sábado, 12 de abril de 2025

El mejor poeta

 


El mejor poeta

 

Por Daniel Terrones

 

Hace algún tiempo estaba interesado en la poesía. En escribirla.

Tienes que leer a David Huerta me dijo un conocido que asistía a un taller de literaturaes el mejor poeta de México, después de Octavio Paz.

Nunca había leído a David Huerta, aunque si lo había oído mencionar. Sobre todo como una referencia del papá, otro poeta al que llamaban Cocodrilo. Al fin me decidí a leerlo.

Tienes que leer Incurable añadió mi amigo―. Solo está debajo de Piedra de Sol.

Busqué Incurable por toda la ciudad, pero no lo encontré. Ni a ninguna obra del autor. Hasta que en una librería de Educal, buscando textos de la prepa abierta, encontré un libro de él, aunque no incurable, sino Cuaderno de noviembre.

Son 60 pesos me dijo una empleada tras el mostrador. 

Los pagué. Esa semana por fin abrí el texto. El idioma sueco se entendía más. Me daba tanto frío como vivir en ese país nórdico. Era como una piedra, una pared, un témpano de hielo. A ratos me sentía en una selva, luego en un refrigerador.

Es un diamante en bruto dijo me amigo―. Hay que cincelarlo.

Cincelé varios meses.

Años después tuve que ir quince días a la Ciudad de México a realizar unos trámites. Mi amigo Marco vivía en la colonia Roma, en una vecindad.

¿David Huerta? me dijo abriendo los ojos―. Da un Taller de Poesía, por aquí en la Avenida Álvaro Obregón.

Era en la Casa del Poeta, donde se suponía estaban los libros del papá. Aceptaban la participación de oyentes en el taller, aunque este ya tuviera funcionando desde principios del año, me dijo una secretaria. Entré, subí la escalera en forma de caracol que daba hacia un bar a las oficinas de una revista. Era en una habitación del segundo piso. Había sillas en su interior. Dos señoras, un tipo grandísimo de saco y corbata, con un bigote a lo Ramón López Velarde.

Buenas tardes por fin apareció David Huerta.

Era muy diferente a las imágenes de la contraportada casi adánica de Incurable. El pelo canoso, barbas, lentes, y un saco que le quedaba grande de las mangas. Parecía un Lev Dadovich, pero sin la energía de este; parecía cansado, y, sobre todo, aburrido. Traía un libro y una lista.

¿Quienes van a leer hoy?  

 Las señoras levantaron la mano y el señor de bigotito también. Hice lo mismo.

¿Tu quién eres? me miró.

Vine de oyente, solo por esta vez.

Huerta frunció el entrecejo. En eso entraron dos chavos apresuradamente, dos adolescentes que apenas alcancé a ver.

Ustedes preguntó ¿traen para leer hoy?

Respondieron que sí.

Luego me dijo:

Bueno, vemos ahorita y volvió a sus papeles.

Gracias ―le respondí.

Oye ¿de dónde eres?

De Chihuahua.

La cara se le puso agria, pero no dijo nada. Empezó el Taller, el cual transcurrió con toda normalidad, es decir, me era normal porque se parecía a todos los talleres de poesía que había tomado con anterioridad: a veces parecía mejor y a veces peor. El profesor leía los versos de un poeta de cuyo nombre no me acuerdo, un poco lo explicaba, pero sobre todo leía. Así durante media hora. Hasta que llegaron un par de chavas.

Una era una chaparrita, simpática, de lentes grandes; la otra vestía con elegancia, con un pañuelo en la cabeza, flaquísima. Ambas traían carpetas con hojas. Huerta interrumpió su lectura.

Bueno, ya vamos a darle me miro de reojo―. Tienen prioridad a los alumnos que pagaron por el taller.

Empezó una señora que estaba a la derecha. Yo tome mi hoja y la metí en un fólder. Pensé en irme, pero me quedé. Para ver cómo corregía un poema David Huerta el mejor poeta de México solo por debajo de Octavio Paz.

En eso percibí un ligero olor a alcohol. Voltee y atrás de las chavas se estaban acomodando dos jóvenes de preparatoria. Llegaron abrazados y se acomodaron detrás de las chavas con sus mochilas. Uno de ellos llevaba la camisa de su uniforme, quizá de algún CCH . El otro era moreno y llevaba un saco largo y un sombrerito, como el del saxofonista de la Maldita Vecindad y los hijos del Quinto Patio. La señora seguía leyendo el poema, realmente insufrible. El güerito trataba de susurrarle algo en la oreja a la chaparrita y el del sombrero ponía atención a la lectura. Aplaudió ruidosamente cuando por fin la señora terminó de leer. Huerta los miraba de reojo, pero hacía como que no pasaba nada, y continuo. Los chavos de atrás se pusieron atentos y López Velarde se puso tenso. Siguió, tómala, otra señora. Ya ni la escuche. Ambos tipos cuchicheaban con las chicas, hasta que el del sombrero le toco el hombro a la chava del pañuelo y desde su asiento Huerta se levantó a empujarlo contra la pared. Todos nos levantamos. Las señoras salieron corriendo y uno de los adolescentes del fondo madreaba también al del sombrero. Ramón López Velarde hacía todo lo posible por bajarlos hacia la calle y hasta ahí nos fuimos todos. El del sombrero y su compañero corrían de un lado a otro lo largo de la banqueta, ahora correteados por los agresivos adolescentes.

¿Quiere que le llamemos a la patrulla, maestro ? ―dijo un guardia de Casa del Poeta.

No ―contestó López Velarde―, ahorita esto la arreglamos.

Salió Huerta y la chica le dijo:

―Oye, David, pero si no me hizo nada.

Por fin, los chavalos corrieron rumbo a Insurgentes, pero se detuvieron en la esquina de Orizaba. El güerito miró a David.

David, tu eres poeta nomás por tu papá.

El de sombrerito también se detuvo. Alzo una mano y gritó:

Efraín Huerta es un poeta que está muerto y enterrado. Pero David Huerta es un poeta que aún no ha nacido.

Luego se perdieron hacia Insurgentes. Ramón López Velarde no pudo evitar una ligera sonrisa, mientras David Huerta y los que quedaban del taller entraron de nuevo a la casa. Yo me acerqué a despedirme de López Velarde y enfilé por Tonalá y Coahuila, donde vivía Marco. No estaba. De mi mochila saqué mi texto y Cuaderno de noviembre. Lo puse entre los libros que Marco tenía en una repisa, junto con sus papeles de la Universidad. Busqué en el radio algo de música.

Más tarde llegó Marco con su novia Tere y varios compañeros de la ENEP Acatlán.

Qué onda, güey, vamos por unas beers ―dijo.

Y así estuvimos mientras que un compa nos contaba anécdotas y otras conocidísimas historias.

 


Daniel Terrones es un ilustre egresado de un montón de Talleres Literarios de Chihuahua y de la Ciudad de México. Realizo estudios de literatura en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Tiene dos libros publicados: Amanece mañana, de relatos, y un grueso volumen de entrevistas con José Vicente Anaya.

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