Un latido suave
Por Marco Benavides
La nostalgia es un fantasma que se instala en los rincones de la memoria con la paciencia de quien sabe que, tarde o temprano, será invocado. Un latido suave pero persistente que emerge al abrir un cajón y encontrar una fotografía con la pátina el tiempo; al sentir el aroma de una comida que hace años no se prueba; al escuchar una canción que parecía perdida en el olvido. No pide permiso para llegar; simplemente flota con la delicadeza de una brisa, la firmeza de un océano.
Es martes por la tarde y el día es lluvioso. Afuera el mundo, completamente ignorante de mi existencia, sigue su curso. Pero aquí adentro, en el silencio acogedor de la cocina, la nostalgia se siente como una amiga que ha venido a visitarme. Me envuelve con su abrazo y me transporta a tiempos y lugares que creía enterrados en el calendario. Hay algo hipnótico en esta sensación, un deseo de dejarse llevar, de entregarse al vértigo de los recuerdos.
Cierro los ojos y me dejo llevar por ese vaivén. Estoy de nuevo en mi antiguo Instituto Regional, en esa aula luminosa donde pasé años de infancia. Puedo recordar la risa de mis compañeros, el tallado del gis en el pizarrón, el murmullo de las hojas al ser miradas rápidamente antes de un examen, el aroma de los libros nuevos. Siento el fresco del otoño en la piel, el olor a tierra mojada después de la lluvia, el sabor de las paletas heladas de limón y jamaica que mi hermano y yo comprábamos a la salida. Todo es tan vivaz, tan real, que por un momento me parece que podría alargar la mano y tocarlo.
La nostalgia no es solo una sucesión de imágenes. Es también una sensación en el pecho, un nudo en la garganta, una lágrima. La certeza de que esos momentos ya no volverán, pero que, de alguna forma, viven dentro. Somos la suma de todas nuestras experiencias, los lugares que hemos visitado, las personas que hemos amado, las veces que hemos reído o llorado. Somos, en definitiva, producto de nuestra memoria.
Hay quienes dicen que la nostalgia es una trampa, una forma de huir del presente, de evitar enfrentar el aquí y el ahora. Tal vez tengan razón. Quizás sea más fácil refugiarse en los recuerdos que lidiar con las incertidumbres del presente. Pero también creo que la nostalgia tiene un propósito: nos recuerda de dónde venimos, nos conecta con nuestra esencia, nos invita a valorar lo que hemos vivido y a comprender que, aunque el tiempo pase y las cosas cambien, siempre llevaremos con nosotros una parte de lo que fuimos.
Me doy cuenta de que la nostalgia no es algo que pueda ser ignorado o dejado de lado. Es parte de nosotros, como el color de nuestros ojos o el sonido de la risa. Está enraizada en lo profundo, en ese lugar donde guardamos lo sagrado. Es el puente invisible que nos conecta con nuestro pasado, con nuestros seres queridos, con los sueños.
Me pregunto si algún día seré capaz de dejar de sentir este pequeño piquete en el alma, de mirar hacia atrás sin ese leve dolor en el pecho, sin esa sensación de vacío que parece imposible de llenar. Tal vez no. Tal vez la nostalgia sea, en el fondo, una señal de que hemos vivido intensamente, de que hemos dejado una parte de nosotros en cada rincón que hemos habitado, en cada persona que hemos conocido.
Y quizás, al final, eso es lo que importa. No los momentos perfectos, no los días sin preocupaciones, sino las huellas que dejamos, los recuerdos que construimos, las historias. Porque la nostalgia, con todo su peso y su belleza, no es más que la evidencia de que hemos amado y hemos sido amados, de que hemos tenido una vida llena de significado.
Así que cierro los ojos una vez más y dejo que la nostalgia me envuelva, que me lleve en su viaje. No sé a dónde me llevará esta vez, qué paisajes me mostrará, qué rostros me hará recordar. Pero lo acepto, con gratitud y con humildad, porque sé que en cada recuerdo hay una lección, una verdad, una chispa de lo que me hace ser quien soy.
Cuando el sol se oculta y la oscuridad empieza a llenar la habitación, me doy cuenta de que la nostalgia no es una enemiga, sino una aliada. Es el faro que ilumina mi camino en momentos de duda, el refugio donde puedo encontrar paz cuando el presente se vuelve incierto. Es, en definitiva, el eco de mi alma, el susurro de mis raíces, el abrazo invisible de todo lo que he vivido y todo lo que, mucho o poco, aún me queda por vivir.
3 septiembre 2024
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