sábado, 1 de febrero de 2020

Alberto Carlos. La sangre llama

Arte de Alberto Carlos
La sangre llama

Por Alberto Carlos

“Me siento orgulloso de tener sangre azteca”. Esta jalada histórico-genética es muy común entre declarantes mexicanos.
―Hasta las cachas ―gritan.
Por eso estamos como estamos y seguimos en las mismas.
No sé si ese orgullo es producto de la ignorancia histórica o si, de plano, nos gusta la mala vida. Puede ser también por admiración al estadio en donde se han escrito las más “gloriosas” páginas y se han dicho (por televisión) las más solemnes parrafadas sobre las épicas justas entre las Chivas Rayadas y el América.
Lo cierto es que persiste el orgullo por tan hemostática tenencia. Y lo grave no está en la tenencia, sino en el uso y el abuso de la susodicha sangronada.
Mire usted:
Los aztecas fueron el azote de cuantos pueblos tuvieron la desgracia de estar al alcance de sus garras. El imperio persa, el romano, y el norteamericano de hoy, se quedan cortos ante los imperialistas emplumados de la Gran Tenochtitlán.
Ojalá y fuera solo historia antigua, pero no, porque, como decíamos, seguimos en las mismas funcias. La sede del imperio es la misma, en el mismo sitio y bajo las mismas condiciones, salvo que ahora se llama D. F.
El aztequismo se quitó el taparrabo y se institucionalizó.
Seguimos siendo tributarios ad chalecum de la metrópoli lacustre del águila y la serpiente, con el agravante de que ahora son un catorzal y se comen hasta las cáscaras, eso sí, bien subsidiadas.
En tiempo de los aztecas, los pueblos eran también tributarios de sangre para los sacrificios. Ahora es la misma cosa, pero en un sentido genético. El sacrificio consiste en aparearse con las nativas o nativos tipo Coatlicue, para mejorarles la raza.
Con este tributo de sangre ya pasaron de 1.50 metros de estatura; y les cambiaron las medidas de 80-80-80 a proporciones más o menos de Mis México, que no es mucho, pero algo es algo.
Por lo demás, cada quien usa la historia que se merece y le acomoda, no faltaba más, para eso es la democracia y la reforma política... y aquí no ha pasado nada.
Yo nomás decía...
Nota:
El tributo de sangre para sacrificios, ahora lo sufren nuestras reses que van (las llevan) a Ferrería y contribuyen, con proteínas, a levantarles el ánimo y la estatura a los tenochtitlanos.
Total, no era la intención el hacer tan sangriento este artículillo, pero así salió y ni modo.




Alberto Carlos. Artista nacido en Fresnillo, Zacatecas, avecindado en Chihuahua desde la infancia. Con medio siglo de trayectoria, su vasta obra mural, escultórica y de caballete abarcó una diversidad de técnicas y temáticas. Su natural inquietud y amplia cultura lo llevó a incursionar en la literatura y el periodismo, en géneros como la poesía, el cuento, el ensayo, la calavera, el epigrama y la columna, los cuales publicaba en periódicos como el suplemento Tragaluz de Novedades de Chihuahua, El Heraldo de Chihuahua, y en las revistas Tarahumara y Solar.

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