lunes, 18 de junio de 2018

Dolores Gómez Antillón. Nací para ti

Nací para ti

Por Dolores Gómez Antillón

Hace muchos  años, de jovencita, ni pensaba, ni pasaba por mi mente que algún día  despertaría con la  imagen  del hombre de mi vida, el que  encontraría sin buscar, Dios me  había destinado para él.
Me dediqué a estudiar, sin preocuparme por mi sueño, estaba segura que nos encontraríamos y lo sabríamos de inmediato.
Cierta tarde, caminando simplemente, sentí que alguien me miraba. Involuntariamente detuve el paso, junto a mí estaba de pie un hombre joven, alto, de mirada dulce y sonrisa franca. Nos quedamos como estatuas mirándonos largo rato, nuestras lágrimas rodaron y nos dimos cuenta de que algo muy grande había entre los dos.
Sin saber qué hacer o qué decir, me preguntó si aceptaría tomar un refresco con él en la placita. Respondí que sí.
Nos dirigimos hacia el lugar, me tomó del brazo, yo con mucha naturalidad caminé a su lado.
Nos quedamos en silencio, solo nos mirábamos pero con nuestras miradas nos dijimos tanto. Vino el mesero y nos pidió la orden, casualmente quisimos dos refrescos de manzanita Soto. Una sonrisa iluminó su preciosa cara, sus ojos claros, sus labios carnosos, su piel rosada y una cabellera tupida de color dorado, un poco largo, su rostro con barba.
Yo no sé qué pensaría él de mí pero viendo su sonrisa y su mirada me di cuenta de cuánto le agradé.
Seguimos con encuentros casuales que tal vez, así lo creo, el destino propiciaba.
Vinieron las vacaciones y nos deseamos lo mejor, acordamos vernos al regreso.
Yo me iría a la ciudad de México y él a visitar a su familia en San Luis Potosí.
Sus ojos clavados en mi corazón, su hermosa sonrisa tatuada en el alma. Ya no era un desconocido, lo llevaba conmigo.
Al volver nos vimos con un gusto cariñoso, sin pensar nos besamos enamorados y felices. Desde entonces anduvimos juntos.
Cada uno estudiaba su carrera. Él literatura, yo música; planeábamos muy bien nuestros quehaceres. Él me enseñaba a mí y yo a él. Compartíamos con placer la vida. En tres meses nos graduaríamos. Nuestros sentimientos se hacían firmes, estábamos enamorados.
Un sábado decidimos ir al parque, ya teníamos tres años  de novios, para entonces estábamos seguros de que nos necesitábamos. Me dejé llevar, nos dirigimos de prisa a un hotelito familiar y muy excitados corrimos al cuarto que nos había asignado el encarado, el 65. Así empezamos nuestra historia.
Nos quitamos la ropa con prisa. Nos abrazamos con ternura y el deseo se apoderó de ambos, nos besamos todo el cuerpo, él acercó su rayo de la vida y tocó finalmente mi intimidad ansiosa.
Mis labios íntimos pedían a gritos que me penetrara y eufóricos iniciamos el ritual de la pasión. Con movimientos eróticos nos besamos los ojos, las orejas y en un sube y baja de nuestros cuerpos unidos por el deseo nos mojamos en un río caudaloso.
Como si fuéramos expertos fuimos haciendo más lúbrica y deliciosa la entrega. Amantes apasionados, seguimos dejándonos llevar por el placer.
Besaba sus ojos preciosos, los labios; él mis pechos turgentes. Empezamos de nuevo, como el mar. Atravesó mi laberinto con su espada y así con movimientos de Afrodita y Zeus reíamos, llorábamos.
Llegó la graduación. Ofrecieron un delicioso banquete y empezó una orquesta a emitir sus notas cadenciosas; al compás nuestros cuerpos se movían suavemente como si fueran uno. El éxtasis nos llevó a la Gloria.
Dichosa de estar entre sus brazos lo besé con un beso en el que le entregué mi vida.
Me di cuenta de que había nacido para él.
Pasamos la noche bailando y motivando deseos con las caricias y la pasión de nuestros sentidos al ritmo de la música y el latir acelerado de un solo corazón binario. Al salir de la fista me tomó de la mano y llegamos  a nuestro hotelito, espacio de nuestro amor, la habitación 44.
Abrimos la puerta, me cargó en sus brazos y me acomodó en la cama. Mi vestido de graduación volaba por los cielos y su traje y los zapatos también. Quitó mi tanga, el sostén y las sandalias. Los dos desnudos, él lucía su relámpago deslumbrante.
Nos besamos con pasión, el olor la piel aumentó el deseo en caricias íntimas y seductoras. Nos sentamos en cuclillas sobre la alfombra y nos unimos hasta estar el uno adentro del otro e iniciamos con alegría a besar una lluvia de besos, el cuello, los hombros, mis areolas, el ombligo, los muslos. Y fue entonces que mis piernas se abrieron amorosas, mi laberinto con ansias esperaba la entrada de su pene.
Lloré de placer y dolor, fue tanta la alegría que nuestros movimientos eran cada vez más fuertes y audaces, elevándonos hasta las estrellas. Florecitas de mil colores tiritan alegres cobijando nuestro amor.
¡Sí, yo nací para ti!







Dolores Gómez Antillón es licenciada en letras españolas con maestría en educación por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua, de la que después llegó a ser directora. Ha publicado los libros Rocío de historias cuentistas de Filosofía y Letras, Apuntes para la Historia del Hospital Central Universitario y Voces de viajeros.

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