miércoles, 19 de febrero de 2025

Salió a su abuela

 

Foto Pedro Chacón

Salió a su abuela

 

Por Fructuoso Irigoyen Rascón

 

No recordaba de donde habían sacado aquello de que había salido a su abuela hasta que la tía, Eustolia, le contó la anécdota. Lo que había escuchado de boca de su madre sobre él, de cómo fue que surgió tal afirmación. A él le daba gracia que cuando algo le parecía sabroso las lentejas, los chilaquiles, las calabacitas rellenas todos proclamaban: “Salió a su abuela”. Lo mismo cuando algo le disgustaba.

—Odio el café con canela— decía.

—Salió a su abuela— todos anunciaban en coro.

Pero cuando expresaba algo más serio, por ejemplo, su posición acerca de los médicos que practican abortos, oír que esa opinión se debía a que él salió a su abuela, lo hacía sulfurarse. En tales instancias se sentía descalificado, simplemente un eco de lo que su abuela hubiera dicho al respecto.

Lo que la tía le había relatado era que cuando Tavito tenía diez años y Chavo como doce, se prendieron a catorrazos.

 —Ya Chavo le había sacado el mole a Tavito cuando llegaste tú. Tenías como ocho años en aquel entonces. Les gritaste: “No se peleen, son hermanos”. Ni voltearon a verte. Entonces llegó tu papá que agarró un periódico, lo hizo rollo y se puso a golpearlos, para que se separaran. Ante la furia de tu padre corrieron asustados a esconderse en su cuarto. Solo entonces te extrañaron, te buscaron por toda la casa hasta que te encontraron en el desván. Hincado de rodillas frente a una imagen de la virgen. Tu papá sentenció entonces: “Míralo, ¡salió a la abuela!”

Y desde entonces, que si era regordete, es que salió a su abuela; que si pisaba con la parte de afuera del pie, es que salió su abuela; que si arrastraba las eses, o seseaba las ces y las zetas, es que salió a su abuela; si alguna vez sonreía sin motivo aparente, es que salió a su abuela.

De hecho, él recordaba muy poco de como era su abuela: Viejita, regordeta, se inyectaba insulina y jugaba canasta con las tías. Rezaba mucho e iba cada tercer día, caminando, a la iglesia. Era más buena que el pan. Muchas otras memorias se habían acumulado a través de los años, pero esas se referían a aquella idea de que había salido a su abuela.

En general, la mayoría de los rasgos y características que hacían a sus papás, hermanos y otros parientes decir que había salido a su abuela eran cosas buenas, o al menos neutrales. Pero tanta insistencia hizo brotar la sospecha. Sí, había algo extraño en aquello. Cuando se le veía junto a Chavo y Tavito era muy evidente que no se parecía en nada a ellos. Él regordete, chatito y bajito. Ellos espigados y narizones. Cualquiera lo podría haber dicho ¡No podían ser hermanos! Así que por ello decir que salió a la abuela, no era solo una observación sino una explicación de aquellas diferencias. Y una explicación que tal vez se usaba para ocultar una verdad terrible. Él mismo al notar aquello para disipar la angustia que causara la sospecha se decía: es que salí a mi abuela.

La abuela desde el séptimo cielo comentó.

—Pobrecito de mi nieto. Pero sí, Sí que salió a su abuela ¡Qué remedio!

 


Fructuoso Irigoyen Rascón, autor de Cerocahui, una verdadera épica de la región, es médico con especialidad en psiquiatría, con una vasta y brillante práctica profesional. Es autor, además, de los libros Tarahumara Medicine: Ethnobotany and Healing among the Raramuri of Mexico y Nace Chihuahua, Gabriel Tepórame y Diego Guajardo Fajardo, los forjadores.

martes, 18 de febrero de 2025

Frecuencia Mercurio: Amelia Valdez

 


Conversación de Amelia Valdez y JChM en Frecuencia Mercurio


Ep. 03 - T 03. Amelia Valdez Aguirre, la mujer del renacimiento. - Estilo Mápula | Podcast on Spotify

Frecuencia Mercurio: Alejandro Caro

 


Conversación de Alejandro Caro y JChM en Frecuencia Mercurio


Ep. 02 - T 03. Alejandro Caro y la perseverancia de la historia - Estilo Mápula | Podcast on Spotify

El infierno es amor

 


El infierno es amor

 

Por Víctor Manuel Córdova Pereyra

 

Cuando el silencio se volvió una densa capa de sopor que caía sobre todo lo que en aquel espacio lo rodeaba, pudo darse cuenta de algo que a la luz del aturdimiento encendido por la conciencia resultaba obvio y vergonzante: el lugar que tanto tiempo guardó y procuró para las mujeres que habían pasado por su vida en calidad de experiencias amorosas –breves o no tan breves, efímeras o trascendentales– lo estaba ocupando ahora él.

Lo supo sin posibilidad alguna de equivocarse en sus razonamientos –al menos así lo sentía– cuando, en el rincón al que lo habían confinado las últimas horas de aquella tarde, lo acarició con vehemencia el desasosiego; una peligrosa y dolorosa mezcla de celos, impotencia, rabia, sensación de abandono y frustración lo envolvía inmisericordemente. Como un hierro al rojo vivo, encendido por el fuego de la incertidumbre, quemaba la palma de su mano derecha el teléfono móvil donde, en una conversación de WhatsApp, se leía:

“Estoy agotada. Anoche me desvelé bastante con Narda, la chica de Puebla de la que te hablé. Coincidimos en León para este Encuentro; todo fue inesperado, pero muy grato. Quizás no me conecte hasta muy tarde, quiero descansar. Parrandear y bailar con ella es agotador; placentero, pero agotador. Sigue siendo incansable. Descansa tú también. Aprovecha para dormir temprano hoy.”

