(No sé de ti,
desierto)
Por Liliana Poveda
No sé de ti,
desierto.
O lo que sé, no lo
entiendo.
No entiendo tu
desdén, tus cuitas,
si acaso las
tienes.
Un río te corona y
mata.
La indiferencia te
cubre
como una manta
infinita
que se seca al sol
sobre la estepa.
El silbido de un
tren cruza sobre el eco de tus dunas,
hacia una sierra de
abismos
profundos como
dolores
acallados sin
esfuerzo,
sin aspaviento.
No te entiendo,
desierto.
No sé de tus
civilizaciones,
de tus pájaros
perdidos
ni de los cantos
del viento,
o lo que sé no lo
entiendo,
esas niñas
marchitas,
los vientres secos,
las espinas que
crecen
en las raíces del
polvo.
Nunca hablas,
desierto,
de los huesos
tempranos
que descoyuntaron
todas las primaveras.
No entiendo tu
impudicia,
tus cuentas
malditas,
las tumbas sin
nombres,
no sé del plomo que
extiendes a carcajadas,
de los libretos
para el amor,
de tus basureros
del sexo.
No lloras, no te
excitas,
no dejas hablar tus
voces
aunque clamen en ti
cuarenta días,
fecundadas por sus
demonios,
ahítas de
profecías,
aunque te pueblen
de estrellas el cielo nocturno.
Nunca hablas. Ni
yo.
No sé de tu
infancia,
de tu nostalgia
salina
ni tú de mi vejez,
de mi nostalgia de
caña.
Compartimos, quizá,
solo sospecho,
la soledad,
los despojos,
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