sábado, 29 de marzo de 2025

Jueves 2 de enero de 2025. Feliz Año Nuevo. Apenas hoy porque ayer

 


Jueves 2 de enero de 2025. Feliz Año Nuevo. Apenas hoy porque ayer

 

Por Sergio Torres

 

Jueves 2 de enero de 2025. Feliz Año Nuevo. Apenas hoy porque ayer no fue un día habitual, enero 1 es un día en el que sucede mucho y no pasa nada: estás celebrando el tránsito de una ilusión a otra, entre comida y bebida, familia y amigos, nuevos desconocidos que se convierten en amigos para siempre. En ese día, dicen, hay una energía especial que provoca a actuar todas las posibles tradiciones para tener suerte, amor, dinero, viajes, éxito. Así que nos atragantamos con las uvas, brindamos con lo que haya a la mano, corremos fuera de la casa con maletas, usamos ropa interior multicolor, cascamos huevos para hacer una lectura posterior, quemamos objetos que representan un pasado que ya no queremos llevar a este nuevo periodo, limpiecito de errores e intentos, virginal, inmaculado. Entramos a este portal dimensional cargando esperanzas viejas y un aliento nuevo, el de cada segundo, con la ilusión de que esta vez haremos todo por alcanzar el yo ideal que me he construido en la cabeza, más bello, más amado, feliz.

 


Sergio Torres. Licenciado en Artes, músico desde la infancia, dibujante y compositor de canciones. Maestro de música por vocación.

viernes, 28 de marzo de 2025

Haikús en tu idioma. Bajo la misma luna

 

Foto: Pedro Chacón

Haikús en tu idioma. Bajo la misma luna

 

Por Erbey Mendoza    

 

En la profundidad oscura del poniente

la luna se asoma entre dos

nubes horizontales.

Venus redonda,

falsamente tímida:

muestra su belleza

en su afán por ocultarla.

Para asirla (o algo de ella)

intento evocar los versos

de un olvidado haikú.

Pero es vano el intento;

la luna es muy, muy grande.

Cuento las sílabas

para encontrar en mi voz

un nuevo haikú. 

El olor a cañería de la calle

me distrae.

Luego un claxon,

y el escape de un auto que pasa

bajo la misma luna.

 


Erbey Mendoza es doctor en filosofía por la Universidad Autónoma de Nuevo León. Es profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la UACH. Entre sus publicaciones están La expedición punitiva: reporte del General Mayor John J. Pershing (traducción, UACH, 2014), dos poemarios: Entorno de los días, con Víctor Córdoba (ICHICULT, 2016), y El destino en un sombrero, con Norma Luz González (UACH, 2019), además de algunos artículos de investigación en revistas nacionales e internacionales. Actualmente es miembro del Cuerpo Académico Estudios Humanísticos de la Cultura, del Sistema Nacional de Investigadores, y de la Asociación Mexicana de Traductores Literarios.

A libros abiertos episodio 20, temporada II. Victoria Montemayor

 


Una conversación con Victoria Montemayor en A libros abiertos, episodio 20, temporada II. Producción: Editores UACH Dirección de Extensión y Difusión Cultural de la Universidad Autónoma de Chihuahua.


Ep. 20 | Victoria - Vida y Cultura UACH | Podcast on Spotify


Mar de Cortez

 


Mar de Cortez

 

Por Sergio Torres

 

Salimos a media tarde con para contemplar el atardecer. La isla se llama Maviri, parte de la sierra de Navachiste, en la Bahía de Ohuira, la segunda bahía natural más grande del mundo, donde concurren miles de personas de todos los rincones del planeta. En Topolobampo atracan embarcaciones nacionales e internacionales, de diferentes calados. Los agentes portuarios, entre ellos mis primos Gaby y Manuel, atienden su llegada, revisan sus cargas y reciben toneladas de materias primas y productos de ultramar.

Esta región es un reflejo de la contradicción humana: todo el bullicio de la actividad y el trabajo, toda la fiesta concentrada en los fines de semana, en los días de vacaciones, y toda la calma que provoca a contemplar el movimiento del mar, a observar cómo el sol se va despidiendo, tragado tras las aguas del océano.