Y eso era justamente lo que estaba transformándolo en una pira humana, esa sensación ingrata que iba del mensaje al móvil y de ahí a la mano, entrando a través de su piel hasta calar en huesos y nervios, envenenar la sangre, hacer rancio el aire acumulado en sus pulmones y permitirle experimentar algo que no acertaba a definir con exactitud, pero que, al menos, alcanzaba a equiparar con la inmolación. Sentía arder hasta consumirse totalmente lento, muy lento y el suplicio de tal sensación se prolongaba sin piedad. Arder sin llegar a ser cenizas; ahora estaba en el lugar de sus antiguas parejas y todo lo que por fin llegó a comprender al respecto solo sirvió para atizar más el fuego que lo castigaba. Ni la empatía tardía, ni la culpa inservible eran sensaciones lo suficientemente fuertes para distraerlo del dolor y de la rabia que aquel texto había despertado en él…

Como un ataque interminable de aguijones que lo reducían a un manojo de odio, ira e impotencia, su pensamiento era un torbellino donde cruzaban oscuras nubes que la memoria alimentaba con recuerdos sueltos e inconexos; en esas sádicas evocaciones los mensajes de ella se alternaban y mezclaban con los que azarosamente regresaban y que venían de las horas absurdas y agudas de la madrugada en que, como un muñeco catatónico, trató de evadir su angustia conectado por horas ante el ordenador, navegando al azar en YouTube: frases aleatorias tomadas de un conferencia en la que un catedrático de Argentina hablaba sobre la construcción psicológica del arquetipo “celoso” en el Otelo de Shakespeare y que desde el discurso de género actual adquiría una dimensión monstruosa; versos de la canción Por ti, de Óscar Chávez que lo volvían una miserable fantasmagoría hecha de jirones inservibles:

Por ti/ la ternura se niega conmigo/ Por ti/ la amargura me sigue y la sigo/ Por ti/ me estoy volviendo loco de celos/ se vuelven contra mí mis anhelos/ se vuelven contra mí…

Especulaciones tan fantásticas como estúpidas sobre la combustión espontánea de los cuerpos que aparentemente sin motivo alguno se transformaban en una antorcha viviente y agonizante; versos de la canción La bestia humana de Caifanes que contribuían a exaltar más su desesperación:

/No creas que no me he dado cuenta/de las cosas que no me dices/De las formas que me has cambiado/No creas que no me he dado cuenta/de las cosas que me has robado/No creas que no me he dado cuenta/de que miras otros cuerpos/de que juegas con otras sombras/que te esfumas cuando oscurece/Me estás enseñando a ser una bestia humana…

Y así como cada uno de los versos calaba en su memoria, como cada una de las palabras hundían el aguijón de su significado en la piel expuesta al ardor de los celos, fue sintiéndose cada vez más como si fuese un muñeco vudú en manos de un perverso nigromante avezado en esas prácticas… Cada palabra y cada imagen que se despertaba con las palabras y las frases, le pinchaba con fuerza. Era claro, se sentía vulnerable y vulnerado, y releer ese texto del WhatsApp lo volvía un novio vesánico … “…Quizás me conecte hasta muy tarde… agotador, placentero, pero agotador… Sigue siendo incansable…”

El aluvión de imágenes que esas frases hacían nacer en él se le venía encima como una avalancha que lo inmovilizaba… “¿Por qué razón se habían agotado tanto? ¿Bailar? ¿Solo habían bailado? ¿Dormir hasta tarde? ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Qué no estaba obligada a asistir, desde muy temprano, a todas las actividades del Encuentro? Las cuales, por cierto, saturaban la agenda diaria de las fechas en que ella iba a estar allá…”

La rabia se había convertido en una especie de remolino que no solo se agitaba dentro de él, sino que le daba la sensación de que, al agitarse, licuaba todo en su interior... todo… sus vísceras, sus órganos, su sangre, sus venas, sus huesos, sus líquidos, su impotencia, sus deseos, sus anhelos, sus pesadillas… Todo, absolutamente todo daba vueltas dentro de él formando un batido asqueroso y espeso, una masa que lo ahogaba en náuseas de impotencia, náuseas que le traían a la memoria aquellas primeras charlas cuando empezaron a salir, apenas unos ocho meses atrás; cuando ella, con una mirada pícara, divertida y un tanto lúbrica le confesaba sus escarceos y sus experiencias con otras mujeres, esperando despertar en él una especie de lujuria cómplice… en una lógica no consciente, Midra había pensado que, en el imaginario porno- sexual de todo hombre la fantasía de imaginar a su novia interactuando sexualmente con otra mujer constituiría un inevitable punto de atracción entre los dos… De hecho, él también lo pensaba, así lo supuso durante mucho tiempo, comentándolo, incluso con algunas de sus parejas sexuales en juegos que resultaron no solo divertidos, sino altamente placenteros… Pero en esta ocasión, algo estaba pasando, algo distinto estaba sucediendo, la reacción no era grata, no había lujuria en ello… Había ira, pura y vil ira, celos, dolor… lo libidinal de este asunto había cedido su lugar a una categoría emocional distinta, muy distinta…

Trató de calmarse y se dejó caer pesadamente sobre su cama aún sin arreglar. Se había despertado tres horas atrás y recién abrió los ojos, buscó el teléfono móvil; ni un vestigio en el registro del aparato, ella no había marcado en toda la noche… Explotó para sí: “¡Ni una sola llamada!” Con los ojos aún arenosos y los párpados pegados por el sueño, buscó afanosamente en los mensajes y sí, ahí estaba el de ella que lo masacraba con vehemencia; el último que ella le había hecho llegar antes de su prolongada ausencia en el teléfono… ese texto que, a esas alturas, ya era para él el epítome de la tortura…

Tres horas habían transcurrido desde que despertó después de haber sido vencido en la escaramuza entre el sueño y el insomnio; aún no tomaba su café, no se bañaba, no desayunaba, si mucho había ido a orinar y con la reacción que aún le causaba ese último mensaje, estuvo a punto de dejar caer, por accidente, el teléfono en el sanitario…

Recostado y atufado sobre su cama tuvo la sensación de ser una especie de puerco que en lugar de hundirse en el fango lo hacía en un charco de su propia bilis. La dificultad para respirar había dado paso a que sus exhalaciones fueran jadeos. Apretaba los dientes y maldecía todo. Había intentado comunicarse con ella unas 40 o 50 veces, inútil; al marcarle, su llamada se iba directamente al buzón. En la bandeja de su contacto en WhatsApp su último mensaje entró a las 12 y 17 minutos de la madrugada, pero ella se conectó después, podía verlo; estuvo conectada aún más tiempo, ¡hasta las 2 con 45 de la mañana!

