viernes, 27 de abril de 2018

Hildeberto Villegas Méndez. Calli Valerii Catuli Carmen LXXXVII

Calli Valerii Catuli Carmen LXXXVII

Poema del poeta de Verona Cayo Valerio Catulo


Versión al español Hildeberto Villegas Méndez


Nulla potest mulier tantum se dicere amatam
vere,  quantum a me Lesbia amata mea est.
Nulla fides nullo fuit unquam foedere tanta,
quanta in amore tuo ex parte reperta mea est.



Poema LXXXVII de Cayo Valerio Catulo

Ninguna mujer podrá decirse tan amada
como, en verdad, Lesbia, tú por mí lo has sido.
Ninguna fe tan grande hubo nunca en ningún pacto
como la que en tu amor de mi parte fue encontrada.

Noviembre 2013





Hildeberto Villegas Méndez (1943 – 2017). Fue maestro de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua, titular de las cátedras de español, latín y gramática histórica de la lengua castellana. Federico Ferro Gay y él tradujeron el libro De vulgari eloquentia, de Dante, cuya tercera edición salió en 2013. Fue productor de programas culturales de Radio Universidad.

jueves, 26 de abril de 2018

(Fragmento del capítulo La casa). Enrique Cortazar

(Fragmento del capítulo La casa)


Por Enrique Cortazar


VIII


En la cocina
nos reunía la tarde.
Allí por la ventana
el silencio de los árboles
nos hablaba desde el patio
se sentaba con nosotros a la mesa.

La cocina fue siempre
una profecía de encuentros
sus olores
tenían algo de paraíso y salvación.

Allí, junto al calor
con el gato por testigo
tendido en su  aletargada, indiferente dimensión
todo era un inmenso sí
entre tazas de café.


(Texto incluido en un poemario titulado Variaciones sobre una nostalgia, publicado en la colección Presente Perpetuo de la UNAM).









Enrique Cortazar es licenciado en derecho por la UACH; tiene maestría en educación y literatura latinoamericana y española en Harvard University Cambridge, y estudios de doctorado en literatura en la UNM Albuquerque. Ha sido profesor de la Universidad Autónoma de Chihuahua, director del Museo de Arte del Inba, director fundador del Instituto Chihuahuense de la Cultura y del Museo Casa Redonda en Chihuahua; director del Instituto de México en San Antonio, Texas; agregado cultural del Consulado de México en El Paso y en Phoenix. Es autor de los libros La vida se escribe con mala ortografía (ECP 1987), Ventana abierta (UNAM 1993), Don de la tarde (Mantis Ed 2014) y Road to Ciudad Juárez: crónicas y relatos de frontera (libro colectivo, Samsara Ed 2014).

miércoles, 25 de abril de 2018

Larizza Arvizo. El karma


El karma


Por Larizza Arvizo


Rigoberto había trabajado ya muchos años para comparase su casa, tenía muchos planes, aunque no todo había salido como esperaba, ciegamente confió sus ahorros a una empresa constructora que vendía casas en el pueblo, tenían buena fama y Rigoberto creyó en las palabras del gerente, un gordo felón, que le hablo maravillas del fraccionamiento.

―Señor Pérez: el fraccionamiento es un paraíso, un lugar excelente para formar familias saludables, o poner un negocio como es su caso. El espacio que le ofertamos es único en su especie, no encontrara con la competencia jamás un lugar como este, créame, esta compra será inolvidable, usted invertirá su dinero de una forma inigualable. La casa se encuentra un poco deteriorada, pero con una manita de gato quedara perfecta para su tienda y el precio… el precio es una ganga, ni Sears tiene descuentos como este, es más, ni el mismo Dorian’s cuando quebró le habría ofrecido algo igual… la cantidad sería de $450.000.00 pesitos. ¿Cómo la ve?

