martes, 23 de septiembre de 2014

Rubén Rey

Zozo, no tan chocarrero


Por Rubén Rey


Se tiene conocimiento de Zozo desde el año 1800, pero ese dato era inexacto a decir verdad. Los demonios ven a Dios nacer y forman parte del continuo devenir del universo y su caótico otoño a la vuelta de los millones de años. No se podría decir entonces si Zozo era un ente joven o viejo. Lo que sí saltaba a la vista era el particular refugio donde decidió anidar su esencia desde hace cientos de años: las tablas ouija.

Zozo, el demonio Zozo, tenía por residencia y morada esos juguetes espirituales los que abren portales vaya usted a saber cuántos seres y cuántos reinos. Se podría decir que este diablo era amante de las puertas en toda la existencia. Los investigadores que lograron descifrar este intrincado secreto del proceder de Zozo terminaron todos, sin excepción, muertos de las más extrañas de las maneras, siempre mutilados de lengua u ojos.

El maldito los coleccionaba. Eran sus trofeos.

"Esta peligrosa ánima demoníaca", versaban los textos de los eruditos, "es el guardián de las puertas del infierno". Los más despistados –muchos de ellos lo eran– entonces llegaron a confundir a Zozo con el temible can Cerbero. Nada más lejos de la realidad; y si un palacio tiene diferentes puertas de acceso a su interior, también los tenía el infierno.

Además, Zozo no mordía. A diferencia de sus hermanos monstruosos rebeldes de la divinidad, que picaban y empujaban con portentosas corrientes de aire, Zozo prefería escribir. Sí: además de portero oficial en el inframundo, el ente se entretenía muchísimo haciendo aparecer inscripciones en los brazos, piernas y espalda de las víctimas.

Esto lo hacía una vez que el ritual fuera consumado y los portales abiertos. Él ponía las reglas en el juego del cual se apoderó hace muchísimo tiempo: la ouija. Esperaba con ansias esa pregunta crucial, "¿cuál es tu nombre?". Inmediatamente después, se apoderaba del puntero sobre la tabla y empezaba la sucesión de letras: Z-O-Z-O. Ya sabía la siguiente pregunta, y mayor era su deleite: "¿estás aquí?" o "danos una señal de que te encuentras en este lugar". ¡Amaba tanto la curiosidad de los humanos! Cuando cualquier otro animal empezaría a buscar dónde esconderse, ellos, la humanidad, empezaban a indagar más y más, así les costara la vida a cambio del conocimiento en la mente.

Entonces Zozo se divertía como tanto le gustaba. Comenzaba por arañar los muebles y espejos de las casas. Procuraba que sus rasguños fueran sonoros y se aseguraba que sus nuevos amigos se dieran cuenta que él estaba muy cerca.

Le encantaban las mujeres hermosas y jóvenes, pero al no tener forma terrenal para poder adueñarse de ellas, prefería atormentarlas por días, semanas, y en unas cuantas ocasiones hasta meses –¡eso era amor! –.

Así, empezaba su perversa labor de conquista en las madrugadas una vez que hubiera sido liberado gracias a la tabla ouija. Con el cuidado de un artesano, Zozo marcaba la piel de las infortunadas doncellas con sutiles escarificaciones. ¡Era tan romántico el adorable demonio! Les escribía pensamientos y poemas dedicados a ellas, solo a ellas, en letra de su lenguaje natal. Tristemente, solo unas cuantas palabras eran descifradas por los más avezados teólogos e investigadores; el idioma de los demonios es más complejo que solo blasfemias y alaridos en contra de El Creador.

A la mañana siguiente, sus no-novias despertaban asustadas. Las más imbéciles se suicidaban en el acto. Esta auto ejecución la realizaron solo sus primeras víctimas, al relacionarlo todo –muy atinadamente– como obra de Satanás. Con el paso de las décadas, sus prospectos se fueron sofisticando, cosa que lo hacía amarlas mucho más. "Posiblemente sufra de alguna enfermedad nerviosa que me haga causarme estas heridas mientras duermo", pensaban. "Nada que un par de terapias y bastante medicamento no puedan controlar", decían ellas a manera de rezo.

Pero ni la medicina ni las terapias tan profesionales pudieron hacer algo contra las mujeres del demonio. Él, lejos de rechazarlas por no comprender sus sentimientos, abandonaba toda celotipia para, al contrario, reafirmar su amor hacia ellas. Noche a noche, como un tímido escribano enamorado, remarcaba las letras contenidas en las extremidades de sus queridas, de sus humanas. Procuraba no dejarse llevar por ningún impulso, pues en más de una ocasión llegó a despertar de su sueño alguna de ellas al resoplarle con ánimo bestial sobre el oído que tuvieran descubierto.

En la oscuridad y furia del infierno, toda aquella infortunada que le pusiera fin a su vida pasaba a formar parte de la tinta dentro de la abominable pluma de sangre del amo de la ouija y conde de los portales. Había unas cuantas, guerreras ellas, que no cedieron a la tentación de Zozo. A ellas, las más fuertes, les tenía un destino libre a cambio de un alto costo: sí, se iba –un portal no dura demasiado tiempo abierto en la mayoría de las veces–, pero a cambio y como todo aristócrata enamorada, solicitaba quedarse con un recuerdo de la joven. Sí, las dejaba ser en el reino de la Tierra, pero las hacía enloquecer al grado que las orillaba a mutilarse los ojos o cortarse la lengua.

Esos eran sus trofeos: tinta de sangre, ojos y lenguas. La primera la guardaba con celo adentro de su elegante pluma afilada. Lo demás, los tributos de carne, los adhería a su propio cuerpo; así nada volvería a separar a Zozo de sus amadas.

La próxima vez que usted juegue a la ouija, procure ser un varón o por lo menos estar lo bastante fea como para no llamar la atención de tan adorable ser. Es un romántico incomprendido.






Rubén Rey es licenciado en ciencias de la comunicación, egresado de la Universidad Regional del Norte. Sus andanzas lo han llevado a través de World Wildlife Fund, la Asociación Municipal de Muay-Thai y el Instituto Estatal Electoral. Ha sido locutor, corrector de estilo, articulista y escritor.

2 comentarios:

  1. Escritor de lo más chocarrero, a este autor se le ocurre cada rato una historia de risa y espanto y de inmediato la sube a su facebook. Sus lectores, que son ya legión, quedan muertos de risa pero en el fondo pensando ¿lo dirá por mí?

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  2. Zonzo, el de moño. Yo creo que si lo dice por usté XD.

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