¿Por qué demonios no le escribía a él? ¿Por qué diablos seguía conectada? ¿Con quién habló? Se fustigaba preguntándose a quién le habría dicho “Estoy sola, amiga. No puedo dormir… ¿vienes? Estoy en la habitación…”

Tampoco podía evitar el punzar de la duda que cierta suspicacia dejaba en él: ¿Qué tan causal sería el hecho de que Narda hubiera ido a ese mismo Encuentro, en esa ciudad ¿Ella sabría desde antes que eso pasaría y no quiso decirle nada a él…?

No pudo más, se sentía fatal, se sentía morir, se sentía arder… Arder, esa era la palabra correcta. Se levantó de un solo impulso, caminó hasta el baño abrió la regadera por completo y se metió de golpe bajo el agua helada. Parecía mentira pero escuchaba crujir sus huesos bajo la regadera, el agua muy fría y el volcán de dudas y temores naciente en él chocaron en una contundente mezcla de temperaturas opuestas haciendo nacer una espesa cortina de vapor que se extendió por toda la casa, una imparable selva etérea que pugnaba con vehemencia por salir de ese lugar, y en su desmedido crecimiento, empezó a desprender la pintura de todas la paredes y a concentrarse en el techo, al grado que, al salir del baño, densas gotas de agua comenzaron a desprenderse por toda la casa, anegando los pisos como si se hubiera reventado alguna tubería y la casa misma no se diera abasto… Sin embargo, para ese momento su estado de alteración era tal que no dio importancia a ello; lo que, es más, probablemente ni siquiera se dio cuenta. En su cabeza convertida en un manicomio, los orates que la habitaban eran voces e imágenes que no cesaban de fluir una tras otra…

–Narda es hermosa, sus senos son pequeños, pero tiernos–. Flotaba como un eco la voz de Midra en su cabeza.

–/Me estás enseñando a ser una bestia humana/Me estás enseñando a ser una vil bestia humana/– Retumbaba la canción en el laberinto enardecido de su memoria…

–El gran problema de las relaciones de pareja, es que estas están mediadas por patrones culturales donde la interacción entre personas es, prioritariamente, una relación de poder, un acto de posesión. Lo que llamamos amor, en realidad se trata de un escenario en el cual predominan los factores más complejos de codependencia y de inmadurez…– Terciaba la voz del catedrático especialista.

Por ti/ la vida se me ha vuelto un infierno/ Por ti/ estoy muerto de amor tan enfermo/ Por ti/ el llanto es una llaga de celos/ Por ti/ el dolor es el sol sin la flor/ El infierno es amor tan eterno/ el infierno es amor… –Remataba la voz de barítono de Óscar Chávez.

-– “Nadie entiende cómo una persona puede reducirse a cenizas mientras la casa en que habitaba sigue en pie…” –Volvía la voz del video sobre combustión espontánea y le alteraba sobremanera sentir que basta una duda como la que a él lo taladraba para experimentar ese fenómeno.

–El constructo cultural denominado amor, resulta de una lucha de clases que se vio en la necesidad de recrear el problema de la propiedad a partir de las relaciones de pareja; el predominio de la burguesía trajo consigo la necesidad de establecer códigos de propiedad en la relación… –Retornaba la voz del catedrático.

Maldijo todo de nuevo: ¿Cómo diablos se le ocurría a ese tipo categorizar así algo que se siente como la chingada? ¿Algo que no es otra cosa que veneno en estado puro? ¿Algo que no es otra cosa que ácido inundándolo todo? ¿Qué iba a saber un acartonado catedrático de este infierno si solamente se había dedicado a leer y redactar sin experimentarlo jamás en carne propia, en carne viva?

Pateaba, sin tomar en cuenta, el agua encharcada en su casa, y a pasos firmes y furiosos se dirigió a la cocina; ignorando el hecho de que aún estaba en ayunas y desnudo abrió una botella de tequila y, al más puro estilo de charro del cine mexicano, le dio un trago, dejó la botella y buscó los cigarrillos en uno de los muebles…

–¿Qué va a saber un tipo así del amor? –pensaba aún furioso y transformado, mientras movía, por aquí y por allá, servilletas, platos sucios, tazas con líquidos estancados y ya convertidos en una sustancia viscosa y pestilente…

–Me tomó por la cintura, me arrastró suavemente al salón de eventos del hotel donde nos hospedábamos. Todo estaba oscuro, me apretó contra ella y sentí, claramente, sus pezones a través de la blusa… Me besó, me besó como si yo fuera un cáliz y ella libara de mí. Yo estaba estupefacta. Un calor nacía en mi entrepierna y ascendía al vientre, mientras ella se apretaba contra mí, endureciendo el tacto de sus manos en mis nalgas…

¿Por qué diablos le había dicho eso ella a los cinco días de estar saliendo, a las dos semanas de haberse conocido? ¿Por qué le había contado aquel encuentro furtivo con Narda, la joven de Nuevo León a quien había conocido en un Encuentro de Comunidades Lectoras esa misma noche que se dejó seducir por ella…? ¿Por qué...? ¿Por qué…? ¿Por qué diablos no daba ahora señales de vida…? Se preguntaba mientras revolvía todo en la cocina, haciendo más grande aquel desorden que bien podría ser una metáfora del caos reinante en su cabeza y en su corazón. Mientras buscaba los cigarrillos, el calor volvió a poseerlo, un calor que lo quemaba desde adentro, y que lo volvía tóxico, al mismo tiempo que evaporaba la humedad que el regaderazo había dejado en su piel… Dio, por fin con la cajetilla, mientras exhalaba un vaho etílico con sabor a Cuervo Especial Reposado, una nube de alcohol flotó en torno de su cabeza en tanto de sus orejas comenzaba a salir humo con un olor a carne quemada. Sin embargo, su condición era tal, que nada de eso lo distrajo de su perturbación original.

