El infierno es amor
Por Víctor Manuel Córdova
Pereyra
Cuando el silencio se volvió
una densa capa de sopor que caía sobre todo lo que en aquel espacio lo rodeaba,
pudo darse cuenta de algo que a la luz del aturdimiento encendido por la conciencia
resultaba obvio y vergonzante: el lugar que tanto tiempo guardó y procuró para
las mujeres que habían pasado por su vida en calidad de experiencias amorosas
–breves o no tan breves, efímeras o trascendentales– lo estaba ocupando ahora
él.
Lo supo sin posibilidad alguna
de equivocarse en sus razonamientos –al menos así lo sentía– cuando, en el
rincón al que lo habían confinado las últimas horas de aquella tarde, lo
acarició con vehemencia el desasosiego; una peligrosa y dolorosa mezcla de celos,
impotencia, rabia, sensación de abandono y frustración lo envolvía
inmisericordemente. Como un hierro al rojo vivo, encendido por el fuego de la
incertidumbre, quemaba la palma de su mano derecha el teléfono móvil donde, en
una conversación de WhatsApp, se leía:
“Estoy agotada. Anoche me
desvelé bastante con Narda, la chica de Puebla de la que te hablé. Coincidimos
en León para este Encuentro; todo fue inesperado, pero muy grato. Quizás no me
conecte hasta muy tarde, quiero descansar. Parrandear y bailar con ella es
agotador; placentero, pero agotador. Sigue siendo incansable. Descansa tú
también. Aprovecha para dormir temprano hoy.”
Y eso era justamente lo que
estaba transformándolo en una pira humana, esa sensación ingrata que iba del
mensaje al móvil y de ahí a la mano, entrando a través de su piel hasta calar
en huesos y nervios, envenenar la sangre, hacer rancio el aire acumulado en sus
pulmones y permitirle experimentar algo que no acertaba a definir con
exactitud, pero que, al menos, alcanzaba a equiparar con la inmolación. Sentía
arder hasta consumirse totalmente lento, muy lento y el suplicio de tal
sensación se prolongaba sin piedad. Arder sin llegar a ser cenizas; ahora
estaba en el lugar de sus antiguas parejas y todo lo que por fin llegó a
comprender al respecto solo sirvió para atizar más el fuego que lo castigaba.
Ni la empatía tardía, ni la culpa inservible eran sensaciones lo
suficientemente fuertes para distraerlo del dolor y de la rabia que aquel texto
había despertado en él…
Como un ataque interminable de
aguijones que lo reducían a un manojo de odio, ira e impotencia, su pensamiento
era un torbellino donde cruzaban oscuras nubes que la memoria alimentaba con
recuerdos sueltos e inconexos; en esas sádicas evocaciones los mensajes de ella
se alternaban y mezclaban con los que azarosamente regresaban y que venían de
las horas absurdas y agudas de la madrugada en que, como un muñeco catatónico,
trató de evadir su angustia conectado por horas ante el ordenador, navegando al
azar en YouTube: frases aleatorias tomadas de un conferencia en la que un
catedrático de Argentina hablaba sobre la construcción psicológica del
arquetipo “celoso” en el Otelo de
Shakespeare y que desde el discurso de género actual adquiría una dimensión
monstruosa; versos de la canción Por ti,
de Óscar Chávez que lo volvían una miserable fantasmagoría hecha de jirones
inservibles:
Por ti/ la ternura se niega
conmigo/ Por ti/ la amargura me sigue y la sigo/ Por ti/ me estoy volviendo
loco de celos/ se vuelven contra mí mis anhelos/ se vuelven contra mí…
Especulaciones tan fantásticas
como estúpidas sobre la combustión espontánea de los cuerpos que aparentemente
sin motivo alguno se transformaban en una antorcha viviente y agonizante;
versos de la canción La bestia humana
de Caifanes que contribuían a exaltar más su desesperación:
/No creas que no me he dado
cuenta/de las cosas que no me dices/De las formas que me has cambiado/No creas
que no me he dado cuenta/de las cosas que me has robado/No creas que no me he
dado cuenta/de que miras otros cuerpos/de que juegas con otras sombras/que te
esfumas cuando oscurece/Me estás enseñando a ser una bestia humana…
Y así como cada uno de los
versos calaba en su memoria, como cada una de las palabras hundían el aguijón
de su significado en la piel expuesta al ardor de los celos, fue sintiéndose
cada vez más como si fuese un muñeco vudú en manos de un perverso nigromante
