Rulfo.
Pedro Páramo
Por
Dolores Gómez Antillón
Comencé a llenarme de sueños, a darle
vuelta a las ilusiones. De este modo se me fue formando un mundo alrededor de
la esperanza, que era aquel señor llamado Pedro Páramo.
Juan
Preciado había ido a Comala lleno de sueños, no tanto por la promesa hecha a su
madre en su lecho de muerte. Iba tras la esperanza.
Rulfo
introduce al lector, a través de Preciado, a un mundo fantasmagórico que
gravita entre la vida y la muerte, la realidad y la apariencia, el sueño y la
vigilia. Un universo donde cobran vida los recuerdos, la memoria colectiva; una
región sensorial y acústica.
El
encuentro de Juan con el arriero es
significativo, si tomamos en cuenta que ese personaje que lo guía lo pone en
contacto con el otro mundo, con otra realidad de la que solo sabía lo que le
contó su madre, el que ahora desea y quiere rescatar para sí.
―¿A qué va usted a Comala si se puede
saber? ―oí que me preguntaban.
―Voy a ver a mi padre ―le contesté.
´
¿Quiénes
le preguntaban? Acaso por la voz de
Abundio hablaron los otros, los fantasmas de Comala.
A
pesar de no escuchar voces de niños jugando en la calle, ni ver las tejas
azules, Preciado sintió que el pueblo vivía, y que si escuchaba solamente el
silencio, era porque no estaba acostumbrado a él. Ahí donde el aire era escaso se oían mejor las voces y los ruidos se le quedaban
dentro, pesados. Entonces recordó las palabras de su madre:
Allá me oirás mejor, encontrarás más
cerca la voz de mis recuerdos que la de mi propia muerte, si es que alguna vez
la muerte ha tenido alguna voz.
Pedro
Páramo era la esperanza que en todos había muerto, solamente en Juan Preciado
se mantenía viva.
La maternidad carece de importancia, ya que
Rulfo nos hace dudar de la de Juan. De lo que no deja duda es que Pedro Páramo
es el padre. El patriarca latifundista, amo y señor de todos y de todo.
Juan
Preciado se negaba a escuchar la verdad sobre su padre, pues cuando Abundio le
dice:
Nuestras madres nos malparieron en un
petate, pero eso si, él nos llevó a bautizar. ¿No sé si a ti te pasaría lo
mismo?
Preciado
se desentiende. Como también cuando Abundio afirma que él también es hijo de
Pedro Páramo.
No
podía dejar que le destruyeran su paraíso, eso que él nunca había tenido y hoy tendría.
Entre
el delirio y los sueños, teje Rulfo un lugar en el que se confunden las
fronteras entre los espacios y los tiempos y nos remite a un mundo extraño, fantástico
donde los personajes ya habían muerto.
Comala
es el lugar de los recuerdos, del pasado que cobra vida por medio de Preciado y
de los otros personajes. Es un paseo, un deambular entre escombros y ruinas; el
encuentro con el páramo de la muerte, donde oscila tenue el hilo de la vida y
del arcano.
Las
voces, los ruidos, los murmullos, los ecos, los sonidos, remiten a un mundo
sensorial de ese pasado que, a pesar de estar muerto, se filtra por los agujeros
de un incierto presente futuro.
Las
secas raíces pueden insuflar vida, sacudiendo la memoria, por medio de los
recuerdos latentes, comprender que la vida es solo una apariencia.
Juan
Preciado avanza hacia la única verdad absoluta: la muerte, la no vida, la no esperanza, la no ilusión: todos somos
iguales porque todos la llevamos dentro. Todos somos hijos de Pedro Páramo.
Dolores
Gómez Antillón es licenciada en letras españolas con maestría en educación por
la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua, de
la que después llegó a ser directora. Ha publicado los libros Rocío de historias cuentistas de Filosofía y
Letras, Apuntes para la Historia del
Hospital Central Universitario y Voces
de viajeros.
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