El merjunje
Por Lorena
Sosa
La señora
del mercado me dio una solución a mi problema, todavía tengo sus palabras en el
pensamiento:
—Usted
dígale, que va de parte mía, pa’l mismo trabajo que le hizo al hijo de Concha.
¿Si lo recuerda?, el que se fue hace 10 años y volvió hace poco, besándole las
manos a Petra, por haberlo ayudado.
Y yo pos' le
dije que sí, porque lo vi y hasta había hablado con él.
Como me
quedaba de camino, llegué de una vez con Petra, le dije que iba de parte de
Doña Chonita, que quería que me ayudara como al hijo de Concha. Luego luego, me
dijo que sí, y de ahí en adelante, estuve ahorrando durante seis meses.
A mí por ser
nieto de Chito me cobró nomás seis mil por todo el merjunje.
¡Y pues
claro esta!, pasé primero a misa, a pedirle perdón a la Virgen, pero yo estaba
desesperado y no tuve de otra. Con las manos en las bolsas, apretando bien
fuerte las bolsitas donde llevaba el dinero, finalmente llegué con doña Petra.
Le dio gusto verme y luego luego me ofreció un vaso de agua.
Ya sentado
en la salita de su casa, me pidió el dinero, lo contó y se fue a guardarlo.
Cuando regresó, me trajo seis botellas, desas de la coca de plástico. Me las
puso enfrente y me dijo:
—Mira
mijito, aquí está la solución, nomás que debes hacer las cosas como te las diga
porque si no, olvídate del remedio y yo no hago devoluciones. Ya llevándote las
botellas, es tu cosa tuya.
Yo las vi
sorprendido, las botellas parecían tener Suko o Kulaid, en realidad no parecían
nada distintas, pero bueno, la cosa era confiar.
—Te vas a
tomar una cucharada de cada una de ellas a las 6 de la mañana, luego te vas a
poner de esta cosa en el pelo, pero hasta el día que te vayas a ir, porque luego
con el sol de aquí no funciona.
Una semana
antes de partir, empecé con el remedio. Los dos primeros días no vi resultados,
pero al tercer día empecé a pensar que tal vez yo no estaba mirándome bien. Y es
que cuando iba de camino a la tiendita, la Rosa me vio y me dijo que mis ojos
se veían distintos, que parecía que se me estaban haciendo azules.
En esos
momentos me dieron ganas de darle un besote, ni nunca me había saludado tan
contenta la condenada, yo creo que le dio gusto que fuera con su mamacita a que
me diera el remedio.
Total que
muy contento seguí las instrucciones y el día ya para irme, bien tempranito, me
puse la cosa del pelo.
Mi madrecita
se levantó igual de temprano que yo, a recoger los huevos y echarles maíz a las
gallinas, puso café a hervir y cuando entró, se le abrieron los ojotes cuando
me vio.
Ya tenía yo
el pelo de otro color también, pero lo raro de todo es que ella me veía los
ojos igual, igualitos que todos los días. Y yo a veces me veía como que si los tuviera
algo cambiados y otras veces como que no, pero el pelo, ese si definitivamente,
como ve, ya es otro.
Total que
pa' luego es tarde, me dio la bendición y yo agarré mi morral de cosas, agarre
el camión y la gente que me conocía nomas me veía, como queriéndome reconocer,
pero eso a mí no me importaba, porque entonces significaba que sí había
resultado el merjunje.
Pero la
prueba final, esa si iba a ser la verdad, yo iba a empezar a hablar así como hablan
ellos, los gringos, se me iban a venir de la cabeza las palabras hasta la lengua.
Pero pues la única forma de saberlo era hablando con alguien y pues no encontré
a ninguno de este lado, así que me fui directito al puente, total si todo lo demás
había funcionado esto ¿por qué no?
Ya estando
en frente del hombresote ese, al que yo creía parecerme, no sentía que se me
vinieran las palabras, nomas me salió decir:
—No le entiendo
nada.
Y es que
luego luego me habló y me extendió la mano y yo no sabía lo que decía; hice un
intento por que me salieran las palabras y nomás no podía, yo seguía pensando
en que no le entendía nadita.
Ya luego el
hombre me llevó a una salita y ahi uno que sí hablaba como yo, me dijo que
necesitaba papeles, pero pues yo le dije que no los tenía. Deveras que no sé qué
salió mal, si un puñal de historias oía yo de muchachos de los otros ranchos que
nomás con decir “soy americano” los dejaban pasar, pero a mí ni eso me salió.
Pase la noche durmiendo en la central, esperando al camión.
Cuando me
subí miré que se iban subiendo de los otros ranchos y se me quedaban viendo,
los muy babosos hasta se rieron. Pero Padre, como iba yo a saber que la tal doña
Petra me había engañado, que el merjunje que me dio, no me iba a hacer gringo,
que yo iba a seguir siendo el mismito y que lo que me puse en la cabeza, no fue
más que pintura, de esa que usan las muchachas.
Ahora me ve
la Rosa y se le escapa la sonrisa. Y el mentado hijo de Concha ese que yo creía
que se había vuelto gringo porque la señora del mercado me dijo, nomas se había
ido pa’ la costa y no pa’l otro lado, ahora entiendo yo, por qué cuando le
dije:
— ¿Y cómo se
come allá? —el muy alzao me respondió:
—Bien
sabroso, de los mejores manjares del mar —y yo que creía que era por rico, por
los dólares que había ganado.
Pero bueno, Padre,
deme su perdón, por haber caído en esas creencias de la magia. Ya ve, yo sigo
siendo el mismo. Con los pelos de gringo pero el mismito.
María
Lorena Sosa Rodríguez estudió letras españolas en la Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Ha publicado en la revista Once, de Hermosillo y en la antología
literaria Las misiones del padre Kino.
Durante algunos años escribió la columna Llavero
en el periódico El universitario de
la ciudad de Chihuahua. Es autora del libro María
cabeza de empanada. Actualmente estudia una maestría en escritura creativa en La
Universidad de Texas en El Paso.
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