Atolondrado por tanta pendejada que le dijo y que en su vida había escuchado, se fue a su casa y como Rigoberto era un confiado hombre de rancho, acostumbrado a creer en la palabra de los hombres, y en la pinta de la gente, se dejó llevar por el pantalón y la camisa clavin Klein comprada en Cosco y el automóvil nuevecito del Judas Iscariote. Y fue al día siguiente con una maleta cargada de billetes de doscientos, apenas podía caminar. Bajo el maletón de su viejo coche, arrastrándolo; apenas entró por la puerta de las elegantes oficinas; había en la entrada un calvo jirafón que se le interpuso en el camino, mirándole de arriba abajo, pues sobra decir que aunque el Rigoberto tenía su negocio no gastaba ni en calzones y su aspecto no era el de un empresario. Al son de la cumbia se le atravesó el pelón impidiéndole el paso y como el Gordo Pérez era hombre de pocas palabras, se empinó (digo, se agachó porque la empinada fue cuando le entrego el dinero al felón), decía que el Gordo se agachó para mostrarle el contenido de la maleta al lánguido mamón, el cual cambio su cara por la de una tierna doncella y lo escolto él mismo hasta la oficina. Estaba ya en la mesa comiéndose unas donas el honorable gerente de la constructora, entró Rigoberto y le mostro el dinero. De una carpeta color rojo saco unos papelas, se los dio al Gordo para que firmara. Estampó su firma a toda prisa; le había dado una leída al documento y en apariencia todo estaba bien. Se estrecharon las manos dejándole a Rigoberto el chocolate de la dona toda embarrada y haciéndole honor a su sinceridad se limpió en el pantalón sin disimular.

Se fue entones Don Rigo, crecido, soñado; muy emocionado llego a su casa y le dio las nuevas a su mujer, ella tan emocionada no hizo más que llorar.

Pasaron los meses y en espera de sus documentos que le acreditaran como dueño fue Rigo a las oficinas del Felón, quien estaba este atragantándose como de costumbre, pero esta vez su comportamiento había cambiado, trató al cliente con mucho desprecio, apenas y le dio el asiento.

―¿Oiga, qué ha pasado con mis escrituras? Ya estamos con el pendiente.

―Ay Don Rigo así son las cosas, son trámites que tardan, duran, pero le prometo que para la semana que entra las tendrá en sus manos. Yo le llamo, usted no se preocupe.

―Entonces ¿usted cree que pueda empezar a construir y mudarme en lo que me entrega mi papelito?

―Desde luego, tenga usted confianza.

Se levanto el gordo y eufórico por la noticia; le estiro la mano pero esta vez el gerente le dijo que  tenía las manos sucias y no quería mancharlo que lo disculpara; salió a todo vuelo y comenzó a construir su nueva casa.

Un martes, que para terminarla era 13, llego el gordo a su tienda y la encontró clausurada; tenía unos sellos que rezaban: “Propiedad embargada por el  banco BBCH”.

―Le voy a cortar los huevos a ese hijo de la chingada; me vio la cara de pendejo. Pero de mí nadie se burla ¿me oyes, Anastasia?

La mujer, sorprendida, estaba casi llorando; era lo único que tenían y junto con la mercancía se las habían embargado, jamás había visto a Rigo así, él siempre estaba callado.

El hombre se fue como alma que lleva el diablo a buscar al puerco felón y sin éxito llego decaído a su casa, cayéndose de borracho; lloró toda la noche. La mañana siguiente estaría llena de sorpresas y Rigo presentía que la suerte le sonreiría; cuando fueron al mercado, en una de las cajas estaba el embustero tan sonriente, los labios le quedan chicos para la sonrisita que traía, agarrado de la mano de una mujer poco elegante que no dejaba nada a la imaginación,  llenando la banda transportadora de comida y artículos para el hogar, contaba chistes el muy descarado, besaba a la mujer en la boca arrimándole la lonja a la entrepierna.

Rigo los vio de reojo; se dejó ir, la furia le invadía el cuerpo, las lágrimas se le salían, los brazo le temblaban, en el estómago sentía un retortijón, de su bolsa sacó una pistola.

―Ahora sí, cabrón, te vas a orinar pero no de risa sino de dolor; vas a sentir lo que he sentido desde que me engañaste.

Le entro la primera bala por la rodilla derecha, lo hizo que se doblara, gritaba como marrano en corral. Le entro la otra en un brazo izquierdo, que era con el que se sobaba.

―No vas a encontrar consuelo hijo de la chingada.

Luego se le metió el diablo, le dejó caer todo el cargador, la dama que lo acompañaba corrió desde el primer balazo. Rigoberto no daba crédito a lo que veía, miraba al felón en el suelo y veía a su Anastasia.

―Ay mija, y yo que no creía en esas chingaderas del karma, mira a quién nos vinimos a topar y cómo lo dejaron. Ni modo, si no hubiera sido ella hubiera sido yo.






