Italo Calvino y la escuela del viaje
Tal vez cuando
Italo Calvino comenzó a escribir Las
ciudades invisibles no imaginó que terminaría creando a la par toda una
poética acerca del viaje. Sobre todo porque el escritor en alguna ocasión
declaró que particularmente este libro le había tomado años de lenta gestación;
alguna ciudad nacía en el ingenio de Calvino, él tomaba la pluma, la describía
y posteriormente guardaba este papel en una carpeta, años después esa colección
de deliciosos relatos se convirtió en Las
ciudades invisibles. Los diálogos entre Marco Polo y el emperador Kublai
Kan se vuelven el escenario perfecto para esta bitácora de viajes y nosotros,
ingenuos espectadores, asimilamos de
forma implícita las reflexiones del escritor italiano sobre el viajar, mismas
que se pueden admirar en otras de sus obras como en Si una noche de invierno un viajero.
He leído este increíble par de obras
y propongo cuatro líneas temáticas fundamentales que son los pilares en los que
se sustenta el discurso calvinista del viaje: sobre las llegadas y las partidas
en el viaje, la bifurcación del devenir del viajero, los recuerdos como forma
de revivir el viaje y por último la relación ciudad-viajero.
En
cuanto se nos presenta Isadora, la urbe protagonista del relato Las ciudades y la memoria 2, nos
preguntamos ¿por qué nos apetece llegar a nuestro destino, por el destino en sí
o simplemente para ya no viajar? Este sentimiento de anhelo por un lugar para
arribar de lo mucho que ya se ha caminado es expresado por Calvino al decir que
“al hombre que cabalga largamente por tierras selváticas le acomete el deseo de
una ciudad.” (Calvino, Las ciudades
invisibles, 9) Y es así que ante nuestro viajero aparece Isadora, una bella
ciudad con escaleras en espiral incrustadas de caracolas marinas que se ha
asomado más por deseo del mismo caminante que por voluntad propia de la ciudad.
Es ella misma la que sale al encuentro con el hombre y en el relato se nos
muestra taimada, esperando el momento en ser llamada para calmar el cansancio
de los pies del explorador. Cuántas ciudades no existen porque el hombre se ha
cansado de transitar.
Creo
que el sentido de la palabra viaje ha sido modificado para nuestra comodidad.
Esto respecto a la llegada al lugar,
mientras que en el relato de Fílides contemplaremos a un viajero que ha
observado a su ciudad durante todo el tiempo que permaneció en ella, sin ningún
tipo de inmersión más que la vista, ha quedado asombrado ante sus maravillas y
ha llegado a exclamar “-Feliz el que tiene que todos los días a Fílides delante
de los ojos y no termina nunca de ver las cosas que contiene-, exclamas, con la
pesadumbre de tener que dejar la ciudad después de haberla rozado sólo con la
mirada” (40) Calvino nos hace partícipes
de la pena que embarga a nuestro Marco Polo por tener que retirarse de una
ciudad de la que nunca fue partícipe, puesto que en su afán de admirar su
belleza ha permanecido inmóvil como quien admira el arte de un museo tras la
línea divisoria dibujada a sus pies.
Existen ciudades que no se nos
muestran tan fácilmente, al igual que mujeres nerviosas que por primera vez se
desnudan ante un hombre. Tal vez sea el viajero que nunca entendió cómo es que
esa callejuela empedrada o esa panadería antigua hacen más hermoso al lugar,
tal vez sea que la ciudad fue tímida para develarse ante los pies caminantes de
quienes la recorren o tal vez pudo ser que quienes la visitaron no supieron
disfrutarla, justo como un hombre que nunca pudo hacer sentir placer a una
mujer.
Hay otros sitios que nos ofrecen
otro tipo de ofrenda, la añoranza por nuestra tierra. Querido lector ¿alguna
vez has viajado a un lugar y has tenido esa sensación de añoranza a la casa en
cuanto se pisa el suelo extranjero? Muchos pasajes de Las ciudades invisiblestratan el tema de la añoranza a la ciudad
dejada pero pocos nos hablan sobre las ciudades a las que no se quiere llegar,
el poblado de Trude es el único en el que Calvino nos habla de ello y eso nos
deja el pensamiento lleno de dudas y enigmas sobre dicho terruño.
“¿Por qué venir a Trude? me preguntaba. Y ya
quería irme.