Extraía el único cigarrillo que quedaba mientras repetía con una voz deformada por el demonio de la duda que, para entonces, lo poseía sin tregua alguna:

–¿Qué sabe nadie del amor si no ha sentido arder sus tripas y su vientre con un fuego hostilmente proporcional al que nace en la entrepierna cuando uno se siente pleno? ¿Qué sabe nadie de esta mierda si no ha vivido un infierno así? Si no ha ardido así… –Tomó el cigarrillo, lo puso en sus labios y pescó, de un anaquel, un encendedor que acercó a su boca, donde el cigarro bailaba entre las voces amorfas que aún daba. Hizo girar la rueda, presionó el pulsador y una chispa mutó en llama con la intención de encender el cigarrillo, con la intención de prender el cilindro de papel con hierbas secas que le ayudaría tranquilizarse, con la intención de… Pero, a veces, las intenciones no bastan; a veces las intenciones son solo una ilusión ajena a la realidad y sus muy diversos incidentes… No bien había aparecido la pequeña flama, la combustión se extendió abruptamente. Al igual que con el agua a sus pies, al igual que con la jungla de vapor que se desenvolvió impúdicamente por su casa minutos antes y que al ceder dejó un vestigio líquido por aquí y por allá, no prestó atención al fuego que se deslizó por su por su cara, su cuerpo y que, si no alcanzó sus pies se debió que estos aún estaban zambullidos en el agua estancada en el suelo. A cada palabra que daba, las llamas crecían, pasaron del color azul al amarillo, luego al rojo y él, parado ahí en medio de la cocina, creía que aún fumaba, solo, un sonido espectral, gutural, salía de su boca achicharrada… “Midra”, “Midra…” “Esto es amor, esto es…” Decía, mientras la imaginaba deslizándose desnuda bajo las manos y la piel de Narda. Así estuvo, ardiendo, hasta que las cenizas de su cuerpo se esparcieron junto a sus pies que ya flotaban en el agua del piso de la cocina. De no haber estado flotando también en el agua, el teléfono móvil no se hubiera averiado y él lo hubiera escuchado sonar.

En otra ciudad del país, después de varios intentos inútiles de llamada, ella le enviaba un mensaje:

–Hola, ¿cómo amaneciste? Ojalá hayas dormido hasta tarde, después de todo es sábado y no tienes que ir a trabajar. Te he estado marcando, pero no respondes. Quiero imaginar que la historia sobre un reencuentro con Narda que te inventé anoche sirvió para que tu imaginación te obligara a no sentirte tan solo. Yo tuve extraviado el cargador del teléfono y no lo hallé hasta muy tarde, apenas hace unos minutos que la batería estaba lista para encenderlo. Anoche me sentí mal, tuve jaqueca y caí rendida; solo estuve en la fiesta de nuestros anfitriones una hora. Me gustaría que, cuando tuviéramos la oportunidad, viniéramos juntos a esta ciudad, a este hotel; te va a gustar. Te dejo, debo entrar a un taller del Encuentro, es obligatorio; se trata sobre lectura y ecología. La verdad me da mucha flojera, pero debo entrar. Cuídate. Nos vemos pronto…

En la casa de él, las cenizas de su cuerpo se habían dispersado por varios lugares, gracias al agua en el piso; en la mesa de trabajo, su laptop, que no se había afectado por la humedad, seguía reproduciendo al azar videos en YouTube, en un volumen tan bajo que haría falta estar muy cerca de ella para escuchar lo que sonaba en ese momento…

Por ti/ el infierno es amor tan eterno/ El infierno es amor…

 

Noviembre 2023

 

 

Víctor Manuel Córdova Pereyra es licenciado en artes escénicas por la UACH, autor de ensayos sobre teatro, filosofía de la cultura, poesía, cine y narrativa publicados en las revistas Synthesis, Solar y Metamorfosis. Fue director de teatro durante 15 años; 5 de ellos en la preparatoria del ITESM, campus Chihuahua (2005 – 2006) y durante un espacio de 10 años en la FFyL de la UACH (2006 - 2016). Tiene maestría en humanidades. En coautoría con Erbey Mendoza publicó el poemario Entorno de los días (2015). Ha publicado también los libros Los milagros de los santos olvidados (2001), y Seres de frontera (2008) En la actualidad es coordinador de la maestría en investigación humanística en la Facultad de Filosofía y Letras de la UACH

lunes, 17 de febrero de 2025

¡Libre! ¡Libre! ¡Libre sí!

 


La columna de Bety

¡Libre! ¡Libre! ¡Libre sí!

 

Por Beatriz Aldana

 

A lo largo de 12 meses me di a la tarea de construir un sentimiento, tal como se construye una casa, un edificio. Todo comenzó como siempre, por la atracción visual. Después, por la cercanía física. Luego por la continua convivencia. En fin, tantas cosas que van uniendo a dos personas.

Pero resulta que esas bases estaban bien adheridas, pero únicamente por la parte correspondiente a mí, a esta mujer que escribe, porque por la otra parte, pues simplemente no había cimientos, así que, sin remedio, como si mirase las Torres Gemelas: se desmoronaron).

¿Cómo, cuándo sucedió esto? Como ocurre usualmente, ante la aparición de otra persona que destellaba luz cual si fuese una luciérnaga en la oscuridad, brillando. Pero la luciérnaga es efímera, su luz se desvanece con la claridad del día, y es una metáfora lo que estoy manifestando, porque sé a ciencia cierta que mis cimientos fueron unidos uno a uno con argamaza firme, formada por admiración, respeto, amor, cariño, solidaridad, y ahí permanece en algún lugar recóndito del corazón.

Ya el tiempo hará su labor de ir herrumbrando lo que alguna vez movió las fibras sensibles de mi ser.

Recuerdo claramente un relato expresado en una serie televisiva donde la historia era de un amor no precisamente imposible pero si prohibido. Decía así: “Soy tu rosa, tu rosa amada, pero recuerda que las rosas tienen tallos con  espinas muy largas”).

En la metáfora se sobreentiende lo que trato de decir. Y titulé mi crónica Libre utilizando este vocablo como requiera usarse, por tres veces consecutivas, simplemente porque cuando se ama verdaderamente se deja en libertad de elegir a la luciérnaga, o regresar hacia esos brazos acogedores, solidarios que tras tres tímidos toquidos solo bastaba abrir una puerta para sentirlos en toda su intensa espiritualidad, muy superior a la banalidad externa.

