Tamarindo tripp
Por Koko Piaf
Buscaba en las cosas del botiquín
algún antidepresivo. Algún Tafil, Prozac, algo.
Hallé el bote de tamarindo que había
escondido ahí para que mis hijas, que son unas come tamarindo, no lo
encontraran.
Desesperada por no encontrar una
pastilla para estar mejor, la mañana tan tan triste, tome el vaso de tamarindo.
No es cualquier tamarindo, es el más rico de esta lado, y lo digo porque
durante un tiempo fui una buscadora de tamarindos, compraba en todos los lugares
que podía, para comparar.
Un día caminando por la no tan grata
calle Julián Carrillo y casi Ocampo, entré a una tienda de semillas, saladas y
dulce. En un anaquel escondidos, estaban estos deliciosos botes de tamarindo.
En la primera capa del bote viene un
tipo como de chile en polvo picosito y luego mas abajo viene la miel del
tamarindo, la que se forma cuando con el tiempo y el calor el tamarindo baja y
solo deja arriba esta deliciosa capa.
Debajo de la capa de miel esta el
tamarindo, la pulpa y la semilla. Me gusta que las tenga, es como un juego
llegar al éxtasis por el sabor del tamarindo y tenerlo que interrumpir para
sacar la semilla y luego seguir flotando. Excitante .
Tardé en encontrar ese tamarindo
perfecto; lo hallé en los bajos mundos del centro de la ciudad. No he podido
dejar de comerlo por eso compro para tener, para los dias como hoy.
En el botiquín está mi vaso de
tamarindo y lo tomé. En mi sillón azul de los placeres saque la cucharita que
trae consigo el vaso. Cuando no estoy triste me como primero el chile con un
piquito de la miel que viene abajo y luego como la miel y luego la pulpa. Me encanta
darle su tiempo de disfrute a cada cosa, pero cuando estoy triste lo mezclo
todo con algo de rabia y empiezo a comerlo.
Que delicioso es el tamarindo; su sabor
acido y picoso me despierta, me pone alerta. Cuando ya me he comido la primera
cucharada, las demás, cada una, cada vez más, abrillantan los colores;
maravilloso placer me ofrece una cucharada de tamarindo.
Luego del primer shock en mi
conciencia del acido y lo picoso, mi cuerpo levita un poco y entonces mi mente
toda, mis pensamientos, me abandonan, solo puedo sentir la deliciosa viscosidad
de esos sabores y experimento un abandono pequeño de mi cuerpo. Si alguien me
habla, no puedo escuchar. Si alguien pasa, no puedo ver. Mis sentidos se
encuentran ocupados disfrutando el tamarindo.
Y sigo y sigo aferrada a mi vaso,
comiendo una y otra de esas diminutas cucharitas rojas llenas de la
incomparable mezcla de miel, pulpa y chile.
Suspiro en momentos, como volviendo a
la conciencia. Me doy cuenta de que casi se acaba.
Entonces raspo las fisuras del vaso
para sacar hasta lo último de esa delicia; si mi lengua llegara, lamería el
fondo para comerme hasta el último vestigio de tamarindo.
Pero como todas las drogas, el
tamarindo tiene un fin. No es bueno comer tanto tamarindo; un día comí cuatro
vasos y me sentía realmente mal del estomago.
Nada es perfecto. Ni el tamarindo. Pero
de todas las drogas que conozco, el viaje del tamarindo es tan reconfortante,
tan suave, tan sublime.
Con este vaso de tamarindo por al
rededor de treinta minutos sentada en mi
sillón azul de los placeres, puede olvidar que hoy quería morirme. Había
pensado por la mañana que no tiene sentido estar buscando constantemente
salidas, que no puedo solucionar el mundo para nadie y que nada nunca será
perfecto.
Diez pesos, doscientos gramos de
pulpa de tamarindo me salvaron la vida.
Koko Piaf, escritora de Chihuahua,
publica poemas, relatos y fotos de prodigioso ingenio y buen gusto. Su sitio de
Facebook es muy popular, la siguen miles de lectores.
https://www.facebook.com/12PUNKARINA?fref=ts
La protagonista de este relato de Koko Piaf busca en la alacena de casa una pastilla para dormir; luego suena el piano de los pensamientos.
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