Arte de Alberto Carlos
Monocultivo intelectual
Por Alberto Carlos
Para el tono de esta columnilla, más le hubiera quedado
uno de estos títulos a escoger: A mí mis
timbres, Nomás mis chicharrones truenan
o Me monto en mi macho. Pero se va
con el que le he puesto para ver si pica algún intelectual y me lee, cosa a la
que aspiro con toda la fuerza de mi megalomanía.
El monocultivo intelectual se da en tantas formas como
monocultivistas hay. Así como en la tierra donde se siembra puro maíz año tras
año, y en otra puro chile, acaban ambas por agotarse y no dar al final más que
puro del segundo, según metáfora de don Agapito el tuerto, de la misma manera
la materia gris monocultivista acaba en páramo, donde ni los nopales germinan.
Hay monocultivistas, desde el que cree a pie juntillas
en los platillos voladores y los ve hasta en la sopa, esperanzado fanático en
que lleguen los marcianos para servir de anfitrión; hasta el que sostiene a
como dé lugar que el remedio para todos los males está en el siguiente sexenio.
No falta el marxista leninista a ultranza para el cual, fuera de El Capital y
el materialismo histórico, todo es Cuauhtitlán. Por otro lado, están los
anticomunistas rabiosos que ven moros con tranchete en todas partes, cuyo hobby
es la cacería de brujas rojas.
Lo malo del asunto no está en tener una creencia férrea
o una fe inquebrantable, sino en engarrotarse hasta el tuétano y ostentar una
total ausencia de fe en los demás que no brincan en el petate. Ni tanto que
queme al santo, ni tanto que no lo alumbre.
Otro gallo nos cantara, y su canto sería alegre, si
desde nuestra personal creencia, ideología, o simple terquedad, dejáramos un
espacio abierto para dar cabida tolerante a los que los demás traen entre ceja
y ceja.
Aquí sí cabe decir que la verdad somos todos, cada
quien con su cachito de verdad, cachito donde, a veces, la diferencia es de
forma y no de fondo. Pero, vanidad humana, cada quien desea ser el descubridor
del hilo negro y es cuestión de adornarse para arrancar a su auditorio un “¡No,
pos sí!” de admiración.
Cualquier hijo de vecino habrá dicho alguna vez, al ver
un pleito de lepes: “¡Oye, no le pegues! ¿te gustaría que te sonaran a ti?” Equivalente
al “no hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti”, dicho con clara
simplicidad por Jesús de Nazaret, frase que apantalló y sigue apantallando al
orbe.
La misma idea, y como lema político, se le ocurrió a don Benito: “El respeto
al derecho ajeno es la paz”. Dejó con la boca abierta a sus contemporáneos,
aparte de conquistar el título de Benemérito. Pero la cosa no para ahí.
Si la quiere usted con bucles, arracadas y encaje, nada
más chúpese esta del gran Emmanuel Kant: “Actúa de tal manera que el máximo de
tu voluntad pueda valerse al mismo tiempo de una legislación universal”.
¡Nada!. Y viene a ser lo mismo, lo que no obsta para que el profe de la
Universidad de Königsberg pasara a la historia como lumbrera de la filosofía.
Cuestión de enfoque ¿no?
Así es la cosa. ¿Para qué hacerle al unicornio, al
solitario o al pontífice, cuando el cotorreo es más divertido y más
ilustrativo? ¿Para qué montarse en su macho si a la hora de los asegunes hay
que bajarse para dar el sesgo a golpe de calcetín por los vericuetos de este
complicado mundo?
Así que no ya me la complico: la columnilla se seguirá
llamando Al filo de la tijera, lleguen
o no lleguen intelectuales a leérmela.
Octubre 1982
Octubre 1982
Alberto Carlos. Artista nacido en Fresnillo, Zacatecas,
avecindado en Chihuahua desde la infancia. Con medio siglo de trayectoria, su
vasta obra mural, escultórica y de caballete abarcó una diversidad de técnicas
y temáticas. Su natural inquietud y amplia cultura lo llevó a incursionar en la
literatura y el periodismo, en géneros como la poesía, el cuento, el ensayo, la
calavera, el epigrama y la columna, los cuales publicaba en periódicos como el
suplemento Tragaluz de Novedades de Chihuahua, El Heraldo de
Chihuahua, y en las revistas Tarahumara y Solar.
Hola Alberto, simpatico y ocurrente tu monocultivo intelectual. Ante ello, me declaro moncultivista, ya que a sabiendas que mis cuentos y novelas no valen un cacahuate, sigo escribiendo como si estuviera bajo contrato con una rimbombante editorial. Pero en fin, me afano en cultivar, aunque, como dices, ni los nopales se dan. Te mando un abrazo desde Baja California.
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