Larizza Arvizo es licenciada en teatro por la Facultad de Artes de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Ha actuado en 25 montajes y es ganadora del premio a mejor actriz y actriz revelación en la Muestra Municipal de Teatro 2009. Actualmente se dedica a la fabricación de máscaras y muñecos teatrales, además de estar escribiendo el libro El viaje de lyme.

martes, 24 de abril de 2018

JChM. Escritoras de Chihuahua





(Autora de la foto Sabina Gameros Muñoz).

Escritoras de Chihuahua


Bravo por la Secretaría de Cultura de Chihuahua porque por primera vez en toda su historia y desde que era Ichicult se hace homenaje a escritores de Chihuahua que no viven en la CdMX, en este caso escritoras, en las dos ediciones del acto cultural llamado Literatas del Septentrión. Hasta hoy todos los reconocimientos oficiales habían sido para chihuahuenses que labraron su oficio literario fuera de su tierra natal.

(JChM).

lunes, 23 de abril de 2018

Giorgio Germont


Noticia de un fallecimiento


Por Giorgio Germont


“Esposa del presidente municipal de New Bedford fallece…”

Aleksandr estaba a solas en su estudio con el periódico dominical en las manos. A través del cristal se observaban las exoras color violeta en plena flor. Karenina, la perrita Daschund, husmeaba con el hocico el humus del jardín y de pronto se lanzaba encarrerada para ahuyentar a las palomas que se posaban en la fuente. Esta escena pastoril ofrecía un dramático contraste con los pensamientos que se agolpaban en la mente del capitán. No podía retirar sus ojos de la nota en la sexta página del Boston Globe… “Esposa de presidente municipal fallece de apoplejía.” Estaban los detalles de la hora del deceso, los familiares que la sobrevivían, todeo eso. En la foto que acompañaba la nota, seis portadores del féretro salían de una capilla; vestían ternos de color oscuro, sus caras largas y compungidas. Guirnaldas de gladiolas blancas adornaban el ataúd. Aleksandr se negaba a aceptar que dentro de esa vistosa caja de madera estaba de cuerpo presente su amada Ernestine. Se negaba a reconocer la fría y pesada finalidad de su muerte. Se negaba a aceptar que los pesados cortinajes de los siglos le cerraban los ojos y que su cuerpo ya entraba en descomposición para ser banquete de gusanos. No había nadie a quien pudiera darle un mensaje de duelo, nadie que pudiera compartir su gran dolor. Le temblaban las manos. Se deshizo el moño de la corbata y se frotó el pecho con la palma de la mano derecha, se le hacía un nudo en la garganta.

A pesar de que no se habían visto en más de treinta años, Aleksandr estaba convencido que algún día se encontrarían de nuevo. De hecho esperaba con ansia tener aquel encuentro placentero. Deseaba posar su mirada en los dulces ojos almendrados de Ernestine. Mirar una vez más su sonrisa apacible, su nariz respingada. Añoraba ver el rostro de la mujer que quiso tanto. Había imaginado por años cómo sería ese encuentro. Imaginó por ejemplo que tal vez las nobles sienes de su adorada se pintaban ya de plata, como había ocurrido con las suyas propias. Quería darse el gusto de ofrecerle una sonrisa y abrirle sus brazos como si se hubieran visto apenas ayer. Demostrar que no le guardaba rencor alguno. Recibirla efusivamente como si el tiempo se hubiera detenido. Como si estuvieran aún sentados en el jardín de la elegante casa de la calle Olmo en New Bedford, como aquella noche refrescada por la brisa del mar mientras les servían el te. Cuando ella pronunció las palabras que no olvidaría jamás. El tiempo no había borrado de su memoria aquella conversación.

Aleksandr estaba recién desembarcado de la expedición del ‘17 al Mar de Indonesia, recién graduado de la escuela naval. Vestía uniforme de gala, las hombreras plateadas, el kepí negro. Era su primer asignamiento de sub-almirante en un navío de gran calado, el buque “Wanderer”, bergantín de tres mástiles y 38 metros de eslora.

Al regresar de su visita oficial a la capitanía del puerto había encontrado en su camerino una nota de un puño y una letra femeninos, “Querido Aleksandr. Hay algo que debemos hablar. Por favor ven a verme en cuanto puedas. Ernestine

Sus enseres estaban en cajas y la maleta a medio deshacer. Caminaba al ritmo de los océanos, se tambaleaba después de un viaje tan largo. Aprestó su bastón para salir. Afiló la navaja, se dio un baño, se rasuró y se recortó el bigote antes de salir rumbo a la mansión de la calle Olmo.

