Yako nos llevó al mar
Por Sergio Torres
Alguna vez, cuando era niño, mi tío Yako nos llevó al mar. Tal vez haya sido una vez. O mil. Era como si estuviera junto a Tin Tan: un personaje magnético y fascinante. Lo bonito de la experiencia era compartir con mis hermanos, los que habían nacido hasta entonces, porque creo que yo era el más pequeño de los Torres, y jugar con mis primos Bernal, aunque supongo que era más andar detrás mío cuidando que no me ahogara en las frescas aguas del mar de Cortez. En alguna de esas veces tengo bien clara la sensación de dejarme caer hacia el agua desde una panga y caer por muchos metros dentro del agua, pasar del bullicio de la fiesta en la playa al rugido contenido, el ronroneo del mar en los oído, el ardor en los ojos por el agua salada y la sensación abrumadora de un abrazo desde todos lados, sin tocar fondo, arrastrado hacia abajo por la corriente. El mundo era solo una envoltura de la realidad. El respirar y el latir del corazón eran accesorios de algo más vital: tener ganas de ser.
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