Primavera
Por
Dolores Gómez Antillón
En los parques y en la calle se miraban parejas enamoradas.
Algunas damas recibían flores acompañadas de tarjetas que excitaban
profundas fibras de los sentidos e incitaban al encuentro.
Neverías repletas, cafés, restaurantes, cines y salones de
baile.
Todo era algarabía y contento. El ritmo de la gente era rápido
y alegre.
Sin embargo no todas las personas gozaban de la misma energía,
algunos permanecían taciturnos y ajenos a toda la fiesta.
Ruth era una chica que nunca había experimentado la relación
con algún novio, parecía que nadie la veía aunque era agraciada y tenía grandes
ojos color miel. A sus treinta años había estudiado danza, música y teatro.
Había trabajado en puestas de escena de muchas obras. Su talento era admirable.
No asistía a evento de otra índole, ni siquiera a una
fiestecilla informal entre compañeros. Siempre de la escuela a su casa. Vivía
sola pues sus padres tenían que trabajar, eran campesinos y vivían en la
sierra, en un pueblito llamado Matachic, tenían unas tierritas donde sembraban
maíz y frijol.
A Ruth le faltaban dos semestres para terminar. Ganaba buen
dinero en presentaciones con su grupo , ya que muchas personas los contrataban para
sus fiestas, y con la puesta en escena
de algunas obras en el Teatro de la Cuidad.
Un día, en el salón de música, cantaba Ruth Perfume de gardenias y dio la casualidad
de que al escuchar su voz, un productor entró al salón y se quedó extasiado por
la voz y la belleza de la intérprete a
la que aplaudió con entusiasmo, la felicitó y le propuso que cantara en el
Hotel Victoria. Le dio las gracias y aceptó, aconsejada por su maestra, quien
le prestó el primer traje de noche para su debut. Un vestido que parecía hecho a su medida, color azul marino, bordado
con pedrería.
Su debut fue gran éxito y en tres temporadas pudo comprar una
casita, vestuario, en fin, lo necesario para vivir bien.
Cada fin de semana el hotel estaba lleno, ya que Ruth había
cobrado gran popularidad. Un año después, César, el productor, la invitó a celebrar
el éxito. Ella con una sonrisa aceptó encantada.
Fueron al Hotel Hilton. Después cenar deliciosos manjares la
invitó a bailar. La tomó del brazo y en la pista iniciaron la danza. La
orquesta tocaba La flor se la canela y después siguieron otras y tantas melodías.
Ella se sentía amada en sus brazos y el conjuro inició.
César era un hombre alto de cuerpo atlético, tez clara y pelo
castaño. Lo que más atraía en él eran sus rasgados y grandes ojos claros y su
hermosa sonrisa. Al iniciar la siguiente pieza, la abrazó con mucho cariño y
sintieron sus cuerpos tan íntima y deliciosamente atados en un
nudo de pasión y amor. Sus labios se unieron en un beso febril y
placentero, el deseo se apoderó de los sentidos y con en silencio se tomaron de
la mano y tomaron una habitación del hotel para volar hacia las mismas puertas
del Paraíso.
El ocaso pintaba el cielo de dorados, ocres y magentas; a lo
lejos un relámpago traspasaba el firmamento.
Dolores
Gómez Antillón es licenciada en letras españolas con maestría en educación por
la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua, de
la que después llegó a ser directora. Ha publicado los libros Rocío de historias cuentistas de Filosofía y
Letras, Apuntes para la Historia del
Hospital Central Universitario y Voces
de viajeros.
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