—Puedes remontar el vuelo cuando
quieras— me dijeron—, pero llegaras a otra Trude, igual punto por punto; el
mundo está cubierto por una única Trude que no empieza ni termina, sólo cambia
el nombre del aeropuerto.” (55) Huir de una ciudad es huir de una parte muy mía
a la que no deseo hacer frente. A Marco Polo le han dicho que aunque huya de
Trude siempre encontrará otra ciudad igual, el viaje siempre nos confronta, nos
incomoda, nos pone en situaciones de autoconocimiento y sin duda es algo a lo
que huirán muchos, así como se huye de Trude.
Ahora pasaré a la segunda línea
temática que propongo; la bifurcación del devenir del viajero. La bondadosa
ciudad de Dorotea, en donde todo es magníficamente rosa, habla de este
delicioso cuestionamiento del escritor italiano por el porvenir que le acomete
al viajero y la siguiente pequeña frase lo expresa con sobriedad y sabiduría:
“[…] pero ahora sé que este es sólo uno de los tantos caminos que se me abrían
aquella mañana en Dorotea” (10). Marco Polo fue consciente de sus
posibilidades, viajar es salir a caminar al mundo y eso abre un abanico de
dimensiones, ¿qué pasa si tomo dicha avenida? ¿O si decido quedarme en tal o
cual hotel? ¿Cambiará mi recuerdo del viaje? seguramente sí. Pero al viajar,
tal cual ya he escrito, hemos de enfrentarnos a nosotros mismos en diversas circunstancias,
entonces cualquiera de las posibilidades que ese abanico nos ofrezca nos
supondrá una enseñanza, como todo en Dorotea. No hay cabida para lamentaciones,
la imaginación nos transporta a una red de experiencias que están a la espera
de ser vividas, aunque optar por alguna de ellas signifique dar muerte a
otras.
Elegimos un viaje, con todo y el
destino que nos lleve tal acción, en base a lo que no tenemos, tendemos a
buscar innovar, es ridículo que alguien que vive en el mar desee un puerto para
ir a vacacionar en verano. Este autoconocimiento que conlleva el viaje también
se da por medio de lo que no somos, es decir, en ambientes diversos, ajenos al
nuestro, aprenderemos más de lo que nos gusta y lo que no, de lo que somos y
no, pero claro, esto necesariamente supone salir de la comodidad del entorno
próximo, lo que algunos llaman zona de confort. ¿Verdaderamente ha viajado
quien se baja del avión directo al hotel, pide siempre la cena a su habitación
y después de dos largas semanas viendo la TV en una ciudad extranjera vuelve a
subir al avión para hacer exactamente lo mismo en su ciudad? La respuesta es
clara, no. Esta persona ni ha viajado, ni desea hacerlo pues supone
posibilidades a las que no está dispuesta a hacer cara y en este caso la travesía
no aporta todo el autoconocimiento que pudiera.
El significado de la palabra viaje
ha sufrido una mutación. El vocablo me sabe más a un transitar, una travesía,
días y días de tiempo invertido en el caminar hacia un lugar diferente al
nuestro. Los aviones y trenes bala nos han adormecido durante este traslado, el
viaje se ha convertido en un objetivo, excluyendo de éste el medio para
alcanzarlo. Los viajes sin embargo no son lugares, son verbo. Para Italo
Calvino tal vez es necesario volver a esa acepción más antigua, por eso Marco
Polo cuenta sus aventuras durante los recorridos y describe las ciudades a las
que llega pero no repara en las acciones que se desarrollan en estas. Porque es
precisamente la adversidad del traslado lo que nos genera experiencias; los
israelitas duraron cuarenta años caminando en el desierto en busca de la tierra
prometida por Yavé y en el Pentateuco
este conjunto de vivencias en ocasiones son las protagonistas de los
libro sagrados, más que el objetivo de llegada a las tierras sagradas, el
pueblo de Israel se forma, de hecho, en el caminar, es bajo este andar que
toman pertenencia, reciben las leyes sagradas, desobedecen a su Dios, se
reconcilian, luchan batallas, forman las tribus, se congregan y dan nacimiento
al judaísmo.
