del
día que me quedé sentada,
esperando
Por
Aniela
Rodríguez
I
nunca
me he sentido más sola que el día que mi abuela dijo que iba a cruzar la calle
en
veinte años yo tendría que ayudarla y aprender a seguir sus huellas
y
sería yo el jinete que guiaría sus pasos
ella
sería el caballo negro
que
todos los días amanece mudo en el retablo
y
que aprendemos a querer
con
un silencio
que
no se dice
ni
se enseña
mi
abuela me enseñó el misterio del fuego y el poder de la alquimia
cuando
yo no sabía contar ni siquiera hasta el siete
adecir how are you fine thank you
mi
abuela sabía que cruzar las vías es más importante que quemar las naves
por
eso arrancaba las etiquetas de mis suéteres
para
que nadie supiera mi nombre
para
que nadie me quitara la costumbre
de
contar los rieles
y
derramar mi helado
mientras
el tren se asomaba con recelo a nuestras piernas
mientras
los caballos como tropas
se
quedaban mudos
cuando
mi abuela cruzaba a trompicones
y
levantaba la frente
para
galopar con ellos
la
cicatriz en su cerebro
está
quedándose
tiesa
la
siguen
a
pasitos
los
fantasmas
de
mi infancia
II
alguien
me dijo
que
no tendría por qué esperar
que
se cerraran nuestros ojos
como
catacumbas
si
de todos modos
por
las manos
se
nos están trepando los gusanos del miedo
y
nos quedamos
poco
a poco
como
fantasmas partidos por la ausencia
como
insectos devorando el cadáver de una fruta
alguien
me dijo
que
nos iríamos quedando sin nosotros mismos
yo
que
no conocía la historia del fuego
arranqué
de tus labios una postal de la ausencia
donde
escribías
que
no hay nada sin lo nuestro
y
que la lluvia
estaba
siendo una perra
yo
esperé sentada
alguien
me dijo que dejara de creer en la esperanza
y
tomé una enciclopedia
ahí
estaba escrito tu futuro
en
negritas
y
una anotación que prometía
un
mapa al fondo de la Atlántida
y
el tesoro escondido
en
las minas de tus manos
porque
me quedé esperando
con
una lata entre las piernas
cuando
alguien me dijo
que
me levantara
III
nuestros
miedos son dos cometas que intentamos hacer pasar por accidentes
y
que se estrellaron hace tiempo
en
el jardín de casa
tienen
las rodillas hechas trizas
de
tanto jugar al escondite
nuestros
miedos son más débiles que larvas
no
tienen la ferocidad del tiempo
no
saben que a nosotros nos bendice la memoria
se
estrellan fugaces en las paredes
dejan
costras del color de la mentira
no
se caen
aprenden
a volverse rémoras
nuestros
miedos tienen el silencio de una procesión infinita
por
donde los marchantes
no
recuerdan el nombre de su santo
y
tienen que colgarse una estampita al cuello
para
evitar perderse entre las trampas del olvido
nuestros
miedos son dos brazos inmóviles
que
rezan sin tener que pegarse al cielo
y
que ríen y que lloran
han
aprendido a comprender la calma
escuchan,
impacientes, las esquelas anatómicas
y
caen fulminados
ante
el monumento
de
nuestras cicatrices
La muerte es galaxia donde transitan estos versos de impresionante belleza, de irónica tristeza, de sonido abstracto que de tan bien redactado relumbra como una joya.
ResponderEliminarHermoso texto
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