De verdad espero que regreses pronto ¡Sofía ya me
tiene loca!
Por Viviana Mendoza Hernández
Esta semana decidió que no bastaba con el único árbol
de los siete que logramos germinar con la naranja que dejaste olvidada. Ya te
había comentado que agarró las semillas y trató de hacer lo que hacían en la
primaria cuando eras niño, el famoso experimento de frijol en un frasco lleno
de algodón y agua. En alguna parte vimos lo de los tubos de papel del baño
llenos de tierra y doblados hacia dentro y decidió experimentar con las dos
opciones. Eso después de germinar las semillas cubiertas en
servilletas y envueltas en aluminio.
¡Te culpo completamente! Le dijiste que las naranjas estaban entre tus frutas favoritas porque solo necesitas las uñas para pelarlas, el jugo tiene muchos nutrientes y los gajos pueden quitar el hambre por un rato, mientras que las cáscaras pueden quedarse en la mochila, en el bolsillo y aromatizar antes de que las use para incomodar el olfato del gato del vecino y su terquedad de usar las macetas como areneros.
¿Crees que no me pidió
ya que busque el aceite para hacer las velas? Suena fácil hacerlo:
"Corta la parte superior de la naranja y extrae su pulpa sin romper la
cáscara. Deja uno de los picos de la parte interna de la cáscara que sirva como
mecha. Le ponemos aceite vegetal y ya está lista para encenderla. También se
puede hacer, poniendo una vela dentro". Y Sofía recuerda que su
tía Xóchitl tiene una vela de esas que compró en Coyoacán. Así que
debe poder hacerse, aunque hasta el momento fracasamos.
Miento. Fracasar sería
que la casa no se hubiera llenado del perfume de las naranjas, cuando las
cáscaras se quemaron porque calculé mal la cantidad de aceite. La cáscara era
delgada, se desgarró en algún punto, o cualquier falla. La idea de usarla como
base de vela no fue aceptada por tu hija.
El caso es que no heredó tu paciencia, y eso es una
desventaja para dos aceleradas que se quedaron solas con demasiado tiempo
libre.
Tuve la suerte de encontrar una receta para aromatizar
sin tanto drama. Solo tienes que poner un puñado de cáscaras frescas de
naranja, limón, y algunas ramas de canela en 2 tazas de agua, esperar a que
hierva y dejar que cueza durante 10 minutos, llenar un frasco con boquilla de
spray y usarla cuando quiera.
Nuestra receta fue sin
canela. Me lo concedió, a cambio de volver a intentar los brotes de naranjo.
Así que no te sorprendas si ves los tubos llenos de tierra en el baño, junto al
envase con vinagre blanco y cáscaras que usamos para limpiar.
Tiene razón en que los brotes serían buenos regalos,
sus amigos vieron que logramos el arbolito que tardará al menos un año en
desarrollarse, lo suficiente para estar en un terreno abierto, es decir, un
parque y todavía más para tener la fuerza para cuidar las tragonas orugas de mariposas
que le enseñamos en casa de la bisabuela. Ese naranjo que se negó a morir
después de la helada de hace quince años (creo), y que no ha dado más unas
cuantas flores y muchas hojas porque le cortaron el tronco, y ya es un ser
"chaparro y mechudo" como el perrito french de su primo.
¿Te acuerdas su asombro cuando le enseñaste la crisálida
semioculta en las hojas más bajas? ¿Su frustración porque no regresaríamos a
visitar a la abuela antes de que la mariposa saliera? “Papilio Thoas” se
llaman las famosas mariposas de oruga gris y hermosas alas amarillo y negro.
Fue cuando te tejió la bufanda y les hizo pulseras a
sus compañeras de la escuela. Quería entender bien el trabajo de la oruga y no
se me ocurrió otra manera.
Te estoy escribiendo para calmarme. Esta semana se le
ocurrió a la tía Isabel mencionar que la abuela y la tía Marina hacían dulces
con las cáscaras y que soy de las últimas nietas a quienes les enseñó la
receta.
Fue una videollamada breve, cortesía que acostumbran
cuando se les olvida que podrías estar de visita. O eso pretenden.
Sofía no les dijo de tu viaje. Estaba demasiado
emocionada explicándole las virtudes de las cáscaras en una mascarilla
rejuvenecedora que se puede hacer con ralladura, o cáscara molida con harina de
avena y miel.
—¡Es una maravilla! —dijo Sofía imitando con a su
tía Laura—. Con solo 30 minutos de tener puesta la mezcla, mi tía se verá
cada vez más joven.
Ni mi tía ni yo supimos distinguir si era sarcasmo o
verdadero entusiasmo de la niña. Podría apostar que son ambos, pero a la tía
Isabel no le gustó que le insinuaran que su hija se veía "viejita".
