Por Luis Kimball
Ahí
están los libros –sus lomos–, sin callar, en silencio. No importa lo poco que
un hombre pueda acceder al placer, mi mundo es perfecto. Este es mi otro lado
de la cama.
No
citaré a San Agustín, a San Benedicto, a San Juan de la Cruz, a sus
deformidades, simples como una joroba.
Entretanto:
… Onán no se masturbó en la Biblia y a mí tampoco me atarán a sus placeres imbéciles.
Tengo
la infancia sonriendo, a mi padre en la izquierda, un pasado hebrado al corazón
y el verdadero textil –la urdimbre de la ballena destilando vida al interior de
su cuerpo desollado– en esta sábana que no me pertenecía.
El sofá
también peca por luminoso. Evolucionó como la silla otomana del placer al
diván, hasta que en 1992 Joseph Llusca la llamó “Lorena”, ejemplar en el
principio de contradicción.
Descripción
Robert Callois; antropólogo aficionado a la
filología, entró en el cuarto placer como el camello, nos sorprendió en el
reino de los cielos mondándose la sonrisa con una aguja curvada de colmillo de
morsa, como las que se usan para coser los costales. –Costales se llaman, por
ser portados sobre los costados de una pobre bestia amansada. Puerta por ser
alzada (portada) la yunta con que los
latinos marcaban los límites donde asentarían la nueva ciudad, en el sitio
designado para su entrada. El camello vino a colgarnos.
…al
reino de los cielos, mondándose la sonrisa con una aguja hecha de espina de
pescado. ¿Quién razonaría que Eve nació de la costilla? Un hueso delgado como
una aguja, antes de que las hicieran de espina de pescado, (del mismo costado).
Teje, por decir que también desciende de la aguja. (El hueco es lo importante,
pero por tabú no fue horadado hasta inicios del siglo XIX).
(el
hueco es lo importante; Natalia sigue en el aeropuerto de Múnich, murió hace
veinte años. La nieve es un pueblo blanco bajo la luna, también he descargado
mi ryuksak...)
Hay un
ojo en la cerradura, mi casa es mi templo, aquí no se adora. No se sufre y no
se complace; el cuerpo es un mal esclavo que limpia todo cuando mancha la
alfombra. A la derecha el vitral de un árbol oscuro con pequeñas frutas dulces,
y en la mesa de enseguida una porcelana cierra los ojos, como apareció en el
Camello original (2011; Los sueños de
Onán. Monterrey; México; Ediciones Intempestivas).
No me
preguntes, no obligo a estar aquí, los desprecié mientras el desprecio valía
algo. No es invitación; convoco a una que no cabe por el reino de los
cielos. Me gusta saber que sobre la
pared hubo su sombra; que nunca me dejará tomar aire suficiente, recordar que
tape su cara, nadie me explicó nada y tampoco lo haré. No dejó espacio para
culpa. Lo pude tomar a color, pero está lleno de sombra.
(El ojo
en la cerradura).
No entrarás en mi casa, yo solo necesito un
nombre que pueda fluir por mis labios: mi infructuosa condición de hombre me
obliga a imaginar, pero después de haber y perder, a recordar, que es para lo
que se construye la vida. Preferí: lo pude tomar con humor, pero es blanco y
negro. Un día toda mujer u hombre hará esa ruta estrecha que abre al mar, por
entre la cerradura de los grandes acantilados. Algunos lo harán de noche.
¿Por
qué esa última semana no pudo pasar de unos instantes? Mi actor favorito murió
colgado en la persiana de su hotel de Hong Kong; el ídolo de mi juventud, de su
cinto. Ninguna semana puede pasar de unos instantes, dedujo el replicante.
Luis Kimball nació
en Chihuahua en 1974. Vivió en Chihuahua, en Veracruz, en la ciudad de México,
y ahora reside en Querétaro. Hizo estudios universitarios que no le satisficieron.
Se interesa en el conocimiento y escribe desde joven, ha publicado en la
revista Solar y en Manual del desierto. Es coautor del
poemario Luna de hiel para tres, y
autor de Puros de amor. Ha
participado en la coordinación de espacios culturales y actualmente coordina el
taller literario Escritura al día.
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