Apuntes del exilio: Campo sembrado de erotismo
Por Federico Corral Vallejo
Muchas son las puertas por las cuales uno puede entrar a esta casa de palabras. También muchas son las estancias que nos permiten visitar las páginas de este libro, campo sembrado de erotismo, y muchos los tropos retóricos y las imágenes poéticas que se traslucen por medio del sonido hecho cadencia, y, más allá de la caligrafía y los puntos cardinales de la veleta de la madre metáfora, pues al hablar de Apuntes del exilio de Carlos Montemayor, es hablar de un poemario póstumo que contiene diez poemas de amor, de luz, de magia, de pasión, cuya característica primordial es el erotismo; leerlos cada uno por separado o en su conjunto, nos eleva y sublima el canto a la pareja.
La voz habla en segunda persona pues no puede ser de otra manera. Desde su dedicatoria hasta el punto final, el tema es la relación amorosa entre él y su mujer “Susana”.
Además del erotismo, el poemario posee tres elementos primordiales y constantes a lo largo de sus 10 cantos. Las puertas. El viento. La música. Dentro de mis varias lecturas del mismo, he visto detenidamente no solo cada verso, sino cada blanco de Apuntes del exilio donde sin duda se asoma por sus puertas al Carlos clásico, ese que leyó, analizó y tradujo a Safo, Catulo, Homero, Virgilio; de este último retoma las puertas, tal como en su momento hizo un rescate del mar de Valery, al cual convirtió en océano en su ya trascendente Finisterra. Y bien volviendo a las puertas cito del canto I:
He vuelto sin rencor a tu abrazo y al mundo
He vuelto al origen de nuestra propia caricia
Un sendero nos conduce a la desmemoria, otro a la luz
Una puerta es de marfil, otra de viento y música
¿Cómo atravesar la puerta correcta
y eludir el camino donde aún nos hallamos?
[…]
He vuelto al jardín de nuestra propia caricia,
de nuestro doliente placer que es un océano incansable…
He aquí su tono virgiliano, del cual su hermana Martha ha evocado en varias hipótesis del mismo tema. Pero cada lector no ve, sino siente distinto, sobre todo cuando de poesía se trata. Un tema crucial es el amor, de ahí el siguiente extracto del canto II:
Pongo mis manos en tu cuerpo para saber dónde estoy.
Aun así, cuando nos reuníamos, la ropa era ligera.
Un suave soplo bastaba para apartar de nosotros
el algodón, el lino, el abrigo de lana, el cobertor.
Y alguien, en lo más alto de nuestro amor, tocaba a la puerta.
Y había una puerta de sueños y otra de viento y música.
No queríamos abrir ni atender…
Nunca antes había leído versos de Montemayor donde el amor rebasara los linderos literarios y se hicieran presentes de manera enumerativa y contundente sus instancias poéticas cuyas puertas además de viento y música se volvieran de sueños…
Aquí el amor es sinónimo de musa pues:
La mujer es la imagen más completa y perfecta del universo porque en ella se reúnen las dos mitades del ser; al mismo tiempo, es el espejo sensible donde el hombre puede verse a sí mismo, por un instante, en toda su dolorosa irrealidad… Pero la mujer es algo más que una imagen del mundo y algo más que un espejo del hombre… El cuerpo femenino deja de ser un fruto, una guitarra que se acaricia o se hiere; cobra voluntad y alma y se enfrenta al cuerpo masculino… El erotismo no le descubre a la mujer sino su terrible libertad… En la libertad erótica de la mujer reconoce la suya y sobre esas dos libertades enemigas funda una hermandad…[1]
El Canto III es una muestra explicita del eros montemayoriano donde no hay desperdicio de espacio, de letras, ni de imágenes:
En estos primeros veranos
el amor fue un manto de estrellas que nos ensordecía,
la veta de oro que nos recorría la sangre
y en los labios esperaba tu aliento para poder respirar.
Esa era la fuente donde la vida retornaba a los cuerpos
y los nombres se mudaban de sitio y de piel;
cada invierno, cada verano, cada vez,
en el amor más viejo seguían bebiendo el agua nítida
los amores nuevos.
Luchaba por saber si yo permanecía en el mismo sitio,
al alcance de tu voz, de tus sueños,
pues el único mundo conocido era tu piel
y no, no me importaba el universo,
sino tu sola estrella que me reclamaba
a mucha distancia de cuerpos y deseos
con su rumor me insistía olvidar,
o mirar hacia atrás, no regresar.
