Por Ninfa Delia García Rascón
Regresar a Mazatlán después de 20 años fue para Laura
una decisión difícil. Al ver el mar sintió una escalofrío, sus ojos brillaron
con intensidad mientras dos pequeñas gotas corrían por sus mejillas y el mar,
que durante su niñez y su primera juventud fue su confidente, su amigo, su
refugio y su aliado, ahora solo se le figuraba una gran tumba gris y enorme y
muy poco amigable.
Laura era una señora como de 50 años muy
guapa y segura de sí misma, pero en aquel momento muchos recuerdos la
agobiaban. Buscó un pequeño restaurante para tomar un café y poner en orden sus
pensamientos.
Cerró los ojos recordando su niñez y
se remontó a un dormitorio con muchas camas iguales ocupadas por niñas, todas
mayores que ella quien tenía 3 años; la ayudaban a vestirse y a peinarse antes
de pasar a desayunar. La veían chiquita y la trataban con cariño.
Era el orfanatorio de las madres del
Verbo Encarnado, Laura era dócil y muy bonita, también las monjas la querían y
ella creció contenta sin saber quienes fueron sus padres y en qué circunstancias
había llegado a ese asilo.
A
Laura le gustaba dibujar y durante su educación primaria hacía retratos
de sus compañeras y se los regalaba, tenía muchas amigas, pues todas querían
sus cuadros. También le gustaba dibujar el mar, los lancheros y las gaviotas; sus
profesores la admiraban y trataban de que desarrollara su talento.
En ese orfanatorio solo podía estar
hasta terminar primaria y luego debía pasar a otro lugar donde siguió estudiando
hasta cumplir los 18. A esa edad se había convertido en una bella jovencita con
la preparación suficiente para seguir pintando y vender sus pinturas a los
turistas que se encontraban con sus paisajes y retratos.
En la cafetería perdida en sus
pensamientos sintió que alguien la observaba con insistencia y quiso levantarse
apresuradamente, tirando el vaso de agua que se encontraba junto a su café,
mojó el mantel y su vestido de playa. Se ruborizó y se puso nerviosa cuando vio
los ojos del joven que la veía, sonriente, tratando de ayudarla.
Eran los ojos mas bellos y expresivos
que había visto en su vida. De un color verde azuloso que hicieron que el
corazón le latiera con más rapidez y ella pasmada, queriendo decir algo, quedó
con la boca abierta, sin pronunciar palabra y sin hallar que hacer; para
disimular empezó a sacudir su vestido y con una servilleta trataba de limpiar
el agua del mantel.
Con un extraño acento, el caballero
que la observaba le dijo:
―Pardón, siñorina, permitame
ayudarla.
No era un turista americano, ella
sabía inglés y este acento nunca lo había escuchado.
―Me permite ―dijo. Jaló una silla y se
sentó a su lado.
Rino Palazinni era el hombre que la
había cautivado. Era 10 años mayor que ella, caballeroso y muy serio. Se sintió
inmediatamente atraída y él no le quitaba la mirada de encima admirando también
su gracia y su belleza. Rino y Laura siguieron viéndose a diario poco menos de
un mes. Rino tenía que regresar a Roma y prometió volver, ella juró que lo
esperaría y los dos eran sinceros. Las despedidas son dolorosas y Laura no pudo
evitar el llanto y vio cómo los ojos de Rino,
más bellos que nunca, también se llenaron de lágrimas y sus labios de
promesas.
Pasó un mes. Laura se sentía inquieta:
a pesar de que le había escrito a Rino muchas veces, nunca recibió contestación,
su teléfono no respondía. No tardó mucho Laura en darse cuenta de que estaba
embarazada y buscó con ansiedad a Rino, y ni sus luces.
Sola y desesperada Laura terminó
pidiendo asilo a las monjitas que tanto la habían protegido; la recibieron y la
atendieron con gusto durante todo el embarazo. Por fin llegó el dichoso día en
que nació Paolo, fuerte y sano como su padre y con sus mismos bellos ojos, un
poco mas risueños, de color miel con matices verdosos.
A pesar de la decepción sufrida por
Laura, siguió confiando en que Rino regresaría.
