Salió
a su abuela
Por Fructuoso Irigoyen
Rascón
No
recordaba de donde habían sacado aquello de que había salido a su abuela hasta
que la tía, Eustolia, le contó la anécdota. Lo que había escuchado de boca de
su madre sobre él, de cómo fue que surgió tal afirmación. A él le daba gracia
que cuando algo le parecía sabroso ‒las lentejas, los
chilaquiles, las calabacitas rellenas‒ todos
proclamaban: “Salió a su abuela”. Lo mismo cuando algo le disgustaba.
—Odio
el café con canela— decía.
—Salió
a su abuela— todos anunciaban en coro.
Pero
cuando expresaba algo más serio, por ejemplo, su posición acerca de los médicos
que practican abortos, oír que esa opinión se debía a que él salió a su abuela,
lo hacía sulfurarse. En tales instancias se sentía descalificado, simplemente
un eco de lo que su abuela hubiera dicho al respecto.
Lo
que la tía le había relatado era que cuando Tavito tenía diez años y Chavo como
doce, se prendieron a catorrazos.
—Ya Chavo le había sacado el mole a Tavito
cuando llegaste tú. Tenías como ocho años en aquel entonces. Les gritaste: “No
se peleen, son hermanos”. Ni voltearon a verte. Entonces llegó tu papá que agarró
un periódico, lo hizo rollo y se puso a golpearlos, para que se separaran. Ante
la furia de tu padre corrieron asustados a esconderse en su cuarto. Solo
entonces te extrañaron, te buscaron por toda la casa hasta que te encontraron
en el desván. Hincado de rodillas frente a una imagen de la virgen. Tu papá
sentenció entonces: “Míralo, ¡salió a la abuela!”
Y
desde entonces, que si era regordete, es que salió a su abuela; que si pisaba
con la parte de afuera del pie, es que salió su abuela; que si arrastraba las
eses, o seseaba las ces y las zetas, es que salió a su abuela; si alguna vez
sonreía sin motivo aparente, es que salió a su abuela.
De
hecho, él recordaba muy poco de como era su abuela: Viejita, regordeta, se
inyectaba insulina y jugaba canasta con las tías. Rezaba mucho e iba cada
tercer día, caminando, a la iglesia. Era más buena que el pan. Muchas otras
memorias se habían acumulado a través de los años, pero esas se referían a
aquella idea de que había salido a su abuela.
En
general, la mayoría de los rasgos y características que hacían a sus papás,
hermanos y otros parientes decir que había salido a su abuela eran cosas buenas,
o al menos neutrales. Pero tanta insistencia hizo brotar la sospecha. Sí, había
algo extraño en aquello. Cuando se le veía junto a Chavo y Tavito era muy
evidente que no se parecía en nada a ellos. Él regordete, chatito y bajito. Ellos
espigados y narizones. Cualquiera lo podría haber dicho ¡No podían ser
hermanos! Así que por ello decir que salió a la abuela, no era solo una
observación sino una explicación de aquellas diferencias. Y una explicación que
tal vez se usaba para ocultar una verdad terrible. Él mismo al notar aquello ‒para
disipar la angustia que causara la sospecha‒
se
decía: es que salí a mi abuela.
La
abuela desde el séptimo cielo comentó.
—Pobrecito
de mi nieto. Pero sí, Sí que salió a su abuela ¡Qué remedio!
Fructuoso Irigoyen Rascón, autor de Cerocahui, una verdadera épica de la región, es médico con especialidad en psiquiatría, con una vasta y brillante práctica profesional. Es autor, además, de los libros Tarahumara Medicine: Ethnobotany and Healing among the Raramuri of Mexico y Nace Chihuahua, Gabriel Tepórame y Diego Guajardo Fajardo, los forjadores.
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