Tocó la puerta y Omar, el mayordomo, abrió la puerta. Pase usted, capitán, tome asiento.’ Le tomó el sombrero y el bastón y le dio el pase a la sala de estar.

Un revuelo se escuchó en las alcobas y  unos leves pasos descendieron por la doble escalinata con balaustradas de madera de nogal.

Aleksandr, querido, que gusto verte.

Se veía estupenda. En un vestido azul de seda lo recibió con regocijo. Le ofreció su mano, el rechazó la mano y le dio un abrazo afectuoso y varonil. Le musitó al oído,  ‘Ernestine, que gusto me da verte.’ Notó que sus mejillas perdieron el color, estaba nerviosa.

Vamos al jardín le dijo, y le mostró el camino. Pasaron entre unas macetas de geranios y las ramas de los olmos junto al porche. Tomaron asiento uno frente al otro. Él notó su agitación y le preguntó cautelosamente:

―¿Qué te pasa?, ¿qué asunto tan urgente quieres tratar conmigo?

Ernestine guardó silencio. Cerró los ojos y respiró profundamente mientras el capitan contenía el aliento. Se escuchó una voz muy temblorosa que dijo.

―No es posible continuar nuestra relación… estoy comprometida en matrimonio, me voy a casar con Bronsky.

La mirada de ella estaba fija en algo que tenía en la palma de su mano. No hubo respuesta por parte del capitán. El mundo entero dio vueltas y todo se volvió un gran silencio. Las aves de pronto se callaron, la brisa del mar se hizo sorda. Los labios de su amada repetían las mismas palabras, pero él no escuchaba, solamente miraba esos labios, esa boca que había besado tantas veces. Aleksandr no sabía que Ernestine cargaba en su vientre un crío de Bronsky. Los labios decían:

Me voy a casar, perdóname, me duele decepcionarte; siempre te he querido, no soy capaz de hacerte daño pero tengo que casarme con él.

Aleksandr ni siquiera había probado el té cuando ya estaba de pie despidiéndose de Ernestine, la prometida de Bronsky. Tomó su sombrero y el bastón.

―Espera…

Ella lo abrazó una vez mas y le deslizó en la bolsa del saco un anillo que él le había obsequiado. No era un diamante, era un pequeño zafiro, una primera promesa. Al abrazarlo le musitó al oído,

―Te quiero mucho, siempre te querré.

El capitán dio media vuelta y se alejó. La tarde se había puesto encima un manto color de ladrillo.

El día de hoy había entre ellos dos un abismo incomprensible de ausencia y separación. Este vacío tan pesado era más sólido que la misma losa de mármol que cubría su tumba fría y resplandeciente. Más permanente que el monumento que aprisionaba su féretro contra la tierra húmeda recién escarbada. Aleksandr se preguntaba cómo era posible que su navío hubiera perdido la brújula de tal manera. Cómo era posible que dos que se amaban tanto pasaran sus vidas aparte.

Dio dos pasos y salió al jardín. Una alondra lanzó un grito entre las nubes, él volteó hacia arriba y pensó que tal vez era ella. Que Ernestine convertida en alondra había venido a decirle adiós. El avecilla volaba en círculos sobre su cabeza. En su vuelo ágil y gracioso el pajarillo piaba diciendo, ‘Adios mi amor, piensa en mí que yo jamás te olvidaré.’

No había nadie que ofreciera consuelo a un amante desgarrado. Nadie podría siquiera entender su luto por la pérdida de Ernestine. Solo el silencio y un grito sordo en su corazón, solo el canto de una alondra y el recuerdo de un beso. Un dulce adiós en los labios con sabor a sal, hace ya muchos años.











Giorgio Germont estudió medicina en la UACH, ejerce su profesión en Estados Unidos. Ha publicado tres novelas: Treinta citas con la muerte (2005), Dos miserables entre la luz y la oscuridad, (2011). Ambas recibieron sendos galardones como finalistas de los concursos USA BEST BOOK AWARDS en los años 2007 y 2011 respectivamente. Las versiones en español de la primera, titulada Mis encuentros con la muerte y la segunda con el mismo nombre se publicaron en 2012 por Editorial Perfiles. En 2016 publicó su novela Rayo azul.