Nardos. Sandalias doradas
Por Dolores Gómez Antillón
Me hablaste para invitarme a tener algo de
acción, que tenías algunas fantasías; deseabas te las concediera, estabas
muy excitado. Yo también, tan solo pensar que me esperabas a las cuatro y querías
que llevara la tanga blanca, las sandalias doradas, las que me hacían volar. Aceleraste
mis ansias.
Cuando llegué, la habitación olía a nardos,
estaban encendidas seis velas blancas, una roja al centro. En la cama pétalos, varitas de nardo
y una carta. Él no estaba.
Abrí la carta donde decía que me diera un
baño con el jabón que había preparado y me pusiera la batita de alas, la tanga
blanca de encaje, las medias blancas con el liguero rojo que hacía juego. Que delineara
mi boca con el labial carmín y calzara las
sandalias doradas, debería esperarlo recostada con los brazos extendidos sobre
la almohada.
Me besó, sus labios me quemaban. Me
acariciaba el cuello con sus manos; una excitación maravillosa se apoderó de
mis alas. Con delicadeza me bajó la tanga y lentamente abrió mis piernas. Le entregué
mi alma.
Una libélula blanca se posó en mi deseo.
Besaba todas partes de mi cuerpo, y yo a él. De
repente la libélula voló haciendo círculos en nuestros cuerpos, con vertiginoso
movimiento nos envolvió en pasión y así iniciamos al ritmo acompasado de un
vals del amor que fue subiendo de tono mientras en cada movimiento nos entregábamos.
Fundidos en uno danzamos al ritmo placentero de nuestro agitado corazón.
Un suave líquido embriagó los sentidos,
humedeció nuestros muslos. Una crisálida trémula abría sus alas para hacernos volar;
las estrellas se manifestaron radiantes con una lluvia luminosa que bañó nuestras
ansias y cayó a nuestros pies.
Más allá del infinito, una cascada de agua
bendita bautizó el encantado momento. Nos volvimos a besar apasionados en la
boca, ahora el carmín era de los dos. Me dejaste alucinando porque me elevaste más allá del firmamento,
gocé como nunca había imaginado en mis fantasías.
Dijiste:
―No te quites aún las sandalias doradas. Ni
el negligee.
Eran mis alas mágicas, compañeras leales en
la entrega de mi espíritu
Nuestra habitación olía a nardos. Las velas y
las estrellas cuidaron el sueño de amor al que entregamos nuestras vidas
esperando un nuevo día.
Dolores Gómez Antillón es licenciada en letras
españolas con maestría en educación por la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad Autónoma de Chihuahua, de la que después llegó a ser directora. Ha
publicado los libros Rocío de historias
cuentistas de Filosofía y Letras, Apuntes
para la Historia del Hospital Central Universitario y Voces de viajeros.
Una mujer apasionada es irresistible. Si va con sandalias doradas, más.
ResponderEliminarinfinitamente erótico, suculenta lectura de apasionada entraga al amor.
ResponderEliminarbella manera de expresar los sentimientos mas profundos
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
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