Todos los caminos llevan a
Medusa
Por Guadalupe Ángeles
En memoria de Eduardo, dueño
de su ira.
Todo pensamiento es una
amenaza. Esa es la esencia de medusa. Monstruo. Porque no serlo sería fracasar.
Encontrarse a la deriva, como el ciervo que va a beber al río.
Demostrar monstruosidad.
Se habla con frecuencia de la soledad del Minotauro. ¿Y Medusa? Cada
cabello una serpiente. Cada día un hueco para llenar de muertes. Tal pavor le
ha sido dado inspirar.
Expira silencio.
Todos los caminos llevan a Medusa.
Se podría reflexionar sobre esta verdad, estaríamos en posición de
sabernos en su piel sin desearlo. O quizá sí.
Quien
construye un bunker tiene temor a la muerte, quien introduce su cuerpo frágil
en un disfraz de monstruo, también.
Si
recuerdas tu infancia quizá encuentres momentos que preferirías no haber
vivido. Ahora puedes elegir y agradeces estar aquí todavía.
Entiendes por dónde voy en busca de un punto de contacto. Nadie acepta a la
primera ser llamado monstruo. O al menos convenir en que se ha fingido serlo
por motivos prácticos: protegerse.
Hay silencios que funcionan como medicina. Son amargos, pero al paso del
tiempo hacen su efecto, el daño colateral es la forma en que somos vistos por
lo demás al portar esos silencios como bandera, a la cual se honra con toda
conciencia.
Por poco que se decida ser comprendido, se es consciente de la inutilidad
para ello de las palabras.
Seres son hechos.
O
los hechos hacen a la persona, como quieras.
Desmeduzarse es difícil. Cuesta una vida, y muchas veces la máscara del
disfraz está tan adherida al rostro que no se despoja uno de ella sin arrancarse
la piel. Entiendes entonces que resulta más cómodo pasar por monstruo y en el
acorazado del silencio seguir viviendo, aunque pese.
La muerte propia, la espiritual, viene de no poder andar libre por los
propios pensamientos, poder mirarlos sin sentirlos como una amenaza. Por
eso nace la contradicción. Si para vivir en el mundo es necesario
demostrar fuerza, esa que quienes nos miren sientan como una amenaza, puede
elegirse cultivar el diálogo lejos de la ira o vivir con la culpa, es decir,
acorazado.
Ojalá sea tiempo, para todos, de rehacer los caminos del diálogo, ojalá
sea posible desprendernos del disfraz sin lastimarnos.
Guadalupe Ángeles nació en Pachuca, Hidalgo. Fue directora de la revista Soberbia. Entre sus obras se encuentran Souvenirs (1993), Sobre objetos de madera (1994), Suite de la duda (1995), Devastación (2000), La elección de los fantasmas (2002), Las virtudes esenciales (2005), Raptos (2009) y No es luz, mas enceguece (2023). Ha colaborado en Ágora, El Financiero, El Informador, El Occidental, La Jornada Semanal; en las revistas electrónicas nacionales Al margen y Argos y en las españolas: Babab y Espéculo. Premio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos 1999 por Devastación. Actualmente radica en Guadalajara.
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