Y vivieron felices
Por Gabriel Borunda
Regresa con frecuencia y tómame,
amada sensación: regresa y tómame.
Cuando despierte el recuerdo en mi cuerpo,
y el antiguo deseo me recorra la sangre,
cuando los labios y la piel recuerden
Konstantin Kavafis
amada sensación: regresa y tómame.
Cuando despierte el recuerdo en mi cuerpo,
y el antiguo deseo me recorra la sangre,
cuando los labios y la piel recuerden
Konstantin Kavafis
Como muchas otras tardes, caminamos por la Calle Quince. Diez cuadras
desde la escuela; justo una cuadra antes de la calle estaba el billar. De nuevo
estábamos frente al mundo del pecado, como decía el cura de la parroquia. Ahí aparecían
miles de mujeres, tomaban limonada o Pepsi al caer la tarde; el sol tendido del
atardecer transparentaba raídas batas dejando senos bosquejados, panochas, nalgas.
Eran miles, rostros nuevos todos los días, cada tarde que caminábamos por ahí,
con solo para el autobús y el deseo líquido en los bolsillos.
Ellas sentadas, espantando moscas veraniegas que se asomaban indiscretas
a los hoyos, vértices de los ángulos perniles; algunas amamantando crío.
Nosotros con la apetencia haciéndose pústulas en la cara, la cobardía sostenida
por una jeringa cargada con millones de unidades de penicilina y la condena en
el infierno a los fornicarios. El anhelo carnal seguía creciendo bajo el
pantalón.
La valentía no alcanzaba para mucho: doblar al Norte cuando debiéramos
ir al Sur, era la gran batalla perdida; llegábamos a la vida adulta con la cruz
del fracaso; la razón derrotada por las hormonas, sobre el pavimento, brillaban
nuestros sueños pecaminosos.
Ante el fracaso del infierno y la misericordia eclesial para el perdón, la
salvación, me aferre a las piernas sin depilar de Susana, sentí los vellos en
las palmas de mi mano. Pero el puro recuerdo no sirvió; los pelos hirsutos de
la ingle de la mujer del cuarto 17 de la vecindad pudieron más. Traté de
explicarme como un nuevo Ulises, tamaña pendejada, pensar en literatura en
plena y absoluta cobardía. Eran putas, putas, putas y ella más, para qué pensar
en Susana, solo hay que pensar en putas. Es todo.
Volteaba y me veía, se reía y remolineaba en una banqueta de madera donde
esperaba los clientes; abría las piernas y los pelos libres del antifaz
calzonil danzaban.
―¡Mira la horqueta! ―decía Evangelista.
Yo trataba de evitarlo, pero miraba y me parecía que tenía más pelos que
mi prima Sara, los únicos que había tocado y visto en este segundo de
secundaria.
―¡Qué panochota! ¡Santo Dios ya quisiera tocarlo! ―Daniel no pudo evitar
llevar la mano al interior de su pantalón; las putas rieron con esa risa
desgarradora que suele destruir la virilidad mejor construida.
Recordé a la maestra de literatura declamando a Bécquer; ninguna musa
del romanticismo podría tener tantos pelos en la entrepierna y tanta mosca
rondando, preferí recordar a la maestra Chayito, la de inglés. Siempre llevaba
minifalda y al menos una vez a la semana, bajo la minifalda, solo llevaba
pantimedias. Si ella fuera una puta de la quince vendría a diario a verla y cantaríamos
juntos en la cama.
When I was just a little girl,
I asked my Teacher, 'What will I be?
Will I be pretty?
Will I be rich?
Here's what she said to me:
what ever will be, will be;
The future`s not ours to see.
What will be, will be
I asked my Teacher, 'What will I be?
Will I be pretty?
Will I be rich?
Here's what she said to me:
what ever will be, will be;
The future`s not ours to see.
What will be, will be
When I grew up and fell in love,
I asked my sweetheart, what lies ahead,
will we have rainbows
day after day?
Estoy ahí con mi maestra y siento sus pelos en mis piernas; de lo profundo de su cueva sale un genio, como el de la lámpara, y me hace Capitán de barco pirata, como el de Sandokán; gobernador de Mompracem. Y en una cueva maravillosa se oculta otra cueva en la que me detengo día a día, junto a la reina pirata, la marea nos barre los pies y las carcajadas estallan, mis amigos se ríen mientras mi pantalón se humedece.
“―¡Maldito poliéster!”
Regresamos a la avenida Juárez, tomamos el autobús en La Once, pero ahí están Alma, Zulema y todas las muchachas del barrio.
―¿Por qué toman el camión hasta acá?
―Pues por ustedes, les queremos invitar una soda.
―Pero en la flautería no. En el Parque Lerdo. –Dice Susana, que acaba de llegar.
Me pongo rojo, no quiero que vea mancha.
―Lo escupió un perro. Miren: lo escupió el perro ―grita Daniel.
Volteo y lo fulmino con la mirada.
―Ay no ―dice Susy―. Sería alguien que escupió desde el camión.
―Sí ―afirma Juan, salvando mi honor―. Así fue.
Los demás están a punto de las lágrimas por las risas, ellas saben que hubo alguna broma; el prestigio está a salvo.
―Miren, la maestra de inglés y el director. Lucy levanta la mano y señala al edificio del Hotel Apolo.
En efecto los dos entraron.
―¿De que se admiran? ―Dice El Zorry, todos los jueves viene para acá.
En una sola tarde había perdido a mi Princesa de Mompracem, se había hundido mi buque pirata, me había llenado la entrepierna de semen y no había fornicado a ninguna puta.
Susy me abrazó cariñosa; presentí que un día habría de escribirle un poema que dijera:
Una mujer desnuda y en lo oscuro
tiene una claridad que nos alumbra
de modo que si ocurre un desconsuelo
un apagón o una noche sin luna
es conveniente y hasta imprescindible
tener a mano una mujer desnuda.
Pero esa tarde de septiembre 1969 solo la besaría mientras oíamos a Los Beatles y cantaríamos mientras nos abrazábamos y rodábamos por el prado del Parque Lerdoñ. Las ávidas manos buscaban estrenar la piel en las caricias y en algún lugar de nuestras cabezas se oía.
She loves you, yeah, yeah, yeah
She loves you, yeah, yeah, yeah
She loves you, yeah, yeah, yeah, yeah
You think you lost your love
When I saw her yesterday
It's you she's thinking of
And she told me what to say
She says she loves you
And you know that can't be bad
Yes, she loves you
Me volví a mojar. Mi madre lavó el pantalón del uniforme. En la noche soñando con Susy me volví a mojar; tuve que lavar las sábanas.
―¿Otra cerveza?
―Sí le escribí ese poema Susy, pero ya cuando me había casado con Anyi y ella con Mario. Luego supo que el poema me lo había plagiado un tal Benedetti, ella fue a decírmelo, compungida porque el tipo ese había publicado el poema que le escribí, se contentó conmigo y nos vemos todos los jueves en el Hotel Apolo; su esposo se ha de ver con otra, vaya uno a saber.
No todo es igual. Ahora se depila. Pero al cerrar los ojos pienso en sus pelos.
La maestra de inglés terminó de dirigente sindical vitalicia, Susy y yo somos felices los jueves y supongo que el resto de la semana también.
―Bueno, lectores, nos vemos. Hoy es jueves.
No es novedad que Borunda, escritor de Chihuahua, ande escribiendo un libro de cuentos. La honra de nosotros editores es que lo escriba en Estilo Mápula. Atentamente, Javier y Chávez.
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