jueves, 8 de mayo de 2025

Prometeo

 


Prometeo

 

Por Sergio Torres

 

Vivo atado, sin puertas ni ventanas,

sin salida,

en un círculo con cuatro esquinas,

donde el tiempo acaricia con su lengua fría.

La agonía de saberme solo

me abre las entrañas y las come

y las tira.

 

Vivo atado al sol, y Prometeo

me sonríe en su dolor y yo no digo

que mi círculo infinito no me duele

y río

y sueño

con comer mi propia carne muerta.

 

Vivo atado a mi piel,

al delicado secreto de mi vientre.

Por más que escarbo en él

no consigo estallar en resurrección.

 

El camino no existe,

importa un comino qué camino sea,

que vaya o venga

a viajar en los eslabones de mi cadena.

 

Vivo atado a un círculo mortal

que late atormentado contra mi ilusión,

sangra mis venas y goza

de la callada negación de mi derrota.

 


Sergio Torres. Licenciado en Artes, músico desde la infancia, dibujante y compositor de canciones. Maestro de música por vocación.

El retorno del príncipe

 


El retorno del príncipe

 

Por Fructuoso Irigoyen Rascón

 

El príncipe despertaba aquella mañana en su recámara, iluminada por el astro rey. Hacía dos generaciones que los ingenieros reales se las habían ingeniado para permitir que la luz matutina penetrara por unas claraboyas e iluminara las cortinas que servían de pantalla. El efecto producido era que, en la habitación completa, pudiera uno ver todo lo que ahí se encontraba sin que, por ejemplo, si el príncipe se levantaba tarde, el exceso de luz le molestara.

Después de haber pasado dos años en aquel colegio/ internado para muchachos de la nobleza en Inglaterra, y de despertar cada mañana en un cuartito oscuro donde apenas cabía el catre y un pequeño escritorio, se había desacostumbrado a la inmensidad que era aquella recámara del palacio real. Estaba consciente de que probablemente en unos meses volvería a las estrecheces del mundo real (real de realidad, no de realeza) pues era de esperarse que ingresara, como lo hacían todos los príncipes, a la armada o al ejército.

El volver al ambiente que lo vio crecer causaba un importante nivel de ansiedad al príncipe. Todo el mundo, incluidos sus padres, pensaba que su estancia en aquel internado inglés había sido como estar dentro de una crisálida, sin contacto significativo con el mundo exterior. Pero no contaban con aquellas escapadas nocturnas a lugares atrevidos como los pubs y a otros más comprometedores en algún barrio londinense.

Así pues, para el príncipe, volver a este gran espacio no ampliaba su mundo; más bien lo comprimía.

Del dormitorio principesco bajaría al gran comedor real. Más espacio desperdiciado, pensaría. Ahí encontraría a la reina, su madre, y tal vez al rey también. En efecto, mamá estaba ahí, y también una de sus hermanas, pero no el rey. Se mostraron jubilosas por volver a verlo. Lo llenaron de abrazos y besos.

—¿Y papá?

—Está bien. Él casi nunca desayuna con nosotras. Podrás verlo más tarde.

Mientras desayunaban y el príncipe les dejaba saber lo bien que le había ido en Inglaterra, también reflexionaba sobre la elegancia y el tamaño del comedor real, tal como lo había hecho respecto a su recámara.

Después del desayuno obtuvo indicaciones de cómo llegar a la oficina donde el rey atendía sus negocios esa mañana. No era el salón del trono, sino un despacho sin la solemnidad del primero. Entre un salón grande, la antesala, con muchas sillas que al tiempo de su llegada estaban vacías, y el despacho real, había un cubículo con un escritorio, tras el cual estaba sentado un funcionario enfundado en un traje azul y luciendo una corbata negra sin adornos.

Al ver entrar al príncipe, lo abordó:

—¿Qué se le ofrece, joven? ¿en qué podemos ayudarle?

—Vengo a ver al rey.

Entonces, poniéndole más atención al visitante que no esperaba, exclamó:

—¡Perdón, su majestad, no le había reconocido! Ahora mismo le anuncio.

