¡Nombres, nombres!
Por Alberto Carlos
Los mexicanos, convenencieramente, somos detallistas en
algunas cosas y demasiado genéricos en otras. Cuando se trata de narrar a
nuestras amistades el viaje a Europa, o a Cancún, les detallamos en soporífera
conferencia con diapositivas, películas super 8 y chistes trasnochados, todos y
cada uno de los avatares (valga el galicismo) de la suigéneris aventura. Menos
mal que, durante la proyección a cuarto oscuro, la parentela y amistades
aprovechan para descabezar un sueñito reparador de tan agotante rollo.
En cambio, cuando se trata de dar información a “Lolita”
o a los encargados del censo, se nos olvidan los detalles y les disparamos una
sarta de generalidades para informar al gobierno, a la manera de Sócrates, que solo
sabemos que no sabemos nada.
Si despotricamos contra la corrupción, también lo
hacemos en general, tal vez por lo generalizada que está la cosa. En todo caso,
por más que de gallola nos griten ¡nombres, nombres!, estos no aparecen por
ningún lado. Eso demuestra que la corrupción somos todos, y contra nadie hay
pruebas, lo cual demuestra, a la vez, la capacidad del mexicano para taparle el
ojo al macho. Se nos puede acusar de corruptos, pero de pendejos nunca.
Cuando una oveja descarriada se nos sale del redil, de
la norma, y le da por el detalle dando nombres, (caso Flores Tapia), el asunto
se convierte en un best seller de miles de fojas y nos olvidamos del resto para
gozar del suspenso contenido en el extraño caso. Como en las películas de
episodios, el argumento se alarga y se alarga a cuenta gotas, mientras el
grueso de posibles denunciables echa sus barbas a remojar, toma sus
providencias para no ser agarrado infraganti, a tal grado, que ya no queda
nadie para seguir la racha.
Al salir de lo genérico para entrar en el detalle, como
en este caso, y ver el rimero de legajos entre cargos y descargos, no es
extraño que se despachen de a uno o dos por sexenio. Si no fuera así, la Pipsa
no alcanzaría a surtir de papel a la procuraduría y no habría personal
suficiente para atender a la clientela. Por otro lado, pese a la reforma
administrativa, los pendientes se acumularían hasta llegar al momento (¿o ya
llegó?) en el cual, lo más práctico sería una amnistía general para salir del
atolladero. Borrón y cuenta nueva, como quien dice y como hasta la fecha se
hace.
Por eso, señores míos, respetable público, lo mejor es
no meneallo. Ya ven ustedes como está el Departamento Agrario de rezagos. Así
ha de estar también el escritorio de nuestro paisa Óscar Flores Sánchez. (Aquí
el Sánchez es muy importante) con unos cuántos casos. Si empezamos a soltar
nombres, imagínese a dónde iremos a parar: sería cuestión de inflar la
burocracia en forma alarmante para cubrir la demanda. Sería como echarle más
pozole al menudo. Sería peor el remedio que la enfermedad.
Con el aumento de personal, según la ley de
probabilidades, vendría un incremento en la metida de mano y aumentaría el
número de nombres probables. Caeríamos en el cuento de nunca acabar. Así las
cosas, compatriotas míos, más vale dejarla como está. Sigamos generalizando, al
fin y al cabo las fortunitas y fortunotas formadas a la sombra del peculado,
aumenta la cantidad de ricos y, como este mundo es mundo, con el tiempo nos
toca a todos. Es cuestión de hacer cola en orden y sin empujones para hacer la
América.
A la larga seremos un país de nuevos ricos a punta de
amnistías sexenales.
¿Cómo la ven?
Julio 1982
Julio 1982
Alberto Carlos. Artista nacido en Fresnillo, Zacatecas,
avecindado en Chihuahua desde la infancia. Con medio siglo de trayectoria, su
vasta obra mural, escultórica y de caballete abarcó una diversidad de técnicas
y temáticas. Su natural inquietud y amplia cultura lo llevó a incursionar en la
literatura y el periodismo, en géneros como la poesía, el cuento, el ensayo, la
calavera, el epigrama y la columna, los cuales publicaba en periódicos como el
suplemento Tragaluz de Novedades de Chihuahua, El Heraldo de
Chihuahua, y en las revistas Tarahumara y Solar.
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