avezado en esas prácticas… Cada palabra y cada imagen que se despertaba con las
palabras y las frases, le pinchaba con fuerza. Era claro, se sentía vulnerable
y vulnerado, y releer ese texto del WhatsApp lo volvía un novio vesánico …
“…Quizás me conecte hasta muy tarde… agotador, placentero, pero agotador… Sigue
siendo incansable…”
El aluvión de imágenes que esas
frases hacían nacer en él se le venía encima como una avalancha que lo
inmovilizaba… “¿Por qué razón se habían agotado tanto? ¿Bailar? ¿Solo habían
bailado? ¿Dormir hasta tarde? ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Qué no estaba obligada a
asistir, desde muy temprano, a todas las actividades del Encuentro? Las cuales,
por cierto, saturaban la agenda diaria de las fechas en que ella iba a estar
allá…”
La rabia se había convertido en
una especie de remolino que no solo se agitaba dentro de él, sino que le daba
la sensación de que, al agitarse, licuaba todo en su interior... todo… sus
vísceras, sus órganos, su sangre, sus venas, sus huesos, sus líquidos, su
impotencia, sus deseos, sus anhelos, sus pesadillas… Todo, absolutamente todo
daba vueltas dentro de él formando un batido asqueroso y espeso, una masa que
lo ahogaba en náuseas de impotencia, náuseas que le traían a la memoria
aquellas primeras charlas cuando empezaron a salir, apenas unos ocho meses
atrás; cuando ella, con una mirada pícara, divertida y un tanto lúbrica le
confesaba sus escarceos y sus experiencias con otras mujeres, esperando
despertar en él una especie de lujuria cómplice… en una lógica no consciente,
Midra había pensado que, en el imaginario porno- sexual de todo hombre la
fantasía de imaginar a su novia interactuando sexualmente con otra mujer
constituiría un inevitable punto de atracción entre los dos… De hecho, él
también lo pensaba, así lo supuso durante mucho tiempo, comentándolo, incluso
con algunas de sus parejas sexuales en juegos que resultaron no solo
divertidos, sino altamente placenteros… Pero en esta ocasión, algo estaba
pasando, algo distinto estaba sucediendo, la reacción no era grata, no había
lujuria en ello… Había ira, pura y vil ira, celos, dolor… lo libidinal de este
asunto había cedido su lugar a una categoría emocional distinta, muy distinta…
Trató de calmarse y se dejó
caer pesadamente sobre su cama aún sin arreglar. Se había despertado tres horas
atrás y recién abrió los ojos, buscó el teléfono móvil; ni un vestigio en el
registro del aparato, ella no había marcado en toda la noche… Explotó para sí:
“¡Ni una sola llamada!” Con los ojos aún arenosos y los párpados pegados por el
sueño, buscó afanosamente en los mensajes y sí, ahí estaba el de ella que lo
masacraba con vehemencia; el último que ella le había hecho llegar antes de su
prolongada ausencia en el teléfono… ese texto que, a esas alturas, ya era para
él el epítome de la tortura…
Tres horas habían transcurrido
desde que despertó después de haber sido vencido en la escaramuza entre el
sueño y el insomnio; aún no tomaba su café, no se bañaba, no desayunaba, si
mucho había ido a orinar y con la reacción que aún le causaba ese último
mensaje, estuvo a punto de dejar caer, por accidente, el teléfono en el
sanitario…
Recostado y atufado sobre su
cama tuvo la sensación de ser una especie de puerco que en lugar de hundirse en
el fango lo hacía en un charco de su propia bilis. La dificultad para respirar
había dado paso a que sus exhalaciones fueran jadeos. Apretaba los dientes y
maldecía todo. Había intentado comunicarse con ella unas 40 o 50 veces, inútil;
al marcarle, su llamada se iba directamente al buzón. En la bandeja de su
contacto en WhatsApp su último mensaje entró a las 12 y 17 minutos de la
madrugada, pero ella se conectó después, podía verlo; estuvo conectada aún más
tiempo, ¡hasta las 2 con 45 de la mañana!
¿Por qué demonios no le
escribía a él? ¿Por qué diablos seguía conectada? ¿Con quién habló? Se
fustigaba preguntándose a quién le habría dicho “Estoy sola, amiga. No puedo
dormir… ¿vienes? Estoy en la habitación…”
Tampoco podía evitar el punzar
de la duda que cierta suspicacia dejaba en él: ¿Qué tan causal sería el hecho
de que Narda hubiera ido a ese mismo Encuentro, en esa ciudad ¿Ella sabría
desde antes que eso pasaría y no quiso decirle nada a él…?