El “ahora mismo” tomó diez minutos. Al verlo entrar, el rey se puso de pie y procedió a darle un abrazo. Le dio la bienvenida y expresó su alegría al verlo.

—Quiero que desde mañana te presentes aquí conmigo, para que te vayas familiarizando con lo que hace el rey. Para cuando te toque a ti, sepas cómo hacerlo.

El monarca no recordaba que, días antes de enviar al príncipe a su exilio inglés, le había invitado o, mejor dicho, ordenado, exactamente lo mismo.

—Claro, su majestad, aquí estaré.

Entonces, dirigiéndose al funcionario, ordenó:

—Karl, dale al príncipe una copia de mi programa de audiencias para el resto del mes.

—Así se hará, su alteza.

Y, como lo había prometido, ahí estuvo. Por varias semanas acudió al despacho real y puso tanta atención como pudo a los asuntos que ahí se examinaban, reportaban y discutían.  Se dispuso también a observar la interacción de su padre con una multitud de personas de lo más variado, que pedían ver al rey.

Pero, a pesar de su exposición a los problemas y situaciones que llegaban al despacho real, el príncipe no podía resolver una pregunta que lo torturaba: ¿Era el rey una mera figura decorativa, o conservaba algún poder o autoridad?

La forma en que sus visitantes le exponían sus problemas indicaba que estos confiaban en que el rey podría solucionarlos o por lo menos ayudarles a hacerlo.

Y así, el príncipe pasaba todas las mañanas en esas sesiones que supuestamente lo preparaban para cuando él mismo se convirtiera en rey. Una mañana, sin embargo, el funcionario Karl apareció en la puerta y, dirigiéndose al príncipe, le dijo:

—Su alteza, alguien le busca. Le esperan en la cámara lateral.

Miró a su padre, como pidiendo permiso para atender a aquel inesperado visitante. El rey movió la cabeza, concediéndole el permiso. El ujier lo condujo a la cámara lateral. A su paso por la antesala notó que esta estaba atiborrada de gente: todas las sillas ocupadas y muchos esperando de pie. Quiso saludar, pero vio que la gente no le ponía atención; era solo uno de tantos que, después de ver brevemente al rey, dejaba su lugar al siguiente peticionario.

Saliendo de la antesala podía uno ver dos puertas que daban acceso a las cámaras laterales: una a la derecha y la otra a la izquierda. Karl le indicó la puerta de la izquierda y se quedó un momento ahí, como si su función fuera comprobar que el príncipe llegara a su destino. Lo que este hizo. ¿Abrió la puerta y exclamó:

Hey, Susie, what are you doing here? ¿Qué haces aquí?

—¿Qué? ¿Te molesta que haya venido a verte? —respondió la niña de corta faldita, mallas de calado, tatuajes en el cuello y brazos, y un anillito de oro colgando del tabique de su nariz.

—¡De ninguna manera! Solo me sorprende.

—Y yo que creí que me contabas allá en Londres que eras un príncipe y que vivías en un gran castillo solo para entretenerme.

—Ya lo ves, la verdad también puede ser entretenida. Ahora veré dónde alojarte. Tenemos numerosos cuartos para huéspedes aquí en palacio y casas en la ciudad o en el campo ¿Qué prefieres?

—Lo que tú digas. Veo que tienes mucho que hacer, no quiero importunarte.

—No tengas pendiente. Encontraré el tiempo para pasarlo contigo. ¿Tienes alguna pregunta?

—¿Como de qué?

—De lo que sea.

—¿Tienes un verdugo real? ¿Existe tal cosa en estos tiempos?

El príncipe, que conocía bien a Susie, pretendió no mostrar su extrañeza ante tan inesperada cuestión.

—La verdad, no sé. Pero antes de ir a otro lado y buscarte acomodo, le preguntaré a Karl. Él debe saber.

Cuando llegaron al cubículo de Karl, este se ocupaba de guardar unos papeles en un cajón de su escritorio. Aparentemente, el rey ya había concluido su jornada matutina y se había marchado.