El viaje es un cúmulo de
experiencias. En base a mis antiguos viajes haré o no haré tal cosa, visitaré
tal lugar o podré prescindir de él. Estas anécdotas (aún siendo la primera vez
que se viaja) pueden ser modificadas por futuros viajes, es decir, al viajar no
sólo se modifica mi presente y mi futuro, sino mi pasado también ¿y cómo ha de
ser esto? Pues el viaje nos aporta tanto de nosotros mismos que podemos mirar
hacia atrás con ojos distintos. Italo Calvino escribió “Al llegar a cada nueva
ciudad el viajero encuentra un pasado suyo que ya no sabía que tenía: la
extrañeza de lo que no eres o no posees más te espera al paso en los lugares
extraños y no poseídos” (17).
Pocas experiencias en la vida
aportan tanto conocimiento como el viajar. La travesía nos confronta, nos hace
entender que ciertas cosas no nos agradan, salir de nuestra zona de confort nos
recuerda que sufrimos frío, hambre, que extrañamos, que nos enfermamos. Nuestro
cerebro toma las nuevas experiencias como un reto que supone una señal de
alarma y donde potencialmente hay peligro. Al viajar mantenemos nuestros
sentidos alertas, aún cuando se trate de un viaje de placer, miles y miles de
neuronas trabajan para recibir la información nueva y procesarla a manera de
aprendizaje.
A veces sucede que viajamos y
observamos a los lugareños, sus hábitos y el ritmo de vida que llevan y cabe
entonces la pregunta ¿cómo sería mi vida si yo no fuera un visitante de paso en
esta ciudad y la habitara para siempre? Y se gestan en ese instante miles y miles
de suposiciones acerca de los cambios en nuestro porvenir que podrían suceder,
seguramente mi piel sería más blanca, aquí nunca hay sol; es probable que
hubiera estudiado tal o cual cosa, estas universidades lo tienen todo; podría
tal vez utilizar la bicicleta para transportarme ya que aquí todos son tan
educados con los ciclistas y la lista interminable seguiría: no estaría
escribiendo este ensayo sobre los viajes puesto que las letras no serían parte
de mí, mi nombre no sería Carmen y cuando me preguntaran por mi hobbie favorito
seguramente respondería bailar jazz. Es en ese momento que el viaje ha creado
miles y miles de duplas mías, todas son yo pero a la vez no lo son ya que algún
breve -o enorme cambio- hay en sus vidas. Todas ellas son suposiciones y yo
debo continuar mi viaje siendo la que soy ahora, habiendo nacido donde nací y
viviendo donde vivo. Y Calvino expresa muy bien esto mismo “los futuros no
realizados son sólo ramas del pasado: ramas secas” (17). Así como los viajes
abren posibilidades en nuestro futuro, las abren en nuestro pasado. Pero las
posibilidades del futuro podemos andarlas, las del pasado no. Cuando alguien
foráneo acude a nuestra ciudad somos nosotros los observados y entonces nos
convertimos en una rama seca del pasado de alguien más.
Buscamos el ayer de los lugares a
los que vamos, nos aferramos a comprar postales que datan de 100 años atrás y
asistimos a museos en donde nos explican cómo era la vida de los antiguos
habitantes de esa tierra. Pero hemos de entender que al conocer el pasado de
una ciudad no estamos conociendo la ciudad, así lo expresa Calvino “[…] las
viejas postales no representan a Maurilla como era, sino como otra ciudad que
por casualidad se llamaba Maurilla” (18). La ciudad no es un ser inmutable;
contrario a esto, cada cambio en ella la transforma en una nueva, cada persona
que la ha habitado ha aportado algo de sí al panorama y al faltar esta persona
la ciudad se ha transmutado.
Todos hemos experimentado en alguna
ocasión un sentido de pertenencia a un lugar que no es parecido a ni cercano a
nuestro hogar. Así le ha pasado a Marco Polo cuando visita Zoe, a pesar de que
es una ciudad nueva para él, las calles le dan un aire parecido, los palacios
son similares a los de otras ciudades, lo envuelve una estela de coincidencias.
En su mente surge un plano de una ciudad construida en base a diferencias y
concordancias con las ciudades ya conocidas. Algo parecido hemos de ver en la
novela experimental de Italo, Si una
noche de invierno un viajero en donde el protagonista expresa “Yo he bajado
en esta estación esta noche por primera vez en mi vida y ya me parece haber
pasado en ella toda una vida.” (Calvino, 32).
“Cuando
el viajero llega a una ciudad desconocida pone en ejercicio todos sus sentidos
a la vez: un cierto tono de luz al final de una calle, el pregón de un vendedor
de baratijas, el aroma del aire... en fin: es una especie de estado de alerta
en el que espera que nada se le escape. Todo es nuevo allí y cada sonido, cada
imagen, un olor, un sabor, todo parece recubrirse de un sentido o una
significación especial y distinta de lo que conoce, de lo que hasta ahora le ha
sido habitual.” (Preira, Italo Calvino.