No pudo más, se sentía fatal,
se sentía morir, se sentía arder… Arder, esa era la palabra correcta. Se
levantó de un solo impulso, caminó hasta el baño abrió la regadera por completo
y se metió de golpe bajo el agua helada. Parecía mentira pero escuchaba crujir
sus huesos bajo la regadera, el agua muy fría y el volcán de dudas y temores
naciente en él chocaron en una contundente mezcla de temperaturas opuestas
haciendo nacer una espesa cortina de vapor que se extendió por toda la casa,
una imparable selva etérea que pugnaba con vehemencia por salir de ese lugar, y
en su desmedido crecimiento, empezó a desprender la pintura de todas la paredes
y a concentrarse en el techo, al grado que, al salir del baño, densas gotas de
agua comenzaron a desprenderse por toda la casa, anegando los pisos como si se
hubiera reventado alguna tubería y la casa misma no se diera abasto… Sin
embargo, para ese momento su estado de alteración era tal que no dio
importancia a ello; lo que, es más, probablemente ni siquiera se dio cuenta. En
su cabeza convertida en un manicomio, los orates que la habitaban eran voces e
imágenes que no cesaban de fluir una tras otra…
–Narda es hermosa, sus senos
son pequeños, pero tiernos–. Flotaba como un eco la voz de Midra en su cabeza.
–/Me estás enseñando a ser una
bestia humana/Me estás enseñando a ser una vil bestia humana/– Retumbaba la
canción en el laberinto enardecido de su memoria…
–El gran problema de las
relaciones de pareja, es que estas están mediadas por patrones culturales donde
la interacción entre personas es, prioritariamente, una relación de poder, un
acto de posesión. Lo que llamamos amor, en realidad se trata de un escenario en
el cual predominan los factores más complejos de codependencia y de inmadurez…–
Terciaba la voz del catedrático especialista.
Por ti/ la vida se me ha vuelto
un infierno/ Por ti/ estoy muerto de amor tan enfermo/ Por ti/ el llanto es una
llaga de celos/ Por ti/ el dolor es el sol sin la flor/ El infierno es amor tan
eterno/ el infierno es amor… –Remataba la voz de barítono de Óscar Chávez.
-– “Nadie entiende cómo una
persona puede reducirse a cenizas mientras la casa en que habitaba sigue en
pie…” –Volvía la voz del video sobre combustión espontánea y le alteraba
sobremanera sentir que basta una duda como la que a él lo taladraba para
experimentar ese fenómeno.
–El constructo cultural
denominado amor, resulta de una lucha de clases que se vio en la necesidad de
recrear el problema de la propiedad a partir de las relaciones de pareja; el
predominio de la burguesía trajo consigo la necesidad de establecer códigos de
propiedad en la relación… –Retornaba la voz del catedrático.
Maldijo todo de nuevo: ¿Cómo
diablos se le ocurría a ese tipo categorizar así algo que se siente como la
chingada? ¿Algo que no es otra cosa que veneno en estado puro? ¿Algo que no es
otra cosa que ácido inundándolo todo? ¿Qué iba a saber un acartonado catedrático
de este infierno si solamente se había dedicado a leer y redactar sin
experimentarlo jamás en carne propia, en carne viva?
Pateaba, sin tomar en cuenta,
el agua encharcada en su casa, y a pasos firmes y furiosos se dirigió a la
cocina; ignorando el hecho de que aún estaba en ayunas y desnudo abrió una
botella de tequila y, al más puro estilo de charro del cine mexicano, le dio un
trago, dejó la botella y buscó los cigarrillos en uno de los muebles…
–¿Qué va a saber un tipo así
del amor? –pensaba aún furioso y transformado, mientras movía, por aquí y por
allá, servilletas, platos sucios, tazas con líquidos estancados y ya
convertidos en una sustancia viscosa y pestilente…
–Me tomó por la cintura, me
arrastró suavemente al salón de eventos del hotel donde nos hospedábamos. Todo
estaba oscuro, me apretó contra ella y sentí, claramente, sus pezones a través
de la blusa… Me besó, me besó como si yo fuera un cáliz y ella libara de mí. Yo
estaba estupefacta. Un calor nacía en mi entrepierna y ascendía al vientre,
mientras ella se apretaba contra mí, endureciendo el tacto de sus manos en mis
nalgas…
¿Por qué diablos le había dicho
eso ella a los cinco días de estar saliendo, a las dos semanas de haberse
conocido? ¿Por qué le había contado aquel encuentro furtivo con Narda, la joven
de Nuevo León a quien había conocido en un Encuentro de Comunidades Lectoras
esa misma noche que se dejó seducir por ella…? ¿Por qué...? ¿Por qué…? ¿Por qué
diablos no daba ahora señales de vida…? Se preguntaba mientras revolvía todo en
la cocina, haciendo más grande aquel desorden que bien podría ser una metáfora
del caos reinante en su cabeza y en su corazón. Mientras buscaba los
cigarrillos, el calor volvió a poseerlo, un calor que lo quemaba desde adentro,
y que lo volvía tóxico, al mismo tiempo que evaporaba la humedad que el
regaderazo había dejado en su piel… Dio, por fin con la cajetilla, mientras
exhalaba un vaho etílico con sabor a Cuervo
Especial Reposado, una nube de alcohol flotó en torno de su cabeza en tanto
de sus orejas comenzaba a salir humo con un olor a carne quemada. Sin embargo,
su condición era tal, que nada de eso lo distrajo de su perturbación original.