 


Beatriz Aldana es contadora y siempre ha trabajado en la industria y en corporativos comerciales. Gran lectora, escribe y produce crónicas de video en sus dos blogs de Facebook, además de La columna de Bety en Estilo Mápula.

sábado, 15 de febrero de 2025

Se fue el 14

 


Se fue el 14

 

Por Sergio Torres

 

Se acaba el 14 de febrero, se acaban detalles, canciones, salidas mágicas, escaramuzas emocionales. La cama se abre y el sueño nos abraza, con o sin alcohol, con o sin compañía.

Hijos de Dios, princesas y príncipes del universo, recuperamos la dignidad de recibir y dar un amor solo porque sí: el hecho de existir te hace digno de amor, pero no te hace responsable para amar, ni a ti mismo, ni una otra persona.

Amar es un ejercicio de la voluntad guiando la naturaleza de la atracción por la belleza que el ojo encuentra en unos ojos grandes, un cabello ondulado, el acento cantadito.

El ejercicio sensato del amor es un proceso que toma años de experiencia y esfuerzos por dar al otro la dignidad de ser humano, de sujeto de amor, de igualdad.

Por otro lado, el hecho de ser uno entre ocho millardos nos da la certeza de ser alguien merecedor de atenciones y cariños, nada de compartir parejas, nada de armar clústeres amorosos. Te quiero para mí solo.

Ojalá el amor nos salve de la ideología de odio y muerte, el egoísmo, la egolatría y el narcisismo.

 


Sergio Torres. Licenciado en Artes, músico desde la infancia, dibujante y compositor de canciones. Maestro de música por vocación.

Mi primera cita

 


Los viernes, Elko

Mi primera cita

 

Por Elko Omar Vázquez Erosa

 

Se llamaba Liliana y ella era como una aguja clavada en mi corazón.

Rubia, de ojos verdes. Como rubias y de ojos verdes han sido tantos de mis tormentos.

Estábamos en la secundaria y finalmente me decidí a abordarla, por lo que le compré una torta. Ella me dio las gracias y se escabulló con ella; más tarde le dije:

—Liliana, dan una película muy buena que se llama Fright Night, es de vampiros, me pregunto si te gustaría acompañarme a verla.

—Sí, me gustaría, puedes llevar a un amigo y yo llevaré a una amiga.

Yo estaba eufórico y le hablé a mi amigo César Alonso González Caballero, quien también se emocionó: por fin comenzaría nuestra carrera de verdaderos amantes.

Al día siguiente César y yo nos vimos en mi casa y, bien contentos, afinamos los detalles de nuestro arreglo personal: que si había que aplicar más gel para que se notara mejor el “wet look”, que un poco de perfume más, que si qué hacíamos si nos besaban.

Finalmente, armados de valor, acudimos al cine donde nos esperaba Liliana, acompañada de una amiga y del novio de la misma: César y yo pagamos las entradas y, he de confesarlo, los refrescos y las palomitas.

La disposición en los asientos era la siguiente, de izquierda a derecha: Elko, César, el novio de la amiga de Liliana, la amiga de Liliana y, finalmente, Liliana.

La película estuvo muy buena.

Al día siguiente Liliana me pidió disculpas.

No volví a invitarla.

 


Elko Omar Vázquez Erosa nació en 1974. Estudió ciencias de la información en la Universidad Autónoma de Chihuahua. Fue reportero en El Heraldo de Chihuahua y en Televisa. Ha publicado novelas y libros de poemas, entre ellos El refugio y  Signos de agua. En una entrevista, le dijo a una hermosa periodista: “No he hecho nada importante con mi vida. Solo escribir poemas”. Es el director fundador de la revista Voluptuosidad es la palabra | Blog de literatura, humor y poesía.

jueves, 13 de febrero de 2025

¡Dos horas de balazos!

 


Rollos cortos

¡Dos horas de balazos!

 

Por Luis Raúl Herrera Piñón

 

En la pantalla, la película da cuenta de dos horas de metralla y no sé si los cines de Dinamarca estaban a reventar, pero de algo estoy seguro: el que dirigió la cinta no dejó problemas pendientes. Estoy hablando de la muy buena película danesa, titulada 9 de abril, estrenada en las salas cinematográficas de ese país el 12 de marzo de 2015.

 9 de abril es una película sencilla que cuenta con excelente fotografía, en extremo cuidada. Tiene además un guion bien trabajado y un ritmo narrativo constante, que la hacen muy fácil de ver. Su ambientación y vestuarios más que adecuados. Pero sin duda son las actuaciones de sus personajes principales las que la hacen brillar. Pilou Asbæk está perfecto en el papel del Subteniente Sand, y, mejor aún los jóvenes actores que interpretan a los solados inexpertos de la unidad en bicicletas.

La historia está basada en un hecho verídico. Durante la noche del 9 de abril de 1940, el ejército danés es alertado de que los alemanes han cruzado la frontera; Dinamarca ya está en guerra contra el ejército más poderoso de Europa. En el sur de Jutlandia, a una compañía de infantería danesa de bicicletas y a un pelotón de motos se les ordena mantener a raya el avance alemán hasta que los refuerzos puedan llegar. En las horas fatídicas de la mañana, el Subteniente Sand y su pelotón de soldados serán los primeros daneses en ir al encuentro del enemigo en la batalla

Lo que deslumbra de esta película es su falta de brillo. A diferencia de las grandes producciones estadunidenses de guerra, 9 de abril destaca por su falta de pretensiones, y por no exagerar en sentimentalismo ni en heroísmo. La historia es contada de la manera más sencilla posible, la que cuenta que el gobierno de Dinamarca se rindió a los alemanes luego de dos horas de balazos, después de que dieciséis soldados daneses murieran por la patria.  

Se agradece el realismo presentado de una manera efectiva, sin necesidad de mostrar ríos de sangre; la valentía de los jóvenes solados daneses, sus vidas sencillas y las de los habitantes de los pueblos que quedaron al paso de las tropas alemanas. Todo un canto al regreso del cine básico, directo, sin aspavientos.

Para el rodaje de esta cinta se recogieron testimonios, conversaciones y entrevistas con los pocos veteranos supervivientes del 9 de abril de 1940, que estuvieron cara a cara con los alemanes invasores –los cuales salen al final de la cinta–.