Decirle que las cáscaras molidas sirven tan bien como
un blanqueador de dientes si las combina con bicarbonato de sodio no ayudó a
que la ofensa fuera menor. Por más que Sofía sonriera, la incredulidad dominó
la conversación, hasta que mi tía recordó esa receta de tiempos de la
Revolución.
¡Te juro que le voy a mandar una caja completa de
frascos con el dulce a mi adorable tía! Sofía no me dejó en paz hasta que
acepté dedicar el fin de semana a ese experimento culinario del que solo puedo
agradecer que no necesita que usemos el horno.
Es mejor que ya no te escriba de esta aventura. Tengo
trabajo pendiente y estoy segura que Sofía querrá platicarte todo cuando
regreses.
Desperté con su escándalo en la cocina. Se preparó un
cereal con leche y puso música en lugar de la televisión para no distraerse
(según ella) mientras sacaba los dos exprimidores, la jarra verde, la tabla de
cortar, la olla grande, la bolsa con las naranjas y el azúcar.
La olla está todavía demasiado pesada para que se
arriesgara a cargarla llena, lo que evitó que encendiera la estufa para
calentar el agua. Lo que no me queda duda es que, de tardarme cinco minutos
más, me esperaba una tragedia al intentar cortar las naranjas ella sola.
Puedo imaginarme tu arruga en la frente, las cejas
arqueadas y la mano ocultando todo. Sigue leyendo. La que sufrió daño fue otra.
Corté las mitades, las exprimimos y las echamos a la
olla con agua para que hirvieran. Sofía desayunó el cereal y yo un poco de pan
con el jugo.
Las cáscaras hirvieron, metí la mano para sacarlas y
me quemé. Sofía no dejó de reírse mientras verificaba que la quemadura no fuera
más que del susto y pudiera seguir luego de enfriarla y tomarme un analgésico.
El resto fue “jugar a pescarlas” con una cuchara sopera y quitarles los gajos
volteándolas porque la abuela decía que así conservaban humedad y sabor.
Separadas, las cortamos en tiras y las echamos con un
poco de agua en un sartén, las vamos moviendo con una pala y le agregamos
azúcar. Esa fue la parte favorita de Sofía, jugar a que era polvo mágico en un
nuevo hechizo.
Luego las dejamos secar sobre unas charolas.
“Cáscaras cristalizadas” es como se llama el postre.
Tiene la misma base que la mermelada. Una de las grandes diferencias es que se
rallan las naranjas luego de limpiarlas con una esponja, para no usar la parte
blanca de la cáscara porque llega a ser amarga. En la receta de la mermelada se
hierve la fruta en trocitos durante quince minutos a partir del primer hervor,
luego se agregan las cáscaras ralladas y el azúcar. Hay quien recomienda un
kilo de azúcar por cada kilo de naranjas, hay quien recomiendo poco más de
medio kilo de azúcar para que se conserve el tono cítrico.
Ya veremos cuál de las recetas es la mejor, cuando el
conejillo de indias regrese a casa.
Ni se te ocurra huir. Prometo que no será durante la
visita de las tías.
Los 45 minutos para que la fórmula hierva van
acompañados del movimiento constante para que no se queme. Luego se hace una
prueba de consistencia en un plato inclinado, si resbala demasiado fácil, le
falta hervir más.
Puedes imaginar todo lo que pasamos en ese rato. Lavar
los trastes, buscar más ideas (de ahí salió la receta de la mermelada), bailar
para conjurarte con un canto al Sol, revisar de nuevo mi mano porque Sofía se
quedó asustada del color de mi piel cuando la saqué de la olla y me vio
llorando mientras me ponía las tiras de sábila que cortó de nuestra planta y la
medicina hacía efecto. Lección aprendida, ella no se arriesgará cuando tenga
más edad y quiera cocinar.
El dulce quedó bastante bien y va a ser un buen
obsequio para su maestro, ahora que regresan a clases. Espero que el pobre se
enfoque en las cuestiones de reciclaje, naturaleza y salud, si a Sofía se le
ocurre mostrarle su “Libro de las Sombras” o tendremos un serio problema en
explicar que nuestra brujita heredó mi imaginación y tu obsesión por los
detalles.
Ya puedo considerarte advertido.
Te extrañamos.
Viviana Y. Mendoza Hernández es egresada de la Facultad de Letras de la UACH, es autora de la novela Buscando una vida normal publicada en 2007 por la editorial de la misma universidad, así como algunos textos de sus tiempos como estudiante. Ha participado en diversas actividades de promoción y difusión cultural, así como de lecto-escritura para educación básica. Actualmente colabora (entre otros espacios digitales) en el periódico digital El Devenir de Chihuahua en la sección de cultura.
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