El eco
dañado
Por
Jesús Chávez Marín
A nadie
le he platicado que cuando tengo problemas o me siento triste vengo al kiosco
que está en la plaza del centro; desde esa leve altura miro pasar a la gente
largo rato hasta que me voy serenando. Hace tres años se me presentó una
bronquisísima que ahorita no viene al caso contar, pero que de plano alteró
durante unos meses la habitual libertad con la que me muevo desde que tengo uso
de razón. Recuerdo que una mañana de sábado subí al kiosco a las 7 de la mañana
y allí me estuve largo rato; conseguí vaciar por completo todo pensamiento y
casi todas las sensaciones hasta que conseguí anular la noción del trascurso
del tiempo. A eso de las 9 llegó un viejo predicador medio chiflado que suele
andar por el centro de todos los días gritando sentencias revueltas con
versículos de La Biblia: Arrepiéntete, pecador, muy cerca está la condena para
tu miserable existencia llena de caguamas y cigarros. El Señor castiga pero no
ahorca pero a ti si, malvado, porque no supiste escuchar La Palabra y te hundes
en este mundo de condenación en el que pasa tu desgraciada vida. Por más que traté de conservar el vacío, la
voz de aquel falso profeta me devolvió al ruido del mundo, uf, ya se me pegó el
tono. El hombre tiene una barba blanca y larga, una voz muy sonora, de bajo
profundo, que parece que trae micrófono integrado al cuerpo. Y ni modo, me fui del
mi refugio público a procurar soluciones para el tamaño conflicto que me
atribulaba.
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