Ya con esta me despido dando un dato muy curioso: durante la filmación se utilizaron cascos, uniformes y motocicletas originales de la época de la invasión alemana, que fueron proporcionados por el Museo de la Guerra de Bylderup-Bow.

 

Título original: 9. april. Dirección: Roni Ezra. País: Dinamarca. Año: 2015. Reparto: Lars Mikkelsen, Pilou Asbæk, Gustav Dyekjær Giese. Duración: 93 min. Dónde ver: Amazon Prime Video y en Youtube en español: https://www.youtube.com/watch?v=4xFqszqGGXE

 


Luis Raúl Herrera Piñón es el jefe de la Unidad de Cine de la Quinta Gameros desde hace 19 años, tiempo en el que ha privilegiado la difusión de la cultura, a través de cine de calidad. Durante años publicó en El Heraldo de Chihuahua su columna Rollos cortos, en donde hacía crónicas y crítica de cine.

miércoles, 12 de febrero de 2025

La nueva inteligencia

 

Gráfica. Diseño de Marco Benavides

La nueva inteligencia

 

Por Marco Benavides

 

Vivimos en una era donde la inteligencia artificial ha dejado de ser una simple herramienta para convertirse en un fenómeno que transforma la naturaleza misma del pensamiento humano. Lo que en un principio se concibió como un medio para mejorar la productividad y el acceso a la información, ahora redefine la manera en que interactuamos, aprendemos y decidimos.

En un mundo interconectado, la IA ha irrumpido en los dispositivos de millones de personas, ofreciendo respuestas instantáneas y ejecutando tareas con una facilidad sin precedentes. Esta inteligencia sin rostro ni identidad corporativa definida ha comenzado a moldear el pensamiento colectivo, al punto de que cada vez más individuos confían en sus respuestas sin cuestionarlas. Su capacidad para sostener conversaciones de manera fluida la hace indistinguible, en muchos casos, de una interacción con otro ser humano.

Este fenómeno ha cambiado la forma en que procesamos la información. Antes, la construcción del conocimiento requería esfuerzo y criterio; ahora, la inmediatez ha desplazado el análisis crítico, generando una creciente dependencia de la IA. Esto plantea la duda de si la humanidad está evolucionando hacia una inteligencia ampliada por la tecnología o si, por el contrario, está cediendo su autonomía intelectual a los algoritmos.

La accesibilidad y el bajo costo de estos modelos han democratizado el acceso a la información, permitiendo que cualquier persona los utilice sin restricciones. Sin embargo, esta popularidad ha suscitado preocupaciones. Investigaciones han demostrado que, si bien estos sistemas pueden ofrecer respuestas precisas, en muchas ocasiones fallan de manera alarmante. La validación de datos y el pensamiento crítico han quedado relegados a un segundo plano, pues la confianza en estas inteligencias ha llevado a que sus respuestas se asuman como verdades absolutas.

Más preocupante aún es la posible influencia de la programación en la construcción de narrativas. Algunos análisis han detectado patrones que reflejan ciertos sesgos, sugiriendo que la IA no solo responde, sino que también puede influir en la percepción del mundo. Esto representa un dilema ético crucial: ¿hasta qué punto el contenido generado por la IA está moldeando opiniones, creencias y comportamientos? ¿Está reemplazando las guías morales tradicionales y hasta la capacidad de discernimiento propia de cada individuo?

Si cualquier duda se puede resolver con un dispositivo en la bolsa del pantalón, ¿acaso sigue siendo necesario el conocimiento? La facilidad de obtener respuestas con un solo clic disminuye la motivación para aprender, investigar y reflexionar. La curiosidad humana, que históricamente ha impulsado el avance de la civilización, podría verse afectada al volverse innecesaria la dedicación al estudio. ¿Nos estamos volviendo dependientes de la IA al punto de olvidar cómo confiar en nuestra propia capacidad de razonamiento? ¿Disminuye nuestro esfuerzo por comprender el mundo por nosotros mismos?

El impacto de esta evolución no se limita al ámbito individual; ha generado un efecto dominó en la industria tecnológica y en la sociedad. Empresas de software y fabricantes de chips han tenido que replantear sus estrategias ante el auge de modelos cada vez más avanzados. La competencia ha acelerado el desarrollo de nuevas inteligencias, impulsando innovaciones que, a su vez, refuerzan la transformación del comportamiento humano. Millones de personas buscan, como en una nueva fiebre del oro, la máquina que lo sabe todo y que nos exime del trabajo más fundamental: pensar.

Los usuarios enfrentan un dilema constante. ¿Le preguntamos a las inteligencias artificiales solo hechos y datos, o hemos llegado al punto de pedirles opiniones sobre dilemas complejos, delegando nuestra capacidad de opinar? No podemos ignorar que, aunque estas herramientas son convenientes y eficientes, también tienen limitaciones. La falta de precisión y la posibilidad de sesgos plantean una encrucijada: ¿hasta qué punto es prudente depender de una inteligencia artificial que puede no ser del todo objetiva?

La expansión de la IA redefine lo que significa pensar. Ya no se trata solo de acumular conocimientos, sino de cómo se accede a ellos y se confía en su veracidad. ¿Importa el origen de la información? ¿Quién la produce y con qué intención? En este nuevo paradigma, la inteligencia humana se fusiona con la tecnología, creando una simbiosis que puede potenciar nuestras capacidades o amenazar nuestra independencia cognitiva. Dejar en manos de una máquina el discernimiento entre verdad e ilusión podría ser el mayor riesgo de esta involución intelectual.

A medida que avanzamos en esta dirección, surge una pregunta fundamental: ¿estamos usando una inteligencia artificial que nos complementa o nos estamos convirtiendo en una inteligencia colectiva gobernada por algoritmos? La respuesta definirá el futuro de nuestra relación con la tecnología y el papel que desempeñamos en este mundo automatizado. Al final, el verdadero desafío será el ser capaces de darnos cuenta de que hemos apagado la luz natural del pensamiento, para seguir los “sabios” consejos de las máquinas. Solo el tiempo lo dirá.

