Arte de Alberto Carlos
Fuimos tan malos
Por Alberto Carlos
Los panegiristas a ultranza de lo español, como nuestro
director, Lic. José Fuentes Mares, le buscan paliativos a las parrilladas de la
inquisición española; los indigenistas de hueso colorado, como doña Eulalia
Guzmán, le buscan atenuantes a la afición de nuestros indios, de antes del
chiripazo de Colón, por abrir en canal a sus congéneres.
Ambos le escarban todo lo que pueden para ponerse los
unos a los otros, como Dios puso al perico. El resto del mundo civilizado no desperdicia ocasión para
ponernos en esos aspectos a nivel de trogloditas, total, que entre las buenas y
las malas no damos una. Quedamos barridos y regados en la historia, pero vamos
a ver: para empezar, no hay que ir muy lejos en el tiempo. Basta con recordar
la matanza de millones de judíos, en tiempos de Hitler, en la civilizadísima
Alemania; las purgas en la Rusia proletaria bajo los buenos oficios de papá Stalin; y las masacres de Hirosima
y Nagasaki por los alegres güeros de Allende el Bravo, campeones del “mundo
libre”. Claro que los métodos modernos son más técnicos que el acarreo de leña
y el cuchillo de obsidiana, pero...
Si le metemos reversa al curso de la historia, veremos
que nos dan el 15 y las malas en eso de sacrificar prójimos por angas o por mangas
muchos pueblos civilizados a los que, si bien es cierto que los historiadores
narran con desparpajo sus tarugadas, no les aplican los calificativos
escatológicos que nos cuelgan a nosotros.
Durante la revolución francesa, en plena paz
robesperiana y bajo el signo de la razón, la liberté, egalité y fraternité, el descabezadero con el
invento del talentoso Mesieur Guillotín despachó más gente que el tabaquismo en
nuestros días.
En la cuna de nuestra civilización (¡Ah, pa´cunita!) la
Roma pagana, los paganos eran
cristianos, los arrojaban como desayuno favorito de los leones y a modo de show
para turistas en los caminos se veían crucificados, empalados y descuartizados,
los cuales recibían el aplauso del respetable con mucho beneplácito.
En el cementerio de Ur, de la civilización sumeria, se
descubrió que, cuando moría cualquier noble o influyente, masculino o femenino,
se escabechaban a toda la servidumbre, damas de la corte y hasta unos cuántos
familiares venidos a menos, para que el finado o finada no se fueran solitos al
otro barrio. A los entierros iba más gente con los pies por delante que
dolientes caminando. Esos sumerios más bien eran sumarios, por lo que se ve.
Los babilonios, los asirios y otros de por esos rumbos
del Tigris y el Éufrates, gente piadosa, armaban carnicerías a diestra y
siniestra, no solo en la guerra, sino masacrando a inocentes civiles de los
pueblos conquistados y no se escapaban ni las gallinas.
La cuenta sería muy larga... Gengis Kan, la noche de
San Bartolomé, los glutamatos, el colesterol (ya me salí del contexto) y qué sé
yo. ¿Entonces, qué? Pues nada, lo que en el rico es alegría en el pobre es
borrachera, ni más, pero ni menos.
Junio 1981
Alberto Carlos. Artista nacido en Fresnillo, Zacatecas,
avecindado en Chihuahua desde la infancia. Con medio siglo de trayectoria, su
vasta obra mural, escultórica y de caballete abarcó una diversidad de técnicas
y temáticas. Su natural inquietud y amplia cultura lo llevó a incursionar en la
literatura y el periodismo, en géneros como la poesía, el cuento, el ensayo, la
calavera, el epigrama y la columna, los cuales publicaba en periódicos como el
suplemento Tragaluz de Novedades de Chihuahua, El Heraldo de
Chihuahua, y en las revistas Tarahumara y Solar.