El estanque
Por Elko Omar Vázquez Erosa
La vieja tina flotaba precariamente en el estanque con Laura, Tito y
Ricardo a bordo. Yo los miraba sentado en la boca del pozo.
—¡No te muevas tanto! —le dijo Laura a su hermano mientras utilizaba un
palo a modo de pértiga.
—¡Le está entrando agua! —dijo mi hermano Rich, aterrorizado; al parecer
la ninfa que habitaba en el estanque, cansada de escuchar gritos infantiles,
decidió hundir la tina, que naufragó en unos cuantos segundos, lanzando
burbujas en su descenso a las profundidades. Los tres quedaron empapados y
salieron del agua, que les llegaba hasta el pecho.
—¡Tú te tuviste la culpa! —acusó Laura a Tito, quien se defendió:
—¡No! Ricardo se movió.
Llegamos al rancho, Laura entró hecha una furia, azotó la puerta de
madera y tela mosquitera y procedió a narrarle a mi tío Elco las desventuras en
su reción inaugurada carrera como marinera de agua dulce.
—Lo que pasa es que las tinas tienen poca estabilidad y se hunden
fácilmente —explicó mi tío Elco haciendo gala de unos profundos conocimientos
náuticos que nos dejaron a todos con la boca abierta—. Ustedes necesitan una
balsa. Vayan a cambiarse y ahorita la construimos.
Una vez que los náufragos se recuperaron del siniestro, mi tío Elco se
dirigó a una de las galeras del rancho para buscar una vieja cámara de la
llanta de un tractor:
—Servirá —dijo pensativo y luego tomó algunas de las antiquísimas
herramientas del abuelo y del bisabuelo.
En breve construyó una plataforma con tablas viejas, que amarró con
firmeza encima del neumático: lo mejor de todo es que cabíamos los cuatro.
—Vayan a probarla al estanque de Pepe, que es más profundo que el
nuestro —dijo mi tío mientras encendía un cigarrillo.
Laura, Tito, Ricardo y yo cargamos nuestra flamante embarcación como
fieros vikingos llevando a cuestas su ligero drakar para continuar sus
correrías de pillaje y destrucción.
Finalmente nos encontramos en la orilla del estanque de la cercana finca de los Márquez. Laura y
Tito abordaron hábilmente la embarcación, seguidos por Ricardo, pero la nave se
alejaba lentamente de la orilla.
—¡Súbete! —gritó Laura. Me agarré del neumático, resbalé empujando la
nave al tiempo que caía de frente en las heladas aguas.
Conseguí levantarme: Tito se reía a carcajadas mientras Laura y Ricardo
me ayudaban a subir al galeón.
Con las pértigas Laura y Tito conducían el buque por las aguas del
estanque mientras las suaves ramas de los sauces llorones que se encontraban en
la orilla nos acariciaban.
—Parece que estuviéramos en un río de la selva —dijo mi hermano Rich. La
suave brisa y el sol iban secando poco a poco mis ropas.
Reunimos confianza y nos dirigimos al centro del estanque, sentados,
hincados cómodamente en la superficie de tablas.
Ricardo insistió, mientras regresábamos a la orilla, que las ramas de
los sauces llorones semejaban las lianas de la jungla y preguntó:
—¿Aguantarán nuestro peso?
—Depende de las ramas —dijo mi primo Tito y tomó varias entre sus manos:
comenzó a trepar.
—Te vas a caer —le advirtió Laura. Tito la ignoró y vimos que las ramas
lo sostenían, pero al impulsarse hacia arriba empujó la barca lejos de sí.
Cuando casi lo lograba la rama crujió y Tito fue a dar al estanque en
medio de un escandaloso chapoteo. Poco después alcanzó la orilla y dijo,
señalando nuestra nave:
—¡Eso no sirve! —se dio media vuelta y se alejó,
muy enojado, mientras salían burbujas de las costuras de sus tenis.
A pesar de la afirmación de Tito, creo que la falla no estaba en nuestro
flamante barco sino en un cálculo equivocado sobre la resistencia de las
“lianas” y que mi tío Elco podría haber construido, en otra vida y con un poco
de práctica, toda la flota de drakkars
del mismísimo Erick Hacha Sangrienta o el “Venganza de la Reina Ana”, buque
insignia de Barbanegra.
Las leyendas de la infancia son íntimas y altamente valoradas como esencia del alma, y los tíos buena onda son inolvidables.
ResponderEliminarHe aquí un relato bien escrito. Gracias, Elko. Gracias, Jesús Chávez Marín.
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