Coralillo, o caminar adherido a la vida
Por Margarita Aguilar Urbán
Jesús Chávez
Marín me dio a leer el primer libro de poesía chihuahuense que conocí en mis
años de estancia en esa amada ciudad. En los ochenta yo empezaba a deslumbrarme
con inusitados paisajes y con nuevas formas de expresión. Las palabras de
Rogelio Treviño resonaron con su Lámpara de la piedra en mi sensibilidad
de curiosa lectora. También comencé a conocer las crónicas de Chávez Marín, su
escritura mordaz, su agilidad narrativa y una capacidad intuitiva que le
permitía descubrir los avatares del mundo literario local. Este año, en un
nuevo acto de generosidad, me hizo llegar su poemario Coralillo, editado
en 2001 por Aster Editorial y reeditado por Aldea Global en 2020.
La primera
característica que advierte el lector es que el volumen está fincado en el
concepto del transcurrir cíclico del tiempo. La estructura es elocuente en este
sentido: el libro está dividido en cinco partes de las cuales cuatro
corresponden a las estaciones del año.
La otra sección,
localizada como un respiro intermedio entre las demás, está integrada por
treinta haikús, escritos cuidadosamente, donde la voz poética celebra los
momentos de contemplación del mundo, respetando la inclusión de los kigo
o palabras ligadas a elementos estacionales identificables.
Podría decirse
que este apartado es el corazón del poemario, es el lugar donde la palabra
manifiesta con más claridad su necesidad de alcanzar el instante poético, donde
se desembaraza de ataduras ornamentales innecesarias y encuentra la mirada
inocente del entorno.
Flor delicada:
Bien comprendí la fuerza
de tu perfume. (p. 52)
Tren fantasma
en medio de la nieve:
tu silueta.
(p. 60)
Además, esta
parte representa la invitación del poeta para que el lector registre sus
propios textos en los espacios en blanco proporcionados para este fin, “como se
escribe y dibuja en un cuaderno personal”, advierte el autor en una de las
primeras páginas.
El resto del
libro se presenta como la gran metáfora del viaje a través del tiempo, la
travesía de la vida marcada por el nacimiento, muerte y renovación de la
naturaleza, a la cual está integrado el ser humano. Cada estación es un parada,
una galería que muestra cuadros significativos de la existencia, recinto al que
se accede a través del conjuro de un par de haikús.
La voz poética
busca expresarse con palabras desnudas. Navega en un mar de crestas irregulares
privilegiando la confesión y la espontaneidad. Entonces brilla la preciada joya
de la autenticidad para entregar al lector la revelación de las emociones
íntimas del individuo que avanza en el camino azaroso de la vida.
La primavera se
presenta como la estación de “las mujeres que nacieron en abril”, que, a la
manera de las tres Gracias de Botticelli, derraman encanto, belleza y
fertilidad. El poema “Abril” es una celebración de la condición femenina en un
tiempo mítico.
El verano es la
época de las pasiones frenéticas, de los personajes animalizados cuyos pasos
“suenan como presagio de violencia” (p. 21), del miedo infantil por el regreso
del lobo, del amor que arrasa “…con furia / los libros y los muebles de mi
casa” (p. 25), de los celos, la compasión y la venganza justiciera:
El alba del sol habrá de enfrentarlo
en algún lugar lejano.
Allá habrá de vaciarse su destino
de paria ilegal y desterrado. (p. 35).
En el otoño
habitan la nostalgia y la memoria. Los sucesos se miran a través de la “niebla
del alba”. Mápula se erige como el lugar primigenio donde se encuentra la
madre. Los recuerdos son historias enmarcadas en entornos rurales o urbanos. En
esta estación aparece, también, el canto a “la mujer elemental” y a la plenitud
del amor:
… besé la higuera en mi patio
para que los frutos
fueran dulces. (p. 83)
Por último, el
invierno se asocia a situaciones de muerte, abandono o fracaso. Los seres
avanzan marchitos en “la noche doliente de aleteos / la noche polvorienta, /
quebrantada” (p. 103). El hombre insomne es torturado por las moscas, diminutas
Erinias:
¿Qué anuncian estas brujas oscuras
con su danza vulgar?
Basura soy del tiempo, o lo parezco,
y son ellas ruido de esta pequeña muerte. (p.
108)
El poemario
recorre caminos reconocibles para el lector porque dice las verdades de la
condición humana. Su andar animoso en busca del amor y la belleza, su
conciencia del fracaso y de la miseria, la inminencia de su muerte. Entre tropiezos y pérdidas, no obstante,
asoma la esperanza del renacimiento.
Anne Carson, en Decreación, escribió: “No importa qué se diga del
tiempo, la vida va en una sola dirección, / es un hecho, y resplandece”. Así sucede en la obra de Chávez Marín, Coralillo,
este ofidio de colores brillantes que transita bien adherido a la tierra y a la
vida.
Chávez Marín,
Jesús: Coralillo. Editorial Aldea Global, México, 2020. Segunda edición.
(Primera edición en Aster Ediciones, 2001).
Diciembre 2021
Margarita Aguilar Urbán es investigadora de arte, escritora y profesora de lengua y literatura. Escribió los poemarios Como estación de tren (1988) y Algodón en el corazón (poesía infantil, 2012). Está incluida en los volúmenes Voces de tierra (1994), Campos ignotos (1998) y Taller Literario Pablo Ochoa (2009). Como investigadora recopiló las memorias del artista tarahumara Erasmo Palma en el libro Donde cantan los pájaros chuyacos (1992, reedición 2016). Su obra Aurora Reyes. Alma de montaña, editada por el Instituto Chihuahuense de la Cultura, fue considerada el mejor libro del 2011 por el suplemento Día siete de El Universal y por la página de crítica literaria Salón de Letras.
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