México: gastronomía y antropofagia, 1)
El viaje se vive a través de las
sensaciones, muere cuando somos incapaces de recordar cómo es que nos hemos
sentido cuando caminábamos el centro de Madrid, cuando comíamos por primera vez
chapulines en Oaxaca o cuando bebíamos cerveza en un bar de Cualiacán. La
memoria se aferra a conservar estas imágenes para no olvidar lo que hemos
aprendido o hemos sido lejos de nuestras tierras. Tal y como la ciudad de Zirma
que se sujeta a quien la visita para no extraviarse jamás “La ciudad es
redundante: se repite para que llegue a fijarse en la mente.” (Calvino, Las ciudades invisibles, 13).
En tal libro del escritor italiano
existe un elemento que es de suma importancia para entender el planteamiento de
esta línea temática y que no se escapa ante nuestros ojos al leer: la forma de
expresarse de Marco Polo. Si bien somos espectadores de una evolución gradual
en el personaje, ya que conforme avanzamos cronológicamente nos encontramos con
un Marco Polo que hace un uso apropiado del lenguaje para explicar sus viajes,
aún podemos notar en los primeros intentos de comunicación entre el emperador y
el explorador están cargados de recursos que complementan el acto comunicativo
y producen el ambiente perfecto para recrear un ritual que en el turismo de hoy
en día es imprescindible: la compra de suvenires.
Cuando viajamos experimentamos una
necesidad por adquirir objetos que sean testigo de nuestra travesía –a pesar de
que no son prueba fidedigna de la autenticidad del recorrido- se los regalamos
a nuestros amigos como signo de que han estado con nosotros, de alguna manera,
compartiendo ese viaje. Los compramos para nosotros mismos por una simple
razón, ellos se han convertido en la evocación de los recuerdos que hemos
almacenado en la memoria. El suvenir se vuelve una especie de amuleto que nos
recuerda lo que hemos vivido y con ello lo que hemos aprendido.
Marco Polo presenta a Kan una serie
de artefactos que ha tomado de las ciudades exploradas, se sirve de ellos para
dar con eficacia su mensaje. Plumas de aves exóticas, cajas pequeñas, arcos y
flechas, etc. a medida que comprende el idioma deja de utilizarlos pero al
final vuelve a ellos porque comprende que lo que busca decir sobre las ciudades
no cabe en las palabras y necesita otra vez de los extraños objetos en su mano.
Una parte fundamental del viaje
habita en la memoria. Hablamos de la ciudad bajo la percepción del viajero, he
escrito ya sobre la ciudad que cambia constantemente pero creo aún más fascinante a la ciudad
inmutable, aquella que ya vivió. La ciudad que ya fue visitada. Esta es inmortal
y vive en la memoria del viajero, así fuese atacada, asaltada, modificada,
destruida siempre se podrá recurrir a sus calles y balcones en la mente de
quien la visitó en sus tiempos de juventud, de quien la habitó aunque fuera por
un par de noches.
A veces también sucede que las
impresiones colectivas de alguna tierra nos impregnan los recuerdos personales.
Existen ciudades que se construyen más de la fama de lo que ya se ha dicho
sobre ellas que de lo que observa el viajero. “[…] pero todo lo que se ha dicho
de Aglaura hasta ahora aprisiona las palabras y te obliga a repetir antes que a
decir” (23). Pronto este juego entre recuerdos y lugares trastoca la relación
que el viajero tiene con la ciudad visitada, a la que está visitando o la que
visitará. No hay nada nuevo que decir sobre París, los peregrinos siempre
iremos a la torre Eiffel.
Cuando en el texto de Calvino
aparece la ciudad de Zora el lector comprende la simplicidad de la relación
ciudad-viajero. “Entre cada noción y cada punto del itinerario podrá establecer
un nexo de afinidad o de contraste que sirva de llamada instantánea a la
memoria” (12) Al viajar creamos un código de clasificación de cada
acontecimiento que tenemos en base al simple criterio de “me gusta o no”. Esta
relación de afinidades o discordancias es lo que crean este lazo con la ciudad,
ya sea que la ciudad nos haya fascinado o que nos haya aterrorizado, se forma
esa conexión.
