Belisario Chávez Ochoa
Colosales
obras de teatro, a la luz de lámparas de petróleo, en San Antonio de Arenales
Por Fernando
Suárez Estrada
In
memoriam
Señores
Luisa Quezada Ramírez y Belisario Chávez Ochoa.
A las
familias de ayer, hoy y siempre, de almas sencillas y corazones gigantes, del
Ejido Cuauhtémoc, antes Ejido San Antonio de Arenales.
A los
cuauhtemenses de espíritu, aliento y viveza.
Con
todo respeto.
Lunes
23 de febrero de 1925. ¡Frío-cala-huesos!
¡Aplausos-calienta-conciencias!
La
pequeña Arminda, con una canastita llena de estacas, ayudaba a su padre, soñador
y servicial líder, Belisario Chávez Ochoa, a colocar aquellas en las justas
medidas que un ingeniero de nombre Daniel Rico fijaba, en forma precisa, mediante
mojoneras de piedras bañadas en cal, asignadas de acuerdo a dimensiones
establecidas por una cinta métrica de tela, alrededor del recién aprobado Ejido
San Antonio de Arenales, ¡para mucho orgullo el primero en el Estado de
Chihuahua!, cuya dotación presidencial de más de cuatro mil seiscientas
hectáreas se ordenó seis meses antes, o sea, el 28 de agosto de 1924.
Todo se
hacía en perfecto orden y al respecto vigilaba también los trabajos técnicos
del líder agrarista y su hermosa hija Arminda un supervisor de la Comisión
Nacional Agraria, ingeniero Enrique M. Soria, quien tenía el encargo del presidente
Álvaro Obregón de mediar entre los intereses de la justicia, buscada por los
lugareños, y las propuestas que ofrecían los hacendados en liquidación –Casa
Zuloaga Hermanos–, por conducto de su abogado Guillermo Porras Mendoza,
concentrado este en las circunstancias de imperantes cambios nacionales, en las
vanguardistas normas agrarias y en el razonamiento sensato con las familias
campesinas.
―¡Arminda,
mira quién apareció: Tu amiga la
pastorcita acompañada de sus inseparables y bulliciosos dinosaurios voladores!
Los
recién llegados fueron recibidos con abrazos y besos y se ofrecieron
inmediatamente a ayudar a Armindita y a su padre en la ubicación de estacas, conscientes
que era un trabajo que urgía y que se requerían manos y alas revoloteadoras
extras para avanzar más rápido.
Los
ingenieros se atragantaron con la bebida de pinole que disfrutaban en ese
momento, al ver y oír los aplausos de aquellos aletones fulgurantes. Y en un
gesto amistoso –sonrisas forzadas de por medio–, ofrecieron a los recién
llegados sorbos de ese atole espumoso y dulce.
Todo
mundo paladeó lo servido en sendos tarritos de barro con dibujos ¡de
dinosaurio!
―Bueno,
compadres. Les encargo a mi niña ―dijo don Belisario a los quetzalcoatlus
recién caídos del cielo y a los ingenieros despeñados, al parecer, desde las
faldas de los volcanes del centro del país―. Ahora debo ir con mi esposa Luisa
para ayudarle a colocar lámparas de petróleo en nuestra bodega y montar
escenarios para dos obras teatrales que prometió exhibir y dirigir en el rancho
para sorprender a los ejidatarios con los pensamientos de progreso y justicia
que escribió don Ricardo Flores Magón en 1916, y que se llaman Tierra y Libertad y Las Víboras. El 30 de diciembre de ese año –aclaró carraspeando– se
estrenó la primera en Los Ángeles, California, donde estaba exiliado el artista
revolucionario, y luego se dramatizaría en el puerto de Tampico, en septiembre
de 1917, en nuestro país.
―¡Ah! ―subrayó
por último don Belisario―. Y al rato que empiece a pardear la tarde, allá los
espero! ¡A todos! ―indicó señalando en forma directa a los boquiabiertos
personajes alados.
*
Doña
Luisa Quezada Ramírez, convencida de lo importante que era para el corazón de
su pueblo la difusión de las causas justicieras, encendió los ánimos de los
presentes y los alentó a participar en una –por lo pronto– de sus consentidas
obras de teatro, escrita con mucha sencillez y pasión por su autor, diciéndoles
que Belisario y ella también intervendrían y que todo lo que se tenía que hacer
era, primero, quitarse lo chiviado; segundo, actuar con toda naturalidad y,
tercero, echarle sentimiento del bueno a los sombrerazos, gritos y las lágrimas
de pasión libertaria que la obra planteaba ante quienes la apreciarían.
―El
teatro ―describía la entusiasta activista― es la mejor confidencia sentimental
de la belleza y el dolor y siempre se hunde hasta la médula de cualquier alma
dulce, cabal y justa.
Y
frente a ella ¡había puras gentes d’esas, sí señor!
Ocho años
después de haberse presentado aquellos melodramas vibrantes y justicieros en
suelo patrio, ahora tocaba a la adorada Matria –tierra madre de todos–
homenajearlos y encenderse con sus significados. Por lo pronto, se abriría el
telón sanantoñito con Tierra y Libertad.