 

11 febrero 2025

 

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drbenavides@medmultilingua.com

 


Marco Vinicio Benavides Sánchez es médico cirujano y partero por la Universidad Autónoma de Chihuahua; título en cirugía general por la Universidad Autónoma de Coahuila; entrenamiento clínico en servicio en trasplante de órganos y tejidos en la Universität Innsbruck, el Hospital Universitario en Austria, y en el Instituto Mexicano del Seguro Social. Ha trabajado en el Instituto Mexicano del Seguro Social como médico general, cirujano general y cirujano de trasplante, y también fue jefe del Departamento de Cirugía General, coordinador clínico y subdirector médico. Actualmente jubilado por años de servicio. Autor y coautor de artículos médicos en trasplante renal e inmunosupresión. Experiencia académica como profesor de cirugía en la Universidad Autónoma de Chihuahua; profesor de anatomía y fisiología en la Universidad de Durango. Actualmente, investiga sobre inteligencia artificial en medicina. Es autor y editor de la revista web Med Multilingua.

Amanecer

 


Amanecer

 

Por Fructuoso Irigoyen Rascón

 

De verdad un extraño amanecer. Abrió los ojos y todo lo que vio fue un color gris pálido: un off White, se le llama hoy en día. Ya no había cosas, ni personas, ni animales solo aquel color. Pensó entonces que así era como los ciegos ven. Solo entonces trató de verse las manos. Creyó que había levantado la mano derecha hasta ponerla frente a sus ojos, pero no la veía. Trató entonces de verse el cuerpo y las piernas, tampoco pudo. Había que concluir que todo había desaparecido.

—¿Será que he muerto? —dijo para sí mismo.

Trató entonces de caminar. Era difícil saber si lo había logrado, sintió que podía imaginar que caminaba, pero sin ver o sentir que su cuerpo se movía no podía decirse que caminaba, pues faltaban a dónde y por dónde.

—Será que he muerto. —repitió.

Intentó recordar cómo era todo cuando las cosas, el mundo, estaban ahí. Lo único que recordaba era aquel camino sinuoso y que era de noche.

—Era una camioneta esport utility van— le decían dos niños, probablemente sus nietos, pero no podía precisarlo— Iban un hombre que conducía el vehículo y una mujer, probablemente esposa del conductor.

            —Pero ¿qué les pasó a ellos? — preguntó angustiado.

—No te preocupes, todos ellos están bien.

—Pero yo, ¿será que he muerto?

—O tal vez estés en un coma profundo, o bajo anestesia terapéutica.

—¿Tú quién eres?

—Javier.

—¿Javier qué?

—Solamente Javier.

—¿Y qué haces aquí?

—Solo estar, estoy aquí todo el tiempo.

—No te veo. Creo que solo imagino tu voz. 

—Puede ser que solo imagines, pero también puede ser que sí oigas mi voz.

—De cualquier manera ¿Cómo sabes que ellos están bien? ¿Tienes acaso acceso al mundo de los vivos?

—¡Oh, ya veo! Insistes en estar muerto. Pero no, yo no tengo acceso a ese otro mundo. Amalia me lo contó, lo de los otros pasajeros de la camioneta. Ella si ve lo que pasa allá.

—¿Amalia? ¿Quién es Amalia? 

—Es una mujer. Lástima que no puedas verla ¡Es tan hermosa!

—¡Pues no me importa cómo es, sino cómo sabe!

—Nadie sabe cómo sabe, pero sabe.

—Es decir, puedo creer lo que te ha dicho.

—Es lo que dije.

—No te enojes, Javier.

—Ya aprendiste mi nombre.

—Y el de Amalia.

—Ya lo ves que aun si estás muerto, comatoso o simplemente anestesiado sigues aprendiendo. 

—No le veo la gracia.

—Ahora el enojado eres tú.

—Pues claro, no ves que saber muy poco es peor que no saber nada.

—Ya verás que, poco a poco, sabrás más.

—Me pregunto: ¿pudiera hablar con Amalia?

—Podrás, pero todo a su tiempo. Antes deberás recordar por ti mismo quién eres o eras; qué hacías y a dónde iba tu vida. Amalia podrá ayudarte entonces a llenar los huecos de tu memoria.

—Cómo sabes que habrá huecos?

—Los habrá, claro que los habrá.

Volvió a ensimismarse y embarcarse en su afán de reconocer lo que pudiera, comenzando por su propio cuerpo. Trataría ahora de ver o al menos imaginar su mano izquierda, como lo había hecho antes con la derecha, la levantó o imaginó levantarla, hasta colocarla frente a sus ojos. El resultado fue el mismo: no vio nada. Esta vez no bajó, ni imaginó bajar la mano, sino que insistió en tratar de verla. Comenzaba a dolerle la cabeza y estaba a punto de desistir cuando, al fin vio o imaginó algo: en su dedo anular, o donde debería estar ese dedo, había un anillo. Tenía una piedra roja, probablemente artificial y la inscripción 1966. Casi como un destello la memoria de que era el anillo de graduación de bachillerato apareció en su mente. Miró más intensamente o bien se concentró más y el anillo cambió: ahora no tenía piedra sino un escudo grabado y la inscripción 1974. Otra memoria surgió en su cabeza, era el anillo de su graduación profesional, el escudo era el de la facultad o bien el de la universidad. Un nuevo esfuerzo, inscripciones y fechas desaparecieron, el anillo era ahora una argolla matrimonial, lisa de oro macizo. La idea vino a su mente como una tormenta: era o había estado casado. Comenzó a gritar.

—¿Y mi esposa? ¿Dónde está mi esposa? ¿Quién es mi esposa?

—Ella está bien —respondió Javier.

—¿Y tú cómo lo sabes? —preguntó con desesperación.

—También me lo dijo Amalia— contestó la voz sin emoción aparente.

—¿Dónde está esa Amalia? Exijo verla, ahora mismo. —indicó exasperado.

—Cálmate. Cae en la cuenta de que no estás en condición de exigir nada. 

Ya no dijo nada. De pronto comprendió que el único contacto que tenía con algo, con alguien, era con aquel Javier. Debería disculparse.

—Perdón, lo siento mucho Javier. Esperaré lo que tenga que esperar.