Las ciudades también crean vínculos
diferentes con cada viajero, pareciera que es un código único y que las
ciudades caprichosas pueden mostrarse enigmáticas ante ciertos ojos, simples
para otros y sucias para otros más. “La ciudad, para el que pasa sin entrar, es
una, y otra para el que está preso de ella y no sale; una es la ciudad a la que
se llega la primera vez, otra la que se deja para no volver; cada una merece un
nombre diferente; quizá de Irene he hablado ya bajo otros nombres; quizá no he
hablado sino de Irene.” (54)
El vínculo ciudad-viajero puede
volverse en ocasiones bastante fuerte y sumir a ambos en una monotonía, pienso
en la ciudad que siempre parece igual, en el hombre que siempre visita el mismo
restaurante y camina el mismo bulevar. “Cada año en mis viajes hago alto en
Procopia y me alojo en la misma habitación de la misma posada.” (61) De
cualquier manera esta relación siempre aportará a la esencia del hombre. Yo
creo la ciudad que me acuna, la dibujo sobre lo que existe ya construido,
porque ella depende de mí, de que yo la observe y la camine. Para el viajero la
ciudad lo cambia, lo hace evolucionar tanto como él a la ciudad y esta
reciprocidad hace que viajar sea unos de los verbos favoritos en la humanidad.
“¿Puede haber algo que lo llene a uno de más puro y simple contento que sin
ninguna prisa, en total oscuridad, cosa ya se suyo reconfortante, olvidados de
sugerencias y preocupaciones, internarnos en la fresca mañana de una ciudad que
no es la nuestra?” (Hugo Hiriart, La
experiencia de viajar según Gaos. Letras Libres, agosto 2011).
Por un tiempo jugamos a no ser
nosotros y lo somos. Cuando nos movemos en un espacio diferente al nuestro
somos quien queramos, podríamos pretender, enamorarnos, embriagarnos,
caminaríamos incluso desnudos por la calle y no importaría.
El viaje sólo conoce idas. Cuando yo
viajo, aunque vuelva para contar lo visto a mis conocidos y amigos, todo forma
parte de mi viaje personal, nunca nadie conocerá lo que yo conocí, ni siquiera
aquellos que viajaron conmigo. Cuando se llega a un lugar, la percepción de él
se da por medio de lo ya vivido, del cúmulo de experiencias; de las
bifurcaciones que se puedan dar en mi viaje. Los recuerdos que construyo son
míos y no le pertenecen a nadie más. Y así se crea la íntima relación de la
ciudad y el viajero. Todos estos factores entran en juego a la hora de
construir la experiencia del viaje. Este viaje que le pertenece únicamente a
quien lo camina. Este viaje propone un autoconocimiento y asegura cambios
importantes en el ser, de este viaje hablaba Calvino, del viaje que no tiene
regreso pues nunca se podrá externar todos los efectos del mismo y se quedarán
resguardados en lo más esencial del viajero. Los viajes que Calvino le dibujó a
Marco Polo sin dudas son los viajes que merecen ser caminados.
“— Vete de viaje, explora todas las costas y
busca esa ciudad — dice el Kan a Marco—. Después vuelve a decirme si mi sueño
responde a la verdad.
—Perdóname, señor: no hay
duda de que tarde o temprano me embarcaré en aquel muelle —dice Marco—, pero no
volveré para contártelo. La ciudad existe y tiene un simple secreto: conoce sólo
partidas y no retornos.” (Calvino, Las ciudades invisibles, 27).
Aún
así nos gusta viajar, a pesar de que es peligroso, nos encontramos con un nuevo
yo, rediseñamos lo que somos y nunca volvemos siendo los mismos que han partido
de su tierra. Salimos de viaje pero nunca volveremos.
Obras citadas:
-Clavino, Italo. Las ciudades invisibles. Col. Biblioteca Calvino. No 3. España. Ed. Siruela, 2011.
-Clavino, Italo. Si una noche de invierno un viajero. Col. Biblioteca Calvino. No 9. España. Ed. Siruela, 2011.
-Pereira, Armando. Italo Calvino. México: Gastronomía y
Antropofagia. En línea. Enero 2011. Disponible en:
http://biblioteca.itam.mx/estudios/6089/84/ArmandoPereiraItaloCalvinoMexico.pdf
-Hiriart,
Hugo. La experiencia de viajar según Gaos.
Letras Libres, agosto 2011. México. Ed. Vuelta. 2011.
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