—¿Karl, podrías decirnos si todavía hay un verdugo real?

—Su alteza: la posición de verdugo real fue eliminada por la asamblea allá por 1950. Si el reino necesitara ejecutar a alguien, el ejército, la armada o la asamblea nombrarían a alguien como verdugo real temporal o, en algún caso, un pelotón de fusilamiento. Afortunadamente, eso no ha sido necesario.

El profesionalismo de Karl saltaba a la vista, a pesar de su curiosidad, no inquiriría a qué se debía la pregunta. El príncipe pasó sin más al siguiente asunto.

—¿Podrías reservar un cuarto de huéspedes para Susie?

—Con mucho gusto ¿En palacio?

—De preferencia.

—Síganme, por favor. Creo que la señorita Susie dejó una maleta a la entrada. La recogeremos de pasada, luego les mostraré tres cuartos a ver cuál les gusta más.

El príncipe no dejaba de asombrarse de la impecable eficiencia del ujier, y comentó a su amiga:

—Nadie como él.

—Sí, ya lo veo.

Una vez que Karl les pidió que lo siguieran, se adelantó para abrir el primero de los cuartos. Al estar a una distancia prudente de Karl, el príncipe preguntó:

—Dime, ¿para qué querías saber lo del verdugo?

—Mera curiosidad. Ya me habías contado de todo lo que tenías aquí, pero nunca mencionaste a un verdugo, y en muchos de los cuentos y chistes sobre príncipes aparece uno.

—Sí, ya recuerdo alguno. Pero el pobre de Karl estará pensando que estoy planeando ejecutar a alguien.

En eso, caminando de la sala de audiencias hacia el ala de huéspedes, cruzaban la llamada área común. Vieron que llegaba, como viniendo de los jardines, la hermana del príncipe, la misma que mencionamos antes.

—Aló, aló ¿A dónde van?

—Vamos a enseñarle a Susie el cuarto donde se quedará unos días.

—¿Susie?

—Sí, Susie.

Y Susie dijo con un tono burlón:

—Sí, esta Susie.

La princesa, una muchacha super pulcra, ni soñara ponerse un tatuaje o vestir minis y mallas como Susie, sin embargo, también era muy educada. No expresó su aprobación ni, menos aún, su repulsión. De cualquier forma, sintió el príncipe la necesidad de explicarle quién era “esta Susie”.

—Me ayudó mucho cuando estuve en Inglaterra. Gracias a ella aguanté la soledad y la presión de la escuela.

—Ya veo. Bienvenida, Susie.

Y, dirigiéndose solo al príncipe:

—Recuerda que mamá te espera a comer.

—Allá voy, e invitaré a Susie a comer con nosotros.

La princesa lo miró como diciendo: “No le gustará a mamá, ni a papá”, pero el príncipe no descifró su expresión. Susie sí lo hizo y pensó: “Por fortuna no hay verdugo real”.

El cuarto de Susie era modesto comparado con el del príncipe. Solo dejó su maleta ahí y ahora seguía a su amigo por un corredor laberíntico rumbo al comedor real. Una vez más, el rey no estaba. La reina ocupaba la cabecera de la mesa y la princesa estaba a su derecha. El príncipe invitó a Susie a sentarse junto a su hermana y él se sentó a su lado.

—Madre, te presento a mi amiga Susie.

—¿Amiga?

—Sí, su majestad, por lo pronto —dándole un tono picaresco a su respuesta.

En un golpe de clase y elegancia, la reina expresó:

—Sé bienvenida, niña. Espero que disfrutes del tiempo que pases entre nosotros. Déjanos saber qué necesitas.

—Gracias, su majestad.

Si bien el príncipe percibió que no todo estaba tan bien, era difícil ignorar la frialdad, la sequedad que no reflejaban las palabras. Susie captaba aún más el aire de rechazo en el ambiente. Aun con menos palabras, los reales y Susie terminaban de paladear el primer plato, una sopa de champiñones, cuando por una puerta lateral surgió el rey. Se había despojado de su traje formal que usaba para las audiencias y vestía una chazarilla de color caqui y pantalones de lino del mismo color. Lo más elegante de su atuendo eran sus botines con botones dorados.