En aquel día preciso, el viento soplaba suave y firme, sin prisa, sin calma, con unos agradables 16ºC que bajaron rápidamente a 8⁰C en cuestión de cuatro horas. Los niños jugaron con la pelota en la playa, los adultos nos sentamos a escuchar al mayor entre nosotros, Edi grande, y a platicar. Edi me recitó un poema en inglés porque quería que se lo tradujera. Me platicó que, por esa misma playa, sus hermanos y él tiraban de la panga de su padre para llevarla a una segunda isla, más al norte, donde conseguían huevos y compraban queso y leche para llevar a casa, allá en el puerto.

Disfruto de ver el mundo y las peculiaridades humanas. El diáfano resplandor de la inteligencia en un niño, la pasión que se desborda en la mirada de una joven enamorada, la ternura condescendiente con que la abuela nos mira.

Amo estar vivo, conectar con el hijo, la mujer, los amigos, los extraños conocidos y los desconocidos familiares. Estoy muy agradecido por estar aquí y recibir tanto amor.

 


Sergio Torres. Licenciado en Artes, músico desde la infancia, dibujante y compositor de canciones. Maestro de música por vocación.

Vendaval de luces, de Oliva Escudero. Ventanas del corazón

 


Vendaval de luces, de Oliva Escudero. Ventanas del corazón

 

Por Federico Corral Vallejo

 

La obra Vendaval de luces me hace reflexionar no solo sobre el quehacer literario de Oliva Escudero, sino que me permite empatarla con cualquier libro legado por Alicia Acosta, ya sea Ventana de infinito, Alforjas del tiempo, Vértigo de sombras, etcétera. Al ser su lector percibo que todas poseen la misma intensión y la misma intensidad. Intensión porque parten de una idea concisa. Intensidad porque conmueven con la emoción de un sentimiento genuino nacido del alma. Estas son desde mi perspectiva literaria las puntas de su inspiración.

Traduciendo a Gregory Corzo, palabras más palabras menos del singular al plural: “Ellas son la poesía que escriben”. Porque no es la tinta su instrumento sino la sangre, ni la hoja virgen su numen sino el latido de su corazón. No es fácil conmover por medio de un poema y menos en verso libre‒, porque esta posibilidad literaria le causa dudas al posible lector: las masas entienden por poesía estrofas medidas y rimadas; sin embargo, las autoras aludidas poseen la capacidad de crear en ambas formas poemáticas. Ellas nos dan catedra del verso libre en sus distintas modalidades teóricas, lo mismo escriben línea fluyente que línea dividida, línea escalonada que línea vertical, segmentación por bloques que caligramas. Baste decir que la poesía visual forma parte importante de su ADN literario, para muestra este botón de Oliva Escudero:




Como podemos apreciar, Oliva Escudero no habla de la lluvia, hace llover en el poema, tal como Huidobro declara en su Arte poética: “Poeta no hables de la rosa, hacedla florecer en el poema”.

Dejaré en paz a Alicia, quien además de estar emparentada versilmente a Oliva, Vendaval de luces es el poemario galardonado con el Premio Nacional de Poesía Alicia Acosta, 2024. Ella decía que: “Escribir poesía es vestir de elegancia a las palabras”. Y esto hace Oliva a lo largo y ancho de los poemas, ya que hoy por hoy, evocando a Octavio Paz, pareciera que Escudero nos dicta al oído quedamente. “Hoy lucho a solas con la palabra. La que me pertenece, a la que pertenezco...” aún y cuando según Martín Heidegger: “Poetizar es la más inocente de todas las ocupaciones…” no estoy de acuerdo con el filósofo, ensayista y poeta alemán, al menos no al cien por ciento, ya que la esencia de la poesía conlleva el peso de sanar y de salvar, no al mundo, pero sí al o la poeta, quien se atreve a experimentar todo lo nombrado, partiendo de que su inspiración de monólogo se transforma en diálogo y por esta razón nos podemos escuchar unos en otros por medio del bien más peligroso que es el lenguaje.

Y por qué no pensar que el posible lector puede hallar consuelo y rescate en los versos leídos de cualquier poeta. Es así como los poetas instauran poemas-espejos para que los lectores se puedan reflejar en ellos y lleguen a la catarsis. Vendaval de luces inicia con “La casa primera”, esa que

 

Tiene ecos que QuiebrAn

los refranes

–regaños de mi padre–

al compás de las notas

en el P-i-A-n-O

o al borde del suspenso

en LibroS de aventuras.

