Eso que parecía un silencio
Por
Luis Kimball
Y lo que escucho son voces; así aparecen titulados los siete
apartados del libro, en el que predomina una voz activa, hegeliana. Trataré de
describir estas voces.
Mediante el verso aparece primero la casa deambulada por la mujer de casa. Una y otra vez
mencionamos la estética de lo cotidiano; su característica más sobresaliente
son las cosas de casa, las de menor importancia en roles de género
tradicionales, el sinónimo de “buena mujer” era “doméstica”. Nombrar la casa es
nombrar a la mujer:
El lobo/ sopló/ y sopló/ y sopló,/ pero la casa/ seguía en pie.
A veces la casa soy yo/ y me habitó;/ salir entonces me conviene.
La casa era un laberinto/ dónde quedó atrapada/ para siempre/ la
memoria.
El apartado de “Voces I” tiene la belleza inicial de describir el
emplazamiento donde se ha dado la batalla a modo del tiempo narrativo de la
Grecia Clásica, nombrando de una vez insumos e inventariando la historia misma:
los sucesos ya predestinados:
Entonces llegó/ la compañía constructora/ y la echó abajo” (p.
12; “Sueño de todos los sueños”).
Hacia “Voces II” y en adelante, tras mencionar a la familia, comenzará
el discurrir la relación amorosa y desamorosa, siguiendo a las premisas de la
esperanza, la decepción y el engaño con reflexiones profundas que tratan de
justificar la causalidad del capricho social:
La mesa puesta,/ la luz de las velas titilando/ el vino en las
copas/ esperando su liberación (p.32).
Y luego, ni el desamor; pues la desilusión revela al alfeñique,
esa poca cosa que casi siempre está del otro lado de la historia de amor de una
mujer:
y sin nadie pisando/ sobre mis huellas,/ pienso/ que aprendí/ la
lección (p. 50).
Y se pone a pensar, uno de lector, ¿hasta cuánto cabe de santa
paciencia en la autora? De cuántos modos se puede contemplar lo que uno
sospecha, casi con evidencia de leer el expediente, que solo es un cabo roto al
otro lado de la historia.
y me dices al oído que me amas,/ que deje de llorar por esas
cosas,/ que todo ha sido tan sólo una pesadilla,/ que no sea tonta (p.
59).
Diría que es una de esas poéticas de mujeres que aman y piensan,
capaces de crear epistemologías para explicarse el terreno en que se asienta el
castillo del cuento de hadas:
Mientras mi abuela/ caminaba los pueblos/ buscando el sustento/
que la ayudara a conciliar el sueño,/ instruía a mi madre, que iba tras ella,/
sobre los deberes/ de toda mujer” (p. 50; “Aprendizaje”).
Después, comienza paulatinamente la denuncia social. Comienza por
sí misma, encontrándose como actora del desequilibrio en la distribución del
insumo humano, regalando una risa honesta, que al instante se vuelve
agraviante, enajenada:
Yo le compré una pegatina/ y además obsequié una sonrisa;/ él me
devolvió mi cambio/ y su rostro enojado con el mundo
(p. 113).
Estos encuentros con el “uno mismo” de la autora, hacen una clara
diferencia en el discurso literario de denuncia social, situándola en su
opinión política a partir del molde neoliberal de los años ochenta, una
generación sin respuesta social:
Hubo un tiempo en el que el corazón/ podía dejar todo en manos de
los ojos/ y, si estos no veían el sufrimiento de frente/ él seguía
tranquilo...” (p. 74)
De “Voces IV” en delante, la denuncia será el calado más hondo del
libro, que puede llevar fácilmente a olvidar el principio, pues parece otro
libro:
huesos/ que ya sumamos miles/ y nos entierran/ sin mayores
protocolos (p. 78).
La diferencia con aquella generación del 68 es total; no se
levanta la voz contra un gobierno como figura autoritaria y asesina, sino
contra el gobierno específico del presidente Calderón, declarando la guerra
contra el narco, sembrando la cotidianidad de cadáveres que, o se acostumbra
uno a borrarlos sin ver, o tendrá el imaginario de un loco:
en fosas comunes/ y corrientes/ porque esas incómodas/ osamentas/
no son de héroes nacionales (p. 79).
Es un poco más difícil comentar sobre este punto del libro. Los
reclamos en primera persona por desapariciones, asesinatos, pasan de lo
testimonial de la narradora a la sobreposición pop del panfleto nacionalista
radiofónico. A través del libro se encuentra la misma voz narradora, con textos
fechados en 2007, 2010, 2011, y podemos seguir el decurso de cómo esta mujer va
trascendiendo hacia un feminismo obligado tras agotar las instancias, para dar
paso a la que se mantiene en pie por sí sola, a la que avanza y a la que se
sobrepone al mundo donde los ojos se acostumbran al asesinato y los oídos a su
noticia:
“La otra opción/ era callarme,/ dejar que el miedo/ me silenciara/
y me ensordeciera/ el ruido de la sangre” (p. 85).
Carmen Julia Holguín escribe en este delgado tomo, muchas veces,
que hay dolor, madres sufriendo, odio contra un Estado asesino, mujeres
desaparecidas, activistas desaparecidos; también panaderos, afanadores, chicas
de casa, cualquier cosa antes llamada humana y que debe vivir ahora bajo estas
circunstancias. El libro se extiende en este asunto y lo me extraña que en
tantos otros libros publicados en las mismas circunstancias esto no se
encuentre.
“...podría/ quedarme, a pedir perdón, decirles cuánto los quiero,/
mirarlos a los ojos/ y atreverme a llorar/ por fin,/ a mis muertos
(p. 104).
Según los datos que aporta la edición, estoy ante el tercer libro
publicado de la autora, nacida en 1967, en Parral, Chihuahua, profesora de
español en Albuquerque, Nuevo México y coordinadora de talleres de escritura
creativa. No hay error en el libro. Aporta viñetas de viaje reflexivas sobre la
condición humana, la de ser mujer, la del poema. En las primeras voces se
cuelan recursos literarios evidentes del ejercicio, quizá no trascendidos; pero
la firmeza con que aborda la segunda parte del libro, la honestidad que hay en
todo él, sin duda me llevarán a leer lo próximo de la autora.
Holguín Chaparro, Carmen Julia: El que tenga oídos.
Editorial Instituto de Cultura del Municipio de Chihuahua, México, 2014.
Luis Kimball nació en Chihuahua en 1974. Vivió
en Chihuahua, en Veracruz, en la ciudad de México, y ahora reside en Querétaro.
Hizo estudios universitarios que no le satisficieron. Se interesa en el
conocimiento y escribe desde joven, ha publicado en la revista Solar y
en Manual
del desierto. Es coautor del poemario Luna de hiel para tres, y
autor de Puros de amor. Ha participado en la coordinación de espacios
culturales y actualmente coordina el taller literario Escritura al día.