—Entiendo que nos honra con su presencia una distinguida visitante —irrumpió el monarca—, y entiendo también que viene de aquel rincón del mundo del que tengo gratos recuerdos, como ahora su alteza el príncipe, por lo que ven mis ojos, los ha tenido también.

Susie se estremeció al ser considerada recuerdo. Sería tal vez solo una forma de hablar, pensó, y aunque de la presencia y discurso del rey no emanaba una animadversión de forma conspicua, las vibraciones no eran muy positivas.

Prosiguió el rey:

—Espero que tenga una gratísima estancia. Ya encargué a Karl y al príncipe que le muestren los lugares y monumentos más representativos de nuestro reino. Y aunque no tenemos la variedad de pubs de que Inglaterra dispone, nuestra vida nocturna también tiene alguna fama, especialmente —extendiendo los brazos hacia Susie y el príncipe— para el entretenimiento de los jóvenes. Y ahora, a comer.

La comida transcurrió sin mayor incidente. El rey se complacía en comentar las noticias del día, particularmente lo que sucedía en lugares lejanos como los Estados Unidos, China o Japón. Una discreta alarma, procedente probablemente de un teléfono celular que llevaba en un estuchito sujeto a su cinturón, le indicó que debía retirarse para atender algún otro compromiso. Y así lo hizo, despidiéndose una vez más.

—¡Que disfrute su estancia en nuestro país!

El “gracias, muchas gracias” de Susie apenas se escuchó. Entonces el rey salió del comedor. Las damas reales permanecieron ahí hablando de nada por una media hora, y después se despidieron y se fueron.

El príncipe, notando que su amiga estaba incómoda, la invitó a conocer los jardines del palacio. Pasaron una tarde agradable. Los jardines eran como una miniatura inspirada en los de Schönbrunn. Susie parecía fascinada por esta obra maestra de los jardineros reales. Por supuesto, la exuberancia de los jardines atraía a la vida animal al lugar; así, Susie pudo admirar cardenales, cenzontles y ardillas, que en verdad le gustaban más que las plantas.

La conversación entre los muchachos giró en torno al ¿te acuerdas de esto o de esto otro? Ella, aparentemente, se había tranquilizado y podría decirse que hasta gozaba del momento. Entonces apareció Karl, quien caminó despacio hasta estar a unos diez metros de ellos. Desde ahí hizo señas al príncipe pidiéndole que se acercara. Notemos que, a pesar de la distancia, Susie pudo escuchar casi todo lo que el ujier dijo.

—Su majestad la reina quiere reunirse con usted, en privado. Mañana antes del desayuno.

—Ahí estaré.

Cuando Karl se retiró, Susie, que ahora se veía irritada e intranquila de nuevo, comentó:

—Ya viene la tormenta.

—No lo sé —respondió el príncipe en voz muy baja—. Puede ser que me quiera ver para otra cosa.

Yeah, right —una expresión americana, pero con el acento británico de Susie—. Pero ahora estoy muy cansada, quisiera retirarme. Te veo mañana.

El príncipe la acompañó hasta la puerta de su cuarto.

—Te veo mañana para el desayuno. Paso por ti después de la junta que tengo con mi mamá. Espérame como a las siete y media.

La mañana siguiente, el príncipe encontró a su madre en el comedor. Tal como se esperaba, el tema de la reunión fue Susie. Sin embargo, la reina no expresó ninguna crítica respecto a la muchacha; a este punto solo quería saber más de ella: ¿quién era?, ¿qué buscaba?, ¿por qué había venido? El príncipe contó lo que sabía de Susie, pero se guardó de expresar sus propias dudas.

Al terminar la junta se dirigió a los cuartos de visita. Una doncella ayuda de cámara lo abordó.