 

La casa primera

 

guarda el pulso de mi madre:

cocina transformada

en regazo de sabores;

viento azul

que envuelve las habitaciones.

 

Esparce tardes

con p.o.l.v.o de aromas

de panqué de naranja,

barro que tuesta café,

caldo de ejotes rojos,

de la mata de yerba santa.


 

La emoción que Oliva siembra, germina en la lectura y es el lector quien levanta la cosecha, esta magia es la que instaura la poeta que plena de méritos, habita poéticamente el espacio de la hoja impresa.

            Todo cuanto encontremos en Vendaval de luces son lecciones aprendidas y llevadas a cabo a pie juntillas, porque la poeta oaxaqueña pertenece a esos seres inteligentes que quiere aprender, por lo que se aleja a su sagrado espacio para abandonarse al trabajo creativo donde sin temor se entrega a su vocación, que no es la poesía, sino la vida.

 

Tu silencio llueve en mi balcón

y abre tu imagen:

vendaval de luces de mi infancia.

 

Ya los luceros al amanecer

no cobijan tus soledades

ni el sol te visita

por la puerta que da al patio.

 

Ya la madrugada

no te espera en la cocina

sin más ruido que el de tu cigarro. … …

ni más luz que la hornilla

que calienta tu café.

 

Antón Chéjov decía que “Cuando uno ama y quiere juzgar ese amor, hay que partir de un punto más elevado o más importante que la felicidad o la desdicha, porque hay de aquel que no use el arte para hablar de su padre, de su madre, sus hermanos y su pueblo.” Esto es lo que Oliva realiza por medio del arte versil, donde acomoda sus recuerdos en un tablero inmenso, donde el padre, la madre, los hermanos y el paisaje de su pueblo son las piezas que se ajustan al rompecabezas de sus recuerdos; donde cada una de sus palabras son ventanas que van directo a la antesala de su corazón.

Es necesario saber quiénes somos y de dónde vinimos, que el mundo sepa de voz propia, que no hay mejor arte poética que el aliento de la sangre ni mejor poesía que la vivencial, esa que recorre nuestras venas y nos ensancha la memoria. Porque según Octavio Paz: “Todo libro de poemas es en el fondo un diario”, mejor acápite para resumir a Vendaval de luces, donde reposan las ausencias del padre Pastor, la madre Oliva, el abuelo Guillermo, la abuela María y perviven las presencias de los hermanos Mario, Horacio, Francisco, Óscar, Claudio, Arturo, Lucio y Julio César.

Hablar de la casa, del pueblo y los ancestros, es hablar de uno mismo, es desnudar la piel del alma y exponer con ello la valentía de lo que proyectan: sístole y diástole, responsables de nuestras emociones. Pues así se comprueba que “la poesía es la única prueba concreta de la existencia del hombre.” Según hace constar el poeta, ensayista y narrador guatemalteco Luis Cardoza y Aragón. Ya que el arte de escribir –al menos poesía– consiste en decir mucho con pocas palabras… porque la brevedad es la hermana del talento, ya lo canta el refrán: “Si lo bueno breve, dos veces bueno”. No olvidemos que la poesía está antes y después de la vida, que es principio y fin hombre, que es el lenguaje del paraíso y del juicio final, y que por medio de ella los y las poetas se hablan de tú con el mismísimo Dios.

            Bienvenido Vendaval de luces al difícil mundo de la literatura mexicana. Enhorabuena Oliva Escudero, bien merecido el Premio Nacional de Poesía Alicia Acosta 2024. Esperando que en futuras obras nos sigas abriendo las ventanas de tu alma y la puerta de tu corazón. Abrazos de la piel hasta el alma…

 

Escudero, Oliva: Vendaval de luces. Editorial Tinta Nueva, México, 2025.

