El hombre feliz
Por Emma Beltrán
¿Alguna
vez ha sentido que es usted un ser infeliz, pequeño y débil para soportar el
peso de las responsabilidades? Si es así,
lea con atención el siguiente relato.
Hace algún tiempo en un pueblito
perdido de este ancho mundo, vivieron dos hombres como hay muchos, pero tenían
algo que los unía y a la vez los separaba. Uno era rico y desgraciado y el otro
pobre pero feliz.
Un día, el hombre rico que también era astuto, fue donde el hombre pobre
pero feliz y le habló del siguiente modo:
―Tú que tienes toda la felicidad del mundo, véndeme un gramo de ella.
El hombre feliz, que por supuesto era muy bueno, contestó:
―No te venderé; te regalaré con gusto ese gramo de felicidad que pides.
Pero el hombre infeliz repuso:
―No. Soy un comerciante honrado. Así como nunca regalo nada a gentes
extrañas, ni vendo sin obtener ganancia, tampoco acepto regalos y pago lo que
es justo. Dime cuánto cuesta un gramo de la felicidad que tú disfrutas y
gustoso te pagaré por ella.
―Bueno, ya que insistes, solo te pediré una camisa, pues como observas,
no tengo ni una sola de ellas.
―Es poco lo que pides. Te daré 24 camisas, las mejores, más elegantes y
finas que hayas podido imaginar jamás.
Poco después, el hombre feliz pensaba:
―¡Qué hermosas mis camisas! Pero ojalá y me hubiera obsequiado 30 o 31,
para usar una diferente cada día del mes, sin complicaciones, pues así, no se
cuál escoger, dependiendo de lo que tengo que hacer.
―El hombre rico pero infeliz, a los pocos días de obtener el gramo de
felicidad, pensó que esa cantidad era poca. Volvió a visitar al pobre y le
dijo:
―Oyes, realmente un gramo de felicidad es muy poco, tanto para ti que
tienes tanta, como para mí que solo tengo un gramo. Véndeme cuatro gramos más
para completar cinco.
―¿Y me darás siete camisas más?
―Siete camisas y una magnífica casa.
Dicho lo cual, hicieron el trueque y el hombre rico recibió su cuota de
felicidad.
Entonces, el hombre feliz se decía:
―¡Qué bonita casa tengo! Pero me gustaría más si tuviera un jardín,
cuajado de rosas.
Al poco tiempo volvió el hombre rico. Por cinco gramos más de felicidad
mandó plantar el hermoso jardín de rosas que el hombre feliz deseaba,
además de un impresionante automóvil blanco con neumáticos deportivos, descapotable
y alarma satelital.
El hombre feliz decía:
―¡Lástima de tan buen auto! ¡Si tuviera a dónde ir en él, entonces sí
sería completamente feliz!
El hombre rico supo de esto y volvió a visitar al hombre feliz. Le
cambió por 10 gramos más de felicidad un enorme almacén con 700 empleados, para
que todas las mañanas fuera en su convertible blanco; pero después de esto, al
hombre feliz –que ya no lo era tanto- le hizo falta dinero para pagar a los
empleados de su tienda, por lo que, nuevamente, vendió al hombre rico más
gramos de felicidad, a fin de tener con que cubrir la nómina.
Los empresarios del pueblo lo nombraron presidente de una asociación de
comercio, gracias a la riqueza que a cambio de felicidad había acumulado.
Llegó el día en que, cargado de dinero, el hombre feliz se encontró sin gramo
de felicidad.
Entonces el nuevo rico fue en busca de mi amigo Emmanuel para pedirle
consejo y ayuda, ya que como bien sabía nuestro héroe, él tiene siempre la palabra
precisa y el remedio para cada problema.
Y sucedió entonces que Emmanuel, sin que el hombre infeliz abriera para
nada la boca, mirándolo a los ojos le dijo:
―Has sido objeto de una estafa. Cambiaste lo que más vale en la vida a
cambio de bienes perecederos. Devuélvelos todos y pide a cambio que te regresen
tu felicidad.
―¡Ya lo intenté! Pero el hombre rico ―que ahora ya no lo era y se había
convertido en el hombre feliz― no quiere y me ha recitado artículos del Código
Mercantil que lo protegen. Temo que si lo demando riqueza y felicidad se
quedaran en los tribunales.
―Entonces entrega tu riqueza a los pobres. Cada uno de ellos te darán un
pedacito de su felicidad.
―Pero es que me he casado y han nacido hijos que necesitan alimento,
abrigo y educación. Yo puedo arruinarme, pero ¿cómo empobrecerlos a ellos?
Además ¿quién se hará cargo de mis negocios y empleados? Tienen confianza en mí
y además me estiman. ¿Cómo puedo abandonarlos?
―Bien, si no puedes recuperar la felicidad que vendiste, atesora gramo
por gramo la felicidad que proporciona el amar a los hombres y actuar conforme
te dicta el corazón. Pero recuerda que todo en esta vida tiene un precio que no
siempre se paga con dinero, y hay que estar dispuesto a cubrirlo con el
sacrificio que esto implica.
Y entonces mi amigo Manuel vertió con su mirada tanta ternura en el alma
del hombre infeliz, que este se marchó resignado a cubrir el precio de sus
responsabilidades, pero con la esperanza de reedificar, átomo por átomo,
molécula a molécula, la felicidad perdida.
Y ha habido veces en que el hombre infeliz despierta con un amanecer
lleno de rosas, escuchando el canto de una paloma torcaz.
En este cuento de Emma salen dos magníficos negociadores al estilo Eclesiastés. Esta autora escribe parábolas bien chulas.
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