua, de
la que después llegó a ser directora. Ha publicado los libros Rocío de historias cuentistas de Filosofía y
Letras, Apuntes para la Historia del
Hospital Central Universitario y Voces
de viajeros.
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