Soy
tu lobita en el viejo bar
Por
Viviana Mendoza Hernández
Mientras
la espuma baja y las gotas de condensación siguen su camino, el humo asciende y
las líneas del fuego consumiendo la vida del cigarro avanzan dejando un rastro
de cenizas cada vez más frías y temblorosas. Me pregunto por qué te sigo
esperando, sin haberte invitado.
¿Quiero una de esas escenas de novelas rosas
que tantas veces hemos parodiado?
No
lo creo, pero tampoco me voy mientras atardece afuera de este bar con toque de
cantina.
La
música todavía no es tan vieja como para preocuparme por lo que pasará cuando
todos alrededor estén tan ebrios como para ser canción de José Alfredo o de algún
otro amargado.
Te
extraño. Y voy con la gente que menos toleras para olvidarlo. Quiero acordarme
de algún santo milagrero que no tenga que voltearlo. Creo que a San Antonio le
gustaría más que le dieran las 13 monedas de regalo, aunque lo confundan luego
con Judas.
Mejor
guardo esas trece monedas y ahorro para una lata; así brindaremos por las veces
que no nos hemos encontrado.
Mientras
el mesero se lleva la ceniza y me trae otra cerveza y tostadas sin hacer un
comentario de la mesa solitaria donde me estoy quedando, me cuestiono. Esas
monedas ¿las guardo, aunque me arriesgue a gastarlas en tu ausencia? ¿O hago un
gesto de fe y me arriesgo a tomar hasta el azote?
¡Bonita
apuesta se me ocurre rodeada de tanto borracho!
Tampoco
sé si irme o quedarme otro rato. Eso de pensar en el santo que me sirva de
recadero me convenció de que ahora quiero silencio y el olor a madera e
incienso.
Decía
mi abuela que San Antonio también es el santo de los viajeros y los que dudan
de todo lo que piensan. Que el amor no es el peor de los problemas, que ayuda a
quien le reza.
Escribo
esto en una servilleta para poder hacer un cuento si no te encuentro a tiempo,
por si es verdad que en verdad eres alguien que he perdido en el camino. Creo
que ya me está afectando el alcohol y la tertulia, aunque no reconozco la
canción que los trae tan conmovidos a los que no platican y solo aúllan dizque
cantan y gritan pendejadas.
Acaba
de sonar mi celular. ¡Es verdad! ¡Un milagro! Estás llamando y acabas de llegar
a la ciudad. El mesero sonríe, él también está más tranquilo, aunque por algo
diferente. Junto a la cerveza recién servida se queda su propina y la
servilleta para agradecerle su paciencia.
Estoy
ebria de alegría porque te veré de nuevo.
Mañana
mismo organizo algo de filantropía para agradecerle a San Antonio el recadero.
Viviana Mendoza Hernández es licenciada en
letras españolas por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad
Autónoma de Chihuahua. Escritora, periodista y fotógrafa, ha publicado la
novela Buscando una vida normal y numerosas colaboraciones literarias en varios medios.
Actualmente es reportera de El Devenir de Chihuahua.
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