Nací
para ti
Por
Dolores Gómez Antillón
Hace
muchos años, de jovencita, ni pensaba,
ni pasaba por mi mente que algún día despertaría
con la imagen del hombre de mi vida, el que encontraría sin buscar, Dios me había destinado para él.
Me dediqué a estudiar, sin preocuparme por mi sueño, estaba
segura que nos encontraríamos y lo sabríamos de inmediato.
Cierta tarde, caminando simplemente, sentí que alguien me
miraba. Involuntariamente detuve el paso, junto a mí estaba de pie un hombre
joven, alto, de mirada dulce y sonrisa franca. Nos quedamos como estatuas
mirándonos largo rato, nuestras lágrimas rodaron y nos dimos cuenta de que algo
muy grande había entre los dos.
Sin saber qué hacer o qué decir, me preguntó si aceptaría
tomar un refresco con él en la placita. Respondí que sí.
Nos dirigimos hacia el lugar, me tomó del brazo, yo con mucha
naturalidad caminé a su lado.
Nos quedamos en silencio, solo nos mirábamos pero con
nuestras miradas nos dijimos tanto. Vino el mesero y nos pidió la orden, casualmente
quisimos dos refrescos de manzanita Soto. Una sonrisa iluminó su preciosa cara,
sus ojos claros, sus labios carnosos, su piel rosada y una cabellera tupida de
color dorado, un poco largo, su rostro con barba.
Yo no sé qué pensaría él de mí pero viendo su sonrisa y su
mirada me di cuenta de cuánto le agradé.
Seguimos con encuentros casuales que tal vez, así lo creo, el
destino propiciaba.
Vinieron las vacaciones y nos deseamos lo mejor, acordamos
vernos al regreso.
Yo me iría a la ciudad de México y él a visitar a su familia
en San Luis Potosí.
Sus ojos clavados en mi corazón, su hermosa sonrisa tatuada
en el alma. Ya no era un desconocido, lo llevaba conmigo.
Al volver nos vimos con un gusto cariñoso, sin pensar nos
besamos enamorados y felices. Desde entonces anduvimos juntos.
Cada uno estudiaba su carrera. Él literatura, yo música;
planeábamos muy bien nuestros quehaceres. Él me enseñaba a mí y yo a él. Compartíamos
con placer la vida. En tres meses nos graduaríamos. Nuestros sentimientos se
hacían firmes, estábamos enamorados.
Un sábado decidimos ir al parque, ya teníamos tres años de novios, para entonces estábamos seguros de que
nos necesitábamos. Me dejé llevar, nos dirigimos de prisa a un hotelito familiar
y muy excitados corrimos al cuarto que nos había asignado el encarado, el 65.
Así empezamos nuestra historia.
Nos quitamos la ropa con prisa. Nos abrazamos con ternura y
el deseo se apoderó de ambos, nos besamos todo el cuerpo, él acercó su rayo de
la vida y tocó finalmente mi intimidad ansiosa.
Mis labios íntimos pedían a gritos que me penetrara y
eufóricos iniciamos el ritual de la pasión. Con movimientos eróticos nos
besamos los ojos, las orejas y en un sube y baja de nuestros cuerpos unidos por
el deseo nos mojamos en un río caudaloso.
Como si fuéramos expertos fuimos haciendo más lúbrica y
deliciosa la entrega. Amantes apasionados, seguimos dejándonos llevar por el
placer.
Besaba sus ojos preciosos, los labios; él mis pechos
turgentes. Empezamos de nuevo, como el mar. Atravesó mi laberinto con su espada
y así con movimientos de Afrodita y Zeus reíamos, llorábamos.
Llegó la graduación. Ofrecieron un delicioso banquete y
empezó una orquesta a emitir sus notas cadenciosas; al compás nuestros cuerpos
se movían suavemente como si fueran uno. El éxtasis nos llevó a la Gloria.
Dichosa de estar entre sus brazos lo besé con un beso en el
que le entregué mi vida.
Me di cuenta de que había nacido para él.
Pasamos la noche bailando y motivando deseos con las caricias
y la pasión de nuestros sentidos al ritmo de la música y el latir acelerado de
un solo corazón binario. Al salir de la fista me tomó de la mano y llegamos a nuestro hotelito, espacio de nuestro amor,
la habitación 44.
Abrimos la puerta, me cargó en sus brazos y me acomodó en la
cama. Mi vestido de graduación volaba por los cielos y su traje y los zapatos
también. Quitó mi tanga, el sostén y las sandalias. Los dos desnudos, él lucía
su relámpago deslumbrante.
Nos besamos con pasión, el olor la piel aumentó el deseo en caricias
íntimas y seductoras. Nos sentamos en cuclillas sobre la alfombra y nos unimos
hasta estar el uno adentro del otro e iniciamos con alegría a besar una lluvia
de besos, el cuello, los hombros, mis areolas, el ombligo, los muslos. Y fue
entonces que mis piernas se abrieron amorosas, mi laberinto con ansias esperaba
la entrada de su pene.
Lloré de placer y dolor, fue tanta la alegría que nuestros
movimientos eran cada vez más fuertes y audaces, elevándonos hasta las estrellas.
Florecitas de mil colores tiritan alegres cobijando nuestro amor.
¡Sí, yo nací para ti!
Dolores Gómez Antillón es licenciada en
letras españolas con maestría en educación por la Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua, de la que después llegó a ser
directora. Ha publicado los libros Rocío
de historias cuentistas de Filosofía y Letras, Apuntes para la Historia del Hospital Central Universitario y Voces de viajeros.
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