Dintel de Almudena
La sinfonía de los despertares, episodio 5: El precio de la oscuridad
Por Almudena Cosgaya
El viento rugía entre las ruinas de Smart La Villita levantando remolinos de polvo y ceniza que se mezclaban con la niebla. Los tres se quedaron en silencio, la advertencia de la figura aun resonaba en sus mentes como una campana fúnebre. Elisa, Nubia y Gera sabían que el destino de la humanidad pendía de un hilo, y que la decisión que debían tomar no solo definiría sus vidas, sino el curso de la historia.
Gera fue el primero en romper el silencio, su voz grave y llena de determinación.
—No podemos permitir que todo esto haya sido en vano. Si debemos hacer un sacrificio, que así sea. No podemos detenernos ahora; todo esto lo hicimos buscando un cambio.
Sus palabras estaban cargadas de un coraje frío, pero debajo de esa fachada de acero sus ojos reflejaban el temor de lo que estaba por venir.
Elisa asintió, su rostro pálido pero resuelto. Sabía que el camino que habían elegido era peligroso, pero también sabía que era el único que les quedaba. La conciencia, su mayor refugio, ahora se convertía en un campo de batalla interno, donde las sombras de la duda y el miedo se alzaban.
—Debemos encontrar el portal y cerrarlo antes de que sea tarde. Pero… ¿quién pagará el precio?
Nubia, que había permanecido en silencio hasta ese momento, finalmente habló, su voz quebrada por la mezcla de miedo y desesperación.
—No puede ser tan simple, ¿verdad? El precio… el sacrificio… No puede ser una decisión que tomemos a la ligera. Estamos hablando de una vida. ¿Cómo podemos decidir quién… quién no regresará?
El silencio volvió a envolverlos, pesado y opresivo. Cada uno sabía que la elección que se avecinaba era difícil, una carga que ninguno estaba dispuesto a llevar, pero que al mismo tiempo no podían rechazar. Las sombras parecían moverse a su alrededor y en su interior, susurrando palabras inaudibles que se mezclaban con el viento, como si el propio universo estuviera impacientándose por la decisión que debía tomarse.
—Hay algo que no estamos viendo —dijo Gabe finalmente, su mente buscando una salida a la encrucijada en la que se encontraban—. La figura… habló de restaurar el equilibrio, de devolver el poder. ¿Y si… no es uno de nosotros quien debe sacrificarse? ¿Y si hay otra manera?
Elisa lo miró, sus ojos llenos de esperanza y temor.
—¿Qué estás sugiriendo? ¿Qué otra cosa podría devolver el equilibrio si no es una vida humana?
Gera respiró hondo, su mente estaba trabajando a toda velocidad mientras trataba de conectar los puntos.
—El portal… está en algún lugar de este edificio o cerca de aquí. Pero lo que desatamos con el ritual, lo que despertamos, es más antiguo y poderoso que cualquier cosa que hayamos conocido. Quizás… quizás el sacrificio no sea físico. Quizás sea algo más… algo que debamos entregar voluntariamente, algo que sea más valioso que la vida.
—¿La conciencia? —preguntó Nubia, captando lo que Gerardo estaba insinuando—. ¿Podría ser que el precio sea entregar nuestras mentes, nuestros recuerdos, o algo aún más profundo? ¿Un sacrificio del alma?
Elisa sintió un escalofrío recorrer su espalda.
—Pero si entregamos nuestras mentes, ¿qué quedará de nosotros? Seríamos cáscaras vacías… ¿Valdría la pena salvar al mundo si perdemos todo lo que nos hace humanos? Además, ¿no sería lo mismo que morir?
El dilema era terrible, una elección que nadie debería enfrentar. Pero el tiempo seguía corriendo, y sabían que debían actuar pronto o arriesgarse a que el portal se abriera por completo, desatando el caos.
Finalmente, Gera tomó una decisión.
—No podemos arriesgar nuestras vidas sin antes intentarlo. Si el sacrificio es nuestra conciencia, entonces debemos entrarle. Si la oscuridad quiere nuestras mentes, que las tome. Pero lo haremos juntos, como lo hemos hecho hasta ahora. ¿Están conmigo?
Nubia y Elisa asintieron, sabiendo que no había otra opción. Eran conscientes que el precio sería alto, pero también sabían que no podían permitirse el lujo de flaquear.
Guiados por una determinación compartida, los tres comenzaron a caminar hacia el corazón del edificio, donde el portal latía como un ente oscuro, escondido en las profundidades. El camino estaba envuelto en sombras, las paredes estrechas y cubiertas de inscripciones que parecían arder con un fuego invisible. A medida que se acercaban, el aire se volvía denso, cargado de una energía que parecía succionarlos.
Finalmente llegaron a una gran puerta de piedra, tallada con símbolos que parecían estar vivos, retorciéndose bajo la superficie. El portal estaba allí, esperándolos, un vórtice de oscuridad que pulsaba con fuerza indescriptible. Era el final de su viaje y el comienzo de algo mucho más grande y aterrador.
—Es aquí —, dijo Paola, su voz apenas un susurro—. Este es el lugar donde debemos hacer el sacrificio.
Gera, Nubia y Elisa se pararon en círculo, sus manos entrelazadas mientras cerraban los ojos y se preparaban para lo que estaba por venir. Sabían que debían concentrarse, sumergirse en sus mentes y entregar lo que fuera necesario para restaurar el equilibrio.
El portal comenzó a resonar con vibración profunda, como si respondiera a su presencia. El aire alrededor se arremolinaba, y la oscuridad del portal empezó a extenderse, envolviéndolos. Mientras se sumergían en la penumbra, cada uno sintió un tirón en su interior, como si algo invisible estuviera arrancando partes de su ser, despojándolos de todo lo que alguna vez habían conocido.
Y entonces, la oscuridad los reclamó.
El mundo a su alrededor se desvanecía, y en ese vacío absoluto, una paz inquietante los envolvió. Cada uno sintió como si estuviera flotando en un océano infinito de silencio, sus mentes vacías, libres de todo pensamiento, de todo dolor. El portal los había consumido, pero también les había dado algo a cambio: la comprensión de que el verdadero sacrificio no era la pérdida de una vida, sino la entrega de lo que más valoraban, su esencia misma.
Cuando el portal se cerró, lo hizo con un susurro final, llevándose con él la oscuridad, el miedo y los recuerdos que habían formado la sinfonía de sus vidas.
Cuando los tres abrieron los ojos, se encontraron de pie en la entrada de la ciudad, el sol brillando intensamente sobre ellos. La niebla había desaparecido, y con ella, la sensación de terror que los había perseguido. Sin embargo, algo dentro de ellos había cambiado para siempre. Habían cumplido con su misión, pero el precio que pagaron los dejó con un vacío indescriptible, una ausencia que nunca podrían llenar.
Y aunque el mundo estaba a salvo, el eco de la oscuridad que habían enfrentado seguiría resonando en sus almas para siempre.
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