Hermanos y hermanas
Por Guadalupe Ángeles
Querido Chávez:
Lo que ayer viste en mi
texto, si es que ya lo leíste, es lo menos grave que me fue dado saber ayer.
Que probablemente anda por ahí un medio hermano mío. Pero bueno, para no entrar
en detalles que todavía me hace daño enumerar (espero que con el tiempo eso
cambie), te hago llegar lo que pude escribir hoy, no tengo idea de qué título
pueda tener, eso puedo encargártelo con la seguridad de que le pondrás el
adecuado.
En este
texto, y conociéndome como me conoces (a lo mejor muy poco, ya lo sé, o no lo
sé, tú dime), entenderás lo que me pasa, o tal vez no, pero lo importante es
que estás ahí y puedo hacerte llegar el texto. Creo que me toca ahora ser un
espejo y los espejos son crueles, no quiero ser cruel. Ese es el problema.
Va el texto:
I
Sin mi cabellera sería como
una señora de setenta años. No me ofende saberlo. Una amiga muy querida me lo
dijo cuando le enseñé una foto mía con el pelo recogido y la mirada oculta tras
unas enormes gafas oscuras. No tengo todavía esa edad, pero ya casi. No me
importa ser una vieja. Lo que me alarma es serlo y tener la mente de una niña
que todavía cree en la bondad de los verdugos.
Lo que
realmente me conmociona me ha abierto el suelo y veo aquí, parada ante la
grieta humeante de ese abismo que de repente me regalaron, es lo frágil de esta
alegría que llevaba siempre conmigo. A ella es a la que extrañaría mucho si de
veras se muriera.
Yo
tenía, hasta ayer, un corazón de niña. Cierto, un poco malvada, un poco
morbosa, asomándose a un lugar que creía a punto de derrumbarse, y quizá solo
con el ánimo de ser la primera en estar ahí para echarse a jugar con las ruinas
de esa casa, que, ahora lo sé, también puede caer sobre mi cabeza y
matarme.
A la
vieja (y hoy me parece un poco tonta) pregunta de ¿quién soy yo?, ha venido a
sustituirla una certeza terrible: soy la sustancia, algo diluida, es verdad ‒pero eso no me salva del todo‒ de un veneno.
Siempre me gustó jugar con la idea de que no soy hilo de ningún lazo,
así, podría volar tan lejos como quisiera. (Pero esa idea también era un
juguete para entretenerme, es decir, una alegre mentira).
Y
con esa prisa de siempre, hoy mi corazón va corriendo como loco, está buscando
la salida como si no viera con claridad que ya no hay muros, ni puertas; ahora
está en el corazón del desastre, ya no hay casa de la que escapar porque, quizá
solo para su reconstrucción, se ha derrumbado.
Sí, en sueños ya vino el maestro de obras, envolvió en cobijas mis viejos
juguetes para no dañarlos mientras vuelve a levantar la casa que yo creía
íntegra hasta la última vez que la vi.
Y
ahí, en ese camino regio hacia lo profundo de mí, los trabajadores que volverán
a levantarla me cuestionan las tareas más simples, como si no entendieran que
mi infancia ordenaba la casa, mi casa, que soy yo y es ella porque de su cuerpo
vengo, de los juegos que hizo la propia vida para estar en la existencia y
tener estas manos y escribir estas palabras.
No es que no sea yo, más bien, solo a una niña muy chica le parecería tan
sencillo no serlo, porque, como si fueran flores para deshojarlas,
viviría los días de esa manera, ignorando las arrugas de su cara.
Si soy no yo, porque soy la vida simplemente, la materia prima de algo
que solo sé que se llama espíritu, conciencia.
Y
jugar seriamente a ser yo y también no yo, es la única manera de mantener la
vertical, no desmoronarme.
Sí, a nivel abstracto hasta es un juego divertido, pero en el tiempo de
todos los días, ahora que cada minuto me parece mucho más largo, cuesta
trabajo.
"Ser y no saber nada, y ser sin rumbo fijo." "Dichoso el
árbol que es apenas sensitivo, y más la piedra dura porque esa ya no
siente". Qué razón tenía ese poeta, lo creo de veras ahora porque siempre
quise, sobre todo, sentir. Pero sentir que se viene abajo la casa que yo era,
no tiene gracia, o es, quizá, una gran suerte. Puede que sea verdad: Quien nada
tiene, nada tiene ya que perder.
Y
para hacer un palacio digno de mi gran animal extraño, inmaterial, inconcreto,
sobre todo indeciso: incapaz de tomar una forma definida, ese que me habita,
tendré que pasar algunos días entre estos muros en obra negra, no hay remedio.
Soy la casa y no, porque soy la manifestación de la vida, la encarnación de un
proyecto inacabado, no es de extrañar entonces que de repente me llame monstruo
o humo o sustancia impura diluyéndose al contacto simple del aire, porque todo
eso soy, y aunque tenga muchas ganas de decir: no importa, es lo más
trascendente que pudo haberme pasado: ver, completamente despierta, el
derrumbe, sin que la muerte me tocara.
II
Si todo puede transformarse
en literatura, hoy tengo en mis manos un tesoro de proporciones inmensas.
Vértigo filial
Me voy contra los muertos.
Ellos son los únicos responsables de mi ira de hoy. Hay uno en especial. Nada
sabe de mí ni de nada desde hace demasiado tiempo como para echarle a perder la
tranquilidad ganada. Sí, soy como un equilibrista haciendo gala de mi
insensatez mientras la gente allá abajo espera verme como me desplomo contra la
tierra hollada por los elefantes y los payasos. No. No hay culpables cuando ya
sabes el sabor de la muerte. Allá él con sus mentiras. Con sus juegos de
palabras y su poder ejercido con toda conciencia. Esas formas suyas hicieron
las nuestras. Por supuesto. Pero yo sí quiero tener un hermano. No hay
demasiados ángeles en esta tierra. Sé que tal vez no veré sus alas, ni sabré de
qué color son, o si seguirá por aquí reprochándole a quién sabe quién que su
padre no era el mío o viceversa. Ningún hijo tiene padre si su madre no
quiere. Claro que me explico, tuve dos hermanos. Ya se fueron. Que vengan y me
reclamen esta ira sin freno que me tiene en vela. Que vengan y me digan ya
cálmate, deja en paz a los muertos. "Que los muertos entierren a sus
muertos". Yo quiero tener un hermano. Ya no me queda ninguno.
Y como sigo viva, tengo la
obligación de darme como un regalo el sueño. Quédense los muertos con sus actos
humanos, demasiado humanos.
Guadalupe Ángeles nació en Pachuca, Hidalgo. Fue directora de la revista Soberbia. Entre sus obras se encuentran Souvenirs (1993), Sobre objetos de madera (1994), Suite de la duda (1995), Devastación (2000), La elección de los fantasmas (2002), Las virtudes esenciales (2005), Raptos (2009) y No es luz, mas enceguece (2023). Ha colaborado en Ágora, El Financiero, El Informador, El Occidental, La Jornada Semanal; en las revistas electrónicas nacionales Al margen y Argos y en las españolas: Babab y Espéculo. Premio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos 1999 por Devastación. Actualmente radica en Guadalajara.
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