Pasaron 7 años. Laura cada vez era más
conocida como pintora y con su hijo a su lado llegó a sentirse feliz. Madre e
hijo disfrutaban levantarse temprano y caminar por la playa viendo salir el sol
que iluminaba las olas y las llenaba de diamantes. Entonces Laura recibió una
carta de México invitándola a aceptar una beca ganada con su talento tan
especial, su seriedad y profesionalismo.
Decidió que ella y Paolo irían a
vivir a la gran Metropoli, pero el día anterior a su partida hubo un huracán y
una gran tormenta en Mazatlán, eran las ocho de la noche y Paolo no aparecía
por su casa, Laura desesperada salió a buscarlo y nadie le supo dar razón. Se
formaron brigadas, se repartieron volantes. El retrato de Paolo estaba en los
medios de comunicación pero nunca volvió a aparecer.
Laura con tanto sufrimiento se
refugió en el arte, se pasaba la vida pintando y haciendo retratos de Paolo,
imaginando que lo veía a veces. Cada cumpleaños le hacía un retrato apagando
las velitas del pastel con los años que cumplía. Así Laura vivió muy solitaria
en la ciudad de México pintando sus cuadros, asistiendo a exposiciones,
volviéndose cada vez más famosa y bien cotizada pero siempre sola.
Veinte años después recibió una
invitación del municipio de Mazatlán para que participara en un homenaje que
les hacía el gobierno de Sinaloa a un grupo de pintores y escultores del puerto
que habían destacado a nivel internacional. Entre ellos, Laura.
Envió como un obsequio al Museo de
Mazatlán una preciosa marina con el mar embravecido y una luna distorcionada
apareciendo sobre las olas. También quiso enviar, como un recuerdo y homenaje a
su Paolo, el último retrato que le había pintado al cumplir sus 27 años.
Al llegar a la exposición se dirigió
hacia sus cuadros donde estaba un pequeño grupo de gente, admirándolos. Laura
sintió que la cabeza le daba vueltas y estaba a punto de desmayarse cuando un
joven le acercó una silla para que se sentara y ella reconoció a su Paolo.
No podía ser otro.
Sus ojos que tantas veces había
pintado, color miel con matices verdosos, eran los mismos y Laura perdió el
conocimiento debido a la impresión recibida. Precía que el retrato de Paolo
había cobrado vida. Cuando recobró el conocimiento, Paolo estaba acompañado de
Rino, apoyándose en un bastón y con el
bigote blanco y los ojazos verdes llenos de lágrimas, que le esquivaban la
mirada
¿Podrá Laura perdonar a Rino al
conocer su historia?
Cuando Rino llegó a Mazatlán por
primera vez, estaba casado con una mujer inválida que dependía solo de él.
Venía a confesarle la verdad cuando encontró a Paolo el día del huracán,
desmayado y sangrando con un golpe en la cabeza, cerca de un árbol que había
derribado el viento. Al recobrar el conocimiento, Paolo no recordaba nada de su
pasado y Rino hizo los arreglos para llevárselo a Roma, pensando también que él
podría proporcionarle mejores estudios que Laura.
Paolo vivió creyendo que su mamá
había fallecido y que era la esposa de Rino. Estudió para biólogo marino y
estaba trabajando en Venecia en la Secretaría de Marina. Rino siempre siguió
queriendo a Laura, pero nunca tuvo el valor para decirle la verdad y tampoco se
atrevió a dejar a su esposa.
Cuando ella falleció, él se enteró del
homenaje que recibiría Laura y decidió venir a pedirle perdón.
¿Podría Laura perdonar lo
imperdonable? O vivirá el resto de su vida guardándole rencor a Rino.
QUE HERMOSA HISTORIA NINFA QUE HERMOSO ESCIBES FELICIDADES DIOS TE BEBDIGA SOY LUCERO ESPOSA DE PAVITO UN ABRAZO DE PARTE DE LOS DOS <3
ResponderEliminarGracias. Un abrazote y todo mi cariño
ResponderEliminarMuchas bendiciones
Querida Ninfa sin querer me salí del grupo de los García esparcidos
ResponderEliminarOjalá me puedan volver a meter
Lo principal de mí comunicación es desearte muy feliz cumpleaños 😌😌, Díos te colme de mucha salud y bendiciones, con muchísimo cariño 😙😙
Que te festejen mucho, abrazos y besos.
Mirtha