La revelación del agua o la
fatalidad superada
Por Margarita Aguilar
“La pena del agua es
infinita”, escribió Gaston Bachelard en su libro El agua y los sueños
(Fondo de Cultura Económica, 1978), refiriéndose a la transitoriedad del líquido
cuyo destino es fluir, correr y, por tanto, morir a cada minuto. Este elemento
material omnipresente ocupa un lugar preponderante en el imaginario universal,
desde los relatos mitológicos hasta su representación en las artes visuales. En
su análisis, Bachelard describe el agua a partir de las imágenes aportadas por
la poesía, y muestra que estas son más intensas y convincentes cuando logran
comunicar esa materialidad irracional que no tiene nada que ver con la
ornamentación perseguida por algunos autores.
Ligo
esta reflexión con la escritura de Martha Estela Torres Torres en su novela La
revelación del agua (Ediciones Morgana, 2023), donde narra la inundación
ocurrida en Parral, Chihuahua, el 30 y 31 de agosto de 2008.
La
autora parralense ha escrito cuatro novelas y esta, la más reciente, es una
recuperación de imágenes que “como perlas luminosas en el collar de su memoria”
(p. 48) surgieron para dar fe de un acontecimiento que marcó a una comunidad.
Las
escenas de la catástrofe, contadas desde diferentes enfoques, como en un
caleidoscopio, nos hablan del enfrentamiento a la adversidad descrito en el
capítulo “El agua violenta”, del mencionado libro del filósofo francés. Es la
lucha entre la voluntad férrea del hombre y las fuerzas naturales, la esperanza
de la fatalidad superada, la supervivencia que eleva la frágil condición
humana.
Además,
la presencia del agua tiene otras connotaciones en cada una de las partes en
que la autora dividió la novela: Maty, Inundación y Recuperación. La estructura
marca con claridad tres periodos en la historia de Matilde, la heroína, ejemplo
de supervivencia en los más difíciles trances.
La
primera parte abarca la infancia, juventud y crisis que vive la protagonista por
la traición del ser amado; la religiosidad y el cobijo familiar le devolverán
la fuerza para conservar la vida tras un intento de suicido. Los episodios
describen los recovecos de la vida provinciana donde se idealiza la sencillez y
buena voluntad de los habitantes de la hacienda de Rosetillas, en contraste con
los intereses de la población de Parral, urbe donde empieza a instalarse la
modernidad.
En
esta sección, es interesante identificar la presentación del agua clara y
primaveral, descrita por Bachelard, representada por la noria de juguete que
construye la niña Maty. Desde esta perspectiva, se asocia al candor de la
infancia y al origen de la vida. Es maternal y creadora: “El agua reproduce la
energía del universo y aviva el espíritu de los hombres”, piensa Matilde en un
pasaje, prefiriendo el agua corriente de una fuente a la estancada de una
alberca. “El agua es como la vida, hay que activarla, donarla, compartirla,
apostarla, en una palabra, transformarla en pasión” (p. 118). De la misma manera, en los episodios de
dolor, el relato subraya la función purificadora del fluido de las lágrimas y
del agua sagrada, la sangre divina de Cristo. La madre de Matilde eleva una
plegaria: “te pido una gota de tu purísima sangre, pues solo ella tiene la
virtud infinita para purificar y sanar mi alma y todas mis heridas” (p. 159).
La
segunda parte de la novela, “Inundación”, contiene los episodios intensos que
nos llevan a la percepción de la muerte como un viaje donde el agua es el
vehículo. Bachelard denomina a esta
travesía imaginaria “el complejo de Caronte”.
Y lo explica de esta manera: “La imaginación profunda, la imaginación
material quiere que el agua participe en la muerte; necesita del agua para que
la muerte conserve su sentido de viaje” (Bachelard, 1993, p. 118).
La
autora parte de una investigación minuciosa de los hechos ocurridos en los días
del cataclismo y subsecuentes; con eficacia logra comunicar el horror del
desastre utilizando diferentes puntos de vista y estilos de oralidad. En esta
sección, la fuerza del relato colectivo hace que el acontecimiento involucre a
todas las capas sociales. Como lectores descubrimos que nos encontramos en
igualdad de condiciones ante los embates de la naturaleza y de que en las
situaciones límite conviven por igual la tragedia y el milagro.
Torres
Torres crea episodios escabrosos, esperpénticos: la fuerza del agua desentierra
los cuerpos del panteón municipal y los vemos arrastrándose en pedazos por el
pueblo; un anciano indigente, profeta callejero muere sin terminar su sermón sobre
el advenimiento del fin del mundo tras urgir a sus escuchas para que dejen el camino
del pecado; asistimos también a una escena prometeica donde los buitres hacen
un festín con los despojos humanos.
Por
otro lado, los diálogos de personajes anónimos dan frescura a la narración,
captan una pretendida ingenuidad que, a ratos, se adivina maliciosa y burlona;
son humorísticos y mordaces, pero también desesperados ante el desamparo y la
injusticia; delatan la corrupción de las autoridades al igual que reconocen las
acciones nobles de quienes se solidarizan con la gente.
Por
último, la tercera parte habla de los caminos para enfrentar las pérdidas. La
casa de Matilde, totalmente destruida en la inundación, es el símbolo de la
reconstrucción que empieza con el alivio del alma y luego pasa a la
materialización de la esperanza. La resiliencia, la confianza, la amistad, el
trabajo son valores que llegan a edificar el hogar, el refugio natural para
recorrer en paz el camino de la vida, aprovechando cada instante, con la
conciencia de que llegará el momento de cruzar el río de la muerte.
Me
honra escribir estas notas sobre La revelación del agua, una novela que
termina con una nueva amenaza de lluvia torrencial, sugiriendo que cada nueva
lucha fortalece la voluntad humana. Y refiriéndose a Matilde, el narrador
apunta: “Angustiada, no puede ver bien, pero avanza enfrentando la fuerza del
vendaval. El viento la empuja como la vida, como el tiempo, como el destino”.
(p. 370).
Muchas
felicidades a Martha Estela por esta lección esperanzadora.
Margarita Aguilar
Urbán 15 octubre 2023
Margarita Aguilar Urbán es investigadora de arte, poeta y profesora de literatura. Escribió los poemarios Como estación de tren (1988), Algodón en el corazón (poesía infantil, 2012) y Testudina descubre el horizonte (2021). Ha sido incluida en los volúmenes Voces de tierra (1994), Campos ignotos (1998) y Taller Literario Pablo Ochoa (2009). Como investigadora, escribe artículos para revistas académicas. Recopiló las memorias del artista tarahumara Erasmo Palma en el libro Donde cantan los pájaros chuyacos (1992, reedición 2015, traducción al rarámuri 2018). Su obra Aurora Reyes. Alma de montaña, editada por el Instituto Chihuahuense de la Cultura, fue considerada el mejor libro del 2011 por el suplemento Día siete de El Universal y por la página de crítica literaria Salón de Letras.
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