Era el sendero que elevaba su marfil a pleno sol
y en él reverberaba el agua virgen de tu boca,
el sabor de tu lengua,
la verdad impecable en tu espalda y de tus senos,
el destello de tus pezones y tus hombros,
tu pubis mojado y altivo
rodeado de geranios y ciervos,
de mis súplicas y mis besos
del eco que mis pasos y mi voz
quisieron marcar por siempre en tu carne…
Conforme se avanza en la lectura de Apuntes en el exilio nos vamos encontrado un despertar de nuestra capacidad de asombro, la cual nos permite vislumbrar; por un lado, pasajes clásicos y, por otro, panoramas contemporáneos, donde el metro del mismo poemario nos roba el aliento, nos inquieta el alma y nos condena a seguir leyendo de manera pausada y concienzudamente cada canto, invitándonos a tocar cada puerta de las mil y una puertas que hay abrir para descubrir los laberintos de concupiscencia nata, no importa si hay viento, música o sueño detrás de ellas, porque cada palabra escondida en los recovecos y en los blancos de este poemario se vuelve beso, caricia y cielo… sueño, apunte y exilio.
Quienes nos dedicamos a escribir sabemos que la inspiración está en cualquier lugar. Las musas, el numen, el genio, la imaginación, siempre están despiertos y a la expectativa de cualquier suceso cotidiano que pueda adquirir desde nuestra visión creativa tintes literarios. El caso es que la verdadera poesía está dentro de nosotros, es un estilo o estado de vida, que por lo tanto debemos vivir plenamente, porque:
La vida está antes y por encima de la poesía. Quiero decir que comprendí que no se debe vivir a lo poeta sino a lo hombre. (Quizás este sea el truco más sutil de la poesía para exprimir a los que estamos en sus manos). Hay que arriesgarse no vale la pena ser poeta, si se fracasa como hombre…[2]
Esta sentencia es base fundamental para entender el poemario de Apuntes del exilio de cabo a rabo, cuya estética nos enamora de la piel al alma y hace que veamos al amor desde otra perspectiva y con otros ojos.
Por cuestión de tiempo y espacio daré un salto cuántico, no en la lectura, sí en la hoja en blanco; y no es para cerrar, sino para abrir otras puertas, cuyas posibilidades de sentir no se hacen esperar, pues cada fruto de este campo sembrado de erotismo se convierte en cielo minado de amor puro, pleno y por qué no de amor eterno, de puerta siempre abierta:
Porque te esperé muchas veces,
horas y crepúsculos, montañas y tormentas,
veranos y deslaves.
Llegabas en un instante imborrable
que era indistinguible de tu cuerpo.
En tu fulgor se incendiaban las sábanas
con los árboles, la tierra, el verano.
Tu cuerpo era mi puerta de marfil al iniciarse el instante
y la de viento y música, una y otra vez, al sentirte.
¿Esto será el pasado o fue el futuro?,
pensaba junto a tu fulgor.
¿La tersa llama de las cosas desaparecidas
o la luminosidad de las cosas futuras?
Ese rumor, esa música distante, esa luz,
éramos nosotros.
Era, pues, lo que no entendía.
Tan sencilla, tan cercana.
Sin más misterio que tus ojos.
Con tu silencio.
Con el latido de tu propio cuerpo.
Con la sencillez de tu piel.
Así, dónde estábamos. Así ahora.”
Concluyo entonces que toda la obra poética de Carlos Montemayor es, ha sido y seguirá siendo una puerta que nos lleva a otra puerta y después a otras, y más allá de esa puerta habrá siempre viento, sueños, música y poesía, que todas y cada una de esas mil una puertas nos conducirán hacia la vereda del amor en todas su vertientes; al menos hoy por hoy esta es mi interpretación de Apuntes del exilio, libro póstumo del que tuve la oportunidad de realizar su edición el trece de junio de 2013.
[1] Octavio Paz, El camino de la Pasión: López Velarde, Seix Barral, México, 2001.
[2] Sabines, Jaime. “El poeta es el condenado a vivir”. Argüelles, Juan Domingo, El poeta y la crítica, grandes poetas hispanoamericanos del siglo XX como críticos. 1ª edición, Colección: Poemas y ensayos. Universidad Nacional Autónoma de México, 1998. México, p 306.
Montemayor, Carlos: Apuntes del exilio. Editorial Tintanueva, México, 2013.
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