 




Federico Corral Vallejo. Nació en Parral, Chihuahua. Escribe poesía, ensayo, novela, crítica y canciones. Tiene publicados más de 40 libros, entre las más destacados: En poesía: Vomitar mi muerte. En ensayo: Carlos Montemayor: Finisterra será mi voz para siempre. En cuento: Mujer de humo. En canciones: A capella 440 y en novela: El otro Federico, más allá de la ficción. Posee: Premio Nacional Carlos Pellicer para obra publicada 2002. Premio Programa de Publicaciones 2004 del Instituto Chihuahuense de la Cultura con el libro de ensayo Principios de sensibilidad; Premio AFEMIL-Brasil-hispanoamericano de literatura 2006, por su novela Cartografía de una casa, Minas Gerais de Belo Horizonte, Brasil. Premio Nacional de Poesía XXXIX Juegos Florales de San Juan del Río, Querétaro, 2009 por su obra: Los verdaderos ángeles no tienen alas. Dirige Tintanueva Ediciones desde 1997 a la fecha. Su trabajo poético ha sido traducido al inglés, francés y portugués. Publicado en EUA, Canadá, Brasil, Argentina, Perú, Cuba, España, Puerto Rico, Bolivia y México.

miércoles, 26 de marzo de 2025

El ermitaño y el buscador


 

El ermitaño y el buscador

 

Por Fructuoso Irigoyen Rascón

 

Tal vez el principio de esta historia parezca al lector repetitivo. Pensaría que Gibrán o Nietzche ya habían escrito algo parecido: Un ermitaño que vive en una recóndita montaña y alguien que va en su busca para encontrar solución a sus problemas. Esto es solo el formato, lo que sigue lo demostrará.

Tal como en los relatos de autores famosos, el sujeto estaba convencido de que solo aquel ermitaño podría ayudarle. Otros elementos que aparecen en otros cuentos de gurú en un escondido espacio del planeta, es que el buscador supo de él por medio de un amigo, una persona, alguien que ya lo había encontrado y visitado y a quien el famoso ermitaño le había ayudado, incluso le cambió la vida. Algún relato se complace también en describir las dificultades del camino.

En uno de esos cuentos que llegó a mis manos, el buscador hubo de cruzar un desierto plagado de serpientes venenosas, seguido de un pantano con cocodrilos y al ascender a la montaña final fue atacado por gigantescas águilas, todo antes de llegar a la cabaña o cueva, en otros cuentos del ermitaño. 

En esta ocasión no sabemos dónde o cómo fue que el buscador supo de la existencia del ermitaño. Para comenzar, no se sabía si el ermitaño ese era un santón, o quizá un prófugo de la ley. Tampoco se sabe con precisión por qué el emproblemado sujeto no había encontrado alivio o apoyo en cosas más modernas como la consejería psicológica, la medicación o la inteligencia artificial.

 El destartalado camioncito que lo acercó a la montaña no era tan malo como las serpientes, águilas y cocodrilos de otros cuentos, pero de ninguna manera podría considerarse un transporte de lujo. El buscador indicó al chofer donde debía parar.

—¿Está usted seguro que es aquí? Aquí no hay nada.

—¿Es el kilómetro 68? Aquí es entonces.

—Sí, ahí está el marcador: Kilómetro 68.

—Imagino que alguien habrá venido aquí al mismo lugar antes de mí.

—Pues en los veintitantos años que tengo manejando en esta ruta, nadie antes me había pedido parar aquí. 

Se acomodó la mochila en la espalda, sacando antes de ella una pequeña brújula. 

—Debo caminar ahora 30 kilómetros en dirección noroeste.

El chofer lo miró con extrañeza y no pudo resistir el advertirle.

—Por ahí no hay nada. Es el desierto.

—¿Una montaña?

—No que yo sepa. De cualquier manera, yo regreso por aquí pasado mañana. Bajaré la velocidad y me detendré para recogerlo si lo veo.

—Gracias.

Emprendió la marcha mientras que el camioncito se alejaba. Una hora después de caminar bajo el quemante sol, le pareció ver a lo lejos la silueta de una montaña. Un poco después confirmó que en efecto ahí estaba, no era una montaña muy alta, pero sí era algo más que una simple colina.

Finalmente llegó. No parecía difícil escalar, así que continuó su camino. Deshidratado y aun sudando, alcanzó la cima. Allí, frente a él, se alzaba una cabaña rústica. Justo en la entrada, lo esperaba una mesita con una jarra de cristal llena de agua y un vaso dispuesto con evidente intención.

