Oscuridad
Por Martha
Estela Torres Torres
La tarde
cayó pesadamente sobre mi espalda.
Sus palabras
dardos se clavaron en mi pecho
cuando despertaban las hojas tiernas del
nogal.
Mi cuerpo se
encorvó
con el peso filoso de su desprecio,
con los
gritos imperantes
de su amor
invertebrado.
¡Me
expulsaron, Señor,
me arrojaron
a la calle;
a empellones
me sacaron
como si
fuera leprosa del mal!
Quedé tiesa, inmóvil,
en corriente impura de aguas negras.
Ahí quedé, bebiendo ignominia.
expuesta a los habitantes de la oscuridad
en la hora temprana del solsticio.
Quedé
en aquel paraje inconmovible,
entre las piedras del mal río
que tarde o
temprano debía cruzar.
No le
importó
ni el lugar
deshabitado
ni la
debilidad que padecía,
ni la
soledad que se cernía,
ni mis
lágrimas rojas
que brotaban
sin esperanza.
¡El demonio
existe,
lo he visto
espeluznante
en aquella
choza de madera
entre los
riscos oscuros del amor!
Tenía
lasciva en los ojos,
espuma en
los labios,
y en su cuerpo
agilidad
demoníaca.
Al mirarme
su odio
creció como flama,
derribándome
en tierra.
Arrojándome al abismo.
Quedé
tendida
probando el
mismo polvo
que sus
pezuñas pisaban;
temerosa de
su voz
y de su sombra apocalíptica.
¡Se
transformaba,
se erguía
con la fuerza descomunal
de una
bestia!
Mi aflicción
no lo detuvo;
se empeñó en
jalarme,
tirar de mis
hombros
descoyuntar
mis huesos,
mi esencia y
mi memoria.
Embrutecido,
aniquiló de
un golpe mi resistencia
con la
multiplicación de la rabia,
con la
ponderante razón al sentirse
descubierto.
Quedé
postrada como Magdalena,
estigmatizada,
salpicada de
polvo y tierra.
Vencida
en una tarde
sin nombre,
suplicando
clemencia para el dolor
que
incendiaba mi vientre.
Me arrojó
las raíces
penetrantes del odio,
desde su más
profunda maldad.
Seguí sin
remedio,
en esa
laguna seca,
en esa zona
abismal
sin
compasión,
sin
terminación del martirio.
El negro se
acerca,
huele mis
cabellos mancillados,
percibe el
miedo ácido de mis venas,
y mi
invocación, inútil, a Dios.
Lame mis
manos lastimadas
por el filo
de las llaves;
mientras el
hombre me culpa,
me condena
por interrumpir
su ritual sacrílego.
El perro
prueba mi sangre
y mi sudor
amargo;
se acerca
dándome
consuelo
y piedad
para mi alma.
Este animal
se conmueve
humanamente
con mi dolor.
Martha Estela Torres tiene
licenciatura en letras españolas y maestría en humanidades. Entre sus libros
publicados están: Hojas de magnolia, La
ciudad de los siete puentes, Arrecifes de sal, Cinco damas y un alfil y Pasión literaria. Actualmente es
profesora de literatura en la Facultad de Filosofía y Letras y editora en la
Universidad Autónoma de Chihuahua.
El dolor absoluto se parece a la imagen mental que tenemos del demonio, y lo produce el amor cuando se quiebra como vidrio panorámico. Alguien se va, alguien muere.
ResponderEliminarHOLA ME NECANTÓ EL POEMA. ¿SU AUTORA ES CHIHUAHUENSE?
ResponderEliminarSí, ella es chihuahuense. Puede comprar sus libros en la Secretaría de Cultura de Chihuahua.
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