—La chica se fue muy tempranito. Le ayudé a poner su maleta en el taxi.

—¿Oíste a dónde iba?

—Sí, su alteza. Pidió al taxista que la llevara a la estación central. También se le salió decir, como para apresurar al taxista, que su tren salía a las 4:15 de la mañana.

—O sea, se fue.

—Sí, su alteza. Se fue.


 

Fructuoso Irigoyen Rascón, autor de Cerocahui, una verdadera épica de la región, es médico con especialidad en psiquiatría, con una vasta y brillante práctica profesional. Es autor, además, de los libros Tarahumara Medicine: Ethnobotany and Healing among the Raramuri of Mexico y Nace Chihuahua, Gabriel Tepórame y Diego Guajardo Fajardo, los forjadores.

martes, 6 de mayo de 2025

La mañana siguiente

 


La mañana siguiente

 

Por Sergio Torres

 

A la mañana siguiente, el cuerpo intenta ubicarse en el tiempo y en el espacio de una manera somnolienta y torpe. Hay otro cuerpo aquí junto, una agradable tibieza que es recuerdo de caricias y es presencia de confianza y entrega. Vulnerable, respira en la tranquilidad del sueño. De alguna manera recuerda que hay alguien a su lado, se acerca, pide o da un abrazo, sube una pierna, acaricia.

Para mis ojos la luz es indispensable y una tortura al mismo tiempo. Alcanzo a despejar la silueta de la oscuridad y los tejidos suaves de mis sábanas, aquí estás, sin ropa, desafío de un paraíso instantáneo, cercano, que se revela en cada roce, que se perfecciona en el ejercicio de una voluntad.

En la mañana siguiente, que nos descubramos desnudos, íntimos, habrá sonrisas cómplices, miradas que mezclan sueño y realidad, el mundo será otro, más bello y real.



Sergio Torres. Licenciado en Artes, músico desde la infancia, dibujante y compositor de canciones. Maestro de música por vocación.

lunes, 5 de mayo de 2025

Un gorrioncito

 


Un gorrioncito

 

Por Sigfrido Viguería Espinoza

 

Sali al patio de enfrente.

Un piar doloroso me aguardaba:

un gorrioncito pendía

de un hilo. El ultimo del nido.

 

Pensé en como salvaría al inocente.

Después de un tiempo lo puse en una jaula,

después de un rato le di a beber un poco de agua;

luego lo tome en mi mano y durmió dulcemente.

 

Sentí sus latidos, su respiración y su inocencia.

Sali unas horas y lo encontré moribundo.

Me veía agradecido, en su última levedad.

Yo impotente de no salvarlo

espere su final para enterrarlo.

Cargué su diminuto cuerpo.

Volvió a mirarme agradecido.

Yo triste de haber fracasado.

 

Sentí ese vínculo de alguien que se va, temprano,

y nos deja

 

Para un pequeño que intente salvar hoy domingo 4 mayo 2025.

 


Sigfrido Viguería Espinoza es licenciado en letras españolas por la UACH. Tiene estudios de maestría en educación y doctorado en pedagogía. Es profesor de literatura en el Colegio de Bachilleres y asesor académico en la Normal Superior de Nuevo Casas Grandes. Escribe una columna llamada Mito, Literatura y Realidad en El Diario de Juárez. Tiene publicaciones en la revista literaria Hambre, en el podcast El buen Cruel, diario digital de Agua Prieta. Ha publicado en semanarios y revistas literarias como Nosotros, Metamorfosis y Letra Nostra. Es promotor cultural y académico en Normal Superior José E. Medrano R, UACJ Nuevo Casas Grandes y UPN Nuevo Casas Grandes. Dedica su tiempo a la literatura, la discusión académica y el canto lírico. Publica constantemente ensayos y poemas en medios impresos y electrónicos. Tiene una columna semanal llamada Utrora en Estilo Mápula revista de literatura.