La
bodega, que tenía en la parte del techo laminado dos piezas de plástico
transparentes, que permitían la entrada de la luz del sol y de los rayos de
luna hacia el interior, dejó ver a los ejidatarios, actores y espectadores, a
dos dinosaurios voladores que suavemente movían sus alas y cachetes con el
efecto de mantenerse flotando y atentos ante lo que vendría a continuación en
aquel improvisado foro que tenían a la vista. Sus sonrisas y pestañeos
alegraron a todos.
Y del
desarrollo de
Tierra y Libertad se escucharon las voces de la
indignación y del esperado y exigido reconocimiento decoroso al campesino:
MARCOS
(Rascándose la cabeza). El administrador me dijo esta mañana que ya debo a la
Hacienda doscientos treinta pesos, porque los ciento setenta y cinco que debía
mi difunto padre me los han cargado a mí. (Escupe con rabia y grita). Rosa, esto
es ya insoportable y tanta injusticia tiene que terminar.
ROSA
(con convicción). Sí, tiene que terminar.
(En el
transcurrir de la obra, sus impresionados asistentes murmuraban entre sí
elogios a la excelsa dramatización de las escenas de luchas por la defensa de
la dignidad campesina. ¡Y qué epílogo se les incrustó en las sienes!):
MARCOS
(Se inclina y coloca la cabeza de Rosa sobre sus rodillas). (Con tristeza)
¡Está muerta! (La besa). ¡Ha dejado de ser esclava! (La estrecha con ternura). Dentro de pocos
minutos estaré contigo.
Los
privilegios de la burguesía
aniquilemos
con brazo tenaz.
No
quede en pie el Estado y sus leyes
que
siempre al pueblo feroz esclavizó.
La
pastorcita Alma Rosa, que se sentó frente a actrices y demás ejecutantes, se
sintió inspirada y en un receso emotivo se levantó y, con lágrimas en sus
tornasolados ojos, encendidos por el reflejo de la llama de una lámpara de
petróleo, dedicó a los presentes y a Flores Magón –el gigante opositor de la
dictadura porfirista y el soñador de progreso y felicidad para los mexicanos,
según uno de sus biógrafos modernos, Fernando Zertuche Muñoz–, el siguiente
poema de su inspiración:
Por una vocación de rebeldía
ante la iniquidad de tu destino
yo camino contigo día tras día
yo camino contigo, campesino.
Yo sentí la potencia de la tierra
debajo de tus plantas y las mías,
y regué con mis manos las semillas
entre los surcos que delante abrías.
He esperado contigo la cosecha
de la revolución donde moriste
con una muerte inútil, contrahecha,
por las traiciones y por la ambición.
Domingos de rosario en la campiña
manos entrelazadas con cariño,
comisariados convocando a junta,
realización y paz, luz y respiro.
Porque todos los hombres sean contigo
en el logro gentil de otro destino,
porque todos los hombres de mi tierra
todos, sean tus hermanos, campesino.
Los
ejidatarios y dinosauritos aplaudieron, satisfechos, decretándose un receso en
aquella larga reunión de usufructuarios.
Luego
ondearían sentimientos muy caladores en los corazones de todos: La intervención
de los representantes de la Casa Zuloaga, primero, y del gobernador Jesús
Antonio Almeida, al final, reconocerían la valía de los campesinos y vecinos de
este rincón de arenales. Los primeros, además, plantearían soluciones e
indemnizaciones pertinentes, respecto a las diferencias que se mantenían con
los ahora sensibilizados ejidatarios, gracias al bendito teatro y a la
sabiduría de doña Luisa, ofreciendo los viejos patriarcas donaciones de
terrenos para viviendas, una presa, obras hidráulicas, la formación de una
Colonia Agrícola y el apoyo a un justo deslinde para garantizar a todos,
agraristas, menonitas recién llegados y hacendados, una paz armoniosa y
duradera.
¡Buena
lección floresmagonista, reconocieron todos, incorporando a los dinosauritos
laguneros al júbilo. Estos recibieron las bendiciones y promesas de los
presentes, para siempre convivir con el pueblo –su hermano–, por su perpetuo
alborozo contagiante, brindando todos con atoles calientitos, servidos ahora en
panzonas ollas de barro –para satisfacción de los reptiles– por el éxito
obtenido en la cordial congregación de sanantoñitos!
Fernando
Suárez Estrada hizo la licenciatura en periodismo en Escuela de Carlos Septién
García, se tituló con su tesis El espacio
ambiente nos informa, y la licenciatura en derecho en la Facultad de
Derecho de la Universidad Autónoma de Chihuahua, donde se tituló con su tesis Consideraciones generales en torno al
derecho a la información. Es autor de las siguientes obras publicadas: Cuentos tarahumaras (1975), en la
revista Comunidad, editada por la
Universidad Iberoamericana, y los libros Jesusita y otros relatos (2001), Caminos del villismo, de la hacienda de
bustillos a la epopeya” (2005), Milagro
en los alamitos, novela histórica sobre el nacimiento de Cuauhtémoc, Chihuahua (2012) e Identidad cuauhtemense. También es coautor del libro colectivo De San Antonio a Cuauhtémoc, herencia de
grandeza” (2019). Es Notario Público número dos para el Distrito Judicial
Benito Juárez, Patente expedida el 12 mayo 1989.
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