Sin dudarlo, se abalanzó sobre el líquido, un alivio inesperado que se le ofrecía sin necesidad de pedirlo. Al terminar el segundo vaso, de la nada apareció el ermitaño. Con el agua escurriéndole aún por las comisuras de los labios, el viajero se quedó petrificado. Aquel hombre era mucho más joven de lo que había imaginado. Sin embargo, su espesa barba le otorgaba la apariencia de un sabio, reforzada por el tosco sayal que vestía. Unas sandalias gastadas completaban su atuendo.

—Te estaba esperando. Por favor, pasa a la sombra. Tráete el agua.

—¿Me esperabas? —dijo el buscador con cierto asombro.

—No. No es magia —respondió el ermitaño señalando el viejo telescopio apuntado al sureste.

—De cualquier manera, nunca imaginé que fueras tan joven.

—En efecto, tengo tan solo 10 años en esta posición —señalando una fotografía en que él sin barba abrazaba cordialmente a un anciano—. Él era el ermitaño original. 

— ¿Y dónde está ahora?

Por toda respuesta abrió la ventana y señalo un montículo coronado por una cruz.

—Allí descansa.

—Ya veo ¿Y tú aprendiste de él?

—Sí, fue como un curso rápido. Yo vine como tú, a  buscar consejo.

—¿Cómo sabes que busco consejo?

—A eso viene la gente aquí. A menos que…

—¿Que qué? — interrumpió.

—Que vengas a entrevistarme para alguna revista, también algún reportero aparece por aquí de vez en cuando. 

—Me decías que viniste buscando consejo y —dijo agitadamente el ermitaño que respiraba con dificultad— ¿qué eres?, ¿médico?

—Algo así.

—Por lo menos no me topé con serpientes venenosas ni me atacó un águila.

—Apenas termina el invierno, las serpientes duermen bajo la tierra o entre las piedras. Al águila la vemos por aquí muy de cuando en cuando, la pobre está en peligro de extinción. Pero veo que conoces alguno de los relatos.

—Así es.

—¿Y cómo termina el relato que tú conoces?

—En ese relato, o cuento, el buscador se postró ante el ermitaño y declaró que haberlo encontrado, visto, le ha por fin hecho feliz. A lo cual el ermitaño respondió señalando el camino por donde había llegado hasta él, que la verdadera felicidad consistía en haber superado todos aquellos obstáculos y llegado hasta allí. 

—¿Y tú buscas, como el de relato, la felicidad? 

—De alguna manera sí. Pero creo que solo necesito, como dijiste antes, consejo. Algo que me aliente a seguir adelante.

—Tenemos esta noche y todo el día de mañana para hablar. Ahora come algo, hay pan, carne seca y refrescante agua de nopal.

—Tal vez el buscador del relato estaba en lo cierto. Me siento mejor solo con estar aquí. 

—Es una buena señal. 

—¡Ya lo creo! 

El ermitaño tragó saliva. Tal vez, en este punto de su carrera, estaba logrando lo que su antecesor conseguía con naturalidad: brindar alivio y consuelo a los buscadores con su mera presencia. Sabía, sin embargo, que al menos parte de su poder residía en la ubicación apartada en la que se encontraba, al igual que los venerados santones y curanderas de Espinazo, Falfurrias, Cochibampo y Huautla.

A veces se preguntaba si estar a treinta kilómetros del kilómetro 68 era lo suficientemente remoto como para compararse con esos lugares mágicos. Sabía que la curación o los milagros que allí ocurrían dependían, en parte, de la fe de los peregrinos y del esfuerzo de su viaje. No obstante, recordar al viejo ermitaño y estar tan cerca de su tumba terminaban por convencerlo del poder de su ubicación y del suyo propio. Después de todo, durante diez años había repetido las fórmulas, oraciones y consejos que había escuchado del Maestro, como llamaba al viejo ermitaño enterrado en aquel lugar.

Esa noche el ermitaño escuchó la historia del buscador. Se enteró de que su primer episodio depresivo había ocurrido hacía muchos años, y que se había curado con amitriptilina. El segundo fue en la era del Prozac, la casi mágica medicina, el cual también cedió al tratamiento. El más reciente ataque depresivo, fue tratado con una maquinita llamada estimulador magnético transcraneal y pareció responder favorablemente también. A pesar de lo que sus médicos consideraban una excelente respuesta al tratamiento, él continuaba sintiéndose vacío, incompleto. Abundó entonces en sus pérdidas, muertes y deserciones. El ermitaño solo escuchaba. Así se fue la tarde y la primera mitad de la noche.

