Hombre
golpea a la muerte
Por
Lourdes Bustillos
Es un
espacio oscuro, no logro distinguir el ambiente en el que me encuentro salvo la
vieja mesa que hace juego con la silla desgastada de madera en la que estoy
sentado. Comienzo a vislumbrar la perfecta silueta de una musa, aunque mi vista
está velada puedo apreciar la belleza de la dama que elegante, sigilosa se acerca a mí; su piel de
porcelana casi brilla de lo perfecta que es, cabello negro, mejillas rosas,
labios carnosos y esos ojos… tan pronto los miro me siento hipnotizado por su
fuerza, verdes tan verdes tan profundos.
―¿Recuerdas qué hiciste antes de estar sentado aquí? ―me
pregunta, utilizando un tono agudo pero firme y seductor.
La miro directamente sin embargo no puedo sostenerle la
mirada, es penetrante, fuerte, oscura. Mi voz se quiebra al intentar cualquier
sonido, mi garganta quema cuando hago el esfuerzo de hablar.
―¿Quién eres? ―apenas logro pronunciar.
―¿Recuerdas qué hiciste antes de estar sentado aquí? ―reitera
ignorando mi pregunta.
Intento hablar, sencillamente no sé la respuesta. Sé que soy
abogado, no obstante soy incapaz de recordar las últimas horas. Me siento
confundido, mareado con esta duda. La miro de vuelta y ella insiste:
―¿Recuerdas qué hiciste antes de estar sentado aquí?
Coloco los codos sobre la mesa frotando mi rostro con ambas
palmas intento recordar. De pronto una imagen viene a mi mente: estoy en mi
departamento viendo televisión al tiempo que preparo la cena; noticia de última hora condenan a homicida
en serie, no me extraña ni yo hubiera podido salvarlo de la inyección
letal, lo hice una vez. Gracias a mi astucia el veredicto fue "no
culpable". Cuando me buscó por segunda ocasión tuve que declinar la
oferta, un descuido y se echó la soga al cuello.
―Ahora te recuerdo. Mira, diosa, te lo dije antes hoy te lo
repito, yo solo hice mi trabajo, él fue el que puso ese cuchillo sobre sus
cuellos no yo. ―le digo al recordarla cuando me amenazó en la exoneración de mi
cliente; como hermana de la víctima era normal su enojo, su impotencia.
―¿Y qué planeas hacer?, ¿secuestrarme, torturarme? ¡Míranos!,
ni siquiera me tienes esposado. Lo siento, dulzura, pero no eres amenaza.
Permanece inmutable antes de pronunciar palabra.
―¿Recuerdas qué hiciste antes de estar sentado aquí? –insiste, redundante.
―¿Por qué repites la misma pregunta? ―alzo la voz en esta
ocasión.
Me levanto enfadado de mi asiento y me dirijo hacia la puerta,
pero por más que avanzo nunca llego. Comienzo a apretar el paso y la salida se
encuentra siempre a la misma distancia no obstante que ahora estoy corriendo
hacia allá. Siento que he recorrido un maratón y sin embargo a ella le bastan
un par de pasos para colocarse frente a mí. Aterrado le pregunto al borde del
terror:
―¿Quién eres?
―Soy quién te mató ―responde concisa.
De pronto recuerdo. Aquella noche viendo televisión mientras
preparaba la cena se apareció en mi departamento, seductora se acercó y antes
de que pudiera decir nada estaba frente a mí, a punto de recibir un beso de sus
turgentes labios; en vea de eso, cortó mi yugular. No lo vi venir.
Mi cabeza da vueltas, incrédulo e implorando que todo esto sea
una broma. Comienzo a creer cuando miro cómo su angelical rostro se convierte
poco a poco en otra realidad: La muerte me ha llegado.
Siempre fue ella, la muerte tramposa, disfrazada de ángel y
lo es, un ángel diabólico. Me resisto a que me tome entre sus brazos y peleo
contra ella, contra él. Peleo con todo, golpeo sacando fuerzas de mi soberbia,
de mi avaricia, de mi prepotencia de lo que soy; peleo sin que ella se inmute
de mis golpes, permanece ahí apacible, inerte, sin reflejo. Es entonces que me
resigno y acepto lo que tiene preparado para mí.
Excelente!
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