Cansado


 

Cansado

 

Por Sergio Torres

 

Estoy cansado, muy cansado. Todos los días escribo, todos los días te llamo y no obtengo respuestas. No es pretexto que tengas trabajo, solo te ocupas diez horas en el trabajo, haces planes y sales al cine, a restaurantes, de viaje, duermes, convives con tus perros, tus amigas, tus otros amores, y yo no obtengo respuesta alguna, ni positiva ni negativa. Todo esto cansa. Así que dejemos que el olvido se encargue, ya entenderé que la vida sigue, que tu amor es para entregarlo a quien tú quieras no a mi, que te lo pido como un perro sediento. Es tanto el desconsuelo, que he perdido el interés en verte, en hablar contigo, escucharte. Necesito espacio, tiempo de no pensarte, tiempo de no desearte, tiempo sin ti.

 


Sergio Torres. Licenciado en Artes, músico desde la infancia, dibujante y compositor de canciones. Maestro de música por vocación.

domingo, 4 de mayo de 2025

Amo el tiempo contigo

 


Amo el tiempo contigo

 

Por Sergio Torres

 

Amo el tiempo contigo, platicar, reír, mirarnos. En todos los principios, en los finales. Amo sentirme como me siento de saber que voy a verte, escuchar el timbre del teléfono sabiendo que eres tú, preparar comida para ambos y ver cómo un sartén se vacía, el plato, y tu sonrisa se amplía, tu voz se intensifica, el roce de tu mano en mi brazo, y hasta los besos, se convierten en experiencias que no hay manera de olvidar.

Amo el tiempo contigo. Amo el día de hoy.

Amo todo.

 


Sergio Torres. Licenciado en Artes, músico desde la infancia, dibujante y compositor de canciones. Maestro de música por vocación.

sábado, 3 de mayo de 2025

Un peso real

 


Un peso real

 

Por Sergio Torres

 

Hay días en los que el cansancio se concentra, se torna un peso real; el cuerpo no quiere levantarse, ni siquiera la mirada, ni siquiera respirar. Pero aquí seguimos, una lucha por conseguir convertirnos en humanos, una versión que mejore la presente.

Abrazo la sábana sobre mi cuerpo, agradezco la tibieza, entrecierro los ojos, el mundo desaparece.

Casi es viernes.

 


Sergio Torres. Licenciado en Artes, músico desde la infancia, dibujante y compositor de canciones. Maestro de música por vocación.

Alquimia neuronal que consuma la perfecta conversión de un pictograma en un concepto

 


Alquimia neuronal que consuma la perfecta conversión de un pictograma en un concepto

 

Por Daniel Salinas Basave

 

En Japón la gente lee. Por tercer año consecutivo emprendo este ejercicio de caza fotográfica. Lo sé, es una invasión de la privacidad, pero me emociona la imagen de una persona abstraída en el bosque narrativo.

En cada tren, metro o autobús que abordamos encuentro por lo menos un lector. Lo mismo en parques o plazas. Ese es el verdadero indicador. Lo que se ve no se pregunta. Puedes darme las estadísticas que quieras, pero para mí lo que cuenta es lo que se ve en la calle y en Japón veo mucha más gente leyendo que en otros países.

La lectura es la más elevada forma de embrujo, una alquimia neuronal que consuma la perfecta conversión de un pictograma en un concepto.

En Japón la gente lee y miles siguen apostando por la letra impresa. Es un país hiperdigitalizado en donde muchas acciones de la vida cotidiana se ejecutan a través de una pantalla. En muchos restaurantes no tienes contacto con un ser humano: Ordenas tu platillo a través de una tablet y lo pagas al final en una caja automática. Las pantallas están por doquier y sin embargo jóvenes y viejos apuestan por leer en papel.

La gente es particularmente introvertida y hablan poco en lugares públicos. Leyendo logran una abstracción casi zen.

En esta época un lector es una anomalía o un milagro, un error en la Matrix, un desafío o un escupitajo al zeitgeist. Cuando veo a alguien abstraído en la lectura siento haber encontrado un cómplice, un secuaz. Viajar y leer, leer y viajar. Para mí siempre serán sinónimos. La lectura es el viaje interminable y los lectores abanderamos la última resistencia.

