Día del escritor
Por Martha Estela Torres Torres
Para
todos aquellos que en verdad tienen un don y lo cultivan como una perla en el
tiempo.
A veces escucho la voz de la conciencia, la tenue voz que se pierde
fácilmente en los bosques de la memoria, la esencia volátil e invisible que
ambula en los laberintos de la razón. Sé que nada justifica mi osadía de
escribir, pero este oficio es el principal motivo que me alienta para
perseverar. El deseo de escribir, la ilusión de hacerlo me impulsa en cualquier
hora del día o de la noche hacia la claridad de las letras que se incrementa al
fragor de la madrugada cuando el tiempo y la respiración adoptan otros ritmos
al compás del silencio.
Algunos me culpan de obsesiva porque me empeño en seguir en las rutas
incomprendidas de este oficio, si no tiene aún recompensa económica. Pero ¿qué
no es la escritura uno de los recursos para alcanzar equilibrio emocional y una
forma de promover armonía en la convivencia humana? ¿Qué no es en la introspección donde debo sumergirme para respirar mejor? ¿Acaso
no se consigue la liberación de presiones y limitaciones con el poder curativo
de las palabras? ¿Qué no es esta la forma de alcanzar algún día con un poema o
un cuento una gota de inmortalidad?
Aún sin resarcir el pasado y sin poder profetizar el futuro sigo en
constante empeño, hilando fibras y ligamentos de las palabras que me siguen
como una sombra, como la humedad a la brisa, como el sueño al oscurecer, y
conservo entre los imposibles esta pasión como remedio alternativo para superar
la incertidumbre y el temor a la incógnita del porvenir y la muerte. No
pretendo la inmortalidad, pero tampoco deseo morir sin frutos.
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