lunes, 28 de junio de 2021

Luis Kimball. Eso que parecía un silencio

 

Eso que parecía un silencio

 

 

Por Luis Kimball

 

 

Y lo que escucho son voces; así aparecen titulados los siete apartados del libro, en el que predomina una voz activa, hegeliana. Trataré de describir estas voces.

Mediante el verso aparece primero la casa deambulada por la mujer de casa. Una y otra vez mencionamos la estética de lo cotidiano; su característica más sobresaliente son las cosas de casa, las de menor importancia en roles de género tradicionales, el sinónimo de “buena mujer” era “doméstica”. Nombrar la casa es nombrar a la mujer:

 

El lobo/ sopló/ y sopló/ y sopló,/ pero la casa/ seguía en pie.

 

A veces la casa soy yo/ y me habitó;/ salir entonces me conviene.

 

La casa era un laberinto/ dónde quedó atrapada/ para siempre/ la memoria.

 

El apartado de “Voces I” tiene la belleza inicial de describir el emplazamiento donde se ha dado la batalla a modo del tiempo narrativo de la Grecia Clásica, nombrando de una vez insumos e inventariando la historia misma: los sucesos ya predestinados:

 

Entonces llegó/ la compañía constructora/ y la echó abajo” (p. 12; “Sueño de todos los sueños”).

 

Hacia “Voces II” y en adelante, tras mencionar a la familia, comenzará el discurrir la relación amorosa y desamorosa, siguiendo a las premisas de la esperanza, la decepción y el engaño con reflexiones profundas que tratan de justificar la causalidad del capricho social:

 

La mesa puesta,/ la luz de las velas titilando/ el vino en las copas/ esperando su liberación (p.32).

 

Y luego, ni el desamor; pues la desilusión revela al alfeñique, esa poca cosa que casi siempre está del otro lado de la historia de amor de una mujer:

 

y sin nadie pisando/ sobre mis huellas,/ pienso/ que aprendí/ la lección (p. 50).

 

Y se pone a pensar, uno de lector, ¿hasta cuánto cabe de santa paciencia en la autora? De cuántos modos se puede contemplar lo que uno sospecha, casi con evidencia de leer el expediente, que solo es un cabo roto al otro lado de la historia.

 

y me dices al oído que me amas,/ que deje de llorar por esas cosas,/ que todo ha sido tan sólo una pesadilla,/ que no sea tonta (p. 59).

 

Diría que es una de esas poéticas de mujeres que aman y piensan, capaces de crear epistemologías para explicarse el terreno en que se asienta el castillo del cuento de hadas:

 

Mientras mi abuela/ caminaba los pueblos/ buscando el sustento/ que la ayudara a conciliar el sueño,/ instruía a mi madre, que iba tras ella,/ sobre los deberes/ de toda mujer” (p. 50; “Aprendizaje”).

 

Después, comienza paulatinamente la denuncia social. Comienza por sí misma, encontrándose como actora del desequilibrio en la distribución del insumo humano, regalando una risa honesta, que al instante se vuelve agraviante, enajenada:

 

Yo le compré una pegatina/ y además obsequié una sonrisa;/ él me devolvió mi cambio/ y su rostro enojado con el mundo (p. 113).

 

Estos encuentros con el “uno mismo” de la autora, hacen una clara diferencia en el discurso literario de denuncia social, situándola en su opinión política a partir del molde neoliberal de los años ochenta, una generación sin respuesta social:

 

Hubo un tiempo en el que el corazón/ podía dejar todo en manos de los ojos/ y, si estos no veían el sufrimiento de frente/ él seguía tranquilo...” (p. 74)

 

De “Voces IV” en delante, la denuncia será el calado más hondo del libro, que puede llevar fácilmente a olvidar el principio, pues parece otro libro:

 

huesos/ que ya sumamos miles/ y nos entierran/ sin mayores protocolos (p. 78).

 

La diferencia con aquella generación del 68 es total; no se levanta la voz contra un gobierno como figura autoritaria y asesina, sino contra el gobierno específico del presidente Calderón, declarando la guerra contra el narco, sembrando la cotidianidad de cadáveres que, o se acostumbra uno a borrarlos sin ver, o tendrá el imaginario de un loco:

 

en fosas comunes/ y corrientes/ porque esas incómodas/ osamentas/ no son de héroes nacionales (p. 79).

 

Es un poco más difícil comentar sobre este punto del libro. Los reclamos en primera persona por desapariciones, asesinatos, pasan de lo testimonial de la narradora a la sobreposición pop del panfleto nacionalista radiofónico. A través del libro se encuentra la misma voz narradora, con textos fechados en 2007, 2010, 2011, y podemos seguir el decurso de cómo esta mujer va trascendiendo hacia un feminismo obligado tras agotar las instancias, para dar paso a la que se mantiene en pie por sí sola, a la que avanza y a la que se sobrepone al mundo donde los ojos se acostumbran al asesinato y los oídos a su noticia:

 

“La otra opción/ era callarme,/ dejar que el miedo/ me silenciara/ y me ensordeciera/ el ruido de la sangre” (p. 85).

 

Carmen Julia Holguín escribe en este delgado tomo, muchas veces, que hay dolor, madres sufriendo, odio contra un Estado asesino, mujeres desaparecidas, activistas desaparecidos; también panaderos, afanadores, chicas de casa, cualquier cosa antes llamada humana y que debe vivir ahora bajo estas circunstancias. El libro se extiende en este asunto y lo me extraña que en tantos otros libros publicados en las mismas circunstancias esto no se encuentre.

 

“...podría/ quedarme, a pedir perdón, decirles cuánto los quiero,/ mirarlos a los ojos/ y atreverme a llorar/ por fin,/ a mis muertos (p. 104).

 

Según los datos que aporta la edición, estoy ante el tercer libro publicado de la autora, nacida en 1967, en Parral, Chihuahua, profesora de español en Albuquerque, Nuevo México y coordinadora de talleres de escritura creativa. No hay error en el libro. Aporta viñetas de viaje reflexivas sobre la condición humana, la de ser mujer, la del poema. En las primeras voces se cuelan recursos literarios evidentes del ejercicio, quizá no trascendidos; pero la firmeza con que aborda la segunda parte del libro, la honestidad que hay en todo él, sin duda me llevarán a leer lo próximo de la autora.

 

Holguín Chaparro, Carmen Julia: El que tenga oídos. Editorial Instituto de Cultura del Municipio de Chihuahua, México, 2014.

 




Luis Kimball nació en Chihuahua en 1974. Vivió en Chihuahua, en Veracruz, en la ciudad de México, y ahora reside en Querétaro. Hizo estudios universitarios que no le satisficieron. Se interesa en el conocimiento y escribe desde joven, ha publicado en la revista Solar y en Manual del desierto. Es coautor del poemario Luna de hiel para tres, y autor de Puros de amor. Ha participado en la coordinación de espacios culturales y actualmente coordina el taller literario Escritura al día.

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