 


Daniel Salinas Basave es licenciado en derecho, periodista y escritor. Ha colaborado en EsquireGatopardoMilenio Replicante, entre otras publicaciones. Trabajó como reportero en El Norte de Monterrey y en Frontera, de Tijuana. Actualmente tiene espacios editoriales semanales en Semanario InfoBajaSuplemento Cultural PalabraSíntesis tv y San Diego Red. Es Premio Estatal de Literatura Baja California 2010 por Réquiem por Gutenberg. Premio Bellas Artes de Ensayo Literario Malcolm Lowry 2014 por Cartografías de Nostromo. Relatos de espías, embajadores y embusteros. Premio Gilberto Owen de Literatura 2015, en la categoría de cuento, por Días de whisky malo. Premio Bellas Artes de Ensayo Literario José Revueltas 2015 por El lobo en su horaLa frontera narrativa de Federico Campbell. Ganador del Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz 2015, en el género de ensayo, por el trabajo titulado Bajo la luz de una estrella muerta.

jueves, 1 de mayo de 2025

Maestro de música

 


Maestro de música

 

Por Sergio Torres

 

Ahí está la realidad, tan fría, tan distante. El mundo, a pesar de tus gozos y penas, sigue moviéndose y cambiando cual si no pasara nada.

En marzo 8, grupos de mujeres nos recuerdan el entorno violento en el que estamos inmersos, en el que el dolor, las heridas y la muerte son tan cotidianas que hasta se sienten normales.

Mi humilde privilegio es ser maestro de música en preescolar. Es una enorme bendición ser el profesor con el que los alumnos cantan, bailan, juegan y exploran el mundo de los sonidos, los cuentos, los juegos. Voy por la vida en un carril confinado de felicidad, alegría, gozo, plenitud.

Vivo en una fantasía, una realidad alternativa en la que la vida sigue teniendo promesas por cumplir y en la que todo es posible cuando se actúa desde el amor, solo se necesita contagiar de ilusión a unos cuantos miles de personas para transformar este plomo en oro. Sé que es posible.

 


Sergio Torres. Licenciado en Artes, músico desde la infancia, dibujante y compositor de canciones. Maestro de música por vocación.

Lección 71



Lección 71

 

Ejercicio de redacción

 

Escribir un relato con estas especificaciones:

 

  1. La acción que se cuenta sucedió hace 10 años.

  2. En el presente del relato, una pareja de esposos, o ex esposos, recuerda el aniversario 15 de su boda.

  3. El diálogo puede ser directo en la escena, o mediante un diálogo escrito en el whatsap.

  4. Hace diez años, todo era normal en su vida. Uno día, todo cambió, para bien o para mal, debido a un suceso fuerte: una muerte, una infidelidad, un despido del trabajo, un ascenso en el empleo, una proyecto que fue aprobado muy favorablemente, una beca de las de antes (de las de mucho dinero).

  5. Ese hecho cambió muy fuerte la situación de su vida y de su pareja. Para bien o para mal.

  6. En el presente del relato, cuando se comunican, no tienen hijos. Viven juntos o separados.

  7. El narrador personaje del discurso narrativo es en primera persona gramatical, yo, en masculino o en femenino, según sea autor o autora quien escribe.

  8. El presente del relato es el domingo 14 de julio de 2020, por la mañana.

  9. El aniversario de boda puede ser cualquier fecha, de hace más o menos 15 años.

  10. El hecho que cambió la vida de la pareja puede ser cualquier fecha, de hace más o menos 10 años.

  11. El diálogo que sucede en el presente del relato, también es por algún suceso significativo, y tiene mucho que ver con el desenlace del cuento.

  12. Resumen:

―Hace 15 años, estabilidad.

―Hace 10 años, plot (conflicto o revés de fortuna).

―Hoy, presente del relato.

―Desenlace: en algún momento de los hechos narrados, y se escribe al final del cuento.

 

JChM Taller Literario, abril 2020