Visita a la casa derruida
Por Reyna Armendáriz González
Cuando regresé buscaba entre lo viejo los andrajos de la memoria. Ya no
tenía la lengua, la saliva. Iban las astillas lentas de la vida. Llevaba
aliento como humo. Ceniza de lo íntimo de la madera.
La casa no se movió. De la
ventana una cubeta de silencio me hizo suspirar como a quien pasa sin que de
veras nadie lo conozca.
Pero apenas irme brotaron las presencias. Barullo para el desterrado.
A mis espaldas pude oír correr a todas las palabras que años antes, en
el alféizar de otro mundo ya dicho, de otra alma, habían quedado polvo, vivas y
olvidadas. Antes allí soplaba el aire. Antes allí hasta la muerte era blanda
como el pan.
Dije adiós sin volver la cabeza. Me traje un hondo corazón de casa vieja
y dos o tres palabras fieles cuyos ladridos me alcanzaron.
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