Arte de Alberto Carlos
La perra es brava
Por Alberto Carlos
Atravesar el D. F. en automóvil con placas de Chihuahua
es como meterse retrospectivamente al camino real por los dominios de los
bandidos de Río Frío. Nada mas es cuestión de agarrar la Avenida Vallejo (si va
uno a Puebla) y empieza el desplumadero sin misericordia, practicado por los
llamados agentes de tránsito contra todo mortal fuereño que se atreve a
entrarle al toro volante en mano.
A las primeras de cambio, le cae el pionero del
desplume con cualquier pretexto. No es necesario cometer infracciones. Basta
con llevar placas del interior para
que le den el primer apretón de tuercas. Este primer asaltante, digo, agente,
les avisa por radio a sus compas de ruta: Ahí va uno a Chihuahua. (Da las señas
del vehículo). Ya le tumbé un quinientón. Va para Puebla. A ver qué le sacan.
Lleva lana.
En Río del Consulado lo paran otros dos, le birlan más
feria y, en la Avenida Zaragoza, otros tantos le esquilman parte del fajo de
billetes de la prima vacacional. Ya para salir a la carretera, sale al
encuentro el encargado de darle la puntilla. A veces llega con la grúa para
decomisarle el vehículo porque, por ejemplo, trae por ahí un adornito niquelado
que se toma, según ellos, como “alteración de características”. Con la amenaza
de la grúa, la “cooperación” es inflacionaria.
No sé si a todos los fuereños les va tan mal, pero a
los de Chihuahua, de que nos traen, nos traen. A lo mejor se debe a que nuestro
paisano Óscar Flores ha metido al bote algunos corruptos y como venganza, por
espíritu del gremio, nos aplican el ojo por ojo, diente por diente.
Muy seguido lo paran a uno simplemente para exigirle
que muestre sus documentos. Enseña uno sus papeles y el agente se molesta
porque anda al centavo y no hay por donde agarrarlo. De la que me salvé, piensa
uno. Pero no, porque ¡zas!, le pide el permiso para transportar carga, porque
lleva usted unas macetitas compradas en San Juan del Río y unas cazuelas que se
antojaron en Texcoco. No hay manera de quedar bien con estos celosos
cumplidores de su deber y de su haber. Como sea y a como dé lugar, sale uno
perdiendo.
A los que no han soltado prenda les han decomisado sus
vehículos o sus documentos, y se han metido en una aventura kafkiana
espeluznante, aparte del dineral que les ha costado salir del trance. Desde el
primero hasta el último ventanillero o barandillero que interviene contra el
supuesto infractor, están condicionados para aterrorizar al cliente con un catálogo de impedimentos,
cargos y amenazas que engordan el monto del esquilismo hasta dejar al condenado
más frito que un pollo loco.
“México es mi capital”, cantaba el finado Pepe Guízar.
Debió invertir los factores: nosotros somos el capital de México, D. F.
Alberto Carlos. Artista nacido en Fresnillo, Zacatecas,
avecindado en Chihuahua desde la infancia. Con medio siglo de trayectoria, su
vasta obra mural, escultórica y de caballete abarcó una diversidad de técnicas
y temáticas. Su natural inquietud y amplia cultura lo llevó a incursionar en la
literatura y el periodismo, en géneros como la poesía, el cuento, el ensayo, la
calavera, el epigrama y la columna, los cuales publicaba en periódicos como el
suplemento Tragaluz de Novedades de Chihuahua, El Heraldo de
Chihuahua, y en las revistas Tarahumara y Solar.
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