Las cartas de tinta
Por Luis Kimball
Las cartas más hermosas son las que escribe
una mujer cuyo amante va a traicionar.
Algo así dijo Yukio Mishima
Un papel da posibilidades. El que está
desesperado, puede intentar ahí antes
de firmar su renuncia. Libera al enfermo de pasión, al voluntarioso, al tierno anónimo-no
hay otro-. Es oído del sordo y voz del que no ha tenido calma para escucharse.
Su esperanza logra manos para la que no dijo
nada en voz alta: un torso en braille empujado otra vez a la vida.
La carta que regresó de una lluvia a cántaros,
ya no decía más de lo que recuerdo ahora. Quedó bajo la falda de la cortina.
II
Si lo que se dice es la vida, mancha.
Esta mancha flota por el papel: parece todo su universo, pero la memoria del
que navega, cuenta. Esta es la carta de tinta.
La carta de tinta escupe el lugar que
le corresponde; no dice lo que quiere, sino lo que debe. Bajo el sino de la
tinta, se escribe por el daño. El papel se rasga con las dudas y espera un
momento para correr por la cicatriz fresca.
Se puede pensar el papel como un barco
de papel: la coraza inútil. Nuestro barco debe cruzar estrechos de verdad y de
calumnia, y debe hacernos creer que nada podrá hundirlo.
Cuando la tinta ya entró, abre heridas
recientes; si entra en lo profundo, lo pudre. Nos va descosiendo como a un
muñeco de trapo. Reímos de nosotros.
La tinta repta el surco apenas intuido; honra
a la muerte y recuerda que la sangre se nos va a ir –no son palabras: ocurre–.
Seca llegando al final.
Cuando el lector mira por la ventana, el día
ya se hizo tarde. Es mejor entender que uno está cansado, que la luz ya no es
buena.
Las cadenas de caligrafía y la
herrería fina de esta cárcel, se pueden disolver en agua; sus tramas quedan
hechas un nido transparente al fondo del vaso.
Si la carta es leída, cada mancha se pega a
las retinas, y cuando abatimos la guardia, entran en los sueños. Habitan el
cuerpo mientras duerme.
Con la primer luz, la mancha salta al cielo
sin importarle dejarnos los ojos en blanco. Vuela sin haber dicho qué escribió
en nuestro rabo de noche. Hace que el cielo vuelva a ser uno solo, plegándolo
contra el sol.
Yo vine a doblar este papel; a meterlo
en un sobre nuevo y cerrarlo. A excepción de que traiga las manos manchadas. La
escritura en general, aprovecha las debilidades del pensamiento, para afectar
el sistema nervioso.
Luis Kimball
nació en Chihuahua en 1974. Vivió en Chihuahua, en Veracruz, en la ciudad de
México, y ahora reside en Querétaro. Hizo estudios universitarios que no le
satisficieron. Se interesa en el conocimiento y escribe desde joven, ha
publicado en la revista Solar y en Manual del desierto. Es coautor del
poemario Luna de hiel para tres, y
autor de Puros de amor. Ha
participado en la coordinación de espacios culturales y actualmente coordina el
taller literario Escritura al día.
Una vez me llegó un mensaje de cel que dice: Todo resisto menos estar sin ti. A los quince días ella recibió un anillo de compromiso. No de mí. Se parece este relato de Kimball.
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