El peso de la
libertad
Por
Jesús Chávez Marín
Ya los dos
estaban borrachos, y con discusiones así nunca se sabe. Margarito muchas veces
le había dicho que no tomara nunca con los clientes, que no les hiciera caso y
que se concretara a despachar en silencio lo que le pidieran y punto. Pero al
muchacho se le hacían largas las horas y se tomaba una cerveza aquí, un tequila
allá. Además, era medio alebrestado, nunca tuvo paciencia para lidiar a toda
esa bola de habladores.
Ya nunca se supo
ni por qué se pelearon. Era tarde y casi no había clientela, fue por eso que
estuvieron alegue y alegue hasta que el otro agarró al joven del cuello de la
camisa y lo sacó del mostrador de un solo jalón, le puso un trancazo en la cara
y lo estampó cinco metros atrás, sobre el suelo lleno de aserrín.
Lo malo fue que
aquel traía fajada la pistola; en cuanto pudo empezó a balacear al otro con un
coraje bárbaro. Cuando menos pensó ya lo había matado.
El cantinero
llegó corriendo. Rápido se dio cuenta de todo y sin decir otra cosa le ordenó al
hijo que le entregara la pistola y se metiera rápido a la casa, que no saliera
para nada.
Nos pidió de
favor que le sostuviéramos la palabra, nos puso de acuerdo y se sentó a esperar,
casi tranquilamente, en calma alucinada, con la pistola en la mano.
Pagó con diez años de cárcel la libertad de su hijo.
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