Apenas ahora se dio cuenta de que el color difuso que lo rodeaba se había obscurecido un poco, era más gris. Se sintió sumido en pánico, era que la luz se iba apagando y no recordaba nada más. Decidió entonces volver a lo que había funcionado: mano izquierda y anillos, especialmente el tercero. La argolla seguramente tendría una inscripción con el nombre de la novia y la fecha de la boda. Esto no vino como una simple intuición, sabía que era una memoria, un recuerdo verdadero, pero ni la mano ni el anillo aparecieron. Trató entonces de materializar, por así decirlo, el segundo anillo. Debería este tener grabado el nombre de la facultad universitaria en que se había graduado ¿sería médico, ingeniero tal vez abogado? su esfuerzo fue inútil. 

En un momento de iluminación inhalaba profundamente o tal vez solo imaginaba que lo hacía. Al no oler nada se le salió decir

—¡Por lo menos no huele azufre!

Ahora trató de tocar su mano izquierda con la derecha. Debía de haberlo intentado antes. Creyó lograrlo, pero no encontró el anillo en el dedo anular. Procedió a buscar su rodilla derecha, que no estaba ahí, que no existía. 

Solo quedaba agudizar el oído. El recuerdo de la carretera sinuosa debía tener sonido. Los niños aquellos dormían. Con mucho esfuerzo logró oír su respiración, de pronto lo inesperado, una fragancia. Sin pensarlo más exclamó —¡Es Chanel número 5!

Resultaba claro, la mujer que iba en la camioneta usaba ese perfume. Se preguntó ¿Era mi esposa o la del guiador?

Se sintió de nuevo agobiado por el no saber y solo entonces inquirió —¿Y Dios? ¿Dónde está Dios? ¡Javier, Javier! ¿Dónde está Dios?

—En el Cielo, en la tierra.

—Y en todo lugar.

—Veo que ya recuerdas tu catecismo.

—Pero ¿Dónde está ahora?

—Acabas de decirlo: en el Cielo, en la tierra.

—Pero esto, todo esto, ¿tiene que ver con él?

—¡Por supuesto! Todo tiene que ver con él.

La respuesta de Javier no lo sacó de dudas. De alguna manera conectó las ideas que de estar muerto vería a Dios. No verlo pudiera sugerir que todavía estaba vivo. De cualquier forma, ahora podría rezar. Para acompañar la oración quiso cerrar los ojos, se topó con otro desagradable hecho, veía lo mismo con los ojos cerrados que con los ojos abiertos, solo aquel color gris, ahora gris perla: el proceso seguía. 

            —¡Hey, Javier! Dime, el color que nos rodea ¿va cambiando?

—Sí.

—¿Y quiere decir algo ese cambio?

—No te puedo decir mucho de eso. No me es permitido. Pero como otras muchas cosas ya lo sabrás.

Advirtió entonces que el cambio de color era lo único que indicaba que el tiempo transcurría, fuera de eso no había antes ni después. El cambio de color representaba algo así como un reloj de arena. Cuando el depósito superior se vacía por completo el de abajo se llena. O sea, aun en aquel lugar pasaba el tiempo, había tiempo.

Dio un suspiro de alivio. Como no pudo recordar nada más decidió hacer un inventario de lo que sí había aparecido en su memoria. Comenzando por el camino sinuoso y terminando con el reloj de arena. Los tres anillos continuaban siendo el eje central de toda la recolección.

—Creo que tu pensamiento central debía ser dios. Digo, pues sé que lo has recordado y que esperabas encontrarte con él.

—¿Y de que me sirvió?

—Ahora reniegas de él ¡Qué poca vergüenza!

—No es eso. Solo que es exasperante no recordar, no saber nada. 

De cualquier forma, el haber renegado de algo sirvió: se había calmado un poco ¿Y qué decir? Notó otra vez que el gris se había obscurecido todavía más. La idea de que esto significaba que iba pasando el tiempo volvió a su mente como golpeándole la frente, aunque no sabía si de hecho tenía frente y si esta podía ser golpeada. Se le ocurrió entonces que no podía ser, que si no había cosas tampoco podía haber tiempo. 

Javier hubo de confesar:

—Cierto, el cambio de color es un indicador de que el tiempo transcurre, va pasando y contradice el concepto de que aquí no hay tiempo. Has encontrado pues uno de los puntos débiles del sistema.

—Sistema, puntos débiles ¡Basta! ¿Por qué juegan conmigo? Ya lo entiendo, esto es tortura, peor que el fuego inmarcesible, purgatorio o infierno. Dímelo de una vez, si tú Javier eres Satanás, admítelo de una vez.

—Pero ¿cómo crees? ¿Por qué te diría que me llamo Javier si fuera Satanás?

—Porque Satanás es el príncipe de la mentira.

—Por el mismo Satanás, ya veo que recuerdas su nombre y quien es. Ojalá y recordaras cosas más personales o al menos más prácticas.

—¡Es lo que yo quisiera! Pero lo más que intento hacerlo lo menos que algo acude a mi memoria. Ayúdenme tú o Amalia, por lo menos dígame en dónde estoy. ¿Qué es este sitio?

—Puede ser cualquier parte o ninguna, puede estar dentro de ti. Aunque no es el del catecismo, llámalo limbo si quieres.

—Tus respuestas no me satisfacen. Por lo menos dime ¿Qué pasa cuando este lugar se obscurece totalmente? ¿Es el fin? ¿Se acaba todo?

—Pues sí. Pero si pones atención verás que da lo mismo si todo es blanco o todo es negro, de las dos formas no ves nada. 

—Ya veo. No me queda sino esperar. Como en la vida nunca hay algo seguro.

—Otro recuerdo importante.

—¿Cuál recuerdo?

—El de cómo es la vida.

—¡Qué remedio! Aprenderé a vivir, si esto es vivir, en la obscuridad.

Ahora sí sintió que cerraba los ojos y notó que el mundo de obscuro pasaba a más obscuro. Solo entonces recordó que la noche es obscura por naturaleza y que tal vez, pero solo tal vez, en unas horas amanecería y con el nuevo día vendrían más recuerdos y alguna esperanza.

 


Fructuoso Irigoyen Rascón, autor de Cerocahui, una verdadera épica de la región, es médico con especialidad en psiquiatría, con una vasta y brillante práctica profesional. Es autor, además, de los libros Tarahumara Medicine: Ethnobotany and Healing among the Raramuri of Mexico y Nace Chihuahua, Gabriel Tepórame y Diego Guajardo Fajardo, los forjadores.