El
viudo
Por
Jesús Chávez Marín
Abro los ojos y lo que veo son estas ramas negras y al fondo un lago
tranquilo. Parece que estuvieran al principio del mundo y no solo a principio
del año; otro tiempo más de fracaso. ¿Quiénes son esas personas que ayer
parecían tan felices comprando regalos de última hora, tomando brandy a
hurtadillas como adelanto de la cena que viene, la noche buena? Las parejas van
de la mano con absoluta confianza y cariño. Por supuesto que no los envidio,
jamás seré ese blando señor que por una brizna de alegría fue vendiendo su alma
al tedio. Nadie me ama, es cierto, pero tampoco dependo de ningún afecto. Soy
el paria en las pocas casas a donde llega, el que se queda un rato y luego se
va: sigue caminando por el rumbo de su completa libertad. Pero si me hago alguna
de las preguntas que nunca dejo llegar, podría saltar esta: ¿libertad para qué,
para dónde? Soy un cuerpo a la deriva. La Navidad frente a la televisión y el
año nuevo en la botella de whisky, sin medida, no me procuran plenitud alguna,
por más que en los vapores del viaje alcohólico se revele algún espejismo de
ingenio que luego se esfuma. Y luego solo queda esta biología torturada que
ahora late con violencia en las sienes queriendo reventar un cerebro estéril.
Tengo 64, ¿ya para qué me esfuerzo? Nadie me espera, muy pocos habrán de
acordarse de mí cuando haya muerto.
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