—Supongo que estarás cansado. Puedes dormir ahí —indicándole un camastro al fondo de la habitación—. Te veo mañana temprano.

En la mañana, muy temprano, el buscador despertó. Sobre la mesa donde había estado la jarra con el agua había un sobre y unas hojas de papel. Al verlas, lo primero que imaginó fue que el brujo aquel se había marchado durante la noche. Tal vez le había cedido a él el puesto, tal como a él se lo había encomendado el viejo Maestro. Sin embargo, no se atrevió a tocar el sobre. Un ratito después traspuso la puerta el ermitaño. Ni qué decir, una expresión de alivio se veía en la cara del buscador.

—No leo la mente —comenzó a decir— pero apuesto a que creíste que me había ido y que te había dejado el paquete a ti. Sabes que no lo haría sin haberte entrenado debidamente. Ahora comencemos a trabajar en lo tuyo, tenemos solo un día.

            —¿Trabajar?

—Sí. Te invito a examinar tu propio interior. Me refiero a tu capacidad de superar la angustia y sentir alivio. 

—¿Sí?

—La vi cuando aparecí de pronto. Lo que Alfredito te dijo te hizo dudar de mi mera existencia.

—¿Alfredito? ¿Así se llama el chofer del camioncito? ¿Cómo supiste que fue lo que me dijo?

—Sí así se llama. Y supe que fue lo que dijo porque él siempre dice lo mismo. Supe al tiempo que tu duda era grande, ya habías comprobado que sí había montaña ¿por qué dudar entonces de que había ermitaño?

—¡Perdón, pero...

—Cuando me presenté y sentiste algo de alivio, pasó lo mismo, y también hace un minuto — interrumpió el ermitaño.

—¿Qué significa eso?

—Que cuando quieres sentirte bien, te sientes bien. No se puede dudar de que tú sufras de una enfermedad depresiva crónica, con tantos doctores y tantos tratamientos, pero me parece ver algo más. 

—¿Algo más? 

—Sí, tiene que ver con tu actitud. Lo digo no solo por lo que me has contado, sino también por lo que he visto. Has ido a cada uno de tus tratamientos, e incluso al venir aquí no es  para curarte o para mejorar, sino para hacerlos fallar. Viniste aquí para hacerme fallar.

—¿De veras crees eso? 

—¿No lo crees tú?

—Espero que no limites lo que puedas hacer por mí por esta opinión que has expresado.

—¡Claro que no! Que tú hayas venido a hacerme fallar no quiere decir que yo vaya a fallar. De hecho, ya hemos comenzado: cómo te decía: tú tienes la capacidad para ser feliz, basta querer serlo. Como la tristeza entra en nuestras almas, así lo hace también la alegría, la felicidad. ¡Y hay que dejarla que entre! Y hay que dejar la puerta abierta para que salga la tristeza.

—¿Y todo eso te lo enseñó el Maestro?

—De cierta manera. Él me enseñó a mirar dentro de mí y aprender qué cosas debería atraer, retener y guardar y qué cosas debería dejar ir.

—Lo haces parecer muy fácil.

—De hecho, lo es, a menos de que te empeñes en no dejar ir las cosas que debes dejar ir y en no abrirte a las cosas que debes recibir y guardar.

—Recuerda que tengo un solo día.

—Claro, hoy te diré, ya te lo estoy diciendo, lo que creo que puedes hacer. Una vez que te vayas serás tú el que decida si lo haces o no.

—Suena familiar. En el hospital psiquiátrico, al estarme mandando a la casa después de un par de días, me explicaban que el tratamiento solo comienza ahí, el verdadero tratamiento es el que uno sigue por sí mismo en su casa.

—Pues eso hace mucho sentido. 

—¿Lo crees tú?

—Si lo creo, y tu memoria al respecto lo demuestra. Recuerdas palabra por palabra lo que te dijeron hace años en ese hospital y así recordarás por años lo que ahora yo te estoy diciendo.