Extraía el único cigarrillo que
quedaba mientras repetía con una voz deformada por el demonio de la duda que,
para entonces, lo poseía sin tregua alguna:
–¿Qué sabe nadie del amor si no
ha sentido arder sus tripas y su vientre con un fuego hostilmente proporcional
al que nace en la entrepierna cuando uno se siente pleno? ¿Qué sabe nadie de
esta mierda si no ha vivido un infierno así? Si no ha ardido así… –Tomó el
cigarrillo, lo puso en sus labios y pescó, de un anaquel, un encendedor que
acercó a su boca, donde el cigarro bailaba entre las voces amorfas que aún
daba. Hizo girar la rueda, presionó el pulsador y una chispa mutó en llama con
la intención de encender el cigarrillo, con la intención de prender el cilindro
de papel con hierbas secas que le ayudaría tranquilizarse, con la intención de…
Pero, a veces, las intenciones no bastan; a veces las intenciones son solo una
ilusión ajena a la realidad y sus muy diversos incidentes… No bien había
aparecido la pequeña flama, la combustión se extendió abruptamente. Al igual
que con el agua a sus pies, al igual que con la jungla de vapor que se
desenvolvió impúdicamente por su casa minutos antes y que al ceder dejó un
vestigio líquido por aquí y por allá, no prestó atención al fuego que se
deslizó por su por su cara, su cuerpo y que, si no alcanzó sus pies se debió
que estos aún estaban zambullidos en el agua estancada en el suelo. A cada
palabra que daba, las llamas crecían, pasaron del color azul al amarillo, luego
al rojo y él, parado ahí en medio de la cocina, creía que aún fumaba, solo, un
sonido espectral, gutural, salía de su boca achicharrada… “Midra”, “Midra…”
“Esto es amor, esto es…” Decía, mientras la imaginaba deslizándose desnuda bajo
las manos y la piel de Narda. Así estuvo, ardiendo, hasta que las cenizas de su
cuerpo se esparcieron junto a sus pies que ya flotaban en el agua del piso de
la cocina. De no haber estado flotando también en el agua, el teléfono móvil no
se hubiera averiado y él lo hubiera escuchado sonar.
En otra ciudad del país,
después de varios intentos inútiles de llamada, ella le enviaba un mensaje:
–Hola,
¿cómo amaneciste? Ojalá hayas dormido hasta tarde, después de todo es sábado y
no tienes que ir a trabajar. Te he estado marcando, pero no respondes. Quiero
imaginar que la historia sobre un reencuentro con Narda que te inventé anoche
sirvió para que tu imaginación te obligara a no sentirte tan solo. Yo tuve
extraviado el cargador del teléfono y no lo hallé hasta muy tarde, apenas hace
unos minutos que la batería estaba lista para encenderlo. Anoche me sentí mal,
tuve jaqueca y caí rendida; solo estuve en la fiesta de nuestros anfitriones
una hora. Me gustaría que, cuando tuviéramos la oportunidad, viniéramos juntos
a esta ciudad, a este hotel; te va a gustar. Te dejo, debo entrar a un taller
del Encuentro, es obligatorio; se trata sobre lectura y ecología. La verdad me
da mucha flojera, pero debo entrar. Cuídate. Nos vemos pronto…
En la
casa de él, las cenizas de su cuerpo se habían dispersado por varios lugares,
gracias al agua en el piso; en la mesa de trabajo, su laptop, que no se había
afectado por la humedad, seguía reproduciendo al azar videos en YouTube, en un
volumen tan bajo que haría falta estar muy cerca de ella para escuchar lo que
sonaba en ese momento…
Por ti/ el infierno es amor tan
eterno/ El infierno es amor…
Noviembre 2023
Víctor Manuel Córdova Pereyra es licenciado en artes escénicas por la
UACH, autor de ensayos sobre teatro, filosofía de la cultura, poesía, cine y
narrativa publicados en las revistas Synthesis, Solar y Metamorfosis.
Fue director de teatro durante 15 años; 5 de ellos en la preparatoria del
ITESM, campus Chihuahua (2005 – 2006) y durante un espacio de 10 años en la
FFyL de la UACH (2006 - 2016). Tiene maestría en humanidades. En coautoría con
Erbey Mendoza publicó el poemario Entorno de los días (2015). Ha publicado
también los libros Los milagros de los santos olvidados (2001), y Seres
de frontera (2008) En la actualidad es coordinador de la maestría en
investigación humanística en la Facultad de Filosofía y Letras de la UACH