—Ya veo.

—Y como en el relato que habías oído, tu curación, por llamarle de alguna manera, no comenzó al encontrarme, sino al comprar tu boleto para el camioncito y haber decidido bajar en el kilómetro 68. Cuando le pediste a Alfredito que parara ahí, en medio de la nada, ya habías tomado posesión del proceso. Solo faltaba advertirte que, si dentro de ti estaba que tal proceso fallara, ese proceso sin duda fallaría. 

Algo había pasado. El buscador pidió tomar un receso. El ermitaño, por supuesto, no se opuso. Salió de la cabaña y el buscador lo vio asomándose al telescopio como explorando el desierto por donde había llegado. Cayó entonces en la cuenta de que en su interior se llevaba a cabo una verdadera revolución.

Sacudiendo la cabeza como cuando uno se despereza después de despertar gritó:

—¡Sigamos pues!

—Antes comamos —contestó el maestro poniendo la carne seca el pan y la jarrita con agua de nopal sobre la mesita, junto al sobre.

—¿Y el sobre? ¿De qué se trata?

—Es una carta que quiero que entregues a Alfredito, el sabrá qué hacer con ella.

Después de comer, el ermitaño abordó al buscador de una forma diferente.

—Veo que ahora estás lleno de dudas. Trata de escuchar tus dudas y pregúntate por qué están ahí. Si hay una que piensas que yo pueda ayudarte a resolver, habla ahora.

Armándose de valor, el buscador sentenció:

—Simplemente, no sé si debí haber venido.

—Calma, lo importante es que estás aquí y por ello da lo mismo si debieras o no haber venido ¿Otra duda?

—No sé si esto está ayudándome o no.

—Si tienes esa duda es que sí, está ayudando. Piensa ¿por qué no habría de ayudar? No dejes que tu deseo de hacer que esto falle lo haga fallar. Por mi parte ya te he dicho todo lo que tenía que decirte. Ya lo verás más adelante, cuando te encuentres de regreso en tu casa, acompañándote a ti mismo. También, el recuerdo de este viaje y este encuentro permanecerá por el tiempo que lo dejes permanecer contigo y te ayudará a seguir tu camino. Ahora descansa, que mañana deberás levantarte temprano para llegar a la carretera antes que el camioncito pase por ahí.

Aquella mañana fue particularmente fría. Llevaba unos quince minutos caminando cuando se volvió a mirar la montaña. Un águila volaba cerca de la cumbre.

—¡Muy tarde hermanita, gracias de todos modos!

 


Fructuoso Irigoyen Rascón, autor de Cerocahui, una verdadera épica de la región, es médico con especialidad en psiquiatría, con una vasta y brillante práctica profesional. Es autor, además, de los libros Tarahumara Medicine: Ethnobotany and Healing among the Raramuri of Mexico y Nace Chihuahua, Gabriel Tepórame y Diego Guajardo Fajardo, los forjadores.

El leve roce de un profundo amor. Presentación de la novela Rebelde, de Max Palicio

 


El leve roce de un profundo amor. Presentación de la novela Rebelde, de Max Palicio

 

Por Jesús Chávez Marín

 

Una buena novela es aquella donde cada lector entra a una casa desconocida, y que también es de su propiedad. A una ciudad que no conocía, a pesar de que su conciencia colectiva ya la había recorrido en otros tiempos de sueño. Una región plena de sorpresas, donde se cuentan historias de fantasía, o semejantes a lo que llamamos La Realidad, y en la que suspendemos el curso de nuestra vida cotidiana para caminar en otro espacio. De esta índole es el nuevo libro de Max Palicio, su novela Rebelde.

La palabra novela proviene del idioma italiano: novella, que significa noticia, o lo nuevo. La novedad. Y la gran novedad técnica que esta obra ofrece es que la voz narrativa, desde el inicio y en cada uno de sus diez capítulos, es que con toda naturalidad, y tan campante, su discurso narrativo transita en lo que antes llamábamos literatura realista y, al siguiente renglón, vuela hacia lo que podríamos considerar como literatura fantástica.

En la temporalidad lineal de su relato, el punto de vista narrativo se instala en los años setenta del siglo 20, en la Ciudad de México, donde vive una joven y guapa maestra que se llama Rebeca, que hasta en el nombre lleva la penitencia, como también la energía y el pensamiento de la rebeldía.

Luego aparece Juan José Guardiola, un joven idealista y disciplinado que en la lotería bioquímica que todos llevamos en la genética, a él le tocó padecer de cuando en cuando algunas crisis de epilepsia.

Para su buena fortuna, ese trastorno entre mecánico y nervioso de su cuerpo lo dotó de una alta iluminación y de una fiel sensibilidad, que lo mismo habrían podido destruirlo y mandarlo a la sima (con s) de un abismo, o elevarlo a la cima (con c) donde habitan los seres visionarios.

En este magnífico relato novelístico las sensaciones del cuerpo se relatan con exquisito cuidado, haciendo que la buena prosa del autor alcance páginas de gran deleite. Aquí va uno de los personajes ejercitándose muy tempranito en el Bosque de Chapultepec:

 

Le encantaba la sensación del despertar de la vida: el sol del amanecer tibiando el rostro, el murmullo del viento acariciando las hojas de los árboles; el juego de luces y sombras que tomaban vida, el aroma de la tierra húmeda.

 

Resultan fascinantes varios pasajes de la novela donde entran en juego lo sentidos y, a la vez, los pensamientos que llamamos racionales. Esa mezcla de sentimientos y sensaciones no suceden en el aire ni el espacio vacío, sino en las ágiles descripciones del espacio narrativo, en la mecánica concreta de la vida cotidiana, en la atención del narrador a todos los registros, sonidos, aromas, caricias, sabores del relato. Hay una escena de ternura y de atroz dolor, donde uno de los protagonistas visita en el hospital a su amadísima novia, quien ha sufrido un accidente:

 

Por las noches dormita en un sillón y no pierde oportunidad de hablar con Isabel: le platica de sus planes y recuerda los momentos felices mientras acaricia sus brazos, que es casi lo único que queda libre de ella para poder tocarla en la mitad de la multitud de aparatos a los que está conectada. Ya se acostumbró al sonido sordo de la máquina de respiración artificial y a toda clase de señales y alarmas del resto de las sondas y conexiones. Los hay de todos tipos, tamaños y colores y cada uno posee su personalidad propia, cada cual una función distinta.

 

Esta novela es una fuente de pensamientos novedosos: En medio de tantas acciones que se cuentan, tantas historias de personajes muy bien definidos, sucede el salto cualitativo hacia las ideas que surgen directamente del cuerpo, hacia las visiones que se producen en la fascinación del amor, hacia la utopía realizable en el sentido ético de la libertad, hacia la filosofía del cuidado como propuesta humanística, hacia el cultivo del placer como sistema de conocimiento, hacia la enseñanza en la acción de construir formas de comunicación y de convivencia.

Rebelde, de Max Palicio, es un hermoso libro, una bella novela.

 

Marzo 2025

 


Jesús Chávez Marín es editor de Estilo Mápula.

Te mereces la paz por la que trabajes Te mereces la incertidumbre de la vida


 

Te mereces la paz por la que trabajes Te mereces la incertidumbre de la vida

 

Por Sergio Torres

 

Te mereces, te mereces, te mereces. ¿Es en serio? ¿De verdad estás listo para recibir eso que crees que mereces? Quieres una pareja que te acompañe y te apoye, te comprenda, te entienda, te respete, te estimule, te motive, ¿qué tanto estás dispuesto y preparado para acompañar, apoyar, comprender, entender, respetar, estimular y motivar a ese otro que has elegido para acompañarte? ¿sabes cómo hacerlo? porque no todas las personas sienten acompañamiento de la misma manera, con los mismos actos, con las mismas palabras. ¿Eres un adulto con una salud mental, espiritual, física aceptable? ¿Has superado los límites de tu formación inicial y has asumido la responsabilidad de tus actos y emociones, de tu convivencia con la gente en derredor?

Te mereces la libertad de actuar como quieras Te mereces las consecuencias de tus actos

Te mereces la paz por la que trabajes Te mereces la incertidumbre de la vida humana Te mereces la fe en la interacción con las realidades comunes y alternativas.

 


Sergio Torres. Licenciado en Artes, músico desde la infancia, dibujante